Sábado, 22 de octubre.
Ayer
tarde, mientras el maestro nos daba la noticia del pobre Roberti, que ahora
tendría que andar con muleta, entró el director con un nuevo alumno: un niño
de cara muy morena, de cabello negro,
ojos también negros y grandes, de espesas cejas y poblado entrecejo; vestía de
oscuro y un cinturón de cuero negro ceñía el talle. El director, después hablar
al maestro al oído, salió dejándole a su lado al muchacho, que nos miraba
espantado. Entonces el maestro lo tomó de la mano y dijo a la clase:
-Os debéis
alegrar. Hoy entra en la escuela un nuevo alumno nacido en Reggio di Calabria,
a más de cincuenta leguas de aquí. Quered bien a vuestro compañero que de tan
lejos viene. Ha nacido en la tierra que antes dio a Italia hombres ilustres y hoy
le da honrados labradores y buenos soldados; es una de las comarcas más bellas
de nuestra patria, y en sus espesas selvas y elevadas montañas habita un pueblo
lleno de ingenio y de corazón esforzado. Tratarlo bien, para que no sienta
estar lejos del pueblo natal; hacerle comprender que todo chico italiano
encuentra hermanos en toda escuela italiana donde ponga el pie.
En seguida
se levantó y nos mostró en el mapa de Italia dónde está situada la provincia de
Calabria. Después llamó a Ernesto
Derossi, que es el que saca siempre el primer premio. Derossi se puso en pie.
Derossi
salió de su banco y fue a situarse junto al escritorio, frente al calabrés.
-Como el
primero de la escuela –dijo el maestro-, da el abrazo de bienvenida, en nombre
de toda la clase, al nuevo compañero: el abrazo de los hijos de Piamonte al
hijo de Calabria.
Derossi
murmuró con voz conmovida: “Bien venido”, y abrazó al calabrés; éste le besó
con fuerza en las dos mejillas. Todos aplaudieron.
-¡Silencio!
–gritó el maestro-. En la escuela no se aplaude.
Pero se
notaba que estaba satisfecho, y hasta el calabrés parecía contento. El maestro
le indicó sitio y lo acompañó hasta su banco. Después continuó:
-Recordar
bien lo que es digo. Lo mismo que un muchacho de Calabria está como en su hogar
en Turín, uno de Turín debe estar como en su propia casa en Calabria; por esto
combatió nuestro país cincuenta años y murieron treinta mil italianos. Os
debéis respetar y querer todos mutuamente; cualquier de vosotros que ofendiese
a este compañero por no haber nacido en nuestra provincia, se haría para siempre indigno de mirar con la frente
la bandera tricolor.
Apenas el
calabrés se sentó en su sitio, los alumnos, más próximos lo obsequiaron con
plumas y estampas, y otro muchacho, desde el último banco, le mandó una
estampilla de Suecia.
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