lunes, 29 de septiembre de 2014

ZORAIDA MARGARITO GUADALUPE, en "Jueves de Poesía y Narrativa", 2 de octubre 2014

CÁMARA  POPULAR DE  LIBREROS  “AMAZONAS”
36 AÑOS AL SERVICIO DE LA CULTURA Y EL ARTE

Programa literario
“Jueves de poesía y narrativa”
2 Octubre  – 2014   5.00 pm


Presenta  a:

La poeta Zoraida Margarito Guadalupe 

 

"ACO, EL DIARIO DE UN NIÑO ESCOLAR", en "Jueves de Poesía y Narrativa. 2 de octubre 2014

CÁMARA  POPULAR DE  LIBREROS  “AMAZONAS”
36 AÑOS AL SERVICIO DE LA CULTURA Y EL ARTE

Programa literario
“Jueves de poesía y narrativa”
2 Octubre  – 2014   5.00 pm


Presenta
*El libro “ACO, Diario de un niño
 escolar

ANTONIO MORALES JARA Y VÍCTOR JOSÉ LA CHIRA ACEVEDO, en “Jueves de Poesía y Narrativa”

El escritor Antonio Morales Jara

El 18 de setiembre de 2014, se presentaron en los “Jueves de Poesía y Narrativa”, el escritor Antonio Morales Jara y Víctor José La  Chira Acevedo.

    El narrador de cuentos Carlos Torres hizo una excelente participación al narrar el cuento “Imaginación”.  El declamador y profesor Juan Flores Arrascue recitó varios poemas y el poema “Arenga al peruano” de Mario Florián.
     En el recital de poesía participaron los poetas Nicolás Gonzales, Rodolfo Moreno, Juan Milla, Enrico Díaz Bernuy, Lozano Torres, Óscar Rojas y Isaac Soto Gamarra.  
                   
                                      Rafael Alvarado Castillo


Lima, 19 de setiembre de 2014.

MAYRA JUÁREZ CASTILLO Y ANIBAL DEL RÍO, en “Jueves de Poesía y Narrativa”

Poeta Mayra Juárez
     El 25 de setiembre de 2014, se presentaron en los “Jueves de Poesía y Narrativa”, el poeta Anibal del Río y la  poeta Mayra Juárez Castillo.
     Anibal del Río, es un poeta, narrador y pintor que ha radicado en Alemania, desde 1962 hasta 1995. También ha incursionado en el teatro como dramaturgo. Ha recorrido muchos países del viejo continente, donde ha expuesto sus trabajos pictóricos. Anibal del Río leyó parte de sus producciones literarias, en castellano y en alemán. 

     Mayra I. Juárez Castillo, presentó su poemario “Para abrigarte el corazón”. Ella estudia Administración en la Universidad Nacional Federico Villarreal y es una joven poeta que cultiva el arte poético con suma dedicación y pasión. Escribe sobre el amor porque es la fuente  principal de los afectos, poesía de corte sensual y apasionada. Participó en la Antología de poesía, Sinfonía Lírica, Abril, 2014 (Ediciones Vicio Perpetuo Vicio Perfecto)

                                Rafael Alvarado Castillo

Lima, 29 de setiembre de 2014
El poeta Anibal del Río

MAYRA JUÁREZ CASTILLO y su poema “Utopía”


UTOPÍA

Algunos días bastaba cerrar los ojos para ver tu sonrisa.
Vivimos segundos, minutos, horas
             días felices
Busqué sin éxito en lugares físicos donde solías estar.
Cuando te encontré en el mar de mis sueños,
pude sentir mi cuerpo flotar entre las olas del mar.
Pude ver la  luna brillar en tus ojos
            y tocar las estrellas en tu espalda.
Pude aspirar del sabor de tus besos la alegría,
              la  fuerza.
Quise hacer de nuestras vidas la gloria.
Y ahora no puedo llorar de nostalgia,
tan solo recordar que fue un sueño,

               solo un recuerdo.

MATALACHÉ y su argumento



La novela “Matalaché” del escritor Enrique López Albújar fue publicada en 1928. El argumento de la obra literaria es el siguiente:

“El hacendado Francisco de los Ríos es el propietario de la hacienda La Tina, donde tiene una fábrica de jabones y cueros. Un día, la hermosa muchacha María Luz, hija de don Francisco, visita la hacienda de su padre ya que ella vive en la ciudad de Lima. Don Francisco ordena a Rita y a la vieja Casilda para que  atiendan y  cuiden a su hija. Una tarde de casualidad conoce en la hacienda al fornido esclavo y joven mulato de nombre José Manuel que desempeña el oficio de  “padrillo”. La joven María Luz, al enterarse de esto, siente mucha curiosidad y repugnancia, y una mañana conoce la alcoba destinada a tal fin. Los días transcurren y la hija del hacendado se siente sumamente atraída por el mulato esclavo, quien se rinde  ante su ama. La joven enamorada le confiesa a la vieja Casilda que siente amor por el esclavo y le pide  le concerte una cita amorosa. María Luz, un día se hace pasar por Rita y cita  al mulato José Manuel en el cuarto la joven esclava y se produce la unión carnal entre los dos jóvenes. Al transcurrir varios meses, María Luz se da cuenta de que está embarazada, cae en una profunda depresión y se suicida. Don Francisco de los Ríos, al enterarse de ese fatal suceso, montado en cólera arroja a José Manuel a una tina de jabón hirviente”.
                                                  Rafael Alvarado Castillo
Lima, 29 de setiembre de 2014.

viernes, 26 de septiembre de 2014

RICARDO SUMALAVIA y su cuento "Puertas marrones"

