lunes, 5 de mayo de 2014

CORAZÓN, Edmundo de Amicis. La soberbia, texto.

     ¡Y decir que Carlos Nobis se limpia la manga con afectación cuando Precossi lo toca al pasar! Es la encarnación misma de la soberbia, y todo porque  su padre es un ricachón. ¡Pero también el padre de Derossi es rico!
     Carlos desearía tener un banco para él solo; tiene miedo de que todos lo ensucien; a todos mira de arriba y abajo, con risa despreciativa en los labios. ¡Ay del que le tropiece en un pie cuando salimos en fila de dos en dos! Por cualquier insignificancia lanza al rostro una palabra injuriosa o amenaza con qué hará venir a su padre a la escuela. ¡Y cuidado que su padre le echó buena reprimenda cuando llamó harapiento al hijo del carbonero! Nunca he visto altanería semejante. Nadie le dice adiós al salir;  no hay quien  le apunte una palabra cuando no sabe la lección. Él, en cambio, no puede sufrir a ninguno. Finge despreciar sobre todo a Derossi, porque es el primero de la clase, y a Garrone, porque todos lo quieren bien; pero Derossi ni se acuerda de mirarlo, y Garrone, cuando le contaron que Nobis hablaba mal de él, contestó:
     -Tiene una soberbia tan estúpida que no merece siquiera mis coscorrones.
     Coretti, sin embargo, un día en que se mofaba de su gorra de pelo de gato, le dijo:
     -¡Vete con Derossi para que aprendas un poco a ser caballero!
     Ayer se fue a quejar al maestro porque el calabrés lo había tocado con el pie en una pierna. El maestro preguntó al calabrés:
     -¿Lo has hecho de intento?
     -No, señor –respondió francamente.
     -Eres demasiado quisquilloso, Nobis –dijo el maestro.
     Y Nobis, con su aire acostumbrado:
     El maestro entonces se encolerezó:
     -Tu padre no te hará caso, como ha pasado otras veces. Además de que, en la escuela, el maestro es quien únicamente  juzga y castiga, -Luego añadió con dulzura-: Vamos, Nobis cambia de maneras. Sé bueno y cortés con tus compañeros. Mira, hay hijos de trabajadores y de señores, de ricos y pobres. Todos se quieren bien y se tratan  como hermanos, como lo que son. ¿Por qué no haces tú lo mismo que los demás? ¡Qué poco te costaría  que todos te quisieran y estar tú mismo más contento!... ¡Qué! ¿No tienes nada que contestarme?
     Nobis, que había estado escuchando on su acostumbrada altanería, contestó fríamente:
     -No, señor.
     -Siéntate –le dijo el maestro-; te compadezco. Eres un muchacho sin corazón.
     Todo parecía haber concluido ya, cuando el “albañilito”, que se sienta en el primer  banco, volviendo su redonda cara hacia Nobis, que está en el último, le hizo una mueca, poniéndole su hocico de liebre tan bien hecho y tan gracioso que estalló una sonora risotada en toda la clase. El  maestro lo regañó, pero no tuvo más remedio, para ocultar la risa, que taparse la boca con la mano. Nobis también se rió, pero su risa no pasaba de los dientes.

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