Miércoles
26
Precisamente esta mañana Garrón se ha dado
a conocer. Cuando entré en la escuela, el maestro no había llegado aún, y tres
o cuatro muchachos atormentaban al pobre
Crosi, el pelirrojo inválido, hijo de la verdulera. Le castigaban con la regla,
le arrojaban cáscaras y le remedaban
pegando el brazo al cuerpo. Daba pena
verlo, con la mirada suplicante, para que lo dejaran en paz, mientras los otros
lo seguían vejando hasta que se puso rojo de ira. De pronto Franti, el de la cara sucia, se
trepó en un banco remedando a la
verdulera cuando venía con sus canastos
a buscarlo, pues ahora no lo hacía por encontrarse enferma. Crosi perdió la
calma y cogió un tintero para arrojárselo a la cabeza, pero Franti y fue a
estrellarse en el pecho del profesor que a
la sazón entraba a la clase. Todos corrieron a sus puestos, mientras el
maestro, con voz alterada, preguntó:
-¿Quién ha sido?
Ninguno respondió. El maestro gritó,
alzando aún más la voz:
-¿Quién fue?
-Yo he sido –respondió Garrón,
levantándose resueltamente.
El maestro lo miró, observó a los alumnos que quedaron atónitos y luego repuso
con voz tranquila:
-No
has sido tú. El culpable no será castigado. ¡Que se levante!
Crosi se levantó y prorrumpió a llorar:
-Me pegaban, me insultaban; yo perdí la
cabeza y tiré…
-Siéntate –interrumpió el maestro-. ¡Que
se levante los que le han provocado!
Cuatro se levantaron con la cabeza baja.
-Vosotros –dijo el maestro- habéis insultado
a un compañero que no os provocaba, os
habéis reído de un desgraciado y habéis golpeado a un débil que no podía
defenderse. ¡Cobardes!
Luego tomó la cabeza de Garrón que estaba
con la vista en el suelo, se la levantó y le dijo, mirándole a los ojos:
-Tienes
un alma noble.
Garrón aprovechó para murmurarle algunas
palabras al oído, y el maestro, volviéndose
bruscamente, dijo a los culpables:
-Os perdono.
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