MI PADRE NUNCA ANSIÓ tener muchos amigos, pero los pocos que llegaron a frecuentar la casa lo hacían con un gran respeto y consideración a sus años como agente municipal. Y este aprecio siempre les fue devuelto como era debido. No era de extrañarse, entonces, que lo buscaran para comunicarle que don Félix, su amigo, había muerto. Le contaron que había sido arrollado por un auto en el jirón Carabaya, frente a su taller de imprenta, justo cuando salía acompañado por sus operarios. «Fue absurdo», repetían estos mirando a mi padre y viéndose entre sí, como sobrevivientes de una inadvertida batalla. Agregaron que don Félix murió mientras era llevado dentro del taller. La ambulancia ya había sido llamada, pero solo llegó para certificar la muerte de quien aún yacía sobre una mesa, entre letras de molde y pliegos de papel, a la espera del fiscal de turno.
Le dijeron a mi padre que por su condición de amigo él era el indicado para darle la noticia a doña Lucía y sus hijos. La familia de don Félix vivía en la calle siguiente, al final de una larga cuadra elevada, semejante a una pendiente, que se truncaba en una plazoleta frente a la Iglesia Santa Ana. Mi padre se mantuvo sereno. Aceptó el encargo y luego muy cortésmente les pidió a aquellos hombres que se retiraran. Mi madre y yo lo vimos caminar hacia su cuarto y reaparecer con una casaca azul encima. Mi madre no lloró, pero su tristeza era evidente. Ambos intercambiaron una rápida mirada. Cuando mi padre subía el cierre de su casaca, se dirigió a mí y ordenó que me alistara, que iba a acompañarlo a la casa de la señora Lucía. Mi madre intervino y le sugirió que no era una buena idea; pero él ya estaba junto a la puerta marrón de nuestra casa, esperándome. Me alisté lo más pronto posible y, antes de cruzar la puerta, mi madre me pasó la mano por el cabello, alisándomelo, y me dijo que no peleara con los hijos de Lucía. Asentí y fui a reunirme con mi padre, quien tenía un par de metros avanzados.
Los hijos de la señora Lucía eran una pareja de doce y diez años. A ambos les gustaba cantar y eran obesos. Quien mejor cantaba era la muchacha, la mayor; realmente sorprendente. El otro, a pesar de su edad, corporalmente era bastante desarrollado y sus cuerdas vocales no le respondían de manera tan sublime como a su hermana. Los dos usaban anteojos de gran medida y con gruesas monturas de carey negro que por aquellos años no era muy usual entre los jóvenes y niños. Sin lugar a dudas, la elección provenía de la madre, ya que ella usaba unos iguales. Ella, Doña Lucía, sin alcanzar la obesidad de sus hijos, era una mujer rolliza y atractiva. Tenía una cabellera larga, lacia y castaña. Aún hoy puedo imaginarla con las tupidas pecas en su rostro, concentradas bajo sus pómulos.
Mi padre y yo nos detuvimos justo en medio de las dos hojas del portón. La entrada a aquella casa era una gran puerta marrón de madera vieja y picada por las polillas, que, sin embargo, por ser tan gruesa y repintada, no perdía su solidez. Era de aquellas puertas que no se pueden tocar con los nudillos, sino con la palma de la mano. Observé a mi padre humedecerse los labios repetidas veces, como si nunca fuera suficiente para hablar con claridad. Bajó la cabeza en un par de ocasiones y masculló algunas palabras, repasando quizás lo que diría. Fue en la segunda ocasión, mientras mi padre tenía la cabeza inclinada, que la señora Lucía abrió el portón y se quedó quieta, sorprendida, mirando a mi padre.
Detrás de ella estaban sus hijos. La mayor, Cinthia, limpiaba meticulosamente sus anteojos con el extremo de su blusón rosa. Para ella la sorpresa fue todavía mayor porque no pudo reconocernos sin sus gafas puestas. Observé a su hermano Elías y no encontré en él ninguna reacción. Nos miraba con indiferencia.
Fue notable ver a mi padre erguirse de inmediato y saludar a la familia de su amigo. Mientras él hablaba, iba avanzando hacia el patio, obligando, a su vez, a retroceder a la señora Lucía y sus hijos. No recuerdo con exactitud qué le dijo a aquella mujer, lo cierto es que ambos atravesaron el patio y entraron a la sala de la casa por una puerta angosta. Creo recordar en ella un penoso gesto de angustia.
El patio, aunque no muy espacioso, era una magnífica extensión de la casa. Estaba adornado por frescas plantas de grandes hojas que se erguían en macetas igual de grandes. Varias puertas, todas marrones, rodeaban este patio. Cada una correspondía a un ambiente distinto: a la sala, la cocina, un baño y dos que supuse daban a las habitaciones de Elías y Cinthia, y a la de sus padres.
Cuando nos quedamos solos, los tres permanecimos en silencio. A los hermanos parecía no importarles la visita de mi padre; solo Cinthia, por un instante, trató de agudizar su debilitada vista por una de las ventanas que daba a la sala. Pronto desistió y se volvió hacia mí. Pensé que me diría algo, que me interrogaría por nuestra presencia, pero no fue así. Alzó los brazos y de inmediato me rodeó con ellos, dándome un fuerte estrujón. Yo me encontré completamente inutilizado y sin aire. Traté de echar la cabeza hacia atrás, pero aún así sentí su respiración caliente y agitada. Atenazado y confundido como estaba, no atiné a librarme del abrazo. No había imaginado antes que Cinthia tuviera los senos tan desarrollados para su edad. Supongo que la curiosidad hizo que me rindiera por unos momentos. Luego la escuché soltar una risita que resonó como el chillido de un ratón y me apretó todavía más contra su cuerpo.
Su hermano le ordenó de repente que me soltara. Solo entonces, ante las palabras de Elías, los brazos de ella fueron cediendo hasta finalmente abandonarme. Al verme librado, él me cogió de los cabellos y tiró de ellos en un violento vaivén, hasta hacerme caer cerca de la puerta del baño. Me puse de pie instintivamente, muy rápido, y, al verlo venir, no dudé en meterme al baño y trancar la puerta. Estaba muy oscuro adentro; no obstante, preferí no encender la luz, quizás pensando que así me protegía o a lo mejor escapando de la expresión ridícula que debía tener reflejada en el espejo de aquel lugar. También recuerdo que de la redecilla del sumidero se escapaba un olor acre que se espesaba y mezclaba con aromas de jabones y desinfectantes. No tenía intenciones de salir de allí, pues me encontraba aturdido, con la cabeza adolorida y muchas ganas de llorar. Pegué el oído a la puerta para saber si ellos me obligarían a salir. No oí nada. Sin embargo, por esos intentos pude escuchar algo, descubrí un haz de luz que atravesaba la puerta y que salía de un diminuto agujero que me permitió ver qué era lo que hacían ellos afuera. El susto y el dolor me abandonaron enseguida; saber lo que sucedía en el patio me tranquilizaba, solo tenía que observarlos y esperar a que mi padre me llamara.
Por el agujero únicamente podía ver a uno de los dos hermanos. A ratos parecían discutir; en otros, era como si se estuvieran poniendo de acuerdo. En ningún momento miraron a la puerta del baño. Pasado unos minutos, Cinthia fue hacia una de las puertas, la que debía ser su habitación, supongo, y, recostada sobre esta, empezó a cantar. Lo hizo con un tono bajo y cadencioso, como si preparara la voz para un esfuerzo mayor. Repentinamente y sin poder verlo, escuché la voz de Elías. Su voz era aflautada pero sabía cómo hacerla agradable. Ambos ensayaban una canción que solían entonarla en las reuniones que mi padre y don Félix organizaban para sus demás amigos. Recordé que los sábados el padre de estos niños los llevaba puntualmente donde un profesor de canto. Y aquél día era sábado. Cinthia y Elías cantaban siguiendo la pauta imaginaria del maestro, pero cantaban para sí mismos, exigiéndose tonos verdaderamente difíciles de alcanzar y mantener. Como solo podía ver a Cinthia, observé su rostro encendido y perlado de transpiración. Imaginé a Elías de la misma manera, quizá también recostado sobre su puerta. A veces cantaban a dúo, otras se alternaban y siempre eran inmejorables.
Tardé unos minutos en darme cuenta y descubrir que por las infladas mejillas de Cinthia corrían lágrimas. Ella se las iba limpiando con el dorso de su mano. Pese a esto, su voz no se quebró en ningún momento ni el tono decayó. Solo concedió que la melodía se abriese como un velo, en una pausa que duró un segundo larguísimo, dejando un silencio propicio para escuchar unos gemidos de placer entrecortados que provenían de la sala, donde se encontraban mi padre y la señora Lucía. Estos ruidos se hicieron más agitados, interrumpiéndose a ratos por balbuceos que no alcancé a oír.
El velo se volvió a tender: la voz de Cinthia continuó con lo suyo, esforzándose por cantar lo mejor posible. Yo me encontraba concentrado en todo ello, tratando de comprender lo que hacían mi padre y la señora Lucía, cuando un estrépito proveniente del otro lado del baño me obligó a reaccionar. Como todo estaba oscuro, no entendía qué pasaba ni de dónde provenía aquel alboroto. Sorpresivamente la ventana del baño se abrió y vi a Elías introduciéndose con inverosímil agilidad. Escuché sus resoplidos mientras se colgaba de manos del marco de la ventana. Agitaba sus piernas rápidamente tratando de encontrar un punto de apoyo, pero no pudo resistir más y cayó al pie de la bañadera, dando un quejido bastante extraño, semejante a un agónico animal. Entonces intenté salir de allí. Reaccioné muy tarde, él ahora me tenía sujeto del cuello de la camisa. Abrió la puerta del baño y me llevó hacia el centro del patio. Seguía con sus resoplidos y se mostró sorprendido de escuchar a su hermana todavía cantando. Le gritó que se callara, pero ella no le hizo caso. Cantaba. Y ya ni siquiera se cuidaba de secarse las lágrimas. Elías me arrastró hacia Cinthia, tratando de cogerla con su mano libre. Apretó aún más mi camisa y jaló de ella. Luego me soltó y recién entonces Cinthia dejó de cantar. Los tres dirigimos la mirada a la puerta de la sala y vimos salir a la señora Lucía y a mi padre. Detrás de aquellas gafas tan gruesas se veían diminutos los ojos de la señora Lucía. Estaban irritados de tanto llorar y miraban al suelo. En ese momento no me di cuenta de la vergüenza que albergaba en su mirada. Sus hijos fueron hasta ella y la tomaron de las manos. Observaban a su madre con aflicción. Después se dirigieron a mí, como si tuviera que ser yo quien les explicara lo que sucedía. Ante mi silencio, cambiaron de expresión y me vieron con desprecio.
Mi padre dijo que era hora de marcharse y me hizo una seña para salir.
Salimos a la calle y desde allí escuché a la señora Lucía hablándoles a sus hijos. No pude oír qué les decía, solo contemplé sus rostros bañados en sudor. Luego, aunque le fue difícil, mi padre se encargó de cerrar el portón y no pude ver nada más.

