martes, 24 de octubre de 2017

EL CARNET, cuento de Antonio Gálvez Ronceros

EL CARNET
Cuento
Antonio Gálvez Ronceros

Llevando un atado de paja de frejol, un negro muy viejo atravesaba la solitaria placita de la hacienda. Al pasar frente a la comisaría un guardia que se aburría en el umbral le dijo:
-¡Alto!
-Aquí toy, señó.
-Su carnet.
Señó, cainé tengo, pero ta pa llená
-Y por qué no lo ha hecho llenar.
-Güeno... Resuta que yo tabajo too lo día e la semana. Y ahí ta don Erique Cabreira, que mi bueye se caen de hambe, mueto, jalando agua hata lo día domingo pa la casacienda. Po ese motivo no pueiro i al pueblo. Dicen que hay que i a tomase una fotorgafía en un apadato, quiuno se pone derante, y atrá una con capa nera dice: "¡Etric! Ya ta lito". Y dicen quese apadato queda en una calle que se llama Derecha, y como quieda que yo no vual pueblo dede quesa calle era torcira...
-Bueno, bueno. Dígame: ¿y cómo es que ahora usted no está trabajando con los bueyes?
-No créea. Yo me dao un brinco pacá, a pedí eta paja e frijó pa mi bueye que me tan eperando junto al pozo diagua pa seguí trabajaindo. Sian caído de hambe y mian dicho: "Quedemo paja e frijó pa seguí trabajaindo".
-Ah ¿sí?
-Así e, señó.
-¿Y dónde queda ese pozo de agua?
-Ya. Uté ta aquí, ¿no? ¿Uté ve esa planta e pacay que ta allá abajo? Esa planta e de Bernardrino. Má abajito, ahí cae el pozo.
-¿Y dónde vive usted?
-Ya. Uté ta aquí, ¿no? ¿Uté ve esa planta de epigua que ta allá ponde viene volando esa mancha e pericos? Esa planta e de...
-Ya, ya váyase.

-Cómo no, señó. 

ANTONIO GÁLVEZ RONCEROS y su cuento "EL BUCHE"

EL BUCHE
Cuento
Antonio Gálvez Ronceros

 Buche, ¿no sientes frío?
- No.
- Yo sí, hombre
- ¿No será de miedo?
- ¡De miedo!... ¿Crees que soy maricón?
- Eso lo veremos más de un ratito.
- Ya verás.
- ¡Mira! Se han sentado a la mesa. Van empezar a comer. Entonces, deben ser como las ocho.
- Más o menos. Pásame un cigarro, ¿quieres?
- ¿Estás loco? Nos pueden ver.
- ¿Aquí, detrás de estas plantas?
- ¡Claro, pues, tonto! ¿No sabes que de noche se ve bien clarita la luz?
- ¡Ah, bueno! Como quieras. ¡Caramba, esa gente todavía no termina de comer! No me gusta esperar. ¿A qué hora se tumbarán a dormir?
- No te alborotes porque ya no tardarán en hacerlo. La gente de la chacra se acuesta temprano. A éstos los he venido observando desde hace dos semanas y ya sé todos sus movimientos. Hasta lo que comen.
- Oye ¿no sientes un freicito por acá abajo?
- Debe ser la arena de la acequia, que de noche se pone fría.
- Creo que no. ¡Caray! ¡Está pasando agua! ¡Ya me mojé los fundillos!
- ¡Yo también!
- Alguno que está regando su chacra. Estas gentes no quieren regar de día, tienen que hacerlo de noche. Parecen lechuzas.
- No importa. Esto me servirá para templar el pellejo.
- A ti, que te tienes que calatear. Pero a mí me servirá para agarrar una pulmonía.
- ¡Mira! Se han levantado de la mesa. Al fin parece que se van a dormir.
- Ya era hora. Sólo hay que esperar un momentito para que se duerman del todo; luego la cosa estará listaporque éstos duermen como piedras. La cocina se ha quedado solita. Entonces, llegó el momento.
- ¿Qué? ¿Te arrepientes? ¡Eres una gallina!
- ¡Gallina! ¡Si ahorita nomás se han echado a dormir y ya quieres que vaya!
- ¡No discutas, Poronga, yo sé lo que te digo! ¿Crees que por puro gusto he pasado dos semanas rondando la casa? Si yo te digo que duermen como piedras es porque es así.
- Bueno, como quieras.
- Aquí van las últimas recomendaciones. Vas a trabajar con luz; ahí la ves en la cocina; ellos acostumbran dejarla encendida toda la noche. Así que de oscuridad no te quejarás. Anda quitándote la ropa y fíjate bien lo que te voy a decir…
- ¿Y tú por qué estás acá? Mala suerte, seguro.
- ¡Cuál mala suerte! ¡Ah, pero me las pagará!
- ¿Quién?
- Uno que le dicen Buche. ¿Lo conoces?
- ¿Te vendió?
- Peor que eso. Me agarró de tonto.
- ¿Y cómo te fregó el tal Buche?
- Resulta que un día se presentó en mi casa y me dijo: “Oye, Porongo, he andado buscándote por todas partes. ¿Sabes? Tengo un trabajito que puede dar mucha plata. Sólo que necesito a alguien que me ayude en el asunto, y por eso he pensado en ti, porque eres mi amigo y estás caído”. Y la verdad que yo andaba por esos días muy caído – me dijo- es robarse un cochino así de grandazo que he visto en una casa de la chacra. Muchos días he pasado mirando aquí, mirando allá, buscando la mejor manera de robarlo. Si lo vieras, Porongo… ¡parece una vaca enorme! Por lo menos nos van a dar mil soles cuando lo vendamos; quinientos para ti y quinientos para mí. El trabajito lo haría yo solo; pero, afanoso de saber todos los movimientos de la casa, he pasado muchas noches al aire y ya me traigo un resfrió que me hiela. Y para hacer el robo uno tiene que calatearse”. Y yo le dije que no entendía eso de calatearse y él me aclaró: “Como ahí hay perros, siempre es bueno andarse con cuidado. Y yo tengo el secreto para que de noche los perros no lo muerdan a uno. Consiste en quitarse la ropa y meterse a robar así. Entonces uno puede pasearse juntito a los perros y ellos no lo ven nadita. Ése va a ser tu trabajo, en vista de que yo, con mi resfrió, me arrimaría tal pulmonía que me iría derechito al cementerio. Pero no creas que la cosa es brava; en dos patadas todo está listo”.
Me pareció un poco raro el asunto, pero pensé que debía ser cierto porque a ese Buche nunca le fallaba nada. Sin embargo, yo debía asegurarme, así que le dije: “A mí me han dicho que eso de robar cochinos es muy peligroso porque son muy pesados y a veces se les da por gritar”. Pero el Buche ahí mismo me emparó: “¡Al Buche no se le escapa nada! Tengo el secreto para robar cochinos sin que hagan bulla. Le rascas la barriga con una coronta y se queda tranquilito. Enseguida lo jalas de su soga para llevártelo. Ya lo he comprobado y no nos puede fallar”. La verdad es que le tuve confianza y me animé más todavía… y es así como esa noche nos vamos los dos, como las ocho, a dar el golpe. Nos escondemos detrás de los matorrales y aguardamos a que los dueños se vayan a dormir. Llega la hora y el Buche me pone al tanto: que aquí está el chiquero, que allá duermen los perros, que vas a trabajar con esa luz que ves en la cocina, que no tengas miedo porque ésos duermen como piedras.
Yo me quito la ropa y todo calato, sintiendo un frío trepador, me mando a la casa. Mirando a los perros, que duermen, paso junto a ellos y llego al chiquero. Siento que el viento se cuela hasta mis huesos.
Temblando de frío y llevando una coronta en la mano agarro al cochino. Éste lanza un gruñido que me asusta. Ahí mismo comienzo a rascarle las costillas y el animal se echa. Veo entonces que va dando resultado el secreto del Buche y me entra más valor. Pero al rato, el animal manda tremendo grito que espanta toda la chacra. Falta un tantito así para descontrolarme, pero me preocupo por hacerlo callar. El cochino, sin embargo, sólo quiere gritar. A todo esto se despiertan los perros, y los dueños se aparecen con tremendos palos en la mano. Pensando sólo en salvar mi pellejo, salgo corriendo del chiquero. Pero al viento maldito se le ocurre apagar la lamparita justo en ese momento y todo queda negro. Comienzo a llamar al Buche, pero nada. Descontrolado, sigo corriendo, mientras los dueños se me acercan cada vez más. Los perros parece que también me ven y se me tiran encima. Le sigo dando a mis patas para adelante nomás, cuando llega un momento en que siento que la tierra se acaba, se va, desaparece… y me voy de cabeza a una poza de agua. Ahí mismo me caen los perros. Los dueños ya están aquí. Y creyéndome seguramente el diablo, o un penitente, me descargan una paliza… Y aquí me tienes, pues. Porque, esa misma noche, me trajeron a la comisaría cubierto con un costal.
- ¿Y no has vuelto a saber del Buche?
- Ese desgraciado, aprovechando que la casa se quedó solita, porque hasta los perros se vinieron a la comisaría, tranquilamente se llevó el cochino.

