lunes, 23 de junio de 2014

WILLY GÓMEZ MIGLIARO y su poema "La mirada atrás"

Poeta Willy Gómez, leyendo sus poemas

LA MIRADA ATRÁS

Recojo los caracoles que se detienen en el garaje de la casa de M
Marco en el calendario
                                 los días de llegada de cada una de estas babosas.
                         Contribuyo al negocio de M
                         y busco más de estos animales. Baba de caracol
para las arrugas, baba de caracol para los dolores musculares,
baba de caracol
                            para tus huesos débiles por el tabaco. Ah
                            el animal cura, mi gran amor, y no lo sabía.
              Ahora yacen dispuestos sobre las verjas
                                             y también
sobre la caja de herramientas que ha olvidado mi suegra.
Suenan mis oídos con el sonido que hace mi cuñado A
                       al martillar el tubo de escape de su camioneta blanca.
Desisto, por un momento, de mi rutina
y comunico a mis inquilinos, a través del teléfono,
el nuevo pago de alquiler.
La caminata me envuelve de tiempos,
y es como si creara una ausencia de pistas transponiendo otros barrios.
La tarde apenas quiere terminar.
    Mis vecinos me esperan, voy al rescate de ellos
que se conducen con seguridad a firmar los documentos de alquiler.
Agarrada a su perro, la Sra. S cree mover la mano de sus pensamientos
para no quedar desamparada;
el Sr. R aprovecha para hablar de abrigos y ternos a un precio cómodo
y no puede convencerme de confeccionar uno para mí;
V confiesa que no tiene dinero. Ya nadie tiene dinero, dice,
para quines venimos de provincia es difícil conseguir dinero;
J recibe con gratitud un contrato del banco.
Pronto estará afuera, tímidamente en la lluvia,
recordándome a su padre cuando salía de la imprenta
de la calle Daniel Nieto
en el Callao
e iba hacia <>.
¿Cuáles?
        Me explica.
Todo fue a pedir de boca cuando los niños se quedaron solos
                                 y mi padre no apoyó a los obreros gráficos
y vino la traición de C que ya no podía seguir callando.
Cuando regresé de comprar gasolina para el carro de B,
encontré a mi padre con los brazos ensangrentados en la habitación de E.
B lloraba.
B llora, hasta ahora,
las decapitaciones de su cuerpo que nosotros no supimos limpiar.
Es cierto, J  -pienso-
cada día crece una familia espléndida en la tragedia.
Pero también es cierto el aprendizaje de la limpieza
como dicen que hizo Rodolfo
y no para la felicidad sino para la salud. 
J me hace daño cuando habla,
nunca avizoro un signo de palabras felices en su vida. Debo irme.
                             Se amarilla la piel de los enfermos en Lima. Los veo
en los bancos, en las escuelas y en las calles. Se mueren finalmente
   con destellos de tristeza en los ojos.
Ahora hay una distancia entre ellos y yo, entre la conversación
de mis inquilinos y la sombría decisión de los sobrevivientes,
entre el negocio de caracoles de M que hecha luces
        y mi forma de contribuir a un film oscuro.
Fumo un cigarro premier camino a casa. Cuídate de los perros, me digo, 
en la siguiente calle o toma otro camino
y ya no regreses. Ya no regreses ahí.

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