JOSÉ DE PIÉROLA y su cuento "Humo azul"

AUNQUE sólo han transcurrido tres días desde mi llegada, gracias a las facilidades que me brinda el gobierno que me ha acogido, escribo estas líneas para que sean difundidas por la Cadena Mundial de Mensajería Neumática. Hubiera preferido perderme tranquilamente entre los exilados que transitan las anchas calles de Tenerife, olvidado para siempre, pero la importancia del balance estratégico mundial, así como una poderosa razón de consciencia, me obliga a cumplir con una última responsabilidad antes de desaparecer de los despachos de prensa.Debo señalar, sin embargo, que no escribo con el propósito de dañar la reputación de los miembros del Consejo, gente proba más allá de cualquier sospecha. Debo señalar, además, que el arduo trabajo del Consejo durante los últimos ocho años, visto en retrospectiva, ha sido quizá el más brillante de la Era Postbellum. Sé, por ejemplo, que, desde que se descubriera en la famosa Bóveda de Tiempo Número 5, los textos completos de los cuatro escritores-cuyos nombres se conocían sólo por referencias fragmentarias- ninguno de los miembros del Consejo vaciló un instante en aceptar la inmensa responsabilidad que recaería sobre ellos. Después de tantos años de literatura anónima, era posible, por primera vez, nombrar no uno, sino cuatro autores. Pero antes, era imprescindible elegir a uno de ellos como el centro del canon, la referencia absoluta, la vara con que se mediría la excelencia de todo lo escrito, la semilla para la producción literaria del futuro. Sin embargo, la Tarea no fue fácil.Pocos saben cuánto trabajó el Consejo desde el día en que se abrió la bóveda de tiempo hasta la tarde en que se alzó la voluta de humo azul desde el último piso del Ministerio de Diseminación de Información. Durante los primeros cinco años, las largas sesiones, grabadas en tambores de ferrita para la posteridad, consistieron en análisis minuciosos, línea por línea, de los textos de los cuatro escritores. Cada vez que se encontraba una cualidad sobresaliente en uno de ellos, aparecían, de inmediato, cualidades semejantes en los otros tres. El análisis volvía, entonces, a la primera línea, al texto anterior, al escritor anterior, en un espiral que los envolvía interminablemente sin que pudieran discernir el paso de las horas. No era raro que el Consejo trabajara desde el alba hasta el crepúsculo.Sin embargo, a pesar del minucioso análisis de la obra de los cuatro escritores, después de cinco arduos años, el Consejo no había llegado a ninguna conclusión. Las obras, aunque disímiles en cuanto a los temas, estilos y técnicas narrativas, eran de calidades equivalentes. El Consejo, presionado cada vez más por la llegada constante de cápsulas exigiendo resultados, trataba infructuosamente de completar la Tarea. El quinto año, por ejemplo, se recibieron medio millón de cápsulas neumáticas de los lugares más remotos del país. Como se sabe, aquel año la Primera Ministra había difundido un mensaje por la Red Nacional de Mensajería Neumática, justificando el reclutamiento masivo de escritores anónimos para el Ministerio de Diseminación de Información, ya que, según explicó, la demanda pronto excedería la producción. También aquel año hubo grupos que marcharon por las calles. Unos querían que el Consejo autorizara la relectura de viejas obras. Otros pedían el cierre de los incineradores oficiales. Los más radicales, bajo el emblema "SCRIPTOR EX FABULA", llegaron a exigir que se incluyera el nombre del autor en las obras literarias.Quizá esta presión excesiva provocó la enfermedad de la Presidenta del Consejo, que, siguiendo recomendaciones médicas, tuvo que someterse a frecuentes baños de sales en una tina especialmente diseñada por el Instituto de Enfermedades Meridionales. Fue en vano que, en un intento por continuar con la Tarea, el Consejo mudara su sala de deliberaciones al baño, especialmente acondicionado, donde la Presidenta, detrás de un biombo de vidrio pavonado, se sometía al tratamiento. A la dificultad de las discusiones, entorpecidas por el eco de las paredes de mármol, se sumó el efecto nocivo de los salinos vapores en los textos originales. Esto hizo imprescindible la interrupción de tal arreglo.Todavía recuerdo cuando la Cadena Nacional de Mensajería Neumática difundió la noticia: Debido a su enfermedad, la Presidenta del Consejo se veía obligada a pedir su pase al retiro, consciente de que su decisión irrevocable afectaría irremediablemente la historia del país. Y no podía ser de otra manera. Es cierto que el orden de sucesión dentro de los miembros del Consejo era de dominio público, pero también es cierto que el retiro de la Presidenta dejaba una poltrona libre, lo cual impedía la continuación de la Tarea. El nuevo Presidente del Consejo, después de la ceremonia de investidura en la Casa de Gobierno, propuso suspender la Tarea hasta que se llenara la poltrona vacante. Dos días después, también, la CNMN anunció que el más joven de los miembros del Consejo, consciente de su falta de experiencia en un proceso semejante, había pedido su separación temporal, ya que, según declaró, su presencia sólo entorpecería las deliberaciones. Desde entonces, por un lapso de tres meses, los cinco miembros restantes se dedicaron íntegramente al proceso de selección.Tampoco fue fácil. El primer candidato, por ejemplo, recomendado por la Universidad de Dominica, además del Capellán Mayor de la Metrópolis de Tulsa, llegó a la entrevista tan nervioso que el Consejo decidió suspenderla, otorgándole el día libre para que paseara por los Jardines Botánicos. Lo cual resultó acertado, porque regresó, al día siguiente, más calmado y cargado de voluminosos legajos que pensaba usar a su favor. Ya en la entrevista, siendo de rigor la imparcialidad de los candidatos, se le preguntó, como tema inicial, si tenía alguna preferencia entre los cuatro escritores. El candidato, mirando con ojos grandes, azules, que contrastaban con su mentón recién afeitado, dijo que sí, tenía una preferencia, al tiempo que depositaba sobre el tablero los dos inmensos legajos que había traído consigo.Desde el descubrimiento de la Bóveda de Tiempo Número 5, empezó diciendo, gracias a las copias facsimilares que obran en poder de la Universidad de Dominica, he estudiado metódicamente los textos de los cuatro escritores. Aunque al principio me parecieron equivalentes, después, cuando empecé a comparar los temas, más allá de las proezas estilísticas, pude comprobar que uno de ellos era definitivamente superior. Los resultados de mis estudios, continuó, aparecen en estos manuscritos documentados con exhaustivo detalle.