GUSTAVO RODRÍGUEZ y su cuento "Mi papá es el loco Cienfuegos"

MI PAPÁ ES EL LOCO CIENFUEGOS
Cuento
Gustavo Rodríguez


La última vez que viajé a Trujillo en un ómnibus de estos tenía tu edad. Nada ha cambiado. Siguen siendo nueve horas mirando en esta pantalla la misma película, la arena como protagonista omnipresente y alguno que otro matorral marrón que entra en escena para desaparecer como un extra cualquiera. En vez de acomodadores tenemos a toda esta gente que sube ofreciendo pacaes, pacaes, ahí tiene los ricos pacaes.
Lo único bueno es que si vas al baño, al fondo, no te pierdes nada. Todo sigue igual. Hasta los baches por los que estamos pasando ahora. Maldito aeropuerto. Felizmente aquí no proyectan el famoso cartelito de la disposición municipal con el cigarro tachado.
¿Te molesta si fumo? Qué bien. Espero que tampoco te moleste mi conversación. En todo caso, si te aburre, será mejor para ti. Te puedes quedar dormido mientras mis palabras te entran por un oído y te salen por el otro. Por si acaso, si te llego al pincho, no te molestes en contestarme. Yo te comprendo. Yo tuve tu edad hace no mucho y los tíos habladores eran un suplicio para mí. Hasta eso sigue igual.

Ya sé en qué estás pensando. Si le molesta viajar por tierra, porqué no tomó el avión, huevón. Ah, sonríes. Yo hubiera pensado lo mismo. Ha sido esa maldita huelga de aeropuertos. Justo hoy, que tengo que llegar a Trujillo a como dé lugar. Tengo que despedir a un amigo que se está yendo. ¿A dónde? Es una buena pregunta. Nando, carajo. A Nando lo he salvado de muchas, pero de ésta ya no lo va a sacar nadie. La primera vez que lo salvé, era menor que tú. Un pata que estudiaba en nuestro colegio, un ídolo por su forma de trompear, se lo estaba llevando para estropearlo. Ese cojudo era un caso para ser estudiado. En los recreos agarraba a la gente del cuello y la atenazaba bajo el brazo preguntándole quién es tu papá, di, quién es tu papá. Y si no le contestabas mi papá es el Loco Cienfuegos, te sacaba la mierda.

Se llamaba Agustín. Pero todos lo conocían por esta chapa: El Loco Cienfuegos. Pero antes de que agarrara de punto a Nando, ya me había echado el ojo a mí.

Para que entiendas bien lo que te voy a contar, déjame explicarte mejor cómo era el Loco. Por esa época yo tenía catorce años y estaba en tercero de secundaria. El tenía dieciocho o diecinueve, y estaba en quinto. Lo recuerdo enorme, con el pelo siempre corto, y con un ropero en vez de cuerpo, sin duda por la disciplina del Ramón Castilla. Sí, ese mismo, el colegio militar.

Nadie sabía exactamente por qué lo habían sacado del Castilla, pero cada barrio de Trujillo tenía su versión. La de mi cuadra era que le había sacado la mierda a un instructor porque le ordenó hacer doscientas ranas, y si el Loco no aguantaba pulgas, menos iba a aguantar batracios. Esta era una versión más creíble si la comparamos con la del barrio de mi enamorada, donde se decía que el director ordenó su expulsión luego de ser atenazado del cuello para escuchar y oler la bendita pregunta de quién es tu papá, cachaco de mierda, mientras cada sílaba destilaba un horrendo tufo a alcohol de la enfermería.
¿Puedes cerrar la cortina? El sol me está dando en los ojos. El que tampoco perdonaba los ojos era el Loco. Ni las pelotas, ni el hueso que acababa de quebrar con su patada. Imagina. Son las ocho de la noche. La gente de tu edad está llegando en grandes grupos desde todos los puntos hacia un parquecito escondido en una urbanización un poco alejada. Algunas colleras hasta han alquilado microbuses. Todos se han pasado la voz, pues en Trujillo no hacen falta los teléfonos para mover masas. Se ven incluso algunas chicas, en realidad unas pacharacas incondicionales que mascan chicle y hasta escupen al suelo, pero que aplauden más que nadie la entrada triunfal del Loco. Tiene puestas una botas negras con punteras de acero, que limitan con un jean ajustado para no afectar la elasticidad de las piernas, pero que sí deja ver un bulto enorme que llega hasta el bolsillo, que obliga a pensar que el Loco tiene un pincho descomunal, más condimento para la leyenda. El polo blanco que se ha puesto, apretado hasta reventar costuras, grita los quinientos kilos que el loco debe haber cargado en su casa como preparación para esa pelea. Y en la esquina izquierda, señoras y señores, pesando ciento veinte kilos, tenemos al Tanque Patiño, menos aplausos, dueño del gimnasio Atlas y de una espalda en la que pueden aterrizar helicópteros. Creo que esa misma noche estaban peleando Sugar Ray Leonard con Mano de Piedra Durán en la revancha del siglo, pero a nadie le importaba. Cuando nuestra pelea empezó, un amigo enorme del Loco me tapó la visión, por lo que sólo pude escuchar sonidos de cráneos estrellándose contra el suelo, conchas de tu madre desgarradores, y creo que los puños del Loco chocando contra la quijada del Tanque. En un momento dado se hizo la luz para mí, luego de escuchar un grito de guerra, un alarido animal que podía ser traducido al castellano como la frase ¡muere mierda!, alguien murmura se viene el tacle del Loco, y repite, es el tacle del Loco, y eso tuvo que ser, porque al instante una ola de carne cayó a mis pies tras derrumbar a la primera fila de espectadores.

