Domingo,
5 de marzo.
Era de esperar: Franti, expulsado por el
director, quiso vengarse, y aguardó a Stardi en una esquina, a la salida de la
escuela, por donde éste había de pasar con su hermana, a quien todos los días
va a buscar a un colegio de la calle Dora Grossa.
Mi hermana Silvia, al salir de su clase,
lo vio todo y volvió a casa llena de espanto. He aquí lo que ocurrió. Franti,
con su gorra lustrosa de hule, aplastada
y caída sobre una oreja, corrió de puntillas hasta alcanzar a Stardi, y
para provocarlo dio de un tirón a la trenza de su hermana, pero tan fuerte que
a poco más la echa a tierra. La muchachita dio
un grito. Su hermano se volvió.
Franti, que es mucho más alto y más
fuerte que Stardi, pensaba: “O se aguanta, o le doy dos cachetes”. Pero Stardi
no se detuvo a pensarlo, y a pesar de ser tan pequeño y mal formado, se lanzó
sobre aquel grandulón y lo asedió a puñetazos; pero no podía con él, y le
tocaba más de lo que él daba. No pasaban por la calle sino algunas niñas. Nadie
podía separarlos.
Franti lo tiró al suelo; pero él en
seguida se puso en pie, y vuelta a echársele encima a Franti, que lo golpeaba
como quien golpea en una puerta: en un momento le rasgó media oreja, le magulló
un ojo y le hizo echar sangre por la nariz. Pero Stardi, duro, no cejaba.
-Me matarás -rugía-, pero me las haz de
pagar.
Franti le daba puntapiés y bofetadas;
Stardi se defendía a patadas y empellones, y hasta con la cabeza. Una mujer
gritaba desde la ventana:
-¡Bravo por el pequeño!
Otras decían:
-Es un muchacho que defiende a su hermana.
¡Valor! Dale a puño cerrado.
Y a Franti le gritaban:
-¡Porque eres mayor, cobarde!
Pero Franti también se había enfurecido, y
le echó la zancadilla. Stardi cayó, y el otro encima:
-¡Ríndete!
-¡No!
-¡Ríndete!
-¡No!
Y de un empujón se deslizó de entre sus
manos y se puso en pie; aferró a Franti por la cintura, y con un esfuerzo
furioso lo tiró impetuosamente sobre el empedrado, echándole la rodilla al
pecho.
-¡Ah, el infame tiene una navaja –gritó un
hombre que corrió para desarmar a Franti.
Pero ya Stardi, fuera de sí, le había
asido el brazo con las dos manos y, dándole un fuerte mordisco, le hizo soltar
la navaja y sangrar la mano. Acudieron otros varios, los separaron y los
levantaron. Franti echó a correr, malparado. Stardi permaneció en el sitio con
la cara arañada y con un ojo magullado, pero vencedor, al lado de su hermana,
que lloraba, mientras otras niñas recogían los cuadernos y los libros
desparramados por el suelo.
-¡Bravo por el pequeño –decían alrededor-,
que ha defendido a su hermana!
Pero Stardi, que pensaba más en su cartera
que en su victoria, se puso luego a examinar uno por uno los libros y los
cuadernos, para ver si faltaba alguno o se habían estropeado; los limpió con la
manga, miro el cartapacio, puso todo en su sitio, y luego, tranquilo y serio
como siempre, dijo a su hermana:
-Vamos pronto, que tengo que hacer un
problema con cuatro operaciones.
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