lunes, 9 de junio de 2014

LAS CIRUELAS, Cuento de León Tolstoi

     La madre había comprado ciruelas y las colocó en un plato para dárselas a sus hijos después del almuerzo.
     Antes de  sentarse a la mesa,  Vania, la más pequeña, anduvo curioseando por la habitación. Ella nunca había probado  las ciruelas, y como no pudo resistir la tentación, sin que nadie la viera se comió una.
     Cuando, luego, la madre las contó, notó su falta y le dijo al padre:
     -Alguno de los niños se ha comido una ciruela.
     A la hora del almuerzo, estando todos en la mesa, el padre preguntó:
     -Díganme la verdad. ¿Alguno de ustedes se comió una ciruela?
     No, respondieron todos, menos Vania, que se retrasó un poco en su respuesta; pero, al fin, poniéndose muy colorada, dijo:
     -Yo tampoco.
     -Si alguno la ha comido  –prosiguió el padre-, es una lástima porque no está bien hecho; pero eso no es lo más grave. Lo verdaderamente triste es que ha desaparecido también el carozo. Las ciruelas tienen carozo, y el que lo haya tragado puede enfermarse… y hasta morir. Es  lo que más temo.
     Y se quedó muy serio. Todos estaban muy asustados, hasta que Vania, muy pálida, dijo muy apurada:
     -No tengas miedo, el carozo   lo tiré por la ventana.
     Todos rieron aliviados, y Vania rompió a llorar.

***

carozo: hueso del  durazno  y de otras fruta.

2 comentarios: