3 de octubre
Hoy ha tenido
lugar un acontecimiento extraordinario. Me levanté bastante tarde, y cuando
Marva me trajo las botas relucientes, le pregunté la hora. Al enterarme de que
eran las diez pasadas, me apresuré a vestirme. Reconozco que de buena gana no
hubiera ido a la oficina, al pensar en la cara tan larga que me iba a poner el
jefe de la sección. Ya desde hace tiempo me viene diciendo: "Pero, amigo,
¿qué barullo tienes en la cabeza? Ya no es la primera vez que te precipitas como
un loco y enredas el asunto de tal forma que ni el mismo demonio sería capaz de
ponerlo en orden. Ni siquiera pones mayúsculas al encabezar los documentos, te
olvidas de la fecha y del número. ¡Habrase visto!..."
¡Ah!
¡Condenado jefe! Con toda seguridad que me tiene envidia por estar yo en el
despacho del director, sacando punta a las plumas de su excelencia. En una
palabra, no hubiera ido a la oficina a no ser porque esperaba sacarle a ese
judío de cajero un anticipo sobre mi sueldo. ¡También ése es un caso! ¡Antes de
adelantarme algún dinero sobrevendrá el Juicio Final! ¡Jesús, qué hombre! Ya
puede uno asegurarle que se encuentra en la miseria y rogarle y amenazarle; es
lo mismo: no dará ni un solo centavo. Y, sin embargo, en su casa, hasta la
cocinera le da bofetadas. Eso todo el mundo lo sabe.
No comprendo
qué ventajas se tiene al trabajar en un departamento ministerial. Ni siquiera
dispone uno de recursos. Pero no sucede así en la Administración Provincial, ni
en el Ministerio de Hacienda, ni en el Tribunal Civil. Allí ves a un empleado
cualquiera sentado humildemente en un rincón escribiendo. Lleva un frac gastado
y su aspecto es tal que ni siquiera merece que se le escupa encima. Sin
embargo, fíjate en la villa que alquila durante el verano. No se te ocurra
regalarle una taza de porcelana dorada, pues te dirá que eso es digno de un
médico. Él se conforma tan sólo con un coche de lujo o unos drojkas o una piel
de visón de 300 rublos. Y, no obstante, por su aspecto parece tan modesto, y al
hablar es tan fino. Te pide, por ejemplo, que le prestes la navaja para sacar
punta a su pluma, y si te descuidas un poco, te despluma de tal forma, que ni
siquiera te deja la camisa.
Pero reconozco
que nuestra oficina es diferente, y en toda ella reinan una limpieza de
conducta y una honradez tales, que ni por soñación puede haberlas en la
Administración Provincial. Además, todos los jefes se tratan de usted. Confieso
que, a no ser por la honradez y el buen tono de mi oficina, hace ya mucho
tiempo que hubiera dejado el departamento ministerial.
Me puse el
viejo capote y cogí el paraguas, pues llovía a cántaros. En la calle no había
nadie. Sólo tropecé con mujeres de pueblo que se arropaban con los faldones de
sus abrigos, comerciantes que caminaban resguardándose de la lluvia bajo sus
paraguas, y cocheros. Gente bien no se veía por ningún sitio, a excepción de
nuestra modesta persona, que caminaba bajo la lluvia. En cuanto la vi en un
cruce, pensé en seguida: "¡Eh, amiguito! Tú no vas a la oficina. Tú estás
dispuesto a seguir a ésa que va delante de ti y cuyas piernas estás mirando.
¡Qué locuras son ésas! La verdad es que eres peor que un oficial. Basta con que
pase cualquier modistilla para que te dejes engatusar".
Precisamente
en el momento en que estaba pensando esto vi cómo una carroza se detenía ante
un almacén junto al que yo me encontraba. En seguida reconocí la carroza: era
la de nuestro director. Me supuse que debería de ser de su hija, pues él no
tenía por qué ir a estas horas a un almacén. El lacayo abrió la portezuela, y
la joven saltó del coche, como un pajarito. Echó unas miradas en torno suyo, y
al alzar sus ojos sentí que mi corazón quedaba herido... ¡Dios mío, estoy
perdido! ¡Estoy perdido irremediablemente!
Y ¿por qué
habrá salido ella con este mal tiempo? Después de esto nadie se atrevería a
decir que las mujeres no se vuelven locas por los trapos.
Ella no me
reconoció y yo procuré ocultarme y pasar inadvertido, pues llevaba un capote
muy manchado y cuyo corte, además, estaba pasado de moda. Ahora se llevan las
capas con cuellos muy largos, y el mío era muy corto; además, el paño de mi
capote distaba mucho de ser elegante. Su perrita no tuvo tiempo de entrar y se
quedó en la calle. Yo la conozco, se llama Medji. No había transcurrido ni un
minuto, cuando oí de repente una vocecilla que decía:
-¡Hola, Medji!
Vaya. ¿Quién
será el que habla? Miré y vi a dos señoras que caminaban debajo de un paraguas.
Una de ellas era ya anciana; la otra, muy jovencita. Pero ellas ya habían
pasado, y nuevamente volví a oír la misma voz a mi lado.
-¡Debería
darte vergüenza, Medji!
¡Qué diablos!
Vi que Medji estaba olfateando al perro que iba con las dos señoras.
"¡Vaya! ¿No estaré borracho? -pensé para mis adentros-. ¡Menos mal que
esto no me ocurre a menudo!"
-No, Fidele;
estás equivocado. Yo estuve... Hau, hau... Yo estuve muy enferma.
¡Vaya con la
perrita! Confieso que me quedé muy sorprendido al oírle hablar como una
persona; pero después de reflexionarlo bien, no hallé en ello nada extraño. En
efecto, en el mundo se dan muchos ejemplos de la misma índole. Cuentan que en
Inglaterra emergió un pez y dijo dos palabras en un idioma extraño, tan raro,
que desde hace dos o tres años los sabios hacen investigaciones acerca de él y
aún no han logrado clasificarlo. También leí en los periódicos que dos vacas
entraron en una tienda y pidieron medio kilo de té. Pero reconozco que me quedé
aún mucho más sorprendido al oírle decir a Medji:
-¡Es verdad
que te escribí, Fidele! Seguramente Polkan no te llevaría la carta.
Aunque me
juegue el sueldo, apostaría que nunca se ha dado el caso de un perro que
escriba. Sólo los nobles pueden escribir. Claro que también algunos
comerciantes, oficinistas y, a veces, hasta la gente del pueblo sabe escribir
un poco; pero lo hace de un modo mecánico, sin poner ni comas, ni puntos, y,
claro está, sin ningún estilo.
