Abraham
Valdelomar
Inclinado
al borde de la parcela colindante con el estéril yermo, rodeado de "yerbas
santas" y llantenes viendo correr entre sus raíces que vibraban en la
corriente, el agua fría y turbia de la acequia, aquel árbol corpulento y lozano
aún, debía llamarse Hebaristo y tener treinta años. Debía llamarse Hebaristo y
tener treinta años, porque había el mismo aspecto cansino y pesimista, la misma
catadura enfadosa y acre del joven farmacéutico de "El amigo del
pueblo", establecimiento de drogas que se hallaba en la esquina de la
Plaza de Armas, junto al Consejo Provincial, en los bajos de la casa donde, en
tiempos de la independencia, pernoctara el coronel Marmanillo, lugarteniente
del Gran Mariscal de Ayacucho, cuando presionado por los realistas, se
dirigiera a dar aquella singular batalla de la Maracona.
Marmanillo
era el héroe de la aldea de P. porque en ella había nacido, y, aunque en sus
puertas se realizara una poco afortunada escaramuza, en la cual caballo y
caballero salieron disparados al empuje de un puñado de chapetones, eso, a
juicio de las gentes patriotas de P. no quitaba nada a su valor y
merecimientos, pues era sabido que la tal escaramuza se perdió porque el
Capitán Crisóstomo Ramírez, dueño hasta el año 23 de un lagar y hecho capitán
de patriotas por Marmanillo, no acudió con oportunidad al lugar del suceso.
Los
de P. guardaban por el coronel de milicias recuerdo venerado. La peluquería
llamábase "Salón Marmanillo"; la encomendería de la calle Derecha,
que después se llamó "28 de Julio" tenía en letras rojas y gordas,
sobre el extenso y monótono muro azul, el rótulo Al descanso de Marmanillo y
por fin en la sociedad Confederada de Socorros Mutuos, había un retrato al
óleo, sobre el estrado de la directiva en el cual aparecía el héroe con su
color de olla de barro, sus galones dorados y una mano en la cintura, fieles
traductores de su gallardía miliciana.
Digo
que el sauce era joven, de unos treinta años y se llamaba Hebaristo, porque
como el farmacéutico tenía el aire taciturno y enlutado, y como él, aunque
durante el día parecía alegrarse con la luz del sol, en llegando la tarde y sonando
la oración caía sobre ambos una tan manifiesta melancolía y un tan hondo dolor
silencioso, que eran de partir el alma. Al toque de ánimas Hebaristo y su
homónimo el farmacéutico, corrían el mismo albur. Suspendía éste su charla en
la botica, caía pesadamente sobre su cabeza semicalva el sombrero negro de
paño, y sobre el sauce de la parcela posaba el de todos los días gallinazo
negro y roncador.
Luego
la noche envolvía a ambos en el mismo misterio, y, tan impenetrable era
entonces la vida del boticario cuanto ignorada era la suerte de Hebaristo, el
sauce...IIEvaristo Mazuelos, el farmacéutico de P. y Hebaristo, el sauce
fúnebre de la parcela eran dos vidas paralelas; dos cuerdas de una misma arpa;
dos ojos de una misma misteriosa y teórica cabeza, dos brazos de una misma
desolada cruz; dos estrellas insignificantes de una misma constelación.
Mazuelos
era huérfano y guardaba al igual que el sauce, un vago recuerdo de sus padres.
