Sí, pero
también aprecio a Precossi, y aun me parece poco decir que lo aprecio.
Precossi, el hijo del herrero; aquel pequeño, pálido, de ojos grandes y
tristes, que parece estar siempre asustado; tan corto, que siempre está
pidiendo excusas; siempre enfermucho, y que no obstante estudia incesantemente. El padre vuelve a
casa borracho, le pega sin motivo, le tira los libros y los cuadernos de un
revés y el pobre llega pálido a la escuela, a veces con la cara hinchada y los
ojos inflamados de tanto llorar. Pero
nunca, jamás, se le oye decir que su padre lo maltrata. “¿Te ha pegado tu
padre?”, le preguntan los compañeros. Y él siempre dice en seguida: “¡No, no es
verdad!”, por no dejar en mal lugar a su padre. “¿Esta hoja la has quemado
tú?”, le pregunta el maestro mostrándole el trabajo medio quemado. “Sí
–contesta él, con voz temblona-; he sido yo quien la ha dejado caer en la lumbre”. Y, sin embargo, sabemos
nosotros muy bien que su padre, borracho, ha dado un puntapié a la mesa y a la
luz cuando él hacía sus tareas.
Vive en
una buhardilla de nuestra casa, sobre la
otra escalera, y la portera se lo cuenta todo a mi madre. Mi hermana Silvia le
oyó gritar, desde la azotea, un día en que su padre le hacía bajar a trancos la
escalera, porque le había pedido dinero
para comprar una gramática. Su padre bebe y el pobre Precossi va la escuela en
ayunas, y come a escondidas algún pedazo de pan que le da Garrone, o una
manzana que le lleva la profesora del penacho rojo, que fue su maestra de
primero! Pero jamás se le ha oído decir:
“Tengo hambre, mi padre no me da de comer”.
Su padre va
alguna vez a buscarlo, cuando pasa por casualidad por delante de la escuela,
pálido, tambaleándose, con la cara torva,
el pelo sobre los ojos y la gorra al
revés; el pobre muchacho corre a su encuentro, sonriendo, y el padre
parece que no lo ve y que piensa en otra cosa. ¡Pobre Precossi! Él compone sus
cuadernos rotos, pide libros prestados
para estudiar, sujeta los puños de la camisa con alfileres, y da lástima verlo
hacer gimnasia con aquellos zapatos en que sus pies se pierden, con aquellos
calzones que se le caen de anchos y aquel chaquetón demasiado largo, de
cuyas mangas, que tiene que subirse, le
sobra casi la mitad. Y se empeña en estudiar: sería uno de los primeros de la
clase si pudiese trabajar tranquilo en su casa.
Esta mañana
ha ido a la escuela con la señal de un arañazo y todos le dijeron:
-Tu padre te
lo ha hecho, esta vez no puedes negarlo. ¡Díselo al director, para que la
autoridad lo llame!
Pero él se levantó muy encarnado, y con la voz
ahogada por la indignación, gritó:
-¡No, no es
verdad; mi padre no me pega nunca!
Pero
después, durante la clase, se le caían las lágrimas sobre el banco, y cuando
alguien lo miraba se esforzaba en sonreír para no denunciarse.
¡Pobre
Precossi” Mañana vendrán a casa Derossi, Coretti y Nelli; quiero que venga él
también. Pienso darle gran merienda, regalarle libros, poner en revolución toda
la casa para divertirlo, y llenarle los bolsillos de frutas, con tal de verlo
siquiera una vez contento. ¡Pobre Precossi! ¡Era tan bueno y tan sufrido!
No hay comentarios:
Publicar un comentario