sábado, 3 de mayo de 2014

CORAZÓN, Edmundo de Amicis. Envidia, texto.

Miércoles, 25 de enero
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     El que ha hecho mejor la composición sobre la patria ha  sido también Derosi. ¡Y Votini, que daba por seguro el primer premio!...
     Yo quería mucho a Votini, aunque es algo vanidosillo y presumido; pero me disgusta, ahora que estoy con él en el banco, ver lo que envidia a Derossi. Y estudia para competir con él; pero no puede en manera alguna, porque el otro le da cien vueltas en todas las asignaturas, y a  Votini se le ponen los dientes largos.  También siente envidia Carlos Nobis; pero éste tiene tanto orgullo que la misma soberbia no se la deja descubrir. Votini, por el contrario, se delata, se lamenta de las notas en su casa y dice que el maestro comete injusticia;  y cuando Derossi responde  a las preguntas  tan pronto y tan bien como siempre, él pone la cara  hosca, baja la cabeza, finge no oír y se esfuerza por reír, pero con risa de conejo. Y como todos lo saben, en cuanto el maestro alaba a Derossi, todos se vuelven a mirar a Votini, que traga veneno, y el “albañilito” le hace la mueca de hocico de liebre.
     Esta mañana, por ejemplo, lo ha demostrado. El maestro entró en la escuela y anunció el resultado de los exámenes; Derossi diez décimas y la primera medalla.
     Votini estornudó con estrépito. El maestro lo miró, porque la cosa estaba bien clara.
     -Votini –le  dijo-, no dejes que se apodere de ti la serpiente de la envidia. Es una sierpe que roe el cerebro y corrompe el corazón.
     Todos lo miraron, menos Derossi. Votini quiso responder pero no pudo. Después, mientras el maestro daba la lección, se puso a escribir,  en gruesos  caracteres, en una hoja: “Yo no estoy envidioso de los que ganan la primera medalla por favor y sin justicia”. Pero los que estaban junto a Derossi tramaban entretanto algo entre ellos hablándose al oído, y uno hacía con el cortaplumas una gran medalla de papel, sobre la cual habían dibujado una serpiente negra. Votini no advirtió nada. El maestro salió breves momentos. En seguida, los que estaban junto a Derossi se levantaron para salir del banco e ir a presentar solemnemente la medalla de papel  a Votini. Toda la clase se preparaba para presenciar una escena desagradable. Votini estaba ya temblando. Derossi gritó:
     -¡Dádmela!
     -Sí, mejor es –respondieron los demás-. Tú eres el que debe llevársela.
     Derossi tomó la medalla y la hizo mil pedazos. En aquel momento volvió el maestro y se reanudó la clase. Yo no cesaba de observar a Votini, que estaba rojo de vergüenza. Tomó el papel despacito, como si lo hiciese distraídamente, lo hizo mil dobleces a escondidas, se lo puso en la boca, lo mascó un poco y después lo echó debajo del banco.

     Al salir de la escuela y pasar por delante de Derossi, a Votini, que estaba un poco confuso, se le cayó el papel secante. Derossi, siempre noble, lo recogió y se lo puso en la cartera, y lo ayudó a abrocharse el cinturón. Votini no se atrevió a levantar la cabeza.

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