¿Los tiene grabados en un tambor de ferrita?, preguntó el Consejo. El candidato, con una sonrisa de orgullo, depositó en el tablero un reluciente tambor de ferrita con los sellos oficiales de su universidad. Déjenos el material, dijo el Consejo, lo usaremos en nuestra deliberación; mientras tanto puede esperarnos en el recibidor, donde encontrará algunas exquisiteces traídas de la República Panafricana, incluyendo un estupendo vino de Ciudad del Cabo.Asombrado por la rapidez de la entrevista, el candidato siguió a un ujier segundo hasta el Recibidor del Consejo, donde comió algunos canapés de soya, pero antes de que pudiera tomar la primera copa de vino, un ujier primero le comunicó que el Consejo sentía mucho no poder concederle la poltrona vacante, rogándole, además, su comprensión por no devolverle ni el manuscrito ni el tambor de ferrita. El candidato, rojo de ira, pensó reclamar, pero no pudo, porque dos guardias nacionales, después de leerle sus derechos, ya lo escoltaban al primer piso. Allí lo embarcaron en un transportador oficial que lo llevó al Instituto de Estudio de Conductas Excéntricas de Tierra del Fuego, donde sigue incomunicado hasta el día de hoy. El Consejo decidió, además, retirar las copias facsimilares de las siete universidades del país.Sin adelantarme a los hechos, debo señalar que no todos los candidatos fueron tratados de manera tan sumaria, ni tan severa. Algunos, como el profesor de la Gran Europa, que luego de veinte años de vivir en nuestro país se había naturalizado para trabajar en el Ministerio de Poesis, asistió a dieciocho entrevistas consecutivas, que abarcaron extensas discusiones sobre los autores de la Era Antebellum, además de otros textos antiguos menos conocidos. El profesor, sin embargo, se retiró de manera voluntaria, ya que él mismo consideró que su vasto conocimiento de la literatura antigua podría influir negativamente en la Tarea. Hecha pública su decisión en la CNMN, la Primera Ministra le envió sus felicitaciones.Sería largo, además de innecesario, enumerar todos los candidatos entrevistados. Sin embargo, es pertinente señalar a la última, la que ocuparía la poltrona vacante en el Consejo, convirtiéndose, además, en el miembro más joven de la historia. Pero eso no es lo asombroso. Lo increíble es que esta joven ocupara semejante cargo sin haber leído nunca obra literaria alguna. ¿Cómo había llegado al Consejo? La respuesta es simple. Desde que terminó su educación elemental, debido a sus aptitudes para el pensamiento algorítmico, pasó directamente a trabajar como aprendiz en el Instituto de Computación Bioneumática, el mismo año en que, previendo la escasez, la Primera Ministra había aprobado el presupuesto especial para el desarrollo del Gran Permutador, el súper computador bioneumático que produciría obras literarias a partir de textos canónicos almacenados en tambores de ferrita de alta capacidad. La candidata fue asignada a la Unidad de Estilo que desarrolló el dispositivo bioneumático que convierte una obra cualquiera a un estilo previamente almacenado en tambores de ferrita. Como los demás miembros del equipo, ella también firmó un contrato en que renunciaba temporalmente a su primer derecho constitucional, el derecho a la lectura. En cinco años, por lo tanto, no había podido acceder, legalmente, a ninguna obra literaria.Terminado el Gran Permutador, todos los miembros del equipo fueron felicitados por la Primera Ministra. En la misma ceremonia, la directora del Instituto de Computación Bioneumática, aclaró que semejante avance tecnológico no hubiera sido posible sin el genio del dispositivo concebido por nuestra joven candidata. Declaración excesiva, pero que llevó a la Primera Ministra a proponerla para ocupar la poltrona vacante del Consejo.Cumplida la ceremonia de investidura en la Casa de Gobierno, ya completos sus siete miembros, el Consejo reanudó la Tarea. Es cierto que la nueva integrante participó con el mismo empeño que los demás, pero también es cierto que fue ella quien propuso discutibles estrategias para el análisis de los textos. Al principio, como es natural, los demás miembros del Consejo, experimentados en análisis literario, se negaron. Pero, poco a poco, en una labor de convencimiento en que no escatimó el uso de su capacidad para el pensamiento algorítmico, empezó a ganar la aprobación de los demás miembros, menos uno. Es así como se aceptaron, por mayoría simple, cada una de sus propuestas.Sin embargo, todavía transcurrieron tres años sin que el Consejo eligiera a uno de los cuatro escritores. Fue durante esos años, en especial, durante el último, que la joven miembro llegó a ejercer cada vez mayor influencia, proponiendo métodos cada vez más objetables, hasta llegar al último, el inaceptable. Pero el Consejo, presionado por los nuevos grupos extremistas que empezaron a marchar por las calles, presionado por la llegada masiva de cápsulas neumáticas, presionado por las visitas constantes de la Primera Ministra, se vio obligado a tomar una decisión. No es necesario describir la algarabía general que se produjo en todo el país cuando las primeras volutas de humo azul se alzaron en el cielo de la tarde. Pero, mientras el país entero celebraba, yo meditaba sentado junto al amplio ventanal de mi oficina, hasta que, ya casi a la madrugada del día siguiente, obligado por mi consciencia, tomé una decisión sin precedentes en nuestra historia, y usando mi privilegio como Presidente del Consejo, fleté el transportador oficial que me trajo al Santuario Mundial de las Islas Canarias, donde he pedido asilo.Mi decisión de abandonar el Consejo cuando empezaría su época más gloriosa, se debe a que no puedo aceptar que un asunto tan importante para la historia de mi país, tan importante para el mundo entero, se haya decidido, bajo la malsana influencia del miembro más joven, con una suerte equivalente al abyecto rodar de unos dados