Esto me dejó
muy sorprendido. He de confesar que desde hace algún tiempo a veces oigo y veo
unas cosas que nadie vio ni oyó jamás.
"Voy a
seguir a esta perrita, y así me enteraré de quién es y de lo que piensa",
resolví para mí. Abrí el paraguas y me puse a seguir a las dos señoras.
Cruzamos la calle Gorojovaia y nos dirigimos a la calle Meschanskaia, y desde
allí a la de Stoliar, y, finalmente, llegamos al puente de Kokuchkin,
deteniéndonos ante una casa de grandes dimensiones. "Conozco esta casa
-pensé para mí-: es la de Zverkov. ¡Un verdadero hormiguero! Pues sí que viven
allí pocos cocineros y viajantes. En cuanto a los empleados, abundan como
chinches. Allí vive un amigo mío que toca muy bien la trompeta."
Las señoras
subieron al quinto piso. "Bueno -pensé- ahora me voy a ir, pero antes he
de fijarme bien en el sitio, para aprovecharlo en la primera ocasión que se me
presente."
4 de octubre
Hoy es
miércoles, y por eso estuve en el despacho de nuestro director. Vine a
propósito un poco antes. Me senté y me puse a sacar punta a todas las plumas.
Nuestro director debe de ser un hombre muy inteligente; tiene el despacho lleno
de armarios con libros. Leí los títulos de algunos libros, y todos son científicos;
así que ni por soñación son asequibles a nosotros, los empleados; además, todos
están o en francés o en alemán. Cuando se mira a nuestro director, sorprende a
uno por su aspecto imponente y por la seriedad que refleja toda su persona.
Todavía no he oído nunca que haya dicho una palabra de más. Sólo cuando se le
entregan los documentos suele preguntar:
-¿Qué tiempo
hace fuera?
-Hace mucha
humedad, excelencia.
La verdad es
que las personas, como nosotros, no se pueden comparar con él. Es lo que se dice
un verdadero hombre de Estado. He notado, sin embargo, que me tiene especial
cariño. ¡Ah, si su hija...! ¡No, eso es una canallada!... Me entretuve leyendo La Abeja. ¡Qué gente tan estúpida son
los franceses! ¿Qué es lo que pretenden? ¡De buena gana los hubiera cogido a
todos y les hubiera dado una buena paliza!
Allí también
leí la descripción de un baile hecha por un terrateniente de la provincia de
Kurck. Los terratenientes de Kurck suelen escribir muy bien. Después me di
cuenta de que eran ya las doce y media y que nuestro director aún no había
salido de su dormitorio. Pero a eso de la una y media tuvo lugar un
acontecimiento que ninguna pluma sería capaz de relatar. Se abrió la puerta, yo
me levanté de un salto con los papeles en la mano, pensando que sería el
director; pero cuál fue mi sorpresa cuando vi que era ella. ¡Jesús, cómo iba
vestida! Llevaba un traje blanco y vaporoso como un cisne. ¡Y qué vaporoso! Y
al alzar los ojos creí que me alcanzaban los rayos del sol. Me saludó y dijo
con una voz semejante a la de un canario:
-¿No ha venido
papá?
"Excelencia
-quise decirle-, ¿quiere usted castigarme? Pues si tal es su deseo, que lo haga
su excelencia con su propia manita." Pero ¡qué demonios! La lengua se me
trabó; así es que sólo pude decir:
-No, no
estuvo.
Ella me echó
una mirada y miró también los libros y... dejó caer su pañuelo. Yo me precipité
en seguida para recogerlo, pero resbalé sobre ese maldito entarimado y poco me
faltó para caerme; sin embargo, logré conservar el equilibrio y alcancé el
pañuelo. ¡Señor, qué pañuelo! Era de batista finísima.
Ella me dio
las gracias y sus labios esbozaron una sonrisa un tanto irónica; luego se fue.
Yo me quedé una hora hasta que el criado vino y me dijo:
-Márchese a
casa, Aksenti Ivanovich. El señor ya salió.
No puedo
soportar a los criados; siempre están tumbados en el vestíbulo, y ni por
casualidad saludan a uno. Y no sólo eso, sino que un día, a una de estas
bestias se le ocurrió ofrecerme un poco de tabaco sin levantarse de su sitio.
¡Como si no supiera el muy tonto que yo soy un funcionario de familia noble! No
obstante, cogí yo mismo mi sombrero y mi capote y me los puse, pues sería
inútil esperar ayuda de esa gente. Salí a la calle. Al llegar a casa me pasé un
buen rato tumbado en la cama. Después copié unos versos muy bonitos:
¡Mi almita! En tu ausencia, una hora,
un año completo parece pasado sin ti.
¡Odiosa es la vida, ya solo, señora!
Por eso yo pienso: "Si tú no vinieses, mejor es morir"
un año completo parece pasado sin ti.
¡Odiosa es la vida, ya solo, señora!
Por eso yo pienso: "Si tú no vinieses, mejor es morir"
Deben de ser
de Pushkin. Por la tarde, arropándome bien con mi capote, fui a casa de su
excelencia, en donde estuve esperando para ver si la veía salir al subir en
coche; pero ella no salió.
6 de noviembre
El jefe de
personal me ha puesto fuera de mí. Hoy, cuando llegué a la oficina, me hizo
llamar y me dijo lo siguiente:
-Pero dime:
¿qué es lo que estás haciendo?
-¡Cómo! Yo no
hago nada -le respondí.
-Bueno.
Reflexiona un poco. Ya has pasado de los cuarenta; me parece que es hora de que
te vuelvas un poco más inteligente. ¿Crees acaso que no estoy enterado de todas
tus andanzas? ¡Sé muy bien que andas detrás de la hija del director! Pero,
hombre, ¡mírate al espejo! ¡Piensa en lo que eres! ¡No eres más que un cero,
que es menos que nada! ¡Si no tienes ni un centavo! Pero ¡mírate..., mírate la
cara en el espejo! ¡Cómo puedes tú pensar en esas cosas!
¡Demonios!
¿Qué se habrá creído él? Si tiene cara de bola de billar con cuatro pelos en la
cabeza que se unta de pomada y lleva rizados que es una irrisión. Y se cree que
a él todo le está permitido. Ya comprendo por qué está furioso: es que me tiene
envidia. Seguramente habrá visto que soy objeto de sus marcadas preferencias.
