lunes, 5 de mayo de 2014

CORAZÓN, Edmundo de Amicis. Mi compañero Coretti, texto.

   Domingo, 13 de noviembre.


     Mi padre me perdonó; pero me quedé un poco triste, y mi madre me envió a dar un paseo con el hijo mayor del portero. A mitad del paseo, pasando junto a un carro parado delante de la tienda, oigo que me llaman por mi nombre y me vuelvo. Era Coretti, mi compañero de colegio, con su chaqueta de punto color  de chocolate y su gorra de pelo de gato, sudoroso y alegre, con una gran carga de leña sobre sus espaldas. El hombre, de pie en el carro, le echaba una brazada  de leña cada vez; él cargaba con ella y la llevaba a la tienda  de su  padre, donde  muy  diligentemente la hacinaba.
     -¿Qué haces, Coretti? –le pregunté.
     -¿No lo ves? –respondió, tendiendo  los brazos para tomar la carga-. Repaso la lección.
     Me reí. Pero él hablaba en serio., y después de tomar la brazada de leña, empezó a decir corriendo:
     -“Llámanse accidentes del verbo… sus variaciones según el número…, según el número y la persona”… -Y después echando la leña y amontonándola-: “Según el tiempo…, según el tiempo a que se refiere la acción”… -Y volviéndose al carro a tomar otra brazada-: “Según el modo con que la acción se enuncia”.
     Era nuestra lección de gramática para el día siguiente.
     -¿Qué quieres? –me dijo-; aprovecho el tiempo. Mi padre se ha ido al monte con el muchacho. Mi madre está enferma. Me toca a mí descargar. Entretanto, repaso la gramática. Y hoy es una lección difícil. No acabo de metérmela a la cabeza. Mi padre me ha dicho que estará aquí a las siete para pagarle a usted –dijo después al hombre del carro.
     -Entra un momento en la tienda –me dijo Coretti.
     Entré. Era una habitación llena de montones de haces de leña, con una pequeña báscula a un lado.
     -Hoy es día de mucho trabajo, te lo aseguro –continuó Coretti-. Tengo que hacer mi obligación a ratos y como pueda. Estaba escribiendo los deberes y ha venido gente a comprar. Me he vuelto a poner a escribir, y llegó el carro. Esta mañana he ido ya dos veces  al mercado de la leña, en la plaza Venecia. Tengo las piernas que ya no las siento, y las manos hinchadas. ¡Lo único que me faltaba era tener que hacer también algún dibujo! –y entretanto barría las hojas secas y las astillas que rodeaban el montón.
     -Pero, ¿dónde haces tus trabajos, Coretti? –le pregunté.
     -No aquí ciertamente –respondió-. Ven a verlo.
     Y me llevó a una habitación detrás de la  tienda, que servía de cocina y de comedor, y a un lado había una mesa donde estaban los libros, los cuadernos y el trabajo empezado.
     -Precisamente aquí –dijo- he dejado la segunda contestación en el aire: “Con el cuero se hacen zapatos, los cinturones…” Ahora se añade “las maletas”. –Y tomando la pluma se puso a escribir con su hermosa letra.
     -¿No hay nadie aquí? –se oyó gritar en aquel momento en la tienda.
     Era una mujer que venía a comprar leña.
     -Allá voy –respondió Coretti yendo a atenderla. Pesó los haces, tomó el dinero, corrió a un lado para anotar la venta en una libreta y volvió a su trabajo, diciendo-: A ver si puedo concluir el período. –Y escribió-:…”las bolsas de viaje y las mochilas de los soldados”. ¡Ah, mi pobre café, que se sale! –gritó de repente, y corrió a la hornilla a quitar la cafetera del fuego-. Es el café para mamá y se lo llevaremos; así te verá y tendrá mucho gusto… Hace siete días que está en cama. “¡Accidentes del verbo!” Siempre me quemo los dedos con esta cafetera. ¿Qué hay que añadir  después de las mochilas de los soldados?  Hace falta más, y no lo recuerdo. Ven a ver a mamá.
     Abrió la puerta y entramos en otro cuarto más pequeño. La madre de Coretti yacía en una cama grande, con un pañuelo en la cabeza.
     -Aquí, está el café, madre –dijo Coretti, alargando la taza-. Conmigo viene mi compañero de escuela.
     -¡Cuánto me alegro! –dijo la señora-. Viene a visitar a los enfermos, ¿no  es verdad?
     Entretanto, Coretti arreglaba la almohada detrás de las  espaldas de su madre, componía  la ropa de la cama, atizaba el fuego, echaba al gato de la cómoda.
     -¿Quiere usted algo, madre? –preguntó después, recogiendo de nuevo la taza-. ¿Tomó ya el jarabe? Luego iré por más a la botica. La leña ya está descargada. A las cuatro pondré el puchero, como me dijo usted, y cuando pase la mujer de la manteca le daré el dinero. Todo se hará; no se preocupe.
     -Gracias, hijo –respondió la señora-. ¡Pobre hijo mío, está en todo!
     Quiso que yo tomara un terrón de azúcar, y después Coretti me enseñó, puesta en un marquito, la fotografía de su padre, vestido de soldado y con la Cruz al Valor, que ganó en 1866, sirviendo en la división del príncipe Humberto. Tenía la misma cara del hijo, con sus ojos vivos y su alegre sonrisa.
     -Ya he recordado lo que me faltaba –dijo Coretti y añadió  en el cuaderno-: “Se hacen  también las guarniciones para los caballos”. Lo que falta lo escribiré esta noche, quedándome hasta más tarde. ¡Feliz tú que tienes todo el tiempo  que quieres para estudiar, y aún te sobra para ir de paseo!
     Y siempre alegre y vivo, de nuevo en la tienda comenzó  a cortar leños, diciendo:
     -¡Esto es gimnasia! Más que la de “extensión”, “flexión” y todo eso que sabemos. Quiero que mi padre encuentre toda esta leña partida cuando vuelva a casa; eso le gustará mucho. Lo malo es que, después de este trabajo, hago unas “eles” y unas “tes” que parecen serpientes, según dicen el maestro. ¿Qué hacer?  Le diré que he tenido que mover mucho los brazos. Lo que importa es que mi madre se ponga pronto buena. Hoy, gracias a Dios, está mejor. La gramática la estudiaré de mañanita, antes que salga el sol. ¡Ah, ahora viene el carro con los troncos! ¡A la faena!
     Un carro cargado de leña se detuvo ante la puerta de la tienda. Coretti salió a hablar con el hombre, y volvió.
     -Ahora no puedo ya hacerte compañía –me dijo-; hasta mañana. Has hecho bien en venir a verme. ¡Buen paseo te has dado! ¡Feliz tú que puedes!
     Y dándome la mano, corrió luego  a tomar el primer tronco y volvió a sus viajes del carro a la tienda, la cara fresca como una rosa bajo su gorra de pelo de gato.
     “Feliz tú”, me dijo él. ¡Ah, no, Coretti, no! Tú eres más feliz porque estudias y trabajas más; porque eres más útil a tu padre y a tu madre; porque eres mejor, cien veces mejor que yo, querido compañero. 

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. holah aca estamos 2020 XD sabes eso es uno de los capitulos de corazon no? es q es para una tarea (._.)

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  2. Hola estoy haciendo mi tarea. Gracias.

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  3. (◠‿◕)(・∀・)(ノ◕ヮ◕)✿🇦🇹

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