El Tanque no tenía balas ni ganas de levantarse. La hemorragia que salía de su nariz parecía incontenible y hasta las pacharacas empezaron a decir pobrecito, déjalo Loco.

Pero el Loco tenía una mirada asesina, como si la sangre pidiera más sangre, y metió la mano en el bolsillo derecho de su pantalón, lo estoy viendo clarito, sus amigos le están gritando qué vas a hacer, y la respuesta que saca a relucir es brillante, contundente y bien enlazada, porque es una cadena de acero y no su pene enorme el bulto que llevaba a la altura del bolsillo. Una, dos, tres veces cayó el acero sobre la cara, cuatro, cinco, seis veces trataron de separarlo de su presa, lo vas a matar Loco, nos vamos a joder, y el sonido de acero sobre carne y sangre se hizo insoportable, hasta que felizmente se mezcló con el de una sirena policial que llegó a tiempo para evitar una tragedia. Al día siguiente el Loco se paseaba orondo por el patio del colegio, pues sabía que se estaba hablando de él, de su tacle, de sus cadenas y del respeto que había que tenerle y que había alcanzado cotizaciones astronómicas en la bolsa de valores de un adolescente como yo. En cambio, Nando era distinto. Si el Loco Cienfuegos era una bestia de caza, mi mejor amigo era un cordero. ¿Puedes cerrar un poco más la cortina? Nando empezó a ser mi mejor amigo el día que me faltó un brazo. Eran días de exámenes de medio año en el colegio, y a todos nos mezclaban en distintos salones para evitar trampas. Con ese sistema uno se sentaba en su carpeta y limitaba por delante con la nuca de un alumno de primer año y, por el costado, con el perfil de uno de quinto, por lo que copiar era absurdo. Suena el timbre y el colegio parece un cuartel, veo el patio hormigueando de alumnos que trotan, corren, se movilizan en desorden calculado, pues todos saben a dónde ir, saben qué trinchera les toca y a mí me toca el mismo salón de Nando, pues se apellida igual que yo, va corriendo a mi lado preocupado, apúrate que el salón va a cerrar, ¿puedes cargar eso?, y yo pienso por supuesto, un brazo en cabestrillo no es nada, una fisura en el hueso no importa si mi caída sirvió para que no nos metieran ese gol, qué atajada, hubieras visto, el Pato Fillol era un chancay de a veinte a mi lado, lo único malo fue la visita al huesero que me cagó más el codo en vez de arreglármelo, y claro, el pañuelo afeminado que mi mamá me puso para sostener el brazo. No hay otro así de grande, sentenció, y no se discutió más. Entramos y nos sentamos en nuestras carpetas ya asignadas, a cinco metros el uno del otro, tranquilos porque el profesor que va a cuidar aún no ha llegado. Quien sí está entrando en ese momento es un integrante del grupo del Loco Cienfuegos que se sienta junto a mí. Esa es mi carpeta, truena la voz amenazante. Levanto los ojos para ver a quién le está haciendo pasar el mal rato, y me petrifico al ver que el mal rato me pertenece, tiene mi nombre en la etiqueta y hasta viene con lisura incluida, a precio de oferta. ¿No oyes, carajo? Levántate. Sabía que todo el salón me miraba. Sentía que estaba siendo filmado y exhibido en público al mismo tiempo, en la escena en que el bandido ataca al bueno y éste sale con una frase genial que desbarata el coeficiente intelectual del atorrante para dejarlo en ridículo. Mi frase no pudo ser mejor, y la dije balbuceando. Esta... ésta es mi carpeta. Su respuesta fue más efectiva, porque vino acompañada de unas manos que me jalaron del brazo fisurado hasta botarme al suelo. Por un momento en mi vida quise ser el Loco Cienfuegos, sacar una cadena escondida debajo de ese pañuelo ridículo y aplastarle el cráneo, toma mierda, toma mierda, yo te sacrifico en nombre de todos los débiles de cuerpo pero fuertes de espíritu. En vez de eso, mi garganta se saló y mis ojos se humedecieron de rabia, pero no tanto como para no ver la mirada que hizo de Nando mi mejor amigo hasta el día de hoy. Maldita sea. No, no te preocupes. No voy a llorar. Ya tienes mucho con aguantar mis historias, para que encima tengas que aguantar mis lágrimas. Yo estaba en el suelo, y entre las miradas de burla divisé una redentora. Era una mirada de bondad, de ternura, de soy tu amigo. Me ayudó a levantarme, me cedió su asiento y, no contento con ello, me cedió un lugar en su vida, un sitio más en su mesa familiar y un dolor enorme desde hoy en la mañana. Nos hicimos inseparables. Como nuestro apellido era el mismo nos convertimos en primos, y había gente que incluso decía que nos parecíamos, tienen la misma mirada, en esta foto hasta parecen hermanos.
Pero no era verdad. Nando era un ángel si lo comparabas conmigo. Las chicas le decían Cara de Bebe y había que verlo con su pelo dorado ensortijado, su sonrisa de niño y su cara de obediencia cuando su mamá lo resondraba por no haber ido a misa, para imaginárselo de Niño Dios en cualquier Nacimiento navideño. De aquella época recuerdo las fiestas en que bailábamos igual, las chicas diciéndonos están locos, bailan como pulpos, los regresos de medianoche a casa, caminando abrazados, borrachos, cantando a dúo I wanna rock, cállense mierda desde una ventana, y I wanna rock más fuerte, conteniendo la risa, hasta que llegábamos hasta la puerta de su casa y subíamos callados, shhhhh, vamos despacio, duerme allí, mi mamá te ha preparado esa cama; y los comentarios obligatorios después de cada fiesta y antes de dormir, creo que le gustas a Flavia, y yo que tengo una leve esperanza que necesita un espaldarazo, ¿tú crees?, y el espaldarazo no tarda, en serio, cuando la sacaste a bailar se puso roja y sus amigas sonrieron, y entonces yo también sonrío como ellas y cierro los ojos contento, porque la vida no puede ser mejor. Hasta que minutos después siento a la mamá de Nando entrar despacito al cuarto, pensando estos muchachos, caramba; arropa a su hijo consentido y luego me arropa a mí. Ya casi dormido escucho la voz de Nando decirme que lo mantenga informado, que le escriba a Piura sobre mi asunto con Flavia. Mira, ya llegamos a Huarmey. Parada a medio camino. ¿El Loco Cienfuegos? Te ha impactado el personaje, ¿verdad? Espera, te invito una cerveza y prosigo con eso. Qué bueno es desaplastar el culo, estirar las piernas, bajarse de este horno. ¿Vas al baño? Yo pido por ti. Dos cervezas, por favor. Qué, ¿tan rápido? Ojalá que el mozo sea tan rápido sirviendo como tú orinando. Mira este sitio. Siempre me he preguntado quién dicta la moda en estos restaurantes de camino, todos son iguales de norte a sur, durante dos mil quinientos kilómetros se ven los mismos letreros con logotipo de gaseosa, las mismas mesas con fórmica caprichosa, las paredes con calendarios de cerveza, el mismo culo apuntando hacia agosto, el olor a fritura y este mozo que ahora va a decir que la cerveza está fresquita nomás. Son una cadena tácita de tambos, Mac Donalds criollos que merecen nuestro respeto así se llamen El rincón de Mechita. No importa hijo, destápala nomás. Más vale fresca que caliente. Salud.