Como el sauce era árbol que sólo servía para cobijar a los campesinos a la hora
cálida del medio día, Mazuelos sólo servía en la aldea para escuchar la charla
de quienes solían cobijarse en la botica; y así como el sauce daba una sombra
indiferente a los gañanes mientras sus raíces rojas jugueteaban en el agua de
la acequia, así él oía con desganada abnegación, la charla de los otros,
mientras jugaba, el espíritu fijo en una idea lejana, con la cadena de su
reloj, o hacía con su dedo índice gancho a la oreja de su botín de plástico,
cruzadas, unas sobre otras, las enjutas magras piernas.Habíase enamorado
Mazuelos de la hija del Juez de Primera Instancia, una chiquilla de alegre
catadura, esmirriada y raquítica, de ojos vivaces y labios anémicos, nariz
respingada y cabellos de achiote, vestida de pintitas blancas sobre una muselina
azul de Prusia, que pasó un mes y días en P. y allí los hubiera pasados todos
si su padre el doctor Carrizales no hubiera caído mal al secretario de la
subprefectura, un De La Haza, que era, a un tiempo, redactor de “La Voz
Regionalista” singular decano de la prensa de P.El doctor Carrizales, magüer su
amistad con el jefe de la región hubo de salir de P. y dejar la judicatura a
raíz de un artículo editorial de “La Voz Regionalista”, titulado “¿Hasta
Cuándo?”, muy brillante y tendencioso, en el cual se recordaban entre otras
cosas desagradables, ciertos asuntos sentimentales relacionados con el nombre,
apellido y costumbres de su esposa, por esos días ya finada,
desgraciadamente.La hija del juez había sido el único amor del farmacéutico
cuyos treinta años se deslizaron esperando y presintiendo a la bienamada.
Blanca Luz fue para Mazuelos la realización de un largo sueño de veinte años y
la ilustración tangible y en carne de unos versos en los cuales había
concretado Evaristo, toda su estética.
Los
versos de Mazuelos eran, como se verá, el presentido retrato de la hija del
doctor Carrizales, y empezaban de esta manera:Como una brisa para el caminante
ha de serla dulce dama a quien mi amor entregue;quiera el fúnebre Destino que
pronto lleguea mis tristes brazos, que la están esperando, la dulce
mujer...Bien cierto es que Mazuelos desvirtuaba un poco la técnica en su
poesía; que hablando de sus brazos en el tercer pie les llama
"tristes" cosa que no es aceptable dentro de un concepto estricto de
la poética; y que la frase “que la están esperando” está íntegramente demás en
el último verso; pero ha de considerarse que sin este aditamento, la
composición carecería de la idea fundamental que es la idea de espera y, que el
pobre Evaristo, había pasado veinte años de su vida en este ripio sentimental:
esperando.Blanca Luz era pues, al par, un anhelo de farmacéutico y la
realización de un viejo sueño poético. Era el ideal hecho carne, el verso hecho
verdad, el sueño transformado en vigilia, la ilusión que, súbitamente, se presentaba
a Evaristo, con unos ojos vivaces, una nariz respingada, una cabellera de
achiote; en suma: Blanca Luz era, para el farmacéutico de “El amigo del
pueblo”, el amor vestido con una falda de muselina azul con pintitas blancas y
unas pantorrillas, con medias mercerizadas, aceptables desde todo punto de
vista...IIIHebaristo, el melancólico sauce de la parcela, no fue, como son la
mayoría de los sauces, hijo de una necesidad agrícola; nó. El sauce solitario
fue hijo del azar, del capricho, de la sinrazón. Era el fruto arbitrario del
Destino. Si aquel sauce en vez de ser plantado en las afueras de P..., hubiera
sido sembrado como era lógico, en los grandes saucedales de las pequeñas
pertenencias, su vida no resultara tan solitaria y trágica.
