Un
hombre que quería emplearse como
sirviente llegó una vez a la ciudad de Osaka. Lo conocían por el nombre
de sirviente, Gonsuké, pues él era, después de todo, un sirviente para
cualquier trabajo.
Este
hombre fue a la agencia de Colocaciones
cualquier trabajo, y dijo al empleado:
-Por
favor, señor empleado, yo desearía ser un sennnin. ¿Tendría usted la gentileza de buscar una familia que me enseñara
el secreto de serlo, mientras trabajo como sirviente?
El
empleado quedó sin habla durante un rato, por el ambicioso pedido de su
cliente.
-¿No
me oyó usted, señor empleado? –dijo Gonzuké-. Yo deseo ser un sennin.
-Lamentamos
desilusionarlo –musitó el empleado-, pero ni una sola vez en nuestra larga carrera comercial hemos
tenido que buscar un empleo para
aspirantes de sennin.
-Ya,
ya, señor, eso no es muy correcto –arguyó Gonzuké-. ¿Acaso no dice en el cartel
de Colocaciones para cualquier trabajo? Puesto que promete cualquier trabajo,
usted debe conseguir trabajo que le
pidan. Usted está mintiendo intencionalmente, si no lo cumple.
Frente
a un argumento tan razonable, el empleado no censuró el explosivo enojo:
-Puedo
asegurarle señor forastero, que no hay ningún engaño. Todo es correcto, pero si
usted insiste en su extraño pedido, le rogaré que se dé otra vuelta por aquí
mañana.
Al
despedirse de él, el empleado acudió a la casa de un médico vecino. Le contó la
historia del extraño cliente y le preguntó ansiosamente:
-Doctor,
¿qué familia cree usted que podría hacer de este muchacho un sennin?
Fue
la mujer del doctor, una mujer muy
astuta conocida como la Vieja Zorra, quien contestó por el doctor al oír la
historia.
-Nada
más simple. Envíalo aquí. En un par de años lo haremos sennin.
-¿Lo
haría usted señora? ¡Sería maravilloso! No sé como agradecerle su amable
oferta.
Nuestro
doctor, volviéndose hacia la mujer, le regañó malhumorado:
-Tonta,
¿te has dado cuenta de la tontería que has hecho y dicho? ¿Qué harías si el
tipo empezara a quejarse algún día de
que no le hemos enseñado ni una pizca de tu bendita promesa después de tanto tiempo?
La
mujer se volvió hacia él y graznó:
-No
te metas. Un atolondrado tan estúpidamente tonto como tú, apenas podría arañar
lo suficiente en este mundo de te comeré
o me comerás, para mantener alma y cuerpo unidos.
Esta
frase hizo callar a su marido.
A
la mañana siguiente, según lo acordado, el empleado llevó a su rústico cliente
a la casa del doctor. Este lo miró con curiosidad y le dijo:
-Me
dijeron que usted quiere ser un sennin; y yo tengo mucha curiosidad por saber quién le ha metido esa idea en la
cabeza.
-Bien,
señor, no es mucho lo que puedo decirle
–replicó Gonsuké-. Realmente fue muy simple: Cuando vine por primera vez a esta ciudad y miré el gran castillo, pensé
de esta manera: hasta nuestro gran gobernante Taiko, que vive suntuosamente,
debe morir algún día y volver al polvo como el resto de nosotros. En resumidas cuentas, toda nuestra vida es un
sueño pasajero…
-Entonces,
prontamente la Vieja Zorra se introdujo en la conversación-, ¿haría cualquier
cosa con tal de ser un sennin?
-Sí,
señora, con tal de serlo.
-Muy
bien. Entonces usted vivirá aquí y trabajará con nosotros durante veinte años a
partir de hoy y al término del plazo, será el feliz poseedor del secreto.
-Le
quedaré muy agradecido.
-Pero
añadió ella-, de aquí a veinte años usted
no recibirá ni un centavo de sueldo. ¿De acuerdo?
-Estoy
de acuerdo en todo. Gracias, señora.
De
esta manera empezaron a transcurrir los veinte años. Gonsuké acarreaba agua del
pozo, cortaba leña, preparaba las comidas, lavaba y barría.
Pasaron
por fin los veinte años. Gonsuké se presentó
ante los dueños de la casa y les expresó su agradecimiento por las
bondades recibidas.
-Y ahora, señor –prosiguió Gonsuké-, ¿quisieran
ustedes enseñarme hoy, como lo prometieron hace veinte años, cómo se llega a
ser sennin y alcanzar juventud eterna e inmortalidad?
El
doctor se desentendió diciendo que no era él, sino su mujer quien sabía los
secretos.
-Muy
bien –dijo ella, imperturbable-, se los enseñaré yo, pero usted debe hacer lo
que yo le diga, por difícil que parezca. De otra manera, nunca podría ser un sennin; y además, tendría que
trabajar para nosotros otros veinte años
sin paga; de lo contrario, créame, El Dios Todopoderoso lo destruirá en el
acto.
-Muy
bien, señora, haré cualquier cosa por difícil que sea –contestó Gonsekú.
-Entonces
–dijo ella-, trepe ese pino.
Al
oír la orden, Gonsekú empezó a trepar al árbol, sin vacilación.
-Más
alto –le gritaba ella-, hasta la cima.
Cuando
vio a su sirviente entre las
ramas más altas de ese pino, volvió a gritar:
-Suelte
también la mano izquierda.
-Sabes
que si el campesino suelta la rama, caerá y será hombre muerto –dijo su marido.
-No
quiero ninguno de tus preciosos consejos. Déjame tranquila. ¡Eh! ¡Hombre!
Suelte la mano izquierda. ¿Me oyes?
En
cuanto ella habló, Gonsuké levantó la vacilante mano izquierda. Después, cuando
el doctor y la mujer retomaron el aliento, divisaron a Gonsuké desprendido de
la rama, y luego… Pero ¿qué es eso? ¡Gonsuké se detuvo! Se detuvo en medio del
aire y allá arriba quedó suspendido como una marioneta.
-Ustedes
me han hecho un sennin. Les estoy agradecido a los dos –dijo Gansuké.
Se
le vio hacerles una respetuosa reverencia
y comenzó a subir cada vez más alto, dando suaves pasos en el cielo azul, hasta
transformarse en un puntito y desaparecer entre las nubes.
***
sennin: ermitaño con poderes mágicos que vive en una montaña. Puede volar y goza de larga vida.
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