miércoles, 23 de abril de 2014

CORAZÓN, Edmundo de Amicis. La voluntad, texto

Octubre. Miércoles 28
Esta mañana ocurrieron dos acontecimientos en la escuela: Garofi, loco de alegría porque le habían devuelto su álbum aumentado con tres sellos de Guatemala y Estardo, que había obtenido la segunda medalla. Quien lo hubiera pensado cuando su padre lo llevó a la escuela por primera vez y dijo al maestro delante de todos:
     -¡Tenga usted paciencia con él, porque es tardo para comprender!
     Pero él  se puso a estudiar con fe, de día y de noche, en su casa, en la escuela y en la calle, con los dientes apretados y cerrados los puños, paciente como un buey. No comprendía ni sabía nada, y ahora ha pasado por delante de los demás. Se adivina su voluntad de hierro, cuando se ve su facha: grueso, sin cuello, con la cabeza cuadrada, las manos cortas y gordas y la voz áspera.  No juega con nadie y siempre está en su banco con las  manos en las sienes, oyendo al maestro. ¡Cuánto debe haber trabajado el pobre Estardo!
     El maestro, cuando le dio la medalla, aun estaba impaciente y de mal humor, le dijo:
     -¡Bravo, Estardo; quien trabaja vence!
     Pero él ni siquiera sonrió. Volvió al banco con su medalla, tornó a apoyar las sienes en los puños y se quedó más inmóvil que antes.
     A la salida, su padre, un sangrador, tosco como él, no quería creer lo de la medalla. Fue menester que el profesor se lo dijera, y entonces se echó a reír de gusto, diciéndole en alta voz:
     -¡Bravo, testarudo mío!  -y le daba palmadas en la cabeza.

     Todos los muchachos sonrieron, excepto Estardo, pues ya rumiaba la lección del día siguiente.

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