lunes, 12 de mayo de 2014

CORAZÓN, Edmundo de Amicis. El muchacho de Calabrés, texto.

     Sábado, 22 de octubre.
     Ayer tarde, mientras el maestro nos daba la noticia del pobre Roberti, que ahora tendría que andar con muleta, entró el director con un nuevo alumno: un niño de  cara muy morena, de cabello negro, ojos también negros y grandes, de espesas cejas y poblado entrecejo; vestía de oscuro y un cinturón de cuero negro ceñía el talle. El director, después hablar al maestro al oído, salió dejándole a su lado al muchacho, que nos miraba espantado. Entonces el maestro lo tomó de la mano y dijo a la clase:
     -Os debéis alegrar. Hoy entra en la escuela un nuevo alumno nacido en Reggio di Calabria, a más de cincuenta leguas de aquí. Quered bien a vuestro compañero que de tan lejos viene. Ha nacido en la tierra   que antes dio a Italia hombres ilustres y hoy le da honrados labradores y buenos soldados; es una de las comarcas más bellas de nuestra patria, y en sus espesas selvas y elevadas montañas habita un pueblo lleno de ingenio y de corazón esforzado. Tratarlo bien, para que no sienta estar lejos del pueblo natal; hacerle comprender que todo chico italiano encuentra hermanos en toda escuela italiana donde ponga el pie.
     En seguida se levantó y nos mostró en el mapa de Italia dónde está situada la provincia de Calabria.  Después llamó a Ernesto Derossi, que es el que  saca siempre  el primer premio. Derossi se puso en pie.
     Derossi salió de su banco y fue a situarse junto al escritorio, frente al calabrés.
     -Como el primero de la escuela –dijo el maestro-, da el abrazo de bienvenida, en nombre de toda la clase, al nuevo compañero: el abrazo de los hijos de Piamonte al hijo de Calabria.
     Derossi murmuró con voz conmovida: “Bien venido”, y abrazó al calabrés; éste le besó con fuerza en las dos mejillas. Todos aplaudieron.
     -¡Silencio! –gritó el maestro-. En la escuela no se aplaude.
     Pero se notaba que estaba satisfecho, y hasta el calabrés parecía contento. El maestro le indicó sitio y lo acompañó hasta su banco. Después continuó:
     -Recordar bien lo que es digo. Lo mismo que un muchacho de Calabria está como en su hogar en Turín, uno de Turín debe estar como en su propia casa en Calabria; por esto combatió nuestro país cincuenta años y murieron treinta mil italianos. Os debéis respetar y querer todos mutuamente; cualquier de vosotros que ofendiese a este compañero por no haber nacido en nuestra provincia, se haría  para siempre indigno de mirar con la frente la bandera tricolor.

     Apenas el calabrés se sentó en su sitio, los alumnos, más próximos lo obsequiaron con plumas y estampas, y otro muchacho, desde el último banco, le mandó una estampilla de Suecia.

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