¡Pero ya puede decir cuanto quiera, que me tiene sin cuidado! ¡Pues tampoco
tiene tanta importancia un consejero de la Corte! ¡Por llevar una cadena de oro
en su reloj y encargarse unas botas de 30 rublos se cree alguien! ¡Que se vaya
al diablo! ¿Acaso se cree que soy hijo de un plebeyo o de un sastre o de un
sargento? Soy noble. También yo puedo llegar a obtener el mismo cargo que él.
Sólo tengo cuarenta y dos años, que en realidad es la edad cuando precisamente
se empieza a trabajar. ¡Espera, amigo: también yo llegaré a ser coronel, y con
la ayuda de Dios quizás algo más! También yo gozaré de una reputación mejor que
la tuya. ¿Qué te crees, que en el mundo no hay hombre más formal que tú? Espera
un poco: cuando yo tenga un frac cortado a la moda y una corbata como la tuya,
entonces no me llegarás ni a la punta de los zapatos. Lo malo es que no
dispongo de medios.
8 de noviembre
Estuve en el
teatro. Ponían Filatka, el tonto ruso. Me reí mucho. Daban también un
vaudeville con unos cuplés muy graciosos sobre los jueces, particularmente uno
que se refería a un consejero de registro, y que era tan fuerte, que me extrañó
que le hubiera dejado pasar la censura. En cuanto a los comerciantes se decía
que abiertamente engañaban al pueblo, y que sus hijos armaban unas juergas
terribles y se esforzaban por llegar a ser nobles. También había un cuplé muy
gracioso sobre los periodistas y la pasión que tienen de criticarlo todo; de
modo que los autores de hoy en día escriben unas piezas muy entretenidas. A mí
me gusta mucho ir al teatro. En cuanto tengo algún dinero en el bolsillo no
puedo contenerme y voy. Pero entre nosotros los empleados hay muchos que no
van, aunque se les regale el billete. También cantó muy bien una artista. Me
acordé de aquello..., ¡bueno, es una canallada!...; así es que no digo nada...
9 de noviembre
A las ocho fui
a la oficina. El jefe de la sección hizo así como si no reparara en mí y en que
había llegado. Yo también hice como si entre nosotros nada hubiera ocurrido. Me
entretuve ojeando los anuncios y luego comparándolos. Salí a las cuatro y pasé
delante del piso del director, pero no vi a nadie. Después de comer estuve casi
todo el tiempo echado en la cama.
11 de noviembre
Hoy estuve en
el despacho de nuestro director y saqué punta a veinticuatro plumas de su
excelencia y a cuatro de su hija. A él le gusta y encanta que haya muchas
plumas. ¡Ah, qué cerebro el suyo! Siempre está callado, pero su cabeza debe de
estar siempre reflexionando. Me hubiera gustado saber en qué suele pensar y qué
es lo que encierra aquella cabeza. Me interesaría observar de cerca la vida de
estos señores, conocer todas las intimidades y las intrigas de la Corte, saber
cómo piensan y lo que suelen hacer entre ellos. Muchas veces pensé entablar
conversación con su excelencia, pero el caso es que mi lengua se niega a
obedecerme. Sólo consigue pronunciar: "Afuera hace frío o calor", y
de allí no pasa. Me hubiera gustado echar una mirada al salón cuya puerta a
veces está abierta, y también a las otras habitaciones. ¡Qué lujo y qué riqueza
hay allí! ¡Qué espejos y qué porcelanas! ¡Cuánto me alegraría echar una mirada
a aquella parte del piso donde se encuentra la hija de su excelencia! ¡Ah, esto
sí que me gustaría!... Estar allí en el tocador, donde hay todos esos tarritos
y cajitas, esas flores tan delicadas que da miedo tocarlas; ver su vestido, más
ligero que el aire, por allí tirado. Me encantaría ver su dormitorio... Debe de
ser un sueño, un verdadero paraíso de ésos que ni en el cielo existen. Si
pudiera ver el taburetito sobre el cual pone el pie al levantarse de la cama y
cómo se pone una media blanca como la nieve sobre aquella pierna... ¡Ay,
Señor!... No. Mejor es que me calle y no diga nada...
Sin embargo,
hoy parece ser que el cielo me ha iluminado, pues de repente me acordé de la
conversación que oí en el Nevski a los dos perros. "Está bien -pensé para
mis adentros- ahora lo averiguaré todo. Es preciso que intercepte la
correspondencia de estos dos perros, pues ella me procurará muchos datos."
He de confesar que una vez llamé a Medji y le dije:
-Escúchame,
Medji: ahora estamos solos; si quieres, hasta puedo cerrar la puerta para que
nadie nos vea. Anda, cuéntame todo lo que sepas sobre tu señorita: dime cómo
es, y yo te juro que no se lo diré a nadie.
Pero la muy
tuna encogió el rabo entre las patas y se escabulló silenciosamente por la
puerta como si no hubiera oído nada. Sospeché desde hace tiempo que los perros
son mucho más inteligentes que las personas, y que incluso pueden hablar; sólo
que son bastante tercos. El perro es un verdadero político: todo lo nota, no se
le escapa ni un paso del hombre. Mañana sin falta he de ir a casa de Zverkov.
Interrogaré a Fidele, y si puedo, le cogeré todas las cartas que le escribe Medji.
12 de noviembre
Al día
siguiente salí a las dos, con la firme intención de ver a Fidele y de
interrogarla. El olor a repollo que sale de todas las tiendas de la calle
Meschanskaia me pone enfermo, y además, las alcantarillas de las casas tienen
un olor tal, que no tuve más remedio que taparme la nariz con el pañuelo y
echar a correr. Aquí es imposible pasear, pues toda esa gente que trabaja en
oficios llena la calle de humo y hollín.
Al tocar la
campanilla, vino a abrirme una joven bastante mona, con la cara salpicada de
pecas; era la misma que acompañaba a la anciana. Se ruborizó un poco al verme,
y yo comprendí en seguida que ansiaba tener novio.
-¿Qué desea?
-me preguntó.
-Necesito
hablar con su perrita -le respondí. La joven era tonta y yo lo noté en seguida.
