lunes, 5 de mayo de 2014

CORAZÓN, Edmundo de Amicis. La lucha, texto

Domingo, 5 de marzo.

     Era de esperar: Franti, expulsado por el director, quiso vengarse, y aguardó a Stardi en una esquina, a la salida de la escuela, por donde éste había de pasar con su hermana, a quien todos los días va a buscar a un colegio de la calle Dora Grossa.
     Mi hermana Silvia, al salir de su clase, lo vio todo y volvió a casa llena de espanto. He aquí lo que ocurrió. Franti, con su gorra lustrosa de hule, aplastada  y caída sobre una oreja, corrió de puntillas hasta alcanzar a Stardi, y para provocarlo dio de un tirón a la trenza de su hermana, pero tan fuerte que a poco más la echa a tierra. La muchachita dio  un grito.  Su hermano se volvió. Franti, que es mucho  más alto y más fuerte que Stardi, pensaba: “O se aguanta, o le doy dos cachetes”. Pero Stardi no se detuvo a pensarlo, y a pesar de ser tan pequeño y mal formado, se lanzó sobre aquel grandulón y lo asedió a puñetazos; pero no podía con él, y le tocaba más de lo que él daba. No pasaban por la calle sino algunas niñas. Nadie podía separarlos.
     Franti lo tiró al suelo; pero él en seguida se puso en pie, y vuelta a echársele encima a Franti, que lo golpeaba como quien golpea en una puerta: en un momento le rasgó media oreja, le magulló un ojo y le hizo echar sangre por la nariz. Pero Stardi, duro, no cejaba.
     -Me matarás -rugía-, pero me las haz de pagar.
     Franti le daba puntapiés y bofetadas; Stardi se defendía a patadas y empellones, y hasta con la cabeza. Una mujer gritaba desde la ventana:
     -¡Bravo por el pequeño!
     Otras decían:
     -Es un muchacho que defiende a su hermana. ¡Valor! Dale a puño cerrado.
     Y a Franti le gritaban:
     -¡Porque eres mayor, cobarde!
     Pero Franti también se había enfurecido, y le echó la zancadilla. Stardi cayó, y el otro encima:
     -¡Ríndete!
     -¡No!
     -¡Ríndete!
     -¡No!
     Y de un empujón se deslizó de entre sus manos y se puso en pie; aferró a Franti por la cintura, y con un esfuerzo furioso lo tiró impetuosamente sobre el empedrado, echándole la rodilla al pecho.
     -¡Ah, el infame tiene una navaja –gritó un hombre que corrió para desarmar a Franti.
     Pero ya Stardi, fuera de sí, le había asido el brazo con las dos manos y, dándole un fuerte mordisco, le hizo soltar la navaja y sangrar la mano. Acudieron otros varios, los separaron y los levantaron. Franti echó a correr, malparado. Stardi permaneció en el sitio con la cara arañada y con un ojo magullado, pero vencedor, al lado de su hermana, que lloraba, mientras otras niñas recogían los cuadernos y los libros desparramados por el suelo.
     -¡Bravo por el pequeño –decían alrededor-, que ha  defendido a su hermana!
     Pero Stardi, que pensaba más en su cartera que en su victoria, se puso luego a examinar uno por uno los libros y los cuadernos, para ver si faltaba alguno o se habían estropeado; los limpió con la manga, miro el cartapacio, puso todo en su sitio, y luego, tranquilo y serio como siempre, dijo a su hermana:

     -Vamos pronto, que tengo que hacer un problema con cuatro operaciones.      

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