¡Y decir que Carlos Nobis se limpia la
manga con afectación cuando Precossi lo toca al pasar! Es la encarnación misma
de la soberbia, y todo porque su padre
es un ricachón. ¡Pero también el padre de Derossi es rico!
Carlos desearía tener un banco para él
solo; tiene miedo de que todos lo ensucien; a todos mira de arriba y abajo, con
risa despreciativa en los labios. ¡Ay del que le tropiece en un pie cuando
salimos en fila de dos en dos! Por cualquier insignificancia lanza al rostro
una palabra injuriosa o amenaza con qué hará venir a su padre a la escuela. ¡Y
cuidado que su padre le echó buena reprimenda cuando llamó harapiento al hijo
del carbonero! Nunca he visto altanería semejante. Nadie le dice adiós al salir; no hay quien
le apunte una palabra cuando no sabe la lección. Él, en cambio, no puede
sufrir a ninguno. Finge despreciar sobre todo a Derossi, porque es el primero
de la clase, y a Garrone, porque todos lo quieren bien; pero Derossi ni se
acuerda de mirarlo, y Garrone, cuando le contaron que Nobis hablaba mal de él,
contestó:
-Tiene una soberbia tan estúpida que no
merece siquiera mis coscorrones.
Coretti, sin embargo, un día en que se
mofaba de su gorra de pelo de gato, le dijo:
-¡Vete con Derossi para que aprendas un
poco a ser caballero!
Ayer se fue a quejar al maestro porque el
calabrés lo había tocado con el pie en una pierna. El maestro preguntó al
calabrés:
-¿Lo has hecho de intento?
-No, señor –respondió francamente.
-Eres demasiado quisquilloso, Nobis –dijo
el maestro.
Y Nobis, con su aire acostumbrado:
El maestro entonces se encolerezó:
-Tu padre no te hará caso, como ha pasado
otras veces. Además de que, en la escuela, el maestro es quien únicamente juzga y castiga, -Luego añadió con dulzura-:
Vamos, Nobis cambia de maneras. Sé bueno y cortés con tus compañeros. Mira, hay
hijos de trabajadores y de señores, de ricos y pobres. Todos se quieren bien y
se tratan como hermanos, como lo que
son. ¿Por qué no haces tú lo mismo que los demás? ¡Qué poco te costaría que todos te quisieran y estar tú mismo más
contento!... ¡Qué! ¿No tienes nada que contestarme?
Nobis, que había estado escuchando on su
acostumbrada altanería, contestó fríamente:
-No,
señor.
-Siéntate –le dijo el maestro-; te
compadezco. Eres un muchacho sin corazón.
Todo parecía haber concluido ya, cuando el
“albañilito”, que se sienta en el primer
banco, volviendo su redonda cara hacia Nobis, que está en el último, le
hizo una mueca, poniéndole su hocico de liebre tan bien hecho y tan gracioso
que estalló una sonora risotada en toda la clase. El maestro lo regañó, pero no tuvo más remedio,
para ocultar la risa, que taparse la boca con la mano. Nobis también se rió, pero
su risa no pasaba de los dientes.
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