El verano que Nando viajó a Piura para pasar las vacaciones en casa de su hermano, yo estrené enamorada; Flavia. Vivía en el centro de Trujillo, y yo la visitaba todas las noches, desde las siete hasta las diez. Su barrio era muy agradable. Habían otras chicas por las que también iban amigos míos, y todos formamos un grupo bestial que se divertía contando chistes y chismes sobre otros grupos y bromeando cuando alguna parejita se iba disimuladamente al edificio de la esquina, al zaguán semioscuro, para besarse a sus anchas. Después venían las preguntas de si le tocaste la teta, qué tal mete la lengua, ya le arrimaste el instrumento y otras preguntas curiosas que no hacían más que elevar las risas mientras el dichoso instrumento bajaba ruborizado. De vez en cuando esas risas se apagaban porque distinguíamos a algunos metros más abajo una silueta que se acercaba con las manos en los bolsillos, la cara mirando a la vereda y una aureola no sacra que nos hacía pegarnos a la pared con respeto mientras pasaba a nuestro lado. Era el Loco Cienfuegos, que vivía con sus padres en el edificio de la esquina. Nunca se metió con nosotros, nunca nos hizo la pregunta estúpida sobre la paternidad, parecía que conforme se acercaba a su casa su violencia iba aminorando metro a metro, paso a paso, pero el sonido de su cadena entrechocando sus eslabones en ese bolsillo nos decía cuidado, la fiera puede despertar en cualquier momento. Llegamos a acostumbrarnos a su aparición fantasmal e, incluso, nos aventuramos a saludarlo sin palabras, bajando la cabeza con reverencia, como si su andar se tratara de un cortejo fúnebre. Vamos, que el ómnibus nos deja. Ya sólo faltan cuatro horas, pero te prometo que mi historia se acaba en tres kilómetros. Oye, fuimos los últimos en subir. Abre un poquito la ventana, que se ventile ésto por un rato.
La noche de la que te voy a hablar tenía este mismo calor. Yo estaba sentado en las gradas de la casa de Flavia, esperando que llegara no sé de dónde. No había nadie en la calle, era como si todos se hubieran mudado sin avisarme, y en esa soledad me acordé de Nando y de qué mierda que soy, no le he contestado su carta, se debe estar preguntando si estoy finalmente con Flavia, y si es así, cómo fue, dónde fue, ¿no tendrá una amiga para mí?, cuenta pues primo, tú nunca me has fallado y yo no te voy a fallar Nando, por eso estoy en este ómnibus de mierda, hablándole huevadas a un muchacho que ni conozco, porque si no el viaje se me haría interminable, insoportable, por culpa de ese desgraciado y de esta huelga. Cálmate, hombre.
No hijo, no me pasa nada, es que estoy ordenando mis recuerdos. Como te decía, hacía un calor como éste a pesar de que era de noche. Yo estaba solo en medio de la calle, pensando tonterías y tarareando canciones, cuando el cortejo fúnebre se sentó a mi lado. Tú estás con Flavia, ¿no? Mi sí fue bastante tímido. Rica chiquilla, buenas yucas. ¿Ya le has tocado la papita? En eso estoy, contesté nervioso, pues no lo había hecho ni lo había pensado hacer. Soltó una carcajada inhumana parecida al grito previo a su tacle mortal y eso me erizó la piel; ya creía que me iba a atenazar bajo el brazo para toda la eternidad, pero no, era un abrazo amistoso el que me estaba dando, me decía no te quedes aquí solo, ven a mi casa para hacer tiempo. Tengo una música buenaza que te va a gustar. La voz le salió tan amistosa como su abrazo. Ser invitado por el Loco Cienfuegos era un privilegio, convertirme en su amigo me rodearía de un prestigio importante para alguien de catorce años y un físico incapaz de dar pelea. Recordé el episodio del año anterior, cuando yo y mi brazo escayolado rodamos por el suelo porque no tenía instancia a la cual acudir, rememoré el miedo que todos sin excepción le tenían y hasta me proyecté al futuro con ese guardaespaldas cuidando mis pasos, querido Nando: a que no sabes amigo de quién me he hecho, ya no nos van a buscar bronca porque tenemos el respaldo del Loco Cienfuegos que me ha invitado a su casa para escuchar música, es buena gente después de todo, ya te lo voy a presentar cuando regreses.
Fuimos hasta el edificio de la esquina y subimos por la escalera hasta el tercer piso. En un descanso nos encontramos con sus padres, que se estaban yendo a una comida. Mamá, papá, un amigo (sí, me nombró su amigo), encantado hijito. Agustín, llegaremos a las once, prepara algo para ti y tu amigo (confirmación de que ya era su amigo), y beso para mamá y papá. Increíble, el Loco Cienfuegos despidiéndose de su papá con beso, besando la mejilla de un hombre, pero con mucho respeto, eso sí. Al presenciar eso yo no sólo era amigo, era íntimo de la familia.

Su dormitorio me sorprendió por lo sencillo que era. Yo imaginé algo más acorde con su temperamento, afiches de músicos en ritos satánicos o, por lo menos, alguna mujer desnuda en veinte uñas. Pero no. Lo único desnudo eran las paredes y, sorpresa, el Cristo en el crucifijo sobre su cama. ¿Puede una bestia que raja cabezas tener un crucifijo sobre la suya?. La incongruencia era atmosférica, se respiraba en cada detalle. Sólo faltaba encontrar un cancionero cristiano junto a una guitarra con la calcomanía de Sonríe, Jesús te ama.
En vez del cancionero encontré un Satélite, el vespertino que fue bautizado así porque salió a la venta días antes de que el Apolo XI alunizara. A propósito, ¿sigue publicándose el Satélite? ¿Ves? Hasta eso sigue igual.
La primera plana anunciaba que la Corriente del Niño vendría con fuerza ese verano, en Tumbes y Piura las inundaciones podrían ser catastróficas, pobre Nando, y que incluso la ciudad de Trujillo sufriría las consecuencias de unas lluvias para las que no estaba preparada. Yo tampoco estaba preparado para algo así, esa mano bajando despacio el cierre de mi pantalón y la imagen del Loco arrodillado ante mí, concentrado, sin decir palabra, aprovechando que yo estaba abstraído en la lectura. Qué pasa, dije pegando un brinco. Nada, sólo quiero darte una chupadita. Qué pesadilla más rara, despierta hombre, antes de que ésto pase a mayores. Mi mano baja a pelear con la suya, mis dedos tratan de subir el cierre, los suyos de bajarlo, qué pasa Agustín, no me gustan estas bromas. No es una broma, vas a ver que te va a gustar. Sólo una chupadita y te dejo ir. Mis dos manos agarran su antebrazo anchísimo, tratando de detener su mano desde la raíz, pero es inútil. Su otra mano ya está continuando lo que la anterior dejó de hacer. Pero Agustín, (la voz me tiembla) qué ganas con eso, ni siquiera se me va a parar.
Ya veremos si no se te va a parar. Su voz amistosa se transformó en lo que temía. Un rugido constante que llenaba la habitación, inundaba la casa, quién sabe si hasta el barrio, allá afuera, y con suerte vendría alguien en mi ayuda. Pero hasta entonces quizás ya sería demasiado tarde. Carajo, bramó, te vas a dejar o te saco la concha de tu madre. Pensé en mi madre, en Flavia, en Nando, en el tacle asesino y en la cadena sacándole más sangre al rostro del Tanque Patiño, en mi habitación compartida con mi hermano y en todo lo que daría por estar allí en ese momento, y no con ese loco de mierda, matón brutal, y encima maricón indecente, asolapado y, sobre todo, sorpresivo, porque cuando tienes catorce años y estudias en un colegio de curas de una ciudad tranquila no se te pasa por la cabeza ni en un millón de años que el héroe de las broncas, la bestia de los recreos, el terror de los militares, es un chupapenes y quién sabe qué más.
Ya, déjate mierda, sonó un trueno en plena costa peruana. Y seguí pensando en que Flavia ya debía estar afuera, preguntándose dónde me había metido, mientras yo dudaba si valía la pena saltar los tres pisos que separaban a aquella ventana de la calle, con tal de escapar de esa fiera que me tenía acorralada; y esa maceta que está allí, ¿lo podrá noquear si se la tiro en la cabeza?, ayúdame Dios mío, tú no estás en ese crucifijo por casualidad, te prometo no tocarle los senos a mi enamorada, ni masturbarme pensando en ella, por favor, por favor, por favor. Mis lágrimas comenzaron a desbordarse haciendo que mis palabras fueran más conmovedoras. Por favor, Agustín, déjame salir, yo solo quiero ser tu amigo. Yo siempre te he admirado, te he respetado, no quiero cambiar esa imagen que tengo de ti. Parece que llegar a su ego con lágrimas en los ojos fue el camino correcto. Soltó una carcajada, soltó mi brazo, y soltó lo de está bien, te has cagado de miedo, ¿no es cierto?, otra risa feroz, has estado estudiando las salidas, has estado viendo qué tirarme en la cara, ¿no es verdad?, otra risa, eres el primero que voy a dejar ir, pero si le cuentas esto a alguien, te voy a matar. Tú sabes que a mí me llaman El Loco, y no me dicen Loco por las huevas. Ahora lárgate, y bésale la papita a Flavia de mi parte. Bajé las escaleras sintiendo náuseas, tragándome los escalones de tres en tres y no paré hasta tomar un taxi que me llevó a mi casa. Te has quedado mudo.
Nando también se quedó pasmado cuando se lo conté luego de salvarlo.

