martes, 13 de mayo de 2014

CORAZÓN, Edmundo de Amicis. La madre de Franti, texto

Sábado, 28 de enero.
     Pero Votini es incorregible. Ayer en la clase de religión, delante del director, el maestro preguntó a Derossi si sabía de memoria aquellas dos estrofas del libro de lectura: “Dondequiera que tiendo la vista te veo, inmenso Dios”. Derossi  respondió que no, y Votini  dijo en seguida: “¡Yo lo sé!”, sonriéndose, como para mortificar a Derossi, pero el mortificado fue él, porque no pudo recitar la poesía, pues en aquel  momento entró en la escuela la madre de Franti, muy afligida, despeinados sus grises cabellos, toda llena de nieve, con su hijo, que había sido excluido de la escuela desde hacía ocho días.
     ¡Qué triste escena nos tocó presenciar! La pobre señora se echó casi de rodillas a los pies del director, tomándole las manos y suplicándole:
     -¡Oh, señor director, hágame usted el favor de volver a admitir al niño en la escuela! Hace tres días que está en casa. Lo he tenido escondido; pero Dios me valga si su padre lo descubre, porque lo mata. ¡Tenga usted compasión! , que yo no sé ya qué hacer. Se lo recomiendo con todo mi alma.
     El director trató de llevarla afuera; pero ella se resistía siempre, rogándole:
     -¡Oh, si supiese usted la lástima que me da este hijo! ¡Tenga usted compasión! ¡Hágame el favor! Yo espero que se enmendará. Si no me lo concede usted, no viviré ya más; me muero, aquí mismo; pero  querría verlo corregido antes de morir, porque… y la interrumpió el llanto. Es mi hijo, lo quiero mucho y moriría desesperada. Admítalo de nuevo, señor director, para que no sobrevenga una desgracia. ¡Hágalo por caridad hacia una pobre mujer! –Y se cubrió el rostro con las manos, sollozando.
     Franti estaba impasible, con la frente baja. El director lo miró; estuvo un rato pensándolo, y después dijo:
     -Franti, vuelve a tu puesto.
     Entonces la madre apartó las manos de la cara, muy consolada, y  empezó a dar miles de gracias, sin dejar de hablar al director  y se alejó hacia la puerta, enjugándose los ojos y diciendo con emoción creciente:
     -¡Hijo mío, que seas bueno. Tengan ustedes paciencia. Gracias, señor director; ha hecho usted una obra de caridad.  Adiós, hijo mío.  Buenos días, niños. Gracias, señor maestro; hasta la vista. ¡Soy una pobre madre que ha sufrido mucho!
     Y dirigiendo aún desde el umbral de la puerta una mirada suplicante a su hijo, se fue  ahogando los lamentos que la destrozaban, pálida, encorvada, temblorosa, oyéndosele todavía toser cuando ya bajaba  la escalera.
     El director miró fijamente a Franti, en medio del silencio de la clase, y le dijo con una inflexión de voz que hacía temblar:
     -¡Franti, estás matando a tu madre!

     Todos se volvieron a mirar a Franti. Y el muy infame ¡se sonreía!

No hay comentarios:

Publicar un comentario