Mientras tanto, la perrita se precipitó ladrando; yo quise cogerla, pero la muy
bribona por poco me muerde la nariz. Pero yo ya había visto su nido o camita, y
era justamente lo que buscaba. Me acerqué a él y revolví la paja que había en
un cajón; con sumo placer vi un paquete con pequeños papelitos. Esa maldita, al
ver lo que hacía, me mordió primero en la pantorrilla, y después, al darse
cuenta de que yo cogía los papeles, empezó a ladrar con ademán de acariciarme;
pero yo le dije: "No, guapa; no hay nada que hacer". Me parece que la
joven debió de tomarme por un loco, pues se asustó terriblemente. Al llegar a
casa quise ponerme en seguida a descifrar esos papeles, porque no veo muy bien
a la luz de las velas. Pero a Marva se le ocurrió fregar el suelo. Estas
estúpidas finlandesas siempre son de lo más inoportunas. Así es que no me quedó
otro remedio que el de ponerme a pasear reflexionando sobre lo ocurrido. Ahora,
por fin, iba a enterarme de todo; las cartas me lo revelarían todo. Los perros
son muy inteligentes y no ignoran todas las relaciones íntimas; por eso
seguramente en ellas hallaré la descripción del marido y de sus asuntos. De
seguro que encontraré allí algo referente a ella... ¡No, más vale callarse! Al
atardecer llegué a casa y estuve la mayor parte del tiempo acostado en la cama.
13 de noviembre
Bueno; vamos a
ver. La carta parece bastante clara; sin embargo, la letra pone en evidencia al
perro.
Leamos:
"Querida
Fidele: Aún no puedo acostumbrarme a un nombre tan mezquino como el tuyo. ¡Como
si no hubieran podido ponerte otro mejor! Fidele, Rosa, todos esos nombres son
de un cursi subido. Pero dejemos esto a un lado. Estoy muy contento de que se
nos haya ocurrido entrar en correspondencia..."
La carta
estaba redactada muy correctamente en cuanto a la puntuación y ortografía. Ni
nuestro jefe de sección sería capaz de hacer otro tanto, aunque asegura haber
estado estudiando en una universidad. Veamos más adelante:
"Me
parece que uno de los mayores placeres en el mundo está en cambiar
pensamientos, impresiones y sentimientos con los demás..."
¡Bueno! Éste
es un pensamiento cogido de una obra traducida del alemán y cuyo título no
recuerdo ahora.
"Lo digo
por experiencia, aunque no haya corrido mucho mundo, pues no he pasado la verja
de nuestra casa. Pero ¿acaso mi vida no transcurre felizmente? Mi señorita
Sofía, así la llama papá, me quiere con locura..."
¡No está mal!
¡No está mal! ¡Pero callémonos!...
"Papá
también me acaricia a menudo. Además me dan café con nata. ¡Ah, ma chère! He de decirte que no
encuentro nada en los grandes huesos, bien pelados, que come Polkan en la
cocina. Los huesos sólo son buenos cuando provienen de alguna cacería y a
condición de que no hayan chupado ya el tuétano. También está muy bien mezclar
algunas salsas, pero sin verduras ni especias. Pero no hay cosa peor que esa
costumbre que tiene la gente de dar a los perros migas de pan hechas bolitas.
Siempre, durante las comidas, algún señor empieza a triturar las migas de pan
con sus manos, que Dios sabe qué porquerías habrán tocado antes, y te llama
después para meterte entre los dientes esa dichosa bolita. Rechazarlo
resultaría descortés; así es que no tienes más remedio que comértela a pesar
del asco que te infunde..."
¡Voto a mil
diablos, qué tontería! ¡Como si no hubiera nada mejor sobre qué escribir!
Veamos si en la otra carilla hay algo más interesante.
"Me place
mucho informarte de todo cuanto ocurre en nuestra casa. Creo que ya te hablé
del señor más importante de la casa, al cual Sofía llama papá. Es un hombre muy
raro..."
¡Ah, por fin!
Ya sabía yo que los perros tienen opiniones políticas sobre todas las cosas.
Veamos lo que dice sobre papá...
"...Un
hombre muy raro. Permanece la mayoría del tiempo callado. Rara vez habla; pero
la semana pasada hablaba sin cesar consigo mismo. No hacía más que preguntarse:
'¿Lo recibiré o no?' Cogía un papel en una mano, mientras la otra permanecía
vacía, y volvía a repetir: '¿Lo recibiré o no?' Una vez hasta se dirigió a mí
con la siguiente pregunta: 'Tú qué crees, Medji, ¿lo recibiré o no?' Yo no pude
comprender lo que quería decirme con eso; sólo olfateé su zapato y me fui. Una
semana después, ma chère,
papá estaba loco de alegría. Toda la mañana recibió visitas de unos señores
vestidos de uniforme que lo felicitaron por algo. Durante la comida estuvo tan
alegre como nunca le viera; no paraba de contar chistes. Después de comer, me
levantó en sus brazos y me acercó a su cuello, diciéndome: '¡Mira, Medji, lo
que llevo!' Yo vi sólo una cinta, la olfateé, pero no hallé en ella ni el menor
aroma; finalmente, la lamí con cuidado, estaba algo salada."
¡Bueno! Me
parece que este perro es un poco demasiado atrevido. Haría falta darle una buena
paliza. ¡Así, pues, nuestro hombre es ambicioso! Habrá que tenerlo en cuenta.
"Adiós, ma chère. Me marcho corriendo...
Mañana acabaré la carta.
"¡Hola,
otra vez estoy contigo! Hoy, con Sofía, mi señorita..."
¡Ah, veamos lo
que pasa con Sofía! ¡Es una canallada! Bueno, no importa, no importa; vamos a
continuar...
"...Sofía,
mi señorita, estuvo todo el día sumamente agitada. Se preparaba a asistir a un
baile, y yo me alegré, pues aprovecharía su ausencia para escribirte. Mi Sofía
está siempre muy contenta cuando va a un baile, aunque mientras se arregla
siempre está enfadada. No logro comprender, ma chère, el placer que encuentra la gente yendo a un baile.
Sofía vuelve a casa a las seis de la mañana. Y siempre veo, por su aspecto
cansado y su cara pálida, que a la pobrecilla no le han dado de comer. Confieso
que jamás podría vivir de este modo. Si no me dieran perdices con salsa o alas
de pollo fritas, no sé lo que sería de mí. También es muy bueno un poco de
salsa con kacha. Pero las zanahorias, las alcachofas y los nabos nunca serán
buenos..."
Tiene un
estilo irregular. En seguida se ve que esta carta no ha sido escrita por una
persona. Empieza bien, pero acaba de cualquier forma. Veamos otra carta; parece
demasiado larga; además, no lleva ni fecha.
