lunes, 28 de abril de 2014

CORAZÓN, Edmundo de Amicis. El profesor suplente, texto

                                                                                Enero, Miércoles, 4.

     Tenía razón mi padre: el maestro estaba de mal humor porque no se sentía bien; y desde hace días, en efecto, viene en su lugar el suplente, aquel pequeño, sin barba, que parece un jovencillo.
     Una cosa desagradable ocurrió esta mañana. Ya el primero y segundo día habían hecho mucho ruido en clase, porque el suplente tiene una gran paciencia y no hace más que decir:
     -¡Callad, por favor! ¡Os ruego que os calléis!
     Pero esta mañana se colmó la medida. Se produjo tal rumor que no se oían sus palabras, y él amonestaba y suplicaba en vano; no le hacían caso. Dos veces el director se asomó  a la puerta y miró. Pero en  cuanto él se iba subía de nuevo el  murmullo como en un mercado. Garrone y Derosi no hacían más que decir por señas  a sus compañeros que callasen, que era una vergüenza.  Nadie les hacía caso. Stardi era el único que se estaba quieto, con los codos en el banco y los puños en las sienes, pensando quizás en su famosa biblioteca; y Garoffi, el de la nariz ganchuda y de las estampillas, estaba muy afanado en preparar el sorteo, a dos centavos la papeleta, de un  tintero de bolsillo. Los demás charlaban y reían; hacían vibrar las plumas clavadas en los bancos, o, con ligas como tiradores, se disparaban bolitas de papel.
     El suplente tomaba por el brazo ya a uno, ya otro, y los zarandeaba,  y hasta puso a uno de rodillas; todo inútil. No sabía ya a qué santo encomendarse, y los exhortaba diciendo:
     -Pero, ¿por qué hacéis esto? ¿Queréis obligarme a regañaros?
     Después pegaba con el puño sobre la mesa, y gritaba sofocado por el llanto y la rabia:
     -¡Silencio! ¡Silencio! ¡Silencio!
     Daba lástima oírlo. Pero el vocerío seguía creciendo. Franti le tiró una flechilla de papel; unos maullaban; otros se pegaban cachetes. Era un desbarajuste  indescriptible.
     De pronto entró el bedel y dijo:
     -Señor profesor, el director lo llama.
     El maestro se levantó y salió corriendo, desesperado.
     La baraúnda se hizo entonces más fuerte. Pero de pronto, Garrone saltó descompuesto y apretando los puños, gritó ahogado por la ira:
     -¡Acabad! Sois unos brutos. Abusáis porque es bueno. Si os machacaran  los huesos estaríais sumidos como perros. Sois una cuadrilla de cobardes. Al primero que haga ahora alguna cosa, lo espero fuera y le rompo las muelas, lo juro. ¡Aunque sea delante de su padre!
     Todos callaron. ¡Oh, qué espléndido estaba Garrone lanzando chispas por los ojos! Parecía un leoncillo furioso. Miró uno a uno a los más descarados, y todos bajaron la cabeza.
     Cuando el suplente volvió, con los ojos enrojecidos, se sentía el vuelo de una mosca. Se quedó atónito. Pero después, cuando vio a Garrone, todavía muy encendido y agitado, lo comprendió todo y le dijo con expresión cariñosa, como se lo hubiese  dicho a un hermano:

     -¡Gracias, Garrone!

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