jueves, 25 de septiembre de 2014

LOS TRES ERMITAÑOS, cuento de León Tolstoi

El arzobispo de Arkangelsk navegaba hacia el monasterio de Solovki. En el mismo buque iban varios peregrinos al mismo punto para adorar las santas reliquias que allí se custodian. El viento era favorable, el tiempo magnífico y el barco se deslizaba sin la menor oscilación.
Algunos peregrinos estaban recostados, otros comían; otros, sentados, formando pequeños grupos, conversaban. El arzobispo también subió sobre el puente a pasearse de un extremo a otro. Al acercarse a la proa vio un pequeño grupo de viajeros, y en el centro a un mujik1 que hablaba señalando un punto del horizonte. Los otros lo escuchaban con atención.
Se detuvo el prelado y miró en la dirección que el mujik señalaba y sólo vio el mar, cuya tersa superficie brillaba a los rayos del sol. Se acercó el arzobispo al grupo y aplicó el oído. Al verlo, el mujik se quitó el gorro y enmudeció. Los demás, a su ejemplo, se descubrieron respetuosamente ante el prelado.
-No se violenten, hermanos míos -dijo este último-. He venido para oír también lo que contaba el mujik.
-Pues bien: éste nos contaba la historia de los tres ermitaños -dijo un comerciante menos intimidado que los otros del grupo.
-¡Ah!... ¿Qué es lo que cuenta? -preguntó el arzobispo.
Al decir esto se acercó a la borda y se sentó sobre una caja.
-Habla -añadió dirigiéndose al mujik-, también quiero escucharte... ¿Qué señalabas, hijo mío?
-El islote de allá abajo -repuso el mujik, señalando a su derecha un punto en el horizonte-. Precisamente sobre ese islote es donde los ermitaños trabajan por la salvación de sus almas.
-¿Pero dónde está ese islote? -preguntó el arzobispo.
-Dígnese mirar en la dirección de mi mano... ¿Ve usted aquella nubecilla? Pues bien, un poco más abajo, a la izquierda..., esa especie de faja gris.
El arzobispo miraba atentamente y, como el sol hacía brillar el agua, no veía nada por la falta de costumbre.
-No distingo nada -dijo-. Pero ¿quiénes son esos ermitaños y cómo viven?
-Son hombres de Dios -respondió el campesino-. Hace mucho tiempo que oí hablar de ellos, pero nunca tuve ocasión de verlos hasta el verano último.
El pescador volvió a comenzar su relato. Un día que iba de pesca fue arrastrado por el temporal hacia aquel islote desconocido. Por la mañana caminaba cuando distinguió una pequeñísima cabaña y cerca de ella un ermitaño, al que siguieron a poco otros dos. Al ver al mujik le dieron de comer, pusieron sus ropas a secar y lo ayudaron a reparar su barca.
-¿Y cómo son? -preguntó el arzobispo.
-Uno de ellos es pequeño, encorvado y viejísimo. Viste una sotana raída y parece tener más de cien años. Los blancos pelos de su barba empiezan a hacerse verdosos. Es sonriente y sereno como un ángel del cielo. El segundo, un poco más alto, lleva un capote desgarrado, y su larga barba gris tiene reflejos amarillos. Es un hombre tan vigoroso, que volvió mi barca boca abajo como si fuera una cáscara de nuez, sin darme tiempo ni a que lo ayudase. También está siempre contento. El tercero es muy alto: su barba, de la blancura del cisne, le llega hasta las rodillas; es hombre melancólico, tiene las cejas erizadas y sólo lleva para cubrir su desnudez un pedazo de tela hecho de corteza trenzada y sujeto a la cintura.
-¿Y qué te dijeron? -interrogó el prelado.
-¡Oh! Hablaban muy poco, aun entre ellos. Con una sola mirada se entendían inmediatamente. Yo pregunté al más alto si vivían allí desde hace mucho tiempo y él frunció las cejas y murmuró no sé qué en tono de enfado; pero el pequeño le cogió la mano sonriendo y el alto enmudeció. El viejecito dijo solamente:
"-Haznos el favor...
"Y sonrió."
Mientras el pescador hablaba, el buque se había aproximado a un grupo de islas.
-Ahora se ve perfectamente el islote -dijo el comerciante-. Dígnese mirar Vuestra Grandeza -añadió extendiendo la mano.
El arzobispo miró una faja gris: era el islote. Quedó fijo durante largo tiempo, y luego, pasando de proa a popa, dijo al piloto:
-¿Qué islote es ese que se ve allá abajo?
-No tiene nombre, hay muchos como ese por aquí.
-¿Es cierto que en él, según se dice, están los ermitaños dedicados a trabajar por su salvación eterna?
-Así se dice, pero ignoro si es verdad. Los pescadores aseguran haberlos visto, pero también ocurre que se habla sin saber lo que se dice.
-Yo querría desembarcar en ese islote para ver a los ermitaños -dijo el prelado-. ¿Puede hacerse?
-No podemos acercarnos con el buque -repuso el piloto-. Hace falta para eso la canoa, y sólo el capitán puede autorizar que la botemos al agua.
Se avisó al capitán.
-Desearía ver a los ermitaños -le dijo el arzobispo-. ¿Podría llevarme allá?
El capitán trató de disuadirlo de su propósito.
-Es muy fácil -dijo- pero vamos a perder mucho tiempo. Casi me atrevería a decir a Vuestra Grandeza que no valen la pena de ser vistos. He oído decir que esos viejos son unos estúpidos, no comprenden lo que se les dice y en punto a hablar saben menos que los peces.
-Pues a pesar de todo deseo verlos; pagaré lo que sea, pero disponga que me lleven a donde se encuentran.
Ya no había nada que decir. Se hicieron los preparativos necesarios, se cambiaron las velas, el piloto viró de bordo y se singló hacia la isla. Se colocó a proa una silla para el arzobispo que, sentado en ella, miraba el horizonte, y todos los pasajeros se reunieron a proa para ver también el islote de los ermitaños. Los que tenían buena vista distinguían ya las piedras de la isla y mostraban a los demás la pequeña cabaña. Bien pronto uno de ellos vio a los tres ermitaños.
El capitán trajo el anteojo y miró, entregándoselo en seguida al arzobispo.
-Es verdad -dijo-, a la derecha, junto a una gran piedra, se ven tres hombres.
A su vez el arzobispo enfocó el anteojo en la dirección indicada y vio, en efecto, a tres hombres, uno muy alto, otro más bajo y el último pequeñito. De pie, junto a la orilla, estaban cogidos de la mano.
El capitán dijo al prelado:
-Aquí tiene que detenerse el buque. Ahora, si quiere Vuestra Grandeza, debe bajar a la canoa y anclaremos para esperarlo.
Se echó el ancla, se cargaron las velas y el buque comenzó a oscilar. Fue botada al agua la canoa, saltaron a ella los remeros, y el arzobispo bajó por la escala.
Una vez abajo, se sentó sobre un banco a popa, y los marineros, a golpes de remo, se dirigieron al islote. Pronto llegaron a tiro de piedra. Se veía perfectamente a los tres ermitaños: una muy alto, casi desnudo, salvo un pedazo de tela atado a la cintura y formado de cortezas entretejidas; otro más bajo, con su caftán desgarrado, y luego el más viejo, encorvado y vestido con sotana. Los tres estaban cogidos de la mano.
