Ricardo Palma
El niño Goyito está de viaje.
El niño Goyito va a cumplir cincuenta y dos años; pero cuando salió del vientre
de su madre le llamaron niño Goyito; y niño Goyito le llaman hoy, y niño Goyito
le llamarán treinta años más, porque hay muchas gentes que van al panteón como
salieron del vientre de su madre.
Este niño Goyito, que en cualquiera otra parte
sería un don Gregorión de buen tamaño, ha estado recibiendo por tres años
enteros cartas de Chile en que le avisan que es forzoso que se transporte a
aquel país a arreglar ciertos negocios interesantísimos de familia que han
quedado embrollados con la muerte súbita de un deudo . Los tres años los
consumió la discreción gregoriana en considerar cómo se contestarían estas
cartas y cómo se efectuaría este viaje. El buen hombre no podía decidirse ni a
uno ni a otro. Pero el corresponsal menudeaba sus instancias; y ya fue preciso
consultarse con el profesor, y con el médico, y con los amigos. Pues, señor,
asunto concluido: el niño Goyito se va a Chile.
La noticia corrió por toda la parentela, dio
conversación y quehaceres a todos los criados, afanes y devociones a todos los
conventos; y convirtió la casa en una Liorna. Busca costureras por aquí, sastre
por allá, fondista por acullá. Un hacendado de Cañete mandó tejer en Chincha
cigarreras. La madre Transverberación del Espíritu Santo se encargó en un
convento de una parte de los dulces; Sor María en Gracia, fabricó en otro su
buena porción de ellos; la madre Salomé tomó a su cargo en el suyo las
pastillas; una monjita recoleta mandó de regalo un escapulario; otras, dos
estampitas; el Padre Florencio de San Pedro corrió con los sorbetes, y se
encargaron a distintos manufactores y comisionados sustancias de gallina,
botiquín, vinagre de los cuatro ladrones para el mareo, camisas a centenares,
capingo (don Gregorio llamaba capingo a lo que llamamos capote), chaqueta y
pantalón para los días fríos, chaqueta y pantalón para los días templados,
chaqueta y pantalones para los días calurosos. En suma, la expedición de
Bonaparte a Egipto no tuvo más preparativos.
Seis meses se consumieron en ellos, gracias a la
actividad de las niñas (hablo de las hermanitas de Gregorio, la menor de las
cuales era su madrina de bautismo), quienes, sin embargo del dolor de que se
hallaban atravesadas con este viaje, tomaron en un santiamén todas las
providencias del caso.Vamos al buque. Y ¿quién verá si este buque es bueno o malo? ¡Válgame Dios! ¿Qué conflicto! ¿Se ocurrirá al inglés don Jorge, que vive en los altos? Ni pensarlo; las hermanitas dicen que es un bárbaro capaz de embarcarse en un zapato. Un catalán pulpero, que ha navegado de condestable en La Esmeralda, es, por fin, el perito. Le costean caballo, va al Callao, practica su reconocimiento y vuelve diciendo que el barco es bueno; y que don Goyito irá tan seguro como en un navío de la Real Armada. Con esta noticia calma la inquietud.
Despedidas. La calesa trajina por toda Lima. ¿Con qué se nos va usted?¿Con qué se decide usted a embarcarse?... ¡Buen valorazo! Don Gregorio se ofrece a la disposición de todos: se le bañan los ojos en lágrimas a cada abrazo. Encarga que le encomienden a Dios. A él le encargan jamones, dulces, lenguas y cobranzas. Y ni a él le encomienda nadie a Dios, ni él se vuelve a acordar de los jamones, de los dulces, de las lenguas ni de las cobranzas.
Llega el día de la partida. ¡Qué bulla! ¡Qué
jarana! ¡Qué Babilonia! Baúles en el patio, cajones en el dormitorio, colchones
en el zaguán, diluvios de canastos por todas partes. Todo sale, por fin, y todo
se embarca, aunque con bastantes trabajos. Marcha don Gregorio, acompañado de
una numerosa caterva, a la que pertenecen también, con pendones y cordón de San
Francisco de Paula, las amantes hermanitas, que sólo por el buen hermano
pudieron hacer el horrendo sacrificio de ir por primera vez al Callao. Las
infelices no se quitan el pañuelo de los ojos, y lo mismo le sucede al viajero.