Aquel
sauce, como el farmacéutico de “El amigo del pueblo”, sentía desde muchos años
atrás, la necesidad de un afecto, el dulce beso de una hembra, la acaricia
perfumada de una unión indispensable. Cada caricia del viento, cada ave que
venia a posarse en sus ramas florecidas hacían vibrar todo el espíritu y el
cuerpo del sauce de la parcela.Hebaristo que tenía sus ramas en un
florecimiento núbil, sabía que en alas de la brisa o en el pico de los
colibríes, o en las alas de los chucracos debía venir el polen de su amor, pero
los sauces que el destino le deparaba debían estar muy lejos, porque pasó la
primavera y el beso del dorado polen no llegó hasta sus ramas
florecidas.Hebaristo el sauce de la parcela, comenzó a secarse, del mismo modo
que el joven y achacoso farmacéutico de “El amigo del pueblo”. Bajo el cielo de
P…, donde antes latía la esperanza, cernió sus alas fúnebres y estériles la
desilusión.IVEnvejeció Evaristo, el enamorado boticario sin tener noticia de
Blanca Luz. Envejeció Hebaristo, el sauce de la parcela, viendo secarse,
estériles, sus flores en cada primavera. Solía, por instinto, Mazuelos, hacer
una excursión crepuscular hasta el remoto sitio donde el sauce, al borde del
arroyo, enflaquecía. Sentábase bajo las ramas estériles del sauce, y allí veía
caer la noche. El árbol amigo que quizás comprendía la tragedia de esa vida
paralela, dejaba caer sus hojas sobre el cansino y encorvado cuerpo del
farmacéutico.
Un
día el sauce, familiarizado con la muda compañía doliente de Mazuelos, esperó y
esperó en vano. Mazuelos no vino. Aquella misma noche un hombre, el carpintero
de P… llegó con tremenda hacha he hizo temblar de presentimiento al sauce
triste, enamorado y joven. El del hacha cortó el hermoso tronco de Evaristo, ya
seco, y despojándolo de las ramas lo llevó al lomo de su burro hacia la aldea,
mientras el agua del arroyo lloraba, lloraba, lloraba: y el tronco rígido,
sobre el lomo del asno se perdía en los baches, y lodazales de la Calle
Derecha, para detenerse en la "Carpintería y confección de ataúdes de
Rueda e hijos"...Por la misma calle volvían ya juntos, Mazuelos y
Hebaristo. El tronco del sauce sirvió para el cajón del farmacéutico. “La Voz
Regionalista”, cuyo editorial “¿Hasta Cuándo?”, fuera la causa de esta muerte
prematura, lloraba ahora la desaparición del “amigo noble y caballeroso
empleado cumplidor y ciudadano integérrimo”, cuyo recuerdo no moriría entre los
que tuvieron la fortuna de tratarlo y sobre cuya tumba, (el joven de la Haza)
ponía las siempre vivas, etc.
El
alcalde municipal señor Unzueta, que era a un tiempo el propietario de “El
amigo del pueblo”, tomó la palabra en el cementerio y su discurso, que se
publicó más tarde en “La Voz Regionalista”, empezaba: “Aunque no tengo las
dotes oratorias de otros, agradezco el honroso encargo que la Sociedad de
Socorros Mutuos ha depositado en mí, para dar el último adiós al amigo noble y
caballeroso, al empleado cumplidor y al ciudadano integérrimo, que en este
ataúd de duro roble”… y concluía: “¡Mazuelos! Tú no has muerto. Tu memoria vive
entre nosotros. Descansa en paz”.
Al
día siguiente el dueño de la “Carpintería y confección de ataúdes de Rueda e
hijos” llevaba al señor Unzueta una factura:“El señor N.Unzueta a Rueda e
hijos… Debe... Por un ataúd de roble… soles 18.70”-Pero si no era de roble-
arguyó Unzuetaa. Era de sauce...-Es cierto -repuso la firma comercial “Rueda e
hijos”- es cierto pero entonces ponga usted sauce en su discurso… y borre el
duro roble...-Sería una lástima –dijo Unzueta pagandoo- sería una lástima;
habría que quitar toda la frase: “al ciudadano integérrimo que en este ataúd de
duro roble”… Y eso ha quedado muy bien, lo digo sin modestia: ¿No es verdad
Rueda?-Cierto, señor alcalde –respondió la voz comercial “Rueda e hijos”.
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