Octubre. Miércoles
28
Esta
mañana ocurrieron dos acontecimientos en la escuela: Garofi, loco de alegría
porque le habían devuelto su álbum aumentado con tres sellos de Guatemala y
Estardo, que había obtenido la segunda medalla. Quien lo hubiera pensado cuando
su padre lo llevó a la escuela por primera vez y dijo al maestro delante de
todos:
-¡Tenga usted paciencia con él, porque es
tardo para comprender!
Pero él
se puso a estudiar con fe, de día y de noche, en su casa, en la escuela
y en la calle, con los dientes apretados y cerrados los puños, paciente como un
buey. No comprendía ni sabía nada, y ahora ha pasado por delante de los demás.
Se adivina su voluntad de hierro, cuando se ve su facha: grueso, sin cuello,
con la cabeza cuadrada, las manos cortas y gordas y la voz áspera. No juega con nadie y siempre está en su banco
con las manos en las sienes, oyendo al
maestro. ¡Cuánto debe haber trabajado el pobre Estardo!
El maestro, cuando le dio la medalla, aun
estaba impaciente y de mal humor, le dijo:
-¡Bravo, Estardo; quien trabaja vence!
Pero él ni siquiera sonrió. Volvió al
banco con su medalla, tornó a apoyar las sienes en los puños y se quedó más
inmóvil que antes.
A la salida, su padre, un sangrador, tosco
como él, no quería creer lo de la medalla. Fue menester que el profesor se lo
dijera, y entonces se echó a reír de gusto, diciéndole en alta voz:
-¡Bravo, testarudo mío! -y le daba palmadas en la cabeza.
Todos los muchachos sonrieron, excepto
Estardo, pues ya rumiaba la lección del día siguiente.
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