Se acerca la hora del embarque, y se agravan los soponcios. ¿Si nos volveremos
a ver?... Por fin, es forzoso partir; el bote aguarda. Va la comitiva al
muelle: abrazos generales, sollozos, los amigos separan a los hermanos:
"¡Adiós hermanitas mías!" "¡Adiós, Goyito de mi corazón! La alma
de mi mamá Chombita te lleve con bien."
Este viaje ha sido un acontecimiento notable de la
familia; ha fijado una época de eterna recordación; ha constituido una era,
como la cristiana, como la de Hégira, como la de la fundación de Roma, como el
Diluvio Universal, como la era de Nabonasar.
Se pregunta en la tertulia:—¿Cuánto tiempo lleva fulana de casada?
—Aguarde usted. Fulana se casó estando Goyito para ir a Chile...
—¿Cuánto tiempo hace que murió el guardián de tal convento?
—Yo le diré a usted; al padre guardián le estaban tocando las agonías el otro día del embarque de Goyito. Me acuerdo todavía que se las recé, estando enferma en cama de resultas del viaje al Callao...
—¿Qué edad tiene aquel jovencito?
—Déjame usted recordar. Nació en el año de... Mire usted, este cálculo es más seguro, son habas contadas: cuando recibimos la primera carta de Goyito, estaba mudando de dientes. Conque, saque usted la cuenta...
Así viajaban nuestros abuelos; así viajarían, si
se determinasen a viajar, muchos de la generación que acaba, y muchos de la
generación actual, que conservan el tipo de los tiempos del virrey Avilés, y ni
aún así viajarían otros, por no viajar de ningún modo.
Pero las revoluciones hacen del hombre, a fuerza
del sacudirlo y pelotearlo, el mueble más liviano y portátil; y los infelices
que desde la infancia las han tenido por atmósfera, han sacado de ellas, en
medio de mil males, el corto beneficio siquiera de una gran facilidad
locomotiva. ¿La salud, o los negocios, o cualesquiera otras circunstancias
aconsejan un viaje? A ver los periódicos. Buques para Chile. —Señor
consignatario, ¿hay camarote? —Bien. —¿Es velero el bergantín? —Magnífico.
—¿Pasaje? —Tanto más cuanto. —Estamos convencidos. —Chica, acomódame una docena
de camisas y un almofrez. Esta ligera apuntación al abogado, esta otra al
procurador. Cuenta, no te descuides con la lavandera, por que el sábado me voy.
Cuatro letras por la imprenta, diciendo adiós a los amigos. Eh: llegó el
sábado. Un abrazo a la mujer, un par de besos a los chicos, y agur. Dentro de
un par de meses estoy de vuelta. Así me han enseñado a viajar, mal de mi grado,
y así me ausento, lectores míos, dentro de muy pocos días.
Este y no otro es el motivo de daros mi segundo
número antes que paguen sueldos.
No quisiera emprender este viaje; pero es forzoso.
No sabéis bien cuánto me cuesta el suspender con esta ausencia mis dulces
coloquios con el público. Quizás no sucederá otro tanto a la mayor parte de
vosotros, que corresponderéis a mi amistosa despedida exclamando: ¡Mal rayo te
parta, y nunca más vuelvas a incomodarnos la paciencia! En fin, sea lo que
fuere, los enemigos y enemigas descansad de mi insoportable tarabilla; preparad
vuestros viajes con toda la calma que queráis; hablad de la ópera como os
acomode; idos a Amancaes como y cuando os parezca; bailad zamacueca a taco
tendido, a roso y velloso, a troche y moche, a banderas desplegadas; haced
cuanta tontería os venga a la mente: en suma, aprovechad estos dos meses. Los
amigos y amigas tened el presente artículo por visita o tarjeta de despedida, y
rogad a Dios me dé viento fresco, capitán amable, buena mesa y pronto regreso.
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