"¡Ay,
querida mía! Cómo siente una la proximidad de la primavera. Mi corazón palpita
como si aguardara algo. Me zumban los oídos. Así es que a menudo tengo que
levantar la pata y me apoyo y acerco a una puerta para escuchar. He de decirte
que tengo muchos admiradores. A menudo los contemplo sentada en la ventana.
¡Ay, si supieras qué feos son algunos! Uno de ellos es de lo más vulgar, es un
perro callejero de lo más estúpido y creído; camina por la calle dándose aires
de importancia. Y cree que todos han de mirarle. Pero ¡qué va, yo ni siquiera
me he fijado en él! También un dogo, de aspecto terrible, suele pararse ante mi
ventana. Si se levantara sobre las patas traseras, lo que de seguro el muy
tonto no sabrá hacer, le llevaría la cabeza al papá de Sofía, no obstante ser
éste un hombre bastante alto y corpulento. Debe de ser de lo más insolente. Yo
gruñí un poco en dirección suya; pero él, como si nada. Podría haberme hecho un
guiño, pero es un bruto, no tiene modales. Se está mirando mi ventana, con sus
orejas largas y su lengua al aire. ¿Y crees acaso que mi corazón permanece
insensible a todas estas ofertas? No, te equivocas, ma chère... ¡Si hubieras visto a uno
de mis admiradores, llamado Trésor, cuando salta la verja de la casa vecina!...
¡Ay ma chère, qué carita
tiene!"
¡Bah! ¡Qué
asco! ¡Qué demonios! ¿Cómo es posible llenar las páginas con semejantes
tonterías? Ya no quiero saber nada de perros; quiero a una persona. Sí, eso es,
una persona para que pueda enriquecer el caudal de mi alma..., y en vez de ello,
¡qué es lo que encuentro! ¡Tonterías, sólo tonterías! Demos la vuelta a la
página, a ver si hay algo mejor.
"Sofía
estaba sentada junto a una mesita cosiendo; yo miraba por la ventana a los
paseantes, pues me gusta mucho observarlos, cuando entró el lacayo y anunció:
"-El
señor Teplov.
"-Que
pase -exclamó Sofía, y se abalanzó sobre mí para besarme-. ¡Ay, Medji! ¡Si
supieras quién es! Es un gentilhombre de la Cámara, moreno, con ojos negros y
brillantes como el fuego.
"Sofía se
marchó corriendo a su habitación. Un minuto después entraba el joven
gentilhombre de la Cámara, que gastaba patillas. Se acercó al espejo y se atusó
el cabello, luego inspeccionó la habitación. Yo dejé oír un gruñido y me senté
en mi sitio. Sofía no tardó en venir y respondió alegremente a su saludo, y yo,
como si no reparase en nada, continuaba mirando por la ventana, no obstante
haber inclinado la cabeza en dirección a ellos para oír lo que decían. ¡Ay ma chère! ¡De qué tonterías hablaban!
Hablaban de una señora que durante el baile se equivocó e hizo una figura en
vez de otra; de un tal Bobov, que llevaba charretera y se parecía mucho a una
cigüeña, y que por poco se cae. También contaron que una tal Lidina se
imaginaba tener los ojos azules, cuando en realidad los tenía verdes, y otras
tonterías por el estilo. '¡Qué diferencia tan grande hay entre el gentilhombre
y Trésor!', pensé para mí. Ante todo, el gentilhombre tiene una cara ancha y
completamente plana, con unas patillas alrededor, como si se las hubiera atado
con un pañuelo negro. Trésor, sin embargo, tiene una carita fina y en la frente
una pequeña calva blanca. ¡En cuanto al talle de Trésor, ni se le puede
comparar con el de Teplov! ¡Y no hablemos ya de los ojos y de los modales!
¡Jesús, qué diferencia! ¡No sé, ma
chère, lo que ha podido encontrar en su Teplov y por qué se muestra tan
entusiasmada!..."
A mí también
me parece eso un poco extraño. No puede ser que Teplov la haya seducido hasta
tal punto. Veamos más adelante.
"Me
parece que, si le gusta este gentilhombre, le ha de gustar también ese
funcionario que está en el despacho de papá. ¡Ay ma chère, si vieras qué feo es! Se parece a una tortuga vestida
con un saco...
"¿Quién
será este funcionario?... Tiene un apellido rarísimo. Siempre está sentado
sacando punta a las plumas. Su pelo es como el heno y papá lo manda siempre en
lugar del criado..."
Me parece que
esta perra maldita hace alusiones sobre mí. ¡Pero qué voy a tener yo el pelo
como el heno!
"Sofía no
puede menos que reírse cada vez que lo ve..."
¡Mientes,
perra maldita! ¡Se habrá visto qué lengua de víbora! ¡Como si yo no supiera que
todo ello es pura envidia! Acaso se figura que ignoro que son cosas del jefe de
sección. Ya sé que me tiene un odio feroz y que hace cuanto está en sus manos
para fastidiarme. Pero voy a mirar otra carta. Puede que encuentre allí la
clave de todo.
"Mi
querida Fidele, perdóname por no haberte escrito en tanto tiempo, pero es que
estaba completamente hechizada. Ha dicho un escritor que el amor es una segunda
vida, y esto es muy exacto. Además, en casa han sucedido grandes cambios. El
gentilhombre viene ahora todos los días, y Sofía está perdidamente enamorada de
él. Papá está muy contento. Hasta le oí decir a Gregorio, que es el que nos barre
el suelo y que casi siempre habla consigo mismo solo, que pronto habrá boda,
porque papá quiere casar a Sofía, o con un general, o con un gentilhombre de
Cámara, o con un coronel..."
¡Qué diablos!
No puedo seguir leyendo... Todo lo mejor ha de ser siempre, o para un
gentilhombre de Cámara o para un general. ¡Parece que has encontrado un pobre
tesoro y crees que podrás conseguirlo, pero te lo arrebata un general o un
gentilhombre de Cámara! ¡Qué demonios! Quisiera ser general, no para obtener su
mano y las demás cosas, sino para ver con qué consideración iban a tratarme y
cuántos miramientos me dedicarían. Después podría decirles en pleno rostro que
me importaban un bledo.
¡Demonios, qué
pena! Rompí en mil pedazos las cartas de la estúpida perra.
3 de noviembre
No puede ser.
