Escritor Isaac Soto Gamarra leyendo su cuento
Se
fue de su tierra a otras tierras a buscar un futuro mejor, pero esta vez salió
casi autodesterrándose, porque no soportaba más la envidia y el rencor de los
poetas de la capital, gente mediocre que se
autodenominaban los “poetas ilustres”, cuando solo eran una cófrade de
aristócratas criollos que en reuniones de bohemia nocturna, inspirados con el trago recitaban histriónicamente, en los
salones lujosos de esta ciudad llamada de los reyes, gobernada por virreyes.
Había
llegado proveniente del noble pueblo de los “Ch’uccos”, nombre auténtico de los
que poblaban ese lugar, porque vestían con sombreros en forma de campana,
hechos de lana fina de vicuña (ese era el significado de Ch’uccos), palabra quechua de concepto amplio, vocablo
original y que al llegar los españoles por esos lares, lo rebautizaron como
“Santiago de Chuco”, tal como hicieron con otras ciudades ya existentes del
reino tahuantinsuyano.
Tantos
pecados cargaban en sus espaldas, esa gente de capa y espada, para que expiar
sus culpas, le ponían nombres de sus santos, a poblados de gran pasado
cultural.
En
ese linaje de gran abolengo e ilustrado de los ch’uccos, había nacido, un día
para no olvidarnos César Abraham
Vallejo, hablando dos idiomas, el
de sus antepasados y el de los conquistadores. Pensaba en quechua y escribía en
castellano, era un don especial que él tenía por el milagro de los Apus.
Deidades del mundo andino, desde muy niño empezó a componer poemas con una
profundidad espiritual, que calaba el alma, algo que solo se podía lograr con
el pensamiento andino por eso le hablaba a las piedras, y cantó: Piedra negra
sobre una piedra blanca. También se inspiraba: con los paisajes telúricos de la
naturaleza agreste, amaba ese mundo idílico, pastoral de las montañas mágicas,
de los ríos serpenteantes, del viento y la lluvia que le invitaban al diálogo
con los seres inanimados, algo que solo se puede dar en la cultura andina,
porque todo cobra vida en ese mundo. Todo eso le inspiraba, a la vez que sufría
con las humillaciones que su pueblo soportaba desde la llegada de los hombres
de ultramar. Su espíritu se ponía rebelde viendo el saqueo de las riquezas,
observaba que esos que arribaron de tierras extrañas se habían adueñado de las
tierras y animales de los mal llamados indios a quienes los trataban como a
bestias, estos y otros atropellos le atormentaban el alma, se convirtió en el
Cristo de los dados eternos porque él era hombre y sufría.
Así
con su poesía de amor y furor fue
anudando en los quipus, Poemas Humanos, para reivindicar a sus paisanos, que
casi como un mandato divino de los dioses del invasor, estaban destinados al
sufrimiento físico y mental en esta vida. Para ello se valió del idioma de
Cervantes, utilizando el vocabulario caudaloso y turbio del Manco de Lepanto.
Será
por esto? El odio que desató en los descendientes de los conquistadores que
radicaban en la capital y que de boca para afuera, se sentían patriotas, sin
embargo mentalmente seguían siendo colonos de España incluso hasta
inquisidores. Y por eso no pudieron soportar al cholo que venía con sus Heraldos Negros y su poto de chicha a
dictarles cátedra de poesía, dándose el lujo de crear un estilo nuevo y
desfigurar la gramática obsoleta de los llamados señores castizos.
Para
alejarse de las mezquindades y el despotismo de estos pedantes y vanidosos
poetas limeños, el poeta cholo se fue a la Ciudad Luz, París, Francia, y desde
su lecho premonitoriamente dijo: “Me
moriré en París, un día del cual tengo ya el recuerdo”. Murió soñando con
su Rita de junco y capulí.
Ahora
lejos de su tierra, en un cementerio ajeno, reposan sus restos, pero sus versos
se han vuelto inmortales y brillan en el universo en todos idiomas.
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