Enero, Miércoles, 4.
Tenía razón
mi padre: el maestro estaba de mal humor porque no se sentía bien; y desde hace
días, en efecto, viene en su lugar el suplente, aquel pequeño, sin barba, que
parece un jovencillo.
Una cosa
desagradable ocurrió esta mañana. Ya el primero y segundo día habían hecho
mucho ruido en clase, porque el suplente tiene una gran paciencia y no hace más
que decir:
-¡Callad,
por favor! ¡Os ruego que os calléis!
Pero esta
mañana se colmó la medida. Se produjo tal rumor que no se oían sus palabras, y
él amonestaba y suplicaba en vano; no le hacían caso. Dos veces el director se
asomó a la puerta y miró. Pero en cuanto él se iba subía de nuevo el murmullo como en un mercado. Garrone y Derosi
no hacían más que decir por señas a sus
compañeros que callasen, que era una vergüenza. Nadie les hacía caso. Stardi era el único que
se estaba quieto, con los codos en el banco y los puños en las sienes, pensando
quizás en su famosa biblioteca; y Garoffi, el de la nariz ganchuda y de las
estampillas, estaba muy afanado en preparar el sorteo, a dos centavos la
papeleta, de un tintero de bolsillo. Los
demás charlaban y reían; hacían vibrar las plumas clavadas en los bancos, o,
con ligas como tiradores, se disparaban bolitas de papel.
El suplente
tomaba por el brazo ya a uno, ya otro, y los zarandeaba, y hasta puso a uno de rodillas; todo inútil.
No sabía ya a qué santo encomendarse, y los exhortaba diciendo:
-Pero, ¿por
qué hacéis esto? ¿Queréis obligarme a regañaros?
Después
pegaba con el puño sobre la mesa, y gritaba sofocado por el llanto y la rabia:
-¡Silencio! ¡Silencio! ¡Silencio!
Daba lástima
oírlo. Pero el vocerío seguía creciendo. Franti le tiró una flechilla de papel;
unos maullaban; otros se pegaban cachetes. Era un desbarajuste indescriptible.
De pronto
entró el bedel y dijo:
-Señor profesor, el director lo llama.
El maestro
se levantó y salió corriendo, desesperado.
La baraúnda
se hizo entonces más fuerte. Pero de pronto, Garrone saltó descompuesto y
apretando los puños, gritó ahogado por la ira:
-¡Acabad!
Sois unos brutos. Abusáis porque es bueno. Si os machacaran los huesos estaríais sumidos como perros.
Sois una cuadrilla de cobardes. Al primero que haga ahora alguna cosa, lo
espero fuera y le rompo las muelas, lo juro. ¡Aunque sea delante de su padre!
Todos
callaron. ¡Oh, qué espléndido estaba Garrone lanzando chispas por los ojos!
Parecía un leoncillo furioso. Miró uno a uno a los más descarados, y todos
bajaron la cabeza.
Cuando el
suplente volvió, con los ojos enrojecidos, se sentía el vuelo de una mosca. Se
quedó atónito. Pero después, cuando vio a Garrone, todavía muy encendido y
agitado, lo comprendió todo y le dijo con expresión cariñosa, como se lo
hubiese dicho a un hermano:
-¡Gracias,
Garrone!
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