Martes,
18 de octubre.
Desde esta
mañana, también me gusta mi nuevo maestro.
Durante la
entrada, mientras él se instala en su sitio, se asomaban de vez en cuando a la
puerta varios de sus discípulos del año anterior para saludarlo:
-Buenos días, señor Perboni. Buenos días, señor maestro.
Algunos
entraban, le tomaban la mano y escapaban. Se veía que lo querían mucho y que
habrían deseado seguir con él. Él les contestaba:
-Buenos días
–y les estrechaba la mano, pero sin mirar a ninguno; durante cada saludo se
mantenía serio, con su arruga en la frente, vuelto hacia la ventana,
contemplando el tejado de la casa vecina, y
en lugar de alegrarse de aquellos saludos, se adivinaba que le daban
pena. Después nos miraba, uno tras otro, con mucha atención.
Empezó a
dictar, paseando entre los bancos, y al ver a un chico que tenía la cara
muy enrojecida y con unos granitos, dejó
de dictar, le tomó la barbilla y le
preguntó qué tenía, tocándole la frente para ver si tenía fiebre. En ese
momento un chico se puso de pie y empezó a bufonear a espaldas de él. Se volvió
de pronto, como si lo hubiera adivinado, y el muchacho se sentó y esperó el
castigo, con la cabeza baja y encarnado como la grana.
El maestro
se acercó a él, le posó la mano sobre la cabeza y le dijo:
-No lo
vuelvas a hacer.
No dijo más.
Se dirigió a la mesa, y acabó de dictar. Cuando concluyó, nos miró unos
instantes en silencio, y con voz lenta y, aunque ronca, agradable, empezó a
decir:
-Escuhad:
tendremos que pasar juntos un año. Procuraremos pasarlo lo mejor posible. Estudiad
y sed buenos. Yo no tengo familia. Vosotros sois mi familia. El año pasado
todavía tenía a mi madre: se me ha muerto. Me he quedado solo. No os tengo más
que a vosotros en el mundo; no poseo otro afecto ni otro pensamiento. Debéis
ser mis hijos. Os quiero bien, y debéis pagarme con la misma moneda. Deseo no
castigar a ninguno. Demostrad que tenéis corazón; nuestra escuela será una
familia y vosotros mi consuelo y mi orgullo. No os pido que lo prometáis de
palabra, porque estoy seguro de que en el fondo de vuestras almas ya lo habéis
prometido, y os lo agradezco.
En aquel
momento apareció el bedel a dar la hora. Todos abandonamos los bancos, despacio
y silenciosos. El muchacho de la pirueta se aproximó al maestro y le dijo con
voz temblorosa:
-¡Perdóname,
usted!
El maestro
lo besó en la frente y le dijo:
-Bien, bien: anda, hijo mío.
cual es su descripción del maestro
ResponderEliminarbueno
ResponderEliminarCuál es el propósito del texto
ResponderEliminarEl propósito del texto es darnos a conocer el gran amor y dedicación que nos dan nuestros maestros enseñándonos y que muchas veces no lo valoramos
EliminarSerá un texto narrativo .
ResponderEliminarLo sabemos ya que Edmundo de Amicis , fue un escritor italiano.
Muy buena obra
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