Es mentira. ¡La boda no se efectuará! ¡Qué más da que sea un gentilhombre de
Cámara! Esto no es más que un cargo de dignidad, no es ninguna cosa visible que
se pueda coger con las manos. Por ser él un gentilhombre de Cámara no le va a
salir otro ojo en la frente ni va a tener una nariz de oro, sino que la tiene
igual que yo y que todos los demás mortales; pero no come ni tose con ella,
sino que huele y estornuda como todos. Ya en diversas ocasiones quise averiguar
de dónde provenían semejantes diferencias. ¿Por qué he de ser yo un consejero
titular y con qué motivo? Puede que yo sea algún conde o algún general, y que
sólo así paso por un consejero titular. Quizás ignore yo mismo quién soy.
¡Cuántos ejemplos hay en la historia! Se ha dado el caso de que un sencillo
villano, no digamos ya un noble, o un vulgar campesino de repente descubre que
es todo un personaje e incluso, a veces, un rey. ¡Y si un sencillo mujik llega
a estas alturas, qué será entonces de un noble! Si, por ejemplo, de repente
entrase yo vestido con el uniforme de general, llevando una charretera en el
hombro derecho y otra en el izquierdo, y con una cinta azul en el pecho, ¿qué
pasaría entonces? ¿Qué diría mi hermosa ninfa? ¿Se opondría su papá, nuestro
director? ¡Oh! Él es muy vanidoso. Es un masón, no cabe duda de que es masón,
aunque aparente ser tan pronto una cosa como otra. Pero yo en seguida me di
cuenta de que era masón, y si le tiende la mano a uno, sólo le da los dos
dedos. ¿Acaso no puedo ser nombrado ahora mismo general, gobernador o
intendente, o recibir cualquier cargo importante? ¿Me gustaría saber por qué
soy consejero titular? ¿Sí, por qué he de ser precisamente consejero titular?
5 de diciembre
Hoy estuve
toda la mañana leyendo periódicos. ¡Qué cosas tan raras suceden en España!
¡Hasta me fue imposible comprenderlo del todo! Se dice que el trono se halla
vacante y que los altos dignatarios están en una situación muy difícil respecto
a la elección del heredero, y que de allí proviene la indignación general. Esto
me parece sumamente extraño. ¿Cómo puede estar el trono vacante? Dicen también
que cierta doña ha de subir al trono. Pero una doña no puede subir al trono,
eso es imposible, pues el trono debe ser ocupado por un rey. Pero dicen que no
hay rey, mas es inadmisible que no haya un rey. Un Estado no puede estar sin un
rey. Este debe de existir, pero seguramente está de incógnito. A lo mejor, se
encuentra allí mismo; pero por razones de índole familiar o por temor a las
potencias vecinas, como Francia y los demás países, se ve obligado a
esconderse. También puede ser por otros motivos.
8 de diciembre
Ya estaba
dispuesto a ir a la oficina, pero me detuvieron diferentes motivos y en
particular mis reflexiones. No puedo dejar de pensar en los asuntos de España.
¿Cómo puede ser que una doña sea reina? No lo permitirían. Inglaterra, sobre
todo, no lo permitiría, y, además, los asuntos políticos de toda Europa.
También se opondrán a ello el emperador de Austria y nuestro zar... Confieso
que estos acontecimientos obraron con tanta fuerza sobre mí, que fui incapaz de
hacer nada durante todo el día. Marva me hizo observar que durante la comida
estuve muy agitado. En efecto, al parecer, dejé caer dos platos al suelo, que
se hicieron añicos; tan distraído me hallaba. Después de comer, salí; pero no
pude sacar nada en limpio. Después, estuve la mayor parte del tiempo tumbado en
la cama, reflexionando sobre los asuntos de España.
Año 2000, 43 de abril
¡Hoy es un
gran día! ¡En España hay un rey! ¡Por fin ha sido encontrado! Y este rey soy
yo. Reconozco que al parecer me ha iluminado un rayo. No comprendo cómo pude
pensar e imaginarme que era un consejero titular. ¿Cómo pudo ocurrírseme una
idea tan loca? Menos mal que entonces no se le antojó a nadie meterme en una casa
de locos. Ahora me ha sido revelado todo, ahora lo veo todo con claridad. Antes
no comprendía, antes diríase que todo lo que veía estaba sumido en la niebla.
Todo esto sucede, creo yo, porque la gente se imagina que el cerebro de una
persona está en su cabeza; pero no es así, es el viento quien lo trae del mar
Caspio. Primero declaré a Marva quién era yo. Al enterarse de que se hallaba
ante el rey de España, alzó los brazos al cielo y por poco se muere del susto.
Ella es tonta y jamás habrá visto al rey de España. Sin embargo, procuré
calmarla y le aseguré con palabras indulgentes que estaba lleno de benevolencia
para con ella y que no le guardaba rencor por haberme limpiado mal los zapatos
algunas veces. Hace falta tener en cuenta que la pobre forma parte del pueblo y
que no se le puede hablar de temas elevados. Se asustó porque está convencida
de que todos los reyes de España son como Felipe II. Pero yo le expliqué que
entre Felipe II y yo no había el menor parecido, y que yo no tenía capuchinos.
No fui a la oficina. ¡Que se vaya al diablo! ¡No, ya no me cogerán más, amigos!
¡Se acabó, ya no copiaré más sus odiosos documentos!
86 de martubre. Entre el día y la noche.
Hoy vino a
verme el ejecutor con el propósito de que fuera a la oficina, pues hacía más de
tres semanas que no aparecía por allí. Yo fui a la oficina por pura broma. El
jefe de sección pensaba seguramente que yo iba a saludarlo y pedirle excusas;
pero yo sólo le eché una mirada indiferente, que no era ni demasiado colérica
ni demasiado familiar o benévola. Miré a todos esos bribones que estaban en la
cancillería, y pensé: "¿Qué pasaría si supieran quién está entre
ustedes?..." ¡Dios mío! ¡Qué jaleo se armaría! El jefe de la sección en
persona vendría a saludarme, haciéndome un profundo saludo, igual que hace
ahora con nuestro director. Pusieron delante de mí unos documentos para que
hiciera un resumen de ellos. Pero yo ni siquiera moví un dedo. Unos cuantos
minutos después todos se hallaban sumamente agitados; al parecer, iba a venir
el director. Muchos empleados se precipitarían a su encuentro. Pero yo no me
moví de mi sitio. Cuando el director pasó por nuestra sección, todos se
abrocharon el frac; mas yo no hice nada. ¡Venía el director! Bueno, ¿y qué?
