Poeta Arturo Circuera
PRIMERA INSTANCIA FOTOGRÁFICA DE LA FAMILIA
En fila india.
Ahí está mi madre en la foto con su escalera de hijos como una hermana más.
Esbelta, esdulce, esbella.
Una leve sonrisa la muestra satisfecha y orgullosa de poblar de buenos hijos el planeta.
Somos siete en hilera y nadie hubiera dudado en apostar que seríamos nueve. Ahí está
mi madre, doña Ana María Osores Amoretti, con su traje sastre marrón jaspeado,
dispuesta a desafiar los sinsabores de la crianza en un pueblo de la sierra del Perú,
a dos mil seiscientos metros de altura y de bajos salarios.
De calles empedradas como la vida.
De acequias veloces por donde se escabulle peatona la lluvia.
Con su iglesia y su plaza de toros (toros bravos, los expedientes que libraba mi padre
en su despacho de Juez de Primera Instancia).
Pueblo donde la gente se endulza con huiros y yacones y se arrulla en las fiestas
con las oraciones del patrón San Mateo, santo que fue expulsado de una iglesia de Lima
por haber dejado de hacer Milagros. Los fieles en su cofradía por deberle al santo
carecen de indulgencias.
En la foto aparecemos siete hermanos: María Caridad Corcuera Osores (Maruja),
Oscar Daniel, Ana Teresa (la Ñata), Zoila Elisa (la chula), Carlos Fernando
(el Coco), Nelly Rosinda y yo, Daniel Arturo (el Chisco) sosteniendo una rosa
blanca en la mano, señal de buen augurio. La rosa después se haría Rosi,
una dama castellana que conocería con el tiempo a orillas del Tormes.
Al pequeñín que fui le duró poco el reinado: vendrían casi enseguida, con su pan
bajo el brazo, Ana María y Consuelo Esperanza, el conchito de la familia. Será
consuelo y esperanza en mi vejez, diría mi padre.
Los padres ya no están.
Papá, a quien ya superé en edad, murió de insuficiencia renal, invadido por la urea.
Mamá, de un tumor al páncreas, amarila como bañada el oro.
Y la historia de cada uno de nosotros es muy simple, con hijos y nietos, adeudos y
retribuciones, como la de cualquier familia provinciana, honrada y decente,
respirando sin remedio el humo capital.
PIRÁMIDES DE SAL
Una aleación
inédita tomó cuerpo,
Te reventó la
sombra y se hizo luz
Por adentro de
ti.
Parecía que
mutabas o morías,
Nadie se habría
atrevido a decirlo:
Eras una hembra
convertida en cristal.
Quise leer mis
correos electrónicos,
Descargué
antiguos textos adjuntos,
Viví la
pornografía en esa pantalla
Desplegada por tu
cuerpo.
La navegación me
llevó a la saliva,
Respiré ciclones
que eran jadeos,
Quise programar
un tiempo en tránsito.
Mi cuerpo
iluminado se sentía a la deriva,
Lo estremecieron
tus vendavales.
Era una nave
atraída por pirámides de sal,
Sembradas en el
horizonte de tu piel.
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