Habían pasado tres meses desde aquella noche perturbadora, y Nando ya había regresado de Piura. Yo ya no estaba con Flavia, pero daba vueltas por su casa por pura casualidad, porque en realidad seguía enamorado de ella. Iba solo, porque no hay mejor forma de sufrir que estando solo. Te sientes la última escoria de la Vía Láctea y eso le da sentido a tu vida, pues al menos destacas en algo. A lo lejos, a cincuenta metros luz de la casa de Flavia, diviso a Nando, el cordero, el Niño Dios, la presa fácil, tomando cerveza con el depredador en la esquina del edificio. Lo está abrazando, le está dando palmaditas, le toca los rizos de su cabello mientras, seguramente, su pene se yergue homoeróticamente.
Piensa rápido, piensa rápido, porque de ésta Nando sí que no se salva. Es demasiado hermoso y debe estar demasiado borracho como para que el Loco lo deje escapar. Aprieto el paso, porque el Loco y él ya se están metiendo al edificio, el viejo truco de vamos a escuchar música, sin duda alguna.
Entonces corro gritando Nando, Nando, te he estado buscando por todas partes. El Loco voltea a decirme con los ojos qué haces acá so reconchadetumadre. Es tu mamá, Nando, es tu mamá. Ha tenido un accidente, vamos a tu casa, rápido, vamos.
Mi mensaje golpea a mi amigo y evapora el alcohol de su sangre, porque al instante reacciona y sale corriendo. Los dos escuchamos la voz del Loco gritando después te busco Nando, y sólo yo escucho su pensamiento me cagaste el plan, mocoso de mierda.
Una vez en el taxi, tranquilizo a Nando diciéndole que todo es mentira, y detengo la mandada a la mierda que me va a lanzar contándole lo que ya sabes. Se quedó mudo. Como tú. Y ahora se quedará sin hablar para siempre, porque agoniza. Esa esquina maldita, esa vereda trágica, ese edificio de mierda, esta vez ni yo ni nadie lo va a salvar del loco ese.
Cienfuegos lo asaltó en ese mismo lugar, tanto tiempo ya, y ni eso ha cambiado. Esta vez no se la quiso chupar, lo interceptó con una pistola en la mano y le dijo dame plata pa’ fumar. Estaba drogado, con la cabeza hecha humo, según me contó el hermano de Nando hoy por teléfono. Y Nando, el pobre Nando, lo quiso disuadir según su estilo, le predicó la palabra de Dios seguramente, le dijo que las drogas no son el camino, piensa, qué ejemplo van a seguir tus hijos si te ven así, Agustín, por favor. Y en esa calle no hubo ventanas para escapar, ni macetas que arrojar, ni lágrimas que derramar, porque Nando nunca lloraba, sólo atinó a mostrar su billetera casi vacía para convencerlo de que de él no iba a conseguir dinero para seguir drogándose. Y puedo ver la cara del Loco Cienfuegos llenándose de furia porque este huevón no se me va a escapar por segunda vez, mi reputación no se va a ir a la mierda tan fácilmente, no te voy a cachar, pero sí te voy a matar en nombre del padre, y del hijo y del espíritu drogado. Una trinidad de balazos que dejaron a mi Nando tendido, desangrándose en esa esquina como un perro, indefenso, mi Nando de toda la vida, mientras el conchadesumadre se ríe en la cárcel, risa de hiena, porque sabe que seguramente lo van a perdonar argumentando transtorno mental.
Hijo de puta. Si pudiera lo mataría yo mismo. Te has quedado helado. Disculpa que me haya exaltado, pero no puedo creer que ésto esté pasando, que dentro de tres horas tenga que entrar corriendo a un hospital para no saber qué decir, para no saber cómo llorar, para no saber cómo explicar todo este absurdo. El absurdo de que en una ciudad tan pacífica como Trujillo hayan matado a un tipo tan pacífico como él. Debe ser porque la muerte no sabe de estadísticas. Si te toca desaparecer hoy, no existe nada que lo impida; si está escrito que te caerá un piano mientras caminas por el desierto no faltará un avión carguero al que se le abrirá accidentalmente una compuerta a la altura y la velocidad adecuada, por más que sobren millones de kilómetros cuadrados alrededor de tu cuerpo aplastado, tal como no faltó un Loco Cienfuegos a la hora precisa, en la esquina indicada, con la pistola correcta y el cerebro dañado como tenía que ser.
Sí pues. Nando y el Loco Cienfuegos se iban a encontrar inexorablemente para terminar de esa forma, así Trujillo tuviera la población más tranquila del Perú, gente que se saluda en las calles con cariño, niños que juegan sin miedo hasta muy tarde en los parques, muchachos bien criados a la antigua... Bueno tú lo sabes mejor que yo, porque eres trujillano. A ti también te criaron allí, ¿verdad?. En fin.
A propósito, ¿cómo se llama tu papá?