¡Jamás iba a levantarme delante de él! ¡Qué era un director! (¡Era un corcho y
no un director! Un corcho de lo más corriente y nada más.) Uno de esos corchos
con los que se tapan las botellas. Lo que más me hizo gracia fue cuando me
trajeron un documento para que lo firmase. Ellos se figuraban que iba a firmar
humildemente en el bajo de la página, pero yo escribí en el sitio principal,
allí donde firma el director, Fernando VIII. Hacía falta ver qué silencio tan
religioso reinó en la sala. Yo sólo hice un ademán con la mano y dije: "No
son necesarios juramentos de fidelidad". Después de lo cual salí. Me fui
directamente al piso del director, que no estaba en casa. El criado no quería
dejarme pasar; pero yo le dije unas cuantas palabras, y su efecto fue tal, que
se quedó helado con los brazos caídos. Me dirigí sin cavilar al gabinete. La
hallé sentada ante el espejo. Al entrar yo, dio un salto atrás. Yo, sin
embargo, no le dije que era el rey de España; sólo le declaré que le esperaba
una felicidad tal, que ni siquiera podía imaginársela, y que, a pesar de todas
las intrigas de nuestros enemigos, estaríamos juntos. No quise decirle más, y
salí. ¡Oh, qué ser más pérfido es la mujer! Sólo ahora he comprendido lo que
son las mujeres. Hasta ahora nadie sabía de quién estaba enamorada la mujer. Yo
fui el primero en descubrirlo. La mujer está enamorada del demonio. Sí, y esto
no es ninguna broma. Los fisiólogos escriben tonterías acerca de ella; pero
ella sólo ama al demonio. Mire, desde el palco pasea sus gemelos. ¿Cree usted
que mira a ese señor gordo con una condecoración? Nada de eso, mira al demonio
que tiene detrás de su espalda. ¡Mírele, se ha escondido en la condecoración!
¡Mire ahora cómo le hace señas con el dedo! Y ella se casará con él.
Sí, se casará.
Y todos esos funcionarios padres de familia, todos esos que se insinúan en
todos los sitios procurando introducirse en la Corte, y dicen que son patriotas
y esto y aquello, todos esos patriotas no aspiran más que a conseguir
arrendamientos. Serían, por dinero, capaces de vender a su madre, a su padre e
incluso a Dios.
Todo esto no
es más que vanidad, y eso se explica, porque debajo de la lengua hay una
pequeña ampolla, y dentro de ella, un gusanillo del tamaño de un alfiler, y
todo esto lo hace cierto barbero que vive en la calle Gorojovaia. No me acuerdo
cómo se llama; pero todo el mundo sabe que quiere predicar el mahometismo por
el mundo entero, junto con una comadrona. Por eso dicen que en Francia la
mayoría de las personas se convierten al mahometismo.
Cierta fecha. Un día sin fecha
Me paseé de incógnito
por el Nevski. Pasó el coche del zar, y toda la gente se quitó el sombrero; yo
también lo hice y me comporté como si no fuera rey de España. Encontré poco
adecuado descubrir mi personalidad, así, delante de todos. Ante todo, he de
presentarme en la Corte. Lo único que me retiene hasta ahora es que no tengo
ningún traje de rey. Si por lo menos pudiera conseguir algún manto... Pensé
encargárselo al sastre; pero esta gente es tan burra, y, además, no cuidan de
su trabajo desde que se han dedicado a los asuntos, y se están la mayoría del
tiempo en la calle. Decidí hacer el manto de mi nuevo uniforme de gala, que
sólo me puse dos veces; pero temiendo que estos granujas fueran a
estropeármelo, resolví hacerlo yo mismo. Cerré la puerta de mi cuarto para que
nadie me viera, y emprendí la labor. Lo desarmé todo con ayuda de las tijeras,
pues su corte ha de ser totalmente distinto.
No recuerdo la fecha ni el mes. El diablo sabrá qué mes era.
El manto ya
está acabado. Marva dio un grito cuando me lo vio puesto. Sin embargo, no me
atrevo aún a presentarme en la Corte. Hasta ahora no ha llegado la diputación
de España. Y sin la diputación resultaría incorrecto. Rebajaría con ello mi
dignidad. La estoy esperando a cada momento.
Día 1º
Me extraña que
los diputados tarden tanto. ¿Qué motivos pudieron retenerlos? ¿Acaso Francia?
Sí, es el reino más desfavorable a todo. Fui a Correos para informarme de si
habían llegado los diputados españoles. Pero el empleado de allí es
completamente estúpido y no sabe nada. Sólo me dijo: "No; aquí no hay
ningún diputado español; pero si quiere mandar una carta, puede hacerlo y
nosotros la certificaremos según la tarifa indicada". ¡Voto a mil diablos!
¡Quién habla de cartas! Eso son tonterías. Las cartas sólo las escriben los
farmacéuticos...
Madrid, 30 de febrero
Y heme aquí en
España. Esto ha sucedido con tanta rapidez, que apenas si puedo volver de mi
asombro. Esta mañana se presentaron en casa los diputados españoles, y yo me
fui con ellos en una carroza. Me extrañó la extraordinaria rapidez del viaje,
íbamos con tanta velocidad, que en menos de media hora llegamos a la frontera
de España. Claro está que ahora en toda Europa los caminos de hierro colado son
muy buenos y el servicio de barcos está muy organizado. ¡Qué país tan extraño
es España! Al entrar en la primera habitación, vi a muchas personas con el pelo
cortado al rape, y en seguida me figuré que debían de ser dominicos o
capuchinos, pues tienen el hábito de afeitarse la cabeza. El comportamiento del
canciller de Estado conmigo me pareció de lo más extraño: me llevó de la mano y
me condujo a un cuarto, a cuyo interior me empujó, diciéndome:
-Quédate aquí.
Y si persistes en pasar por el rey Fernando, ya te quitaré yo las ganas de
seguir haciéndolo.
Pero yo sabía
que esto no era más que una prueba, y protesté enérgicamente, lo que me valió
por parte del canciller dos golpes en la espalda. Fueron tan dolorosos, que me
faltó poco para gritar; pero me contuve al pensar que esto era sólo una
costumbre caballeresca que siempre tenía lugar en los grandes acontecimientos,
ya que en España se conservaban aún las tradiciones caballerescas. Al quedarme
solo decidí ocuparme de los asuntos de Estado. Descubrí que la China y España
eran el mismo país, y que sólo por ignorancia se consideran como estados
diferentes. Aconsejo a todo el mundo que escriba en un papel la palabra España,
y verá como sale China.
