sábado, 13 de junio de 2015

JULIO JEAN PAUL ALCAS y su cuento "Hojas de hojalata"

Era un árbol venerable y majestuoso, con ramas que se alzaban hasta el cielo. Cuando florecía, llegaban mariposas de todos los colores, formas y tamaños, y revoloteaban a su alrededor. Cuando daba fruto, llegaban hasta él aves de tierras lejanas. Las ramas eran como brazos extendidos a los vientos, y era maravilloso.
Cierto día una niña fue a jugar por debajo del árbol, al parecer le agradó porque más adelante empezó a ir a jugar todos los días, y el gran árbol se enamoró de ella.
El árbol empezó a querer a la niña que iba a jugar por debajo de él. Tenía las ramas altas, pero las doblaba y las bajaba para que ella pudiera coger los frutos. Cuando cogía unos frutos, el árbol se sentía inmensamente feliz.
La niña creció. A veces dormía en el regazo del árbol, comía sus frutos, y otras veces se ponía una especie de corona hecha con las flores del árbol y actuaba como una reina de la jungla. Al verla con su corona de flores, bailando, inundaba de alegría al árbol. Asentía, colmado de amor, y cantaba en medio de la brisa. Ella siguió creciendo. Empezó a encaramarse al árbol para columpiarse en sus ramas. El árbol se sentía muy feliz cuando la chica se sentaba en sus ramas.
Con el paso del tiempo, a la chica le sobrevino la carga de otros deberes. Surgieron las ambiciones, tenía que presentarse a exámenes, tenía que hacer amigos, y dejó de ir todos los días junto al árbol. Pero el árbol la esperaba ansiosamente. La llamaba desde las profundidades de su alma: “Ven. Ven. Estoy esperándote”.
La chica siguió haciéndose mayor y cada vez iba con menos frecuencia al árbol. Cualquiera que se hace más grande en el mundo de las ambiciones encuentra cada día menos tiempo para el amor. Ella estaba envuelta en asuntos que el árbol desconocía, hasta que cierta vez dijo en una conversación con sus amigos: “¿Un árbol? ¿Qué árbol? ¿Por qué tendría que ir a verlo?”
Un día que pasaba por allí, el árbol le gritó:
-¡Escucha! –Su voz resonó en el aire-. ¡Escúchame!  Estoy esperándote, pero no vienes. Te espero todos los días.
Ella replicó:
-¿Qué tienes tú para que acuda a ti? Lo que yo hago es para tener dinero, y muchas cosas más. Además, iría si tuvieras algo que ofrecerme. En otro caso, no veo para qué debería hacerlo.
Sobresaltado, el árbol dijo:
-¿Sólo vendrías a mí si te diera algo? Únicamente puedo darte todo lo que tengo. Pero yo no tengo dinero. Eso es una invención humana. Nosotros, los árboles, no sufrimos esa enfermedad, y somos felices. En nosotros brotan las flores. En nosotros crecen muchos frutos. Damos sombra protectora. Danzamos con la brisa y cantamos canciones. Las aves inocentes saltan en nuestras ramas y gorjean porque no tenemos dinero. El día en que empecemos a tener algo que ver con el dinero nos sentiremos desgraciados como ustedes, los seres humanos, que van a los templos a oír sermones sobre cómo obtener la paz, cómo encontrar el amor. No, nosotros no tenemos dinero.
-Entonces, ¿por qué tendría que ir contigo?
El árbol meditó. Comprendió algo y dijo:
-Haz una cosa. Coge todos mis frutos y véndelos. Así tendrás dinero.
La chica se animó inmediatamente. Se encaramó al árbol y cogió todos los frutos; incluso arrancó los que estaban verdes. Las ramas se cayeron y las hojas se cayeron con los bruscos movimientos. El árbol se sentía muy feliz, desbordante de alegría.
Ella ni siquiera se volvió para darle las gracias al árbol, pero al árbol no le importó. Ya se lo había agradecido cuando aceptó su ofrenda.
Tardaba mucho tiempo en volver. Tenía muchas cosas que hacer. Se había olvidado del árbol. Pasaron los años. El árbol estaba triste. Anhelaba el regreso de la chica, como las aves esperan el mejor viento para volar. Así era la espera del árbol. Todo su ser moría de pena.