EL ÁNGEL DE OCONGATE, cuento, Edgardo Rivera Martínez

EL ÁNGEL DE OCONGATE
Cuento
Edgardo Rivera Martínez



Quien soy yo sino apagada sombra en el atrio de una capilla en ruinas, en medio de una puna inmensa. Por instantes silva el viento, pero después regresa todo a su quietud. Hora incierta, gris, al pie de ese agrietado imafronte. En ella es más ansioso y febril mi soliloquio. Y cuán extraña mi figura – ave, ave negra que inmóvil reflexiona  -. Esclavina de paño y seda sobre los hombros, tan gastada, y, sin embargo, espléndida. Sombrero de abolido plumaje, y jubón camisa de lienzo y blondas. Exornado tahalí. Todo en harapos y tan absurdo. ¿Cómo no habían de asombrarse los que por primera vez me vieron? ¿Cómo no iba a pensar en un danzante que andaba extraviado en la meseta? Decían, en lengua de sus ayllus: “¿Quién será? ¿De qué baile serán sus ropajes? ¿Dónde habrá danzado?”  Y los que se topaban conmigo preguntaban: “¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu pueblo?” Y como yo callaba y advertían el raro fulgor  de mis pupilas, y abstraimiento, mi melancolía, acabaron por considerar que había perdido el juicio y la memoria, quizás por el frenesí de la danza  misma en la que había participado. Y comentaban: “No recuerda ni a su padre ni a su madre ni la tierra donde vino al mundo. Y nadie tal vez lo busca…” Se santiguaban las ancianas al verme, y las muchachas se lamentaban: “Joven y hermoso es, y tan triste…” Y así por obra de esa supuesta insanía y de mi gravedad, de mi extrañeza, se acrecentó la sensación de extrañeza que mi presencia provocaba. Una sensación tan acusada que por fuerza excluyó toda posibilidad de burla. Hubo incluso pastores que, movidos por un temor mágico, ponían a mi alcance bolsitas de coca en calidad de ofrenda. Y como nadie me oyó hablar nunca,  ni articular siquiera un monosílabo se concluyó que había perdido también el uso de la palabra. Era comprensible tal pensamiento pues solo a mí mismo me dirijo en una fluencia razonada que no se traduce ni en el más leve movimiento  de mis labios. Solo a mí, en una continuidad silenciosa ya que una tenaz resistencia interna me impide toda forma de comunicación  y todo intento de diálogo. Y así es mejor, sin duda. Sea como fuere esa imagen de forastero enajenado y mudo, que se difundió con gran rapidez, redundó en beneficio de mi libertad, porque no ha habido gobernadores ni varayocs que me detuvieran por deambular como lo hago. Compartían más bien esa mezcla de sorpresa, temor y compasión que experimentaban frente a mí  sus paisanos. Sobre unos y otros pesaban, además, creencias ancestrales, por cuya virtud mi “locura” adquiría una dignidad casi sobrenatural. ¡Mi demencia! No me ha incomodado, en ningún momento, el rumor que al respecto se expandió, pero de cuando en cuando me asediaba la duda. ¿Y si a pesar de todo era verdad aquello?  ¿Si realmente fui danzante y olvidé todo? ¿Si alguna vez tuve un nombre, una casa una familia? Inquieto, me acerca a los manantiales y me observaba. Tan cetrino mi rostro, y velado siempre por un halo fúnebre. Idéntico siempre a mí mismo, en su adustez, en su hermetismo. Me contemplaba, y tenía  la seguridad de que jamás había desvariado, y de que jamás tampoco fui bailante.  Certeza puramente intuitiva, pero no por ello menos vigorosa. Mas entonces, si nunca desvarió mi espíritu, ¿cómo entender la taciturna corriente que me absorbe? ¿Cómo explicar mi atavío y la obstinación con la que a él me aferro? ¿Por qué esa vaga desazón ante el lago? No, no podía responder a esas preguntas, y era vano asimismo encontrar una justificación para unas manos tan blancas y un hablar que no es de misti ni de campesino. Y más inútil aún tratar de contestar a la interrogación fundamental: ¿quién soy, entonces? Era como si en un punto interminable del pasado hubiese surgido yo de la nada, vestido ya como estoy, y balbuceando, angustiándome. Errante ya y ajeno a juventud, amor, familia. Encerrado en mí mismo y sin acordarme de un principio ni avizorar una meta. Iba, pues, por los caminos y los páramos, sin dormir ni un momento ni hacer alto por más de un día. Absorto siempre en mi callado monólogo, aunque me acercase a ayudar a un anciano bajo la lluvia, a una mujer con sus pequeños, a un pongo moribundo en una pampa desolada. Concurría a los pueblos en fiesta, y escuchaba con temerosa esperanza la música  de las quenas y los sicuris, y miraba una tras de otra las cuadrillas, sobre todo las que venían de muy lejos, y en especial las de Copacabana, de Oruro, de Zepita, de Combapata. Me conmovían sus interpretaciones, mas no reconocí jamás una melodía ni hallé una vestimenta que se asemejara a la mía. Transcurrieron así los años y todo habría continuado de esa manera si el azar - ¿el azar, en verdad? – no me hubiera llevado, al cabo de ese andar sin rumbo, al tambo de  Raurac. No había nadie sino un hombre viejo que descansaba y me miró con atención. Me habló de pronto y dijo en un quechua que me pareció muy antiguo: “Eres el bailante sin memoria. Eres él, y hace mucho que caminas. Anda a la capilla de la Santa Cruz, en la pampa de Ocongate. ¡Anda y mira!”. Tomé nota de su consejo y de su insistencia, y a la mañana siguiente, muy temprano, me puse en marcha. Y así, después de tres jornadas, llegué a este santuario abandonado, del que apenas si quedan la fachada y los pilares. Subí al atrio y a poco mis ojos se posaron en el friso y los pilares, bajo esos arcos adosados. Y allí, en la losa quebrada otrora por un rayo, hay cuatro figuras en relieve. Cuatro figuras danzantes. Visten  esclavina, jubón, sombrero de plumas, tahalí. Imágenes no de santos sino de ángeles como los que aparecen en los cuadrosde Pomata y del Cuzco. Son cuatro, más el último fue alcanzado por la centella y solo quedan los contornos de su cuerpo y las líneas de las alas y el plumaje. Cuatro ángeles, al pie de esa floración de hojas,  frutos y arabescos de piedra  ¿Qué baile es el que danzan? ¿Qué música la que siguen? ¿Es el suyo un acto de celebración y de alegría? Los contemplo, en el silencio glacial y terrible de este sitio, y me detengo en la silueta vacía del ausente. Cierro luego  los ojos. Sí,  solo una sombra soy, apagada sombra. Y ave, ave negra  sin memoria, que no sabrá nunca la razón de su caída. En silencio, siempre, siempre y sin término la soledad, el crepúsculo, el exilio…

ETOY RONCA, cuento, Antonio Gálvez Ronceros

ETOY RONCA
Cuento
Antonio Gálvez Ronceros


         Por un camino solitario iba una negra montada en una burra: trus, trus, trus, trus, cuando de repente "¡Ay, Jesú!" gritó la negra dando un brinco junto con la burra: de las chacras vecinas había entrado en el camino un negro montado en un burro. Pero en seguida la negra se dio cuenta que era su compadre y, abanicándose con la mano y al mismo tiempo resoplando, le dijo:
         -Qué suto mia dao uté, compaire.
         -Hola, comairita, cómo etá uté.
         Y montados sobre sus animales se fueron juntos por el camino.
         -Compaire- dijo más adelante la negra mirando al negro por el rabillo del ojo-, el camino ta solito.
         -Ujú- dijo el negro sin mirarla.
         Siguieron avanzando y la negra nuevamente habló:
         -Compaire, yo le tengo miedo a uté.
         -¿Ujú?- dijo el negro, esta vez también sin mirarla.
         Al llegar donde el camino trazaba una curva prolongada, la negra volvió a hablar:
         -Compaire, uté me quiede tumbá.
         Entonces el negro la miró y dijo:
         -Comairita, si yo la tumbo en ete camino, ¿uté grita?
         -No, compaire, poque hata ronca etoy.

