sábado, 5 de abril de 2014

ARTURO CORCUERA Y SUS POEMAS


Poeta Arturo Circuera

PRIMERA INSTANCIA FOTOGRÁFICA DE LA FAMILIA

En fila india.
Ahí está mi madre en la foto con su escalera de hijos como una hermana más.
Esbelta, esdulce, esbella.
Una leve sonrisa la muestra satisfecha y orgullosa de poblar de buenos hijos el planeta.
Somos siete en hilera y nadie hubiera dudado en apostar que seríamos nueve. Ahí está
mi madre, doña Ana María Osores Amoretti, con su traje sastre marrón jaspeado,
dispuesta a desafiar los sinsabores de la crianza en un pueblo de la sierra del Perú,
a dos mil seiscientos metros de altura y de bajos salarios.
De calles empedradas como la vida.
De acequias veloces por donde se escabulle peatona la lluvia.
Con su iglesia y su plaza de toros (toros bravos, los expedientes que libraba mi padre
en su despacho de Juez de Primera Instancia).
Pueblo donde la gente se endulza con huiros y yacones y se arrulla en las fiestas
con las oraciones del patrón San Mateo, santo que fue expulsado de una iglesia de Lima
por haber dejado de hacer Milagros. Los fieles en su cofradía por deberle al santo
carecen de indulgencias.
En la foto aparecemos siete hermanos: María Caridad Corcuera Osores (Maruja),
Oscar Daniel, Ana Teresa (la Ñata), Zoila Elisa (la chula), Carlos Fernando
(el Coco), Nelly Rosinda y yo, Daniel Arturo (el Chisco) sosteniendo una rosa
blanca en la mano, señal de buen augurio. La rosa después se haría Rosi,
una dama castellana que conocería con el tiempo a orillas del Tormes.
Al pequeñín que fui le duró poco el reinado: vendrían casi enseguida, con su pan
bajo el brazo, Ana María y Consuelo Esperanza, el conchito de la familia. Será
consuelo y esperanza en mi vejez, diría mi padre.
Los padres ya no están.
Papá, a quien ya superé en edad, murió de insuficiencia renal, invadido por la urea.
Mamá, de un tumor al páncreas, amarila como bañada el oro.
Y la historia de cada uno de nosotros es muy simple, con hijos y nietos, adeudos y
retribuciones, como la de cualquier familia provinciana, honrada y decente,
respirando sin remedio el humo capital.

PIRÁMIDES DE SAL
Una aleación inédita tomó cuerpo,
Te reventó la sombra y se hizo luz
Por adentro de ti.
Parecía que mutabas o morías,
Nadie se habría atrevido a decirlo:
Eras una hembra convertida en cristal.
Quise leer mis correos electrónicos,
Descargué antiguos textos adjuntos,
Viví la pornografía en esa pantalla
Desplegada por tu cuerpo.
La navegación me llevó a la saliva,
Respiré ciclones que eran jadeos,
Quise programar un tiempo en tránsito.
Mi cuerpo iluminado se sentía a la deriva,
Lo estremecieron tus vendavales.
Era una nave atraída por pirámides de sal,
Sembradas en el horizonte de tu piel. 

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