Poeta Manuel Pedro Navarro
¡MAREA!
¡Que hay!
De la voz de aquellos ojos ¡Testigo de mi
descalzo!
En los brazos de un mar de cruces
que levantaron sus manos al frio follaje.
¡Que hay!
De aquella la sabía mirada
¡Mirada sentada ante la lumbrera de su propio
espejo!
Espejo que guarda aquel enojo
que destripa el hambre en los bolcillos.
del silencio de una meza
¡Que hay!
de aquel que observa un rostro
sonreír
mientras en él el punto oscuro.
acecha al impío e injusto
La razón anteponerse al placer y al
desorden
que reprende su fría mirada ¡Ante el enojo de
su espejo!
Más allá de su quehacer
¡Que hay!
De aquella carne que se hincha y sus pasos se
detienen
a la distancia que no alcanza el bastón
que entristece a la solo sonrisa a punto de
morir
ante el recuerdo por llevar.
¡Que hay!
De aquellos miles y millones de
generaciones.
Testigo de mi descalzo
líbrame aún más lejos de mis transgresiones
Apártame del escarnio del insensato y de
aquella mirada en el espejo
Dejadme
y tomare la fuerza ante mi propia partida
y agradeceré a este buen día
que no les cabria la duda
por ese buen proceder
y si Dios a de adornar con aureolas al rostro
en el espejo
por el resto de la vida y más allá de la
muerte
ha de ser al buen proceder
que en todo tiempo tuvo misericordia en
él
ante el poder que fuisteis investido
Y si Jonás se atrevió a desobedecer a Dios
¡Terrible fue su dolor!
Llevándose a la sepultura de vida
el vómito de un arrepentimiento en él
¡Aquí morimos todos sin llevarnos nada!
A no ser ¡Vuestro arrepentimiento!
Tan solo para la eternidad en el silencio
escuchado
y destejido en la lumbrera malva amortajada
bajo los mares de tus ojos.
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