"CARAS DE LA CULTURA", PROGRAMA TV EN "JUEVES DE POESÍA Y NARRATIVA" 26-OCT 2017

FERIA DE LIBROS “AMAZONAS”
Al servicio de la cultura

JUEVES DE POESÍA Y NARRATIVA
26 de octubre 2017       -  5.30 pm

PRESENTA:
CARAS DE LA CULTURA EN LOS JUEVES DE POESIA Y NARRATIVA DE LA FERIA DE LIBROS  “AMAZONAS”
EL PROGRAMA DE TELEVISION CARAS DE LA CULTURA iniciando su Ciclo de actividades con motivo de la Celebración de sus 12 años de actividades presenta
CARAS DE LA CULTURA EN VIVO
PROGRAMA /HORA : 5.30 pm.
1.- Bienvenida a cargo de Rafael Alvarado Castillo, Director de los Jueves de Poesía y Narrativa de la Feria del Libro del Jr. Amazonas.
2.- Participación poética de Manuel López Rodríguez (Poeta y Director de Caras de la Cultura)
3.- Recital musical de Víctor Manuel Arellano Berrio (Concertista de Guitarra) Conductor de la secuencia “Caminando entre Cuerdas” .
4.- Participación Poética de Margoth Berrio (Poeta)
Faride Sansur (Poeta y conductora de la secuencia Poesía Viva  presenta el libro de poemas : La saga del tiempo).
5.- Primera participación Musical de Carlos Román Rodríguez (El Yaraví Arequipeño)
6.- Presentación del Libro: COMO UNA ESPADA EN EL ALBA” del escritor y poeta
       Renán Vargas Calderón.
7.- Segunda participación musical de Carlos Román Rodríguez
8.- Entrega de Diplomas y Brindis de Honor.
9.- Despedida.

domingo, 22 de octubre de 2017

MIGUEL HERNÁNDEZ y su poema "CANCIÓN ÚLTIMA"

CANCIÓN ÚLTIMA
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.

CHARLES BUKOWSKI y su poema "El incendio de un sueño"

EL INCENDIO DE UN SUEÑO

la vieja Biblioteca Pública de Los Angeles
ha sido destruida por las llamas.
aquella biblioteca del centro.
con ella se fue
gran parte de mi
juventud.
estaba sentado en uno de aquellos bancos
de piedra cuando mi amigo
Baldy me
preguntó:
“¿vas a alistarte en
la brigada
Abraham Lincoln?”
“claro”, contesté
yo.
pero, al darme cuenta de que yo no era
un idealista político
ni un intelectual
renegué de aquella
decisión
más tarde.
yo era un lector
entonces
que iba de una sala a
otra: literatura, filosofía,
religión, incluso medicina
y geología.
muy pronto
decidí ser escritor,
pensaba que sería la salida
más fácil
y los grandes novelistas no me parecían
demasiado dificiles.
tenía mas problemas con
Hegel y con Kant.
lo que me fastidiaba
de todos ellos
es que
les llevara tanto
lograr decir algo
lúcido y/
o
interesante.
yo creía
que en eso
los sobrepasaba a todos
entonces.
descubrí dos
cosas:
a) que la mayoría de los editores creía que
todo lo que era aburrido
era profundo.
b) que yo pasaría décadas enteras
viviendo y escribiendo
antes de poder
plasmar
una frase que
se aproximara un poco
a lo que quería
decir.
entretanto
mientras otros iban a la caza de
damas,
yo iba a la caza de viejos
libros,
era un bibliófilo, aunque
desencantado,
y eso
y el mundo
configuraron mi carácter.
vivía en una cabaña de contrachapado
detrás de una pensión de 3 dólares y medio
a la semana
sintiéndome un
Chatterton
metido dentro de una especie de
Thomas
Wolfe.
mi principal problema eran
los sellos, los sobres, el papel
y
el vino,
mientras el mundo estaba al borde
de la Segunda Guerra Mundial.
todavía no me había
atrapado
lo femenino, era virgen
y escribía entre 3 y
5 relatos por semana
y todos
me los devolvían, rechazados por
el New Yorker, el Harper´s,
el Atlantic Monthly.
había leido que
Ford Madox Ford solía empapelar
el cuarto de baño
con las notas que recibía rechazando sus obras
pero yo no tenía
cuarto de baño, así que las amontonaba
en un cajón
y cuando estaba tan lleno
que apenas podía
abrirlo
sacaba todas las notas de rechazo
y las tiraba
junto con los
relatos.
la vieja Biblioteca Pública de Los Angeles
seguía siendo
mi hogar
y el hogar de muchos otros
vagabundos.
discretamente utilizábamos los
aseos
y a los únicos que
echaban de allí
era a los que
se quedaban dormidos en las
mesas
de la biblioteca; nadie ronca como un
vagabundo
a menos que sea alguien con quien estás
casado.
bueno, yo no era realmente un
vagabundo. yo tenía tarjeta de la biblioteca
y sacaba y devolvía
libros,
montones de libros,
siempre hasta el
límite
de lo permitido:
Aldous Huxley, D.H. Lawrence,
e.e. cummings, Conrad Aiken, Fiódor
Dos, Dos Passos, Turguénev, Gorki,
H.D. Freddie Nietzche,
Shopenhauer,
Steinbeck,
Hemingway,
etc.
siempre esperaba que la bibliotecaria
me dijera: “que buen gusto tiene usted,
joven.”
pero la vieja
puta
ni siquiera sabía
quién era ella,
cómo iba a saber
quién era yo.
pero aquellos estantes contenían
un enorme tesoro: me permitieron
descubrir
a los poetas chinos antiguos
como Tu Fu y Li
Po
que son capaces de decir en un
verso más que la mayoria en
treinta o
incluso en ciento.
Sherwood Anderson debe de haberlos
leído
también.
también solía sacar y devolver
los Cantos
y Ezra me ayudó
a fortalecer los brazos si no
el cerebro.
maravilloso lugar
la Biblioteca Pública de Los Angeles
fue un hogar para alguien que había tenido
un
hogar
infernal
ARROYOS DEMASIADO ANCHOS PARA SALTARLOS
LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO
CONTRAPUNTO
EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO
James Thurber
John Fante
Rabelais
De Maupassant
algunos no me
decían nada: Shakespeare, G.B. Shaw,
Tolstói, Robert Frost, F. Scott
Fitzgerald
Upton Sinclair me llegaba
más
que Sinclair Lewis
y consideraba a Gogol y a
Dreiser tontos
de remate
pero tales juicios provenían mas
del modo en que un hombre
se ve obligado a vivir que de
su razón.
la vieja Biblioteca Pública de Los Angeles
muy probablemente evitó
que me convirtiera en un
suicida,
un ladrón
de bancos,
un tipo
que pega a su mujer,
un carnicero o
un motorista de la policía
y, aunque reconozco que
puede que alguno sea estupendo,
gracias
a mi buena suerte
y al camino que tenía que recorrer,
aquella biblioteca estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo
a lo que aferrarme
y no parecía que hubiera
mucho.
y cuando abrí el
periodico
y leí la noticia sobre el incendio
que había destruido la
biblioteca y la mayor parte de
lo que en ella había
le dije a mi
mujer: “yo solía pasar
horas y horas
allí …”
EL OFICIAL PRUSIANO
EL ATREVIDO MUCHACHO DEL TRAPECIO
TENER Y NO TENER
NO PUEDES RETORNAR A TU HOGAR.

