Pienso melografía que da pasos-lloriqueo- cae aguacero,
¿eres tú la Esperanza?
miro los pelos de la tarde
caer
y la tierra pierde su redondez propia viuda
empreñada toda de un rasgarse los dedos.
Esperemos el canto de la misericordia
al borde una vocal, orejita de conejo,
ese río que nos conduce a ti Pedro. Piedra. Piedra.
El miedo alborotado gusta retratarse en mi juego
de reír por la mañana con los nogales.
Opúsculo de eras. Día. Día:
hombre mojado hasta la cintura.
Dejemos de ser muertos en laderas mostradas al cielo
véngase la voluntad,
en escena de regadíos de transeúntes en mi interior.
Demasía de saltar de techo en techo. Tiempo cojo.
Debajo de un árbol sentarnos a su sombra,
trenzada soledad de la A flaca como una vaca.
Y sentimos dolidos, entre lengua y alma,
sabiendo que la nube
vuela lejos del corazón,
apagado fósforo, palito doblado.
Estacionada vida inconclusa. El miedo tiene alas.
Aunque cortemos nudos y cogollos
el maíz siempre será un pensamiento caído y reseco.
El miedo aumenta, engorda, hasta se para de puntillas
cuando la muerte
abre las ventanas de mi casa,
y mi corazón, triste y confundido,
redobla como tambor lejano.
Se rompen lámpara nautas y naufragamos.
Volvemos a nacer
en esta banca pajosa
de figura
triste
en este rincón pared del alma tonta en sus giros.
La voz se me apaga y se vuelve vegetal.
Este rato de miedo de encontramos
cada quien con su parte que le falta,
el hombre y sus membranas de orificios interminables.
Aquí, donde quedan óseas parábolas
el miedo tiene cuerpo, débiles dedos, perfil ligero.
¡A ver, anímese el primero y salte para su adentro!
Caifás salta en mi alrededor como trompo,
el mar agita sus brazos
resumida la Fe va en órbita invitada a cenar abrojos.
¡Cómo pesa el olvido al colocar su cabellera en nuestro hombro!
Y no poder reclamar al viento
el canto emergente de los pájaros,
propios e íntimos suspiros de la tierra removida.
Somos vida reversa, resbalándosenos la paz.
¡Oh tardío diluvio que nos faltas muy adentro!
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