El escritor Isaac Soto Gamarra
EL POLITICO
EL POLITICO
Abraham, le puso
de nombre su papá (la lectura de la biblia lo inspiró). Soñaba que este niño de
grande iba llevar los destinos de su raza como el patriarca de los judíos. Así
mismo su pueblo sufría por siglos las injusticias más grandes desde la llegada
de unos hombres extraños del otro lado del mundo. Sus tierras, sus animales,
hasta sus vidas pertenecían a esos seres raros llenos de codicia y ambición. En
ese túnel oscuro de la vida que llevaban, había una luz de esperanza para ver
un nuevo amanecer; esperaban la llegada de su “Pachacutec”, alguien parecido a
un Inca, que hiciera renacer aquellos sueños del gran pasado que tuvieron.
Para lograr este
ansiado propósito los padres de Abraham con la colaboración de muchos
pobladores acordaron enviarlo a la gran ciudad, donde recibiría una educación
privilegiada, pues habían notado en este muchacho ciertas virtudes, era
inteligente, tenía cualidades de líder y una habilidad para hablar en público.
Así este pueblo maltratado por siglos puso sus anhelos en este excepcional
joven.
Al llegar a la
gran ciudad, Abraham tuvo que soportar muchas humillaciones y se vio obligado a
cambiar su idioma materno. Luego le enseñaron costumbres ajenas a su cultura
natal, sus profesores le repetían hasta el cansancio que tenía que civilizarse,
culturizarse si quería ser alguien en esta vida. Hasta su paladar sufría
cambios drásticos, empezó a desprecia su mote, chuño, quinua y otros alimentos
del ande, ahora comía su KFC, Bembos etc., y para refrescarse su Koke Kola (ya
tiraba algo de inglés).
Aparte algunos
compañeros del colegio también le dieron otras lecciones “clases magistrales”
para que sea un pendejo, porque todos se burlaban de él, diciéndole que era un
lorna, por no decir un tonto.
Así pasaron los
años, hasta que logró sacar su título profesional de ingeniero en una
universidad de la bulliciosa ciudad. Este fue el primer pretexto para no volver
a su tierra, escribía a sus padres que allá se moriría de hambre y que ya no se
acostumbraría a sus “malas costumbres”, ahora tenía gustos más refinados, a
esto se añadió su matrimonio en privado con una gringa que conoció en uno de
sus viajes al extranjero.
No se sabe cómo,
de pronto apareció integrando un grupo político. Los dirigentes de esa
agrupación lo animaron a que postule a un cargo parlamentario representando a
su pueblo, le decían: “no seas tonto fácilmente podrías convencer a la gente
ignorante de tu tierra, claro te mandas un par de chamullos y listo … hay que
tener labia como nuestro líder del partido… y ya verás cómo te llenas de plata
…. de paso te caes con alguito … ”
De esta manera
para lograr su propósito, regresó a su tierra, ni bien pisó su terruño, no se
cansaba de repetir que había llegado el “Pachacutec” que esperaban para
cambiarlos y transfórmalos de la triste situación en que vivían.
En los mítines que
organizaba prometía el oro y el moro y moviéndose como una vedet de tercera
categoría gritaba a los cuatro vientos, que como ingeniero que era, haría
carreteras, asfaltaría todas las calles del pueblo, construiría hospitales ,
escuelas, etc. En el colmo de las promesas le prometió al curita del pueblo
hacerle una iglesia igualita
que la de San
Pedro, donde vivía el Papa. También les llevó regalitos, agujas, espejitos y
calendarios con calatas, y para fomentar la borrachera les hizo beber un licor
adulterado.
Con la resaca y
las promesas que los mareaba, consiguió el abrumador voto de sus coterráneos,
logrando una curul en el parlamento.
Llegado el día de
la juramentación en el Parlamento (el circo), se puso de rodillas ante un
crucifijo y gritando a los cuatro lados prometió cumplir sus promesas, pero el
Cristo con la corona de espinas se moría de dolor, y le hizo saltar la frase:
“Juro por Dios y la plata”. Los demás parlamentarios (payasos) se reían, otros
se ponían rojos de vergüenza (los que todavía mantenían su conciencia limpia).
Una vez sentado en
su curul parlamentario al ingeniero Abraham se le puso en blanco su mente y
jamás cumplió sus ofrecimientos, tan solo en la Navidad iba a su tierra llevando
algunos regalitos para los niños, quejándose ante sus paisanos que el gobierno
no tenía plata para realizar obras y que el país atravesaba una situación
álgida, porque las arcas del erario nacional estaban exiguas, sus paisanos se
miraban las caras ante tan raras expresiones del señor parlamentario, que
vestido con un terno impecable, luciendo un reloj con piedras preciosas y
bebiendo un licor del color de la orina y cantando huaynitos (todo para
impresionar a su gente), reiteraba: “No podemos cambiar nada, ni hacer nada,
mientras la economía del país está en desbalance, por eso es necesario que el
oro y la plata que hay en abundancia en nuestra pacha mama contribuya al
bienestar nacional. Sus paisanos se quedaban
asombrados y
dudando de sus palabras, se retiraban cabizbajos diciendo: “¡Cómo ha cambiado
Abrahamcito, ahora porque habla inglés y tiene su carro cuatro por cuatro y una
mujer gringa, piensa que puede venir sorprendernos!
Pero no faltaba
alguien por ahí que comentaba, que los opresores y verdugos del pueblo ya no
provienen de la capital, ni vienen del extranjero, ahora salen del mismo seno
de la tierra, de la misma cuna del pueblo y se estaban propagando como las
malas yerbas.
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