Miércoles,
25 de enero
.
El que ha hecho mejor la composición sobre
la patria ha sido también Derosi. ¡Y
Votini, que daba por seguro el primer premio!...
Yo quería mucho a Votini, aunque es algo
vanidosillo y presumido; pero me disgusta, ahora que estoy con él en el banco,
ver lo que envidia a Derossi. Y estudia para competir con él; pero no puede en
manera alguna, porque el otro le da cien vueltas en todas las asignaturas, y
a Votini se le ponen los dientes
largos. También siente envidia Carlos
Nobis; pero éste tiene tanto orgullo que la misma soberbia no se la deja
descubrir. Votini, por el contrario, se delata, se lamenta de las notas en su
casa y dice que el maestro comete injusticia;
y cuando Derossi responde a las
preguntas tan pronto y tan bien como
siempre, él pone la cara hosca, baja la
cabeza, finge no oír y se esfuerza por reír, pero con risa de conejo. Y como
todos lo saben, en cuanto el maestro alaba a Derossi, todos se vuelven a mirar
a Votini, que traga veneno, y el “albañilito” le hace la mueca de hocico de
liebre.
Esta mañana, por ejemplo, lo ha
demostrado. El maestro entró en la escuela y anunció el resultado de los
exámenes; Derossi diez décimas y la primera medalla.
Votini estornudó con estrépito. El maestro
lo miró, porque la cosa estaba bien clara.
-Votini –le dijo-, no dejes que se apodere de ti la
serpiente de la envidia. Es una sierpe que roe el cerebro y corrompe el corazón.
Todos lo miraron, menos Derossi. Votini
quiso responder pero no pudo. Después, mientras el maestro daba la lección, se
puso a escribir, en gruesos caracteres, en una hoja: “Yo no estoy
envidioso de los que ganan la primera medalla por favor y sin justicia”. Pero
los que estaban junto a Derossi tramaban entretanto algo entre ellos hablándose
al oído, y uno hacía con el cortaplumas una gran medalla de papel, sobre la
cual habían dibujado una serpiente negra. Votini no advirtió nada. El maestro
salió breves momentos. En seguida, los que estaban junto a Derossi se
levantaron para salir del banco e ir a presentar solemnemente la medalla de
papel a Votini. Toda la clase se
preparaba para presenciar una escena desagradable. Votini estaba ya temblando.
Derossi gritó:
-¡Dádmela!
-Sí, mejor es –respondieron los demás-. Tú
eres el que debe llevársela.
Derossi tomó la medalla y la hizo mil
pedazos. En aquel momento volvió el maestro y se reanudó la clase. Yo no cesaba
de observar a Votini, que estaba rojo de vergüenza. Tomó el papel despacito,
como si lo hiciese distraídamente, lo hizo mil dobleces a escondidas, se lo
puso en la boca, lo mascó un poco y después lo echó debajo del banco.
Al salir de la escuela y pasar por delante
de Derossi, a Votini, que estaba un poco confuso, se le cayó el papel secante.
Derossi, siempre noble, lo recogió y se lo puso en la cartera, y lo ayudó a
abrocharse el cinturón. Votini no se atrevió a levantar la cabeza.
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