Llegó la canoa a la ribera, saltó a tierra el arzobispo, bendijo a los ermitaños, que se deshacían en saludos, y les habló de este modo:
-He sabido que aquí trabajan por la eterna salvación, ermitaños de Dios, que ruegan a Cristo por el prójimo; y como, por la gracia del Altísimo, yo, su servidor indigno, he sido llamado a apacentar sus ovejas, he querido visitarlos, puesto que al Señor sirven, para traerles la palabra divina.
Los ermitaños permanecieron silenciosos, se miraron y sonrieron.
-Díganme cómo sirven a Dios -continuó el arzobispo.
El ermitaño que estaba en medio suspiró y lanzó una mirada al viejecito.
El gran ermitaño hizo un gesto de desagrado y también miró al viejecillo.
Éste sonrió y dijo:
-Servidor de Dios, nosotros no podemos servir a nadie sino a nosotros mismos, ganando nuestro sustento.
-Entonces ¿cómo rezan? -preguntó el prelado.
-He aquí nuestra plegaria: "Tú eres tres, nosotros somos tres..., concédenos tu gracia".
En cuanto el viejecito hubo pronunciado estas palabras, los tres ermitaños elevaron su mirada al cielo y repitieron:
-Tú eres tres, nosotros somos tres..., concédenos tu gracia.
Sonrió el arzobispo y dijo:
-Sin duda han oído hablar de la Santísima Trinidad, pero no es así como hay que rezar. Les he tomado afecto, venerables ermitaños, porque veo que quieren ser gratos a Dios, pero ignoran cómo se le debe servir. No es así como se debe rezar: escúchenme, porque voy a enseñarles. Lo que van a oír está en la Sagrada Escritura de Dios, donde el Señor ha indicado a todos cómo hay que dirigirse a Él.
Y el arzobispo les explicó cómo Cristo se reveló a hombres, y les explicó el Dios Padre, el Dios Hijo y el Dios Espíritu Santo. Luego añadió:
-El Hijo de Dios bajó a la tierra para salvar al género humano, y he aquí cómo nos enseñó a todos a rezar: escuchen y repitan conmigo.
Y el arzobispo comenzó:
-Padre Nuestro...
Y uno de los ermitaños repitió:
-Padre Nuestro...
Y el segundo ermitaño repitió también:
-Padre Nuestro...
Y el tercer ermitaño dijo asimismo:
-Padre Nuestro...
-Que estás en los Cielos...
Y los ermitaños repitieron:
-Que estás en los Cielos...
Pero el ermitaño que se hallaba entre sus hermanos se equivocaba y decía una palabra por otra; el gran ermitaño no pudo continuar porque los bigotes le tapaban la boca, y el viejecito, como no tenía dientes, pronunciaba muy mal.
Volvió a empezar el arzobispo la plegaria y los ermitaños a repetirla. Se sentó el prelado sobre una piedra y los ermitaños formaron círculo a su alrededor, mirándolo a la boca y repitiendo todo cuanto decía.
Durante todo el día, hasta la noche, el prelado batalló con ellos diez, veinte, cien veces, repitiendo la misma palabra y con él los ermitaños. Se embrollaban, él los corregía y volvían a empezar.
El arzobispo no dejó a los ermitaños hasta que les hubo enseñado la plegaria divina. La repitieron con él, y luego solos. Como el ermitaño de en medio la aprendiera antes que los otros, la dijo él solo. Entonces el arzobispo se la hizo repetir varias veces y los otros dos lo imitaron.
Ya comenzaba a oscurecer y la luna surgía del mar cuando el arzobispo se levantó para volverse al buque. Se despidió de los ermitaños, que lo saludaron hasta el suelo, los hizo incorporarse, los besó a los tres, les recomendó que rogasen como les había dicho, se sentó sobre el banco de la canoa y se dirigió hacia el barco.
Mientras bogaban, seguía oyendo a los ermitaños que recitaban en voz alta la plegaria de Dios.
Pronto llegó el esquife junto al buque; ya no se oía la voz de los ermitaños, pero aún se les veía a los tres, a la luz de la luna, en la orilla, el viejecito en medio, el más alto a su derecha y el otro a su izquierda.
El arzobispo llegó al barco y subió al puente. Levaron anclas, largaron las velas, que el viento hinchó, y el buque se puso en movimiento, continuando el interrumpido viaje.
Se instaló a popa el prelado y allí se sentó, siempre con la vista fija en el islote. Aún se veía a los tres ermitaños. Luego desaparecieron y no se vio más que la isla. Pronto esta misma se perdió en lontananza y sólo se veía el mar brillando a la luz de la luna.
Se acostaron los peregrinos y todo enmudeció en el puente; pero el arzobispo no quiso dormir aún. Solo en la popa, miraba al mar en la dirección del islote y pensaba en los buenos ermitaños. Recordaba la alegría que experimentaron al aprender la oración y daba gracias a Dios por haberlo llamado en ayuda de aquellos hombres venerables, para enseñarles la palabra divina.
Así pensaba el arzobispo, con los ojos fijos en el mar, cuando de pronto vio blanquear algo y lucir en la estela luminosa de la luna. ¿Sería una gaviota o una vela blanca? Mira más atentamente y se dice: de fijo es una barca con una vela, que nos sigue. ¡Pero qué rápidamente marcha! Hace un instante estaba lejos, muy lejos, y hela aquí ya muy cerca. Además, es una barca como no se ve ninguna y una vela que no parece tal...
Sin embargo, aquello los persigue y el arzobispo no puede distinguir qué cosa es. ¿Será un barco, un pájaro, un pez? También parece un hombre, pero es más grande que un hombre, y además, un ser humano no podría andar sobre el agua.
Se levantó el arzobispo, fue a donde estaba el piloto y le dijo:
-¡Mira! ¿Qué es eso?
Pero en aquel momento ve que son los ermitaños que corren sobre el mar y se acercan al buque. Sus blancas barbas despiden brillante fulgor.
Al volverse el piloto deja la barra espantado y grita:
-¡Señor!, los ermitaños nos persiguen sobre el mar y corren sobre las olas como sobre el suelo.
Al oír estos gritos se levantaron los pasajeros y se precipitaron hacia la borda, viendo todos correr a los ermitaños, teniéndose unos a otros de la mano, y a los de los extremos hacer señas de que se detuviera el barco.
Aún no se había tenido tiempo de parar cuando alcanzaron el buque, llegaron junto a él y levantando los ojos dijeron:
-Servidor de Dios, ya no sabemos lo que nos has hecho aprender. Mientras lo hemos repetido nos acordábamos, pero una hora después de haber cesado de repetirlo se nos ha olvidado y ya no podemos decir la oración. Enséñanos de nuevo.
El arzobispo hizo la señal de la cruz, se inclinó hacia los ermitaños y dijo:
-¡La plegaria de ustedes llegará de todos modos hasta el Señor, santos ermitaños! No soy yo quien debe enseñarles. ¡Rueguen por nosotros, pobres pecadores!
Y el arzobispo los saludó con veneración. Los ermitaños permanecieron un momento inmóviles, luego se volvieron y se alejaron rápidamente sobre el mar.