Al cabo de muchos años, la chica, ya adulta, fue a ver al árbol. El árbol le dijo:
-Ven. Ven a abrazarme.
-Déjate de tonterías. Eso era cosa de niños.
-Ven a columpiarte en mis ramas. Ven a bailar conmigo - insistió el árbol.
          -¡No fastidies! Quiero construir una casa ¿Puedes darme una casa? – replicó la mujer.
-¡Una casa! Yo vivo sin casa – exclamó el árbol.
Sólo los seres humanos viven en casas. Nadie más en este mundo vive en casas. ¿Y en qué situación se encuentra ese ser humano que posee casas? Cuanto más grandes las casas, más pequeños los seres humanos.
-Nosotros no vivimos en casas; pero puedes hacer una cosa. Corta mis ramas y llevártelas. Así, a lo mejor puedes construir una casa.
Sin pérdida de tiempo, la mujer encomendó a que corten las ramas del árbol. El árbol no era ya más que un tronco desnudo, pero se sentía muy feliz.
La mujer no se molestó ni en volverse para mirar al árbol. Construyó la casa. Y pasaron los días, y los años.
El tronco esperaba sin cesar. Quería llamarla. Pero no tenía ni ramas ni hojas que le dieran voz. Los vientos soplaban pero el árbol no podía gritar. Y, sin embargo, su alma resonaba con un solo grito: “¡Ven! ¡Ven, amada mía!”.
Pasó mucho tiempo y la mujer se hizo vieja. Un día pasó junto al árbol y se detuvo. El árbol le preguntó:
-¿Qué más puedo hacer por ti? Hacía mucho tiempo que no venías.
La anciana dijo:
-¿Qué puedes hacer por mí? Quiero ir a tierras lejanas: Necesito una barca, para viajar.
El árbol replicó, contento:
-Corta mi tronco y haz una barca con él. Me alegraría mucho ser tu barca y ayudarte a ir a tierras distantes para que disfrutes todo mejor. Pero recuerda que debes cuidarte y volver pronto. Yo estaré esperándote.
La mujer encomendó a que talaran el tronco, construyó una barca y se marchó.
El árbol había quedado reducido a un pequeño tocón. Esperaba el regreso de su amada. Esperaba, esperaba, esperaba. Pero ya no le quedaba nada que ofrecer. Quizá la mujer no regresara jamás.
Una noche en la que el árbol estaba descansando, susurró:
-Ella no ha vuelto todavía. Estoy muy preocupado, por si se ha ahogado o se ha perdido. Puede haberse perdido en uno de esos países lejanos. Incluso puede que no esté viva. ¡Cuánto deseo recibir noticias suyas! Se acerca el final de mi vida, y me conformaría con tener noticias suyas. Así moriría feliz. Pero no vendría aunque pudiera llamarle. Ya no me queda nada para dar, y ella solamente comprende el lenguaje del recibir. 

4 comentarios:

  1. Gracias por la publicación de este cuento Poeta Rafael Alvarado

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  2. Es una historia bonita, pero con un final no tan esperado, se aprecia el amor como entrega por parte del árbol pero la chica como que no entiende su lenguaje, debido a ello nace un conflicto y es entonces cuando la relación se diluye. Cambiaría un poquito el final para que se vea más bonito de lo que ya está :)

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  3. Buen cuento, se nota que tiene un estilo particular para narrar la historia, me parece que en cuanto a contenido hay una percepción del amor muy peculiar en el sentido de que va más allá de la metafísica, resulta un producto que se contrasta con las relaciones de hoy en día, una de las partes tiene que hacer una entrega más que la otra.

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  4. La forma en que ha sido armada el cuento es buena, que creativo! En cuanto a la historia me parece que refleja de alguna manera a una mujer materialista e indiferente pero demuestra a un árbol con un gran corazón, esto hace ambigua la relación :( pero al final no hay algo más, como una esperanza. Buena escritura ah! Ojalá pudiera conocerte Julio Jean Paul :)

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