CHARLES BUKOWSKI y su poema "Vivir de cubos de basura"

"VIVIR DE CUBOS DE BASURA"
Charles Bukowski


El viento sopla fuerte esta noche
Y es viento frío
Y pienso en los chicos
De la calle.
Espero que algunos tengan
Una botella de tinto.

Cuando estás en la calle
Es cuando te das cuenta de que
Todo
Tiene dueño
Y de que hay cerrojos en
Todo.
Así es como funciona la democracia:
Coges lo que puedes,
Intentas conservarlo
Y añadir algo
Si es posible.

Así es también como funciona
La dictadura
Sólo que una esclaviza
Y la otra destruye a sus
Desheredados.

Nosotros simplemente nos olvidamos
De los nuestros.

En cualquier caso
Es un viento
Fuerte
Y frío
.

CHARLES BUKOWSKI y su "Poema para el limpiabotas"


POEMA PARA EL LIMPIABOTAS
CHARLES BUKOWSKI


Equilibrio es el que mantienen los caracoles que trepan
por los acantilados de Santa Mónica;
Suerte es bajar andando la Western Avenue
y que las chicas de una sala de masajes
te griten, "Hola cariño".

El milagro es tener cinco mujeres enamoradas de ti
a los 55 años,
y lo bueno es que sólo puedas
amar a una de ellas.

El regalo es tener una hija más buena
que tú, con una sonrisa mejor que la tuya.

La calma te la da conducir un
Volkswagen azul del 67 a través de las calles
como un adolescente, escuchando
-El anfitrión que más te quiere- en la radio,
disfrutando del sol, disfrutando del fuerte zumbido
de un motor reconstruido
mientras serpenteas en el tráfico.

La bendición es que te guste la música rock,
la música clásica, el jazz...
Todo lo que contenga la energía original
del placer.

Y la probabilidad que retorna
es la tristeza profunda por debajo
de ti, por encima de ti
entre paredes como guillotinas
furioso por el teléfono que suena
o los pasos de alguien que pasa;
pero la otra probabilidad
(el extremo melodioso que siempre viene a continuación)
hace que la cajera del
supermercado se parezca a
Marilyn,
a Jackie antes de que acabaran con su amante de Harvard
a la chica del Instituto a la que todos
seguíamos hasta su casa.

Está lo que te ayuda a creer
en algo más aparte de la muerte:
alguien que se acerca en un coche
por una calle demasiado estrecha
y se corre a un lado para dejarte pasar,
o el viejo boxeador Beau Jack
limpiando zapatos
después de derrochar todo el fajo de billetes
en fiestas,
en mujeres,
en parásitos,
tarareando,
respirando sobre el cuero
dándole al trapo,
levantando los ojos y diciendo:
"¡Que chingados!. Lo disfruté una temporada
que me quiten
lo bailado".

Algunas veces soy amargo
pero en general el sabor ha sido
dulce, sólo que no me he atrevido
a decirlo. Es como
cuando tu mujer te dice:
"Dime que me quieres" y tú
no puedes.

Si me ves sonreír en
mi Volkswagen azul
pasándome un semáforo en ámbar
conduciendo rumbo al sol
es que estoy atrapado en
los brazos de una
vida loca
pensando en los artistas del trapecio
en los enanos con grandes puros
en un invierno ruso a principios de los años ´40,
en Chopin, con su bagaje de tierra polaca
en una vieja camarera que me trae una
taza extra de café y
se ríe mientras lo hace.

Lo mejor de ti
me gusta más de lo que crees
los demás no cuentan
a no ser porque tienen dedos y cabezas
y algunos tienen ojos
y la mayoría tienen piernas
y todos ellos
tienen sueños buenos y malos
y un camino por recorrer.

La justicia está en todas partes y funciona
y las ametralladoras y los billetes
y los cercos
lo demuestran.

"CHARLES BUKOWSKI y su poema "Guerra y paz"

"GUERRA Y PAZ"
de Charles Bukowski



Experimentar
auténtico dolor
es
algo
duro
sobre lo que escribir,
imposible
de entender
mientras
estás en sus garras;
estás
acojonado *
a no poder
más,
no puedes
quedarte quieto,
moverte
ni siquiera
volverte
loco
como es debido.

y luego
cuando
por fin
recuperas
el aplomo
y eres
capaz de
evaluar
la
experiencia
es casi como
si le
hubiera ocurrido
a
otra
persona

porque
fíjate en
ti
ahora:

tranquilo
indiferente

limpiándote
las uñas

pongamos por caso

buscando
sellos
en
un
cajón
boleandote
los
zapatos
o
pagando
una
factura
de la luz.

la vida es
y no es
un
dulce
coñazo.

martes, 17 de octubre de 2017

LOS CLAVOS DE LA PUERTA

LOS CLAVOS DE LA PUERTA


Ésta es la historia de un niño que, todos los días, se peleaba con su hermano, con sus padres, compañeros del colegio, etc …

Una tarde, su padre le entregó un paquete. El niño muy curisoso lo desenvolvió rápidamente y se sorprendió muchísimo al ver ese extraño regalo: era una caja de clavos.

El padre lo miró muy fijo y le dijo:

 “Hijo mío, te voy a dar un consejo: cada vez que pierdas el control, cada vez que contestes mal a alguien y discutas, clava un clavo en la puerta de tu habitación”.

El primer día, el niño clavó 37 clavos en la puerta.

Con el paso del tiempo, el niño fue aprendiendo a controlar su rabia, por ende, la cantidad de clavos comenzó a desminuir. Descubrió que eras más fácil controlar su temperamento que clavar los clavos en la puerta.

Finalmente llegó el día en que el niño no perdió los estribos.

Su padre orgulloso, le sugirió que por cada día que
se pudiera controlar, sacase un clavo. Los días transcurrieron y el niño logró quitarlos todos.

Conmovido por ello, el padre tomó a su hijo de la mano y lo llevó hasta la puerta, y con suma tranquilidad le dijo:

“Haz hecho bien, hijo mio, pero mira los agujeros… la puerta nunca volverá a ser la misma. Cuando dices cosas con rabia, dejan una cicatriz igual que ésta. Le puedes clavar un cuchillo a un hombre y luego sacárselo. Pero no importa cuántas veces le pidas perdón, la herida siempre seguirá ahí. Una herida verbal es tan dañina como una física. Recuerda que los amigos son joyas muy escasas, consérvalos, cuídalos, ámalos, pero no los lastimes, hay daños que son irreversibles y no hay perdón que los sane”

El niño comprendió la enseñanza de su padre y la agradeció profundamente; se dio cuenta de que al enojarse no sólo causaba daño a los demás, sino que también se daña a sí mismo. A partir de ese momento jamás volvió a tener que controlar su ira, porque decidió actuar siempre guiado por el amor

Y tú, ¿cuantos clavos y/o agujeros tienes en tu puerta?


Un abrazo, Felipe.