Y hasta el alba se vio una gran luz del lado por donde habían desaparecido.

GIOVANNI ANTICONA, invitación a los "JUEVES DE POESÍA Y NARRATIVA"

 El programa literario “Jueves de Poesía y Narrativa” de la Cámara Popular de Libreros (Feria del Libro de Amazonas), invita al joven escritor GIOVANNI ANTICONA para que presente su novela “LIMA ESTE”.

Dirección
“Jueves de Poesía Y Narrativa”
Rafael Alvarado Castillo
rafaelalvaradoac@hotmail.com
Facebook: Rafael Alvarado

martes, 23 de septiembre de 2014

GIOVANNA POLLAROLO y su poema “Confesión”

 Poeta Giovanna Pollarolo
CONFESIÓN
Me gusta mucho, no la conoces
es más joven
sí, bonita
de nada sirve que sepas  su nombre
nuestra vida de a dos no da para más
no es justo
soy joven y ya me dicen papel quemado
hemos sido felices, a veces
pero nos equivocamos
tú no me haces feliz
ni yo a ti
no sé si ella me quiere , tengo miedo
yo también
déjame quedarme como si fuéramos amigos
pórtate como una hermana y consuélame.
Él y ella lloraron
se abrazaron,  hicieron el amor
ella  lloró de felicidad, él se durmió

¿Y?

lunes, 22 de septiembre de 2014

ISAAC SOTO GAMARRA y su cuento "El poeta cholo"