Pero me está
disgustando sumamente un acontecimiento que tendrá lugar mañana. Mañana, a las
siete, se producirá un fenómeno terrible. La Tierra va a sentarse sobre la Luna.
Acerca de esto ha escrito el célebre químico inglés Wellington. Confieso que
sentí cómo mi corazón empezaba a latir de inquietud al pensar en la delicadeza
y falta de resistencia de la Luna. Todos sabemos que la Luna se fabrica
generalmente en Hamburgo, y, además, muy mal. Me sorprende cómo Inglaterra no
presta atención a ello. La fabrica un tonelero cojo, y es evidente que el muy
tonto no tiene el menor conocimiento de la Luna. Ha puesto una cuerda de
alquitrán y el resto es de aceite de madera, y por eso huele tan mal por toda
la Tierra, de tal forma que tiene uno que taparse las narices. Pero la Luna es
un globo tan delicado, que es imposible que la gente viva allí, y ahora sólo
viven las narices. Ésta es la razón por la cual no podemos ver nuestras narices,
ya que todas están en la Luna. Al pensar que la Tierra, materia pesada y
potente, iba a sentarse sobre la Luna, y al imaginarme el tormento que
sufrirían nuestras narices, se apoderó de mí una inquietud tal, que me puse los
calcetines y me calcé en el acto para correr a la sala del Consejo de Estado y
dar órdenes, con el fin de que la policía no permitiese a la Tierra sentarse
sobre la Luna. Los numerosos capuchinos que hallé en la sala del Consejo de
Estado eran personas muy inteligentes, y cuando les dije: "Caballeros,
salvemos a la Luna, porque la Tierra quiere sentarse encima de ella",
todos en el acto se precipitaron para cumplir mi real deseo. Algunos treparon
por las paredes con el fin de alcanzar la Luna; pero en aquel momento entró el
gran canciller. Al verle, todos echaron a correr y yo, como rey, me quedé solo.
Pero, con gran sorpresa por mi parte, me golpeó con un palo y me echó a mi
cuarto. Tal es el poder de las costumbres populares y tradicionales en España.
Enero del
mismo año, que tuvo lugar después de febrero
Hasta ahora no
puedo comprender qué país tan raro es España. Las costumbres populares y el
ceremonial de la Corte son completamente extraordinarios. No comprendo,
decididamente no comprendo nada. Hoy me han afeitado la cabeza, a pesar de que
grité como un condenado, diciendo que no quería ser un monje. Pero ya soy
incapaz de recordar lo que me pasó cuando empezaron a verterme agua fría sobre
la cabeza. ¡Jamás experimenté un infierno semejante! Estaba a punto de volverme
rabioso, y apenas pudieron retenerme. No comprendo el significado de esta
extraña costumbre. ¡Es una costumbre estúpida, absurda! Me niego a comprender
la insensatez de los reyes, que hasta ahora no han sabido deshacerse de estas
costumbres. A juzgar por todo, me figuro que habré caído en manos de la
Inquisición, y seguramente aquel a quien tomé por el canciller no es más que el
gran inquisidor. Pero lo único que aún no logro comprender es cómo un rey puede
someterse a la Inquisición. Claro que de esto pueden tener la culpa Francia y
Polignac. ¡Ah, este Polignac! ¡Qué bestia! ¡Juró oponerse a mí hasta la muerte!
Y por eso me persiguen todo el tiempo; pero ya sé, amigo mío, que obras bajo la
presión de Inglaterra. Los ingleses son unos grandes políticos que siempre se insinúan
en todos los sitios. Y sabe el mundo entero que cuando Inglaterra aspira rapé,
Francia estornuda.
Día 25
Hoy el gran
inquisidor vino a mi habitación. Pero yo, en cuanto oí sus pasos desde lejos,
me escondí debajo de la silla. Él, al ver que no estaba empezó a llamarme. Al
principio gritó:
-¡Poprischew!
Yo permanecí
callado.
Después dijo:
-¡Aksanti
Ivanovich, consejero titular, noble!
Pero yo
permanecía callado.
-¡Fernando
VIII, rey de España!
Yo quise sacar
la cabeza, pero pensé: "No, amigo, ya no me engañas. Otra vez me vas a
echar agua fría sobre la cabeza". Pero debió de verme, y me hizo salir con
su palo de debajo de la silla. ¡Qué daño hace ese maldito palo! Sin embargo,
fui recompensado de todo con el hallazgo que hice hoy. Descubrí que cada gallo
tiene una España y que la lleva debajo de las plumas. Pero el gran inquisidor
se fue muy enfadado, amenazándome con terribles castigos. Yo no hice caso de su
ira impotente, ya que obra sólo como una máquina, como un instrumento en mano
de los ingleses.
Día 34 de febrero de 343
¡No, ya no
tengo fuerzas para aguantar más! ¡Dios mío!, ¿qué es lo que están haciendo
conmigo? Me echan agua sobre la cabeza. No me hacen caso, no me miran ni me
escuchan. ¿Qué les he hecho yo, Señor? ¿Por qué me atormentan? ¿Qué es lo que
esperan de mí? ¡Ay, infeliz de mí! ¿Qué les puedo dar yo? Yo no tengo nada. No
tengo fuerzas, no puedo aguantar más todos los martirios que me hacen. Tengo la
cabeza ardiendo, y todo da vueltas en torno mío. ¡Sálvenme, llévenme de aquí!
¡Que me den una troika con caballos veloces! ¡Siéntate, cochero, para llevarme
lejos de este mundo! ¡Más lejos, más lejos, para que no se vea nada!... ¡Cómo
ondea el cielo delante de mí! A lo lejos centelleaba una estrella, el bosque de
árboles sombríos desfila ante mis ojos, y por encima de él asoma la luna nueva.
Bajo mis pies se extiende una niebla azul oscura; oigo una cuerda que sueña en
la niebla; de un lado está el mar, y del otro, Italia; allí, a lo lejos, se ven
las chozas rusas. ¿Quizá sea mi casa la que se vislumbra allá a lo lejos? ¿Es
mi madre la que está sentada a la ventana? ¡Madrecita, salva a tu pobre hijo!
¡Vierte unas cuantas lágrimas sobre su cabeza enferma! ¡Mira cómo lo
martirizan! ¡Ampara en tu pecho a tu pobre huérfano! En el mundo no hay sitio
para él. ¡Lo persiguen! ¡Madrecita, ten piedad de tu niño enfermo!... ¡Ah!
¿Sabe usted que el bey de Argel tiene una verruga debajo de la nariz?
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