 
Escritor Isaac Soto Gamarra leyendo su cuento

Se fue de su tierra a otras tierras a buscar un futuro mejor, pero esta vez salió casi autodesterrándose, porque no soportaba más la envidia y el rencor de los poetas de la capital, gente mediocre que se  autodenominaban los “poetas ilustres”, cuando solo eran una cófrade de aristócratas criollos que en reuniones de bohemia nocturna, inspirados con  el trago recitaban histriónicamente, en los salones lujosos de esta ciudad llamada de los reyes, gobernada por virreyes.
Había llegado proveniente del noble pueblo de los “Ch’uccos”, nombre auténtico de los que poblaban ese lugar, porque vestían con sombreros en forma de campana, hechos de lana fina de vicuña (ese era el significado de Ch’uccos),  palabra quechua de concepto amplio, vocablo original y que al llegar los españoles por esos lares, lo rebautizaron como “Santiago de Chuco”, tal como hicieron con otras ciudades ya existentes del reino tahuantinsuyano.
Tantos pecados cargaban en sus espaldas, esa gente de capa y espada, para que expiar sus culpas, le ponían nombres de sus santos, a poblados de gran pasado cultural.
En ese linaje de gran abolengo e ilustrado de los ch’uccos, había nacido, un día para no olvidarnos César Abraham  Vallejo,  hablando dos idiomas, el de sus antepasados y el de los conquistadores. Pensaba en quechua y escribía en castellano, era un don especial que él tenía por el milagro de los Apus. Deidades del mundo andino, desde muy niño empezó a componer poemas con una profundidad espiritual, que calaba el alma, algo que solo se podía lograr con el pensamiento andino por eso le hablaba a las piedras, y cantó: Piedra negra sobre una piedra blanca. También se inspiraba: con los paisajes telúricos de la naturaleza agreste, amaba ese mundo idílico, pastoral de las montañas mágicas, de los ríos serpenteantes, del viento y la lluvia que le invitaban al diálogo con los seres inanimados, algo que solo se puede dar en la cultura andina, porque todo cobra vida en ese mundo. Todo eso le inspiraba, a la vez que sufría con las humillaciones que su pueblo soportaba desde la llegada de los hombres de ultramar. Su espíritu se ponía rebelde viendo el saqueo de las riquezas, observaba que esos que arribaron de tierras extrañas se habían adueñado de las tierras y animales de los mal llamados indios a quienes los trataban como a bestias, estos y otros atropellos le atormentaban el alma, se convirtió en el Cristo de los dados eternos porque él era hombre y sufría.
Así con su poesía de amor y furor  fue anudando en los quipus, Poemas Humanos, para reivindicar a sus paisanos, que casi como un mandato divino de los dioses del invasor, estaban destinados al sufrimiento físico y mental en esta vida. Para ello se valió del idioma de Cervantes, utilizando el vocabulario caudaloso y turbio del Manco de Lepanto.
Será por esto? El odio que desató en los descendientes de los conquistadores que radicaban en la capital y que de boca para afuera, se sentían patriotas, sin embargo mentalmente seguían siendo colonos de España incluso hasta inquisidores. Y por eso no pudieron soportar al cholo que venía con sus Heraldos Negros y su poto de chicha a dictarles cátedra de poesía, dándose el lujo de crear un estilo nuevo y desfigurar la gramática obsoleta de los llamados señores castizos.
Para alejarse de las mezquindades y el despotismo de estos pedantes y vanidosos poetas limeños, el poeta cholo se fue a la Ciudad Luz, París, Francia, y desde su lecho premonitoriamente dijo: “Me moriré en París, un día del cual tengo ya el recuerdo”. Murió soñando con su Rita de junco y capulí.

Ahora lejos de su tierra, en un cementerio ajeno, reposan sus restos, pero sus versos se han vuelto inmortales y brillan en el universo en todos idiomas. 

sábado, 20 de septiembre de 2014

OCTAVIO MERMAO, invitación a "Jueves de Poesía y Narrativa"

    El programa literario “Jueves de Poesía y Narrativa” de la Cámara Popular de Libreros (Feria del Libro de Amazonas), invita al joven poeta Octavio Mermao para que presente su poemario debut O.

Dirección
“Jueves de Poesía Y Narrativa”
Rafael Alvarado Castillo

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DANY SALVATIERRA, invitación a"Jueves de Poesía y Narrativa"

    El programa literario “Jueves de Poesía y Narrativa” de la Cámara Popular de Libreros (Feria del Libro de Amazonas), invita al joven escritor Dany Salvatierra para que presente su novela “Eléctrico ardor”.

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“Jueves de Poesía Y Narrativa”
Rafael Alvarado Castillo
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JACK MARTÍNEZ ARIAS, Invitación a "Jueves de Poesía y Narrativa"


     El programa literario “Jueves de Poesía y Narrativa” de la Cámara Popular de Libreros (Feria del Libro de Amazonas), invita al joven escritor Jack Martínez Arias para que presente su novela “Bajo la sombra”.
Dirección
“Jueves de Poesía Y Narrativa”
Rafael Alvarado Castillo
rafaelalvaradoac@hotmail.com

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JACK MARTÍNEZ ARIAS, Joven novelista

Novelista Jack Martínez Arias

     El joven novelista Jack Martínez Arias hace poco acaba de presentar su novela “Bajo la sombra” que retrata la realidad violenta en las calles de Lima. La novela narra la historia de un muchacho llamado Joaquín que no conoce a su padre. El protagonista crece sin el amor de padre al lado de su madre que sufre por la pérdida de su esposo. La madre atormenta a su hijo Joaquín, culpándolo por no parecerse a su padre. Entonces, el muchacho huye de su casa  porque no soporta más los maltratos que le da su madre. Conocerá en las calles violencia  callejera. El novelista se basó esencialmente en la historia de un amigo que tuvo una experiencia muy similar a la del protagonista de la obra literaria. El autor demoró cerca de seis meses  para escribir la novela.

     Jack Martínez Arias  pasó su infancia en el populoso distrito de San Juan de Lurigancho de la ciudad de Lima y actualmente radica en los Estados Unidos de América.

                                           Rafael Alvarado Castillo

Lima, 20 de setiembre de 2014.

martes, 16 de septiembre de 2014

NICOLÁS DANIEL LÉON CADENILLAS, Biografía

NICOLÁS DANIEL LÉON CADENILLAS
     Nicolás Daniel  León Cadenillas, nació en octubre en 1951. Creció en la urbanización Balconcillo del distrito de La Victoria. Hizo sus estudios primarios y secundarios en la Gran Unidad Escolar “Alfonso Ugarte” de San Isidro. Tiene dos hijos, que son el motor de su vida, Rodrigo y Alejandra María.
     Nicolás León Cadenillas es escritor, actor y director de teatro. Estudió en la Universidad San Martín de Porres. Egresó de la Escuela Nacional de Arte Dramático de Lima, ENAD con el título a Nombre de la Nación de “Actor profesional”. Estudió Escenografía Teatral No Convencional Ni Teatral, en el Instituto Cultural Peruano Norteamericano, ICPNA.  Participó en el Coloquio de Teatro en Bérgamo, Italia, subvencionado por la UNESCO. León Cadenillas ha viajado intensamente por las tres regiones del Perú, por muchos países de Sudamérica y el viejo continente europeo.
     Ha publicado el libro “Cuentos breves para mi nieto” que contiene treinta y cinco cuentos donde se entreteje la vida, pasión y resurrección de un escritor que ama a La Victoria. Según el escritor León Cadenillas “En Alemania escribí el borrador de mi libro Cuentos breves para mi nieto” y recién en 2013, salió a luz.
                                    Rafael Alvarado  Castillo
Lima, 15 de setiembre de 2014.