sábado, 27 de octubre de 2012

ES QUE SOMOS MUY POBRES, Cuento de Juan Rulfo


    ES QUE SOMOS MUY POBRES 
(Cuento)

     Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca. A mi papá eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asoleándose en el solar. Y el aguacero llegó de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo único  que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejaván, viendo cómo el agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada.
     Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río. 
     El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrase me hizo despertar enseguida y pegar un brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez al sueño.   
  Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca. Se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta.
     A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus orillas. Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba  metiéndose a toda  prisa en la casa de esa mujer que le dicen  es la más grande la Tambora. El chapaleo del agua se oía al entrar  por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. La Tambora iba y venía por lo que era ya un pedazo de río, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algún lugar donde  no les llegara la corriente.
     Y por otro lado, por donde está el recodo, el río se debía haber llevado, quién sabe desde cuando, el tamarindo que estaba el solar de mi tía Jacinta, porque ahora no se ve ningún tamarindo. Era el único que había en el pueblo, y  por eso nomás la gente se da cuenta de que la creciente está que vemos es la más grande de todas las que ha bajado el río en muchos años. 
     Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se hace más espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente. Allí nos estuvimos horas y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. Después nos subimos por la barranca, porque queríamos oír bien lo que decía la gente, pues abajo,  junto al río,  hay una gran ruidazal y sólo se ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada. Por eso nos subimos por la barranca, donde también hay gente mirando el río y contando los perjuicios que ha hecho. Allí fue donde  supimos que el río se había llevado a la Serpentina la vaca esa que era de mi hermana Tacha porque mi papá se la regaló para el día de su cumpleaños y que tenía una oreja blanca y otra colorada y muy bonitos.
     No acabo de saber por qué se le ocurría a la Serpentina pasar el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más  seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar así nomás por nomás. A mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen.
     Y aquí ha de haber sucedido eso de  que se durmió. Tal vez se le ocurrió despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas.
     Tal vez entonces se asustó y trató de regresar; pero al volverse se encontró entreverada y acalambranda entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vez bramó pidiendo que le ayudaran.
     Bramó como sólo Dios sabe cómo.
     Yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el río si no había visto también al becerrito que andaba con ella. Pero el hombre dijo que no sabía si lo había visto. Sólo dijo que la vaca manchada pasó patas arriba muy cerquita de dónde él estaba y que allí dio una voltereta y luego no volvió a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. Por el río rondaban muchos troncos de árboles con todo y  raíces y él estaba muy ocupado en sacar leña, de modo que no podía fijarse si eran animales o troncos los que arrastraba.
     Nomás por eso, no sabemos si el becerrito está vivo, o si se fue detrás de su madre río abajo. Si así fue que Dios los ampare a los dos.
     La apuración que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el día de mañana, ahora que mi hermana Tacha se quedó sin nada. Porque mi papá con muchos trabajos había conseguido a la Serpentina, desde que era una vaquilla, para dársela a mi hermana, con el fin de que tuviera un capitalito y no se fuera ir de piruja como la hicieron mis  otras dos hermanas, las más grandes.
     Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa y ellas  eran muy retobadas- Desde chiquillas ya eran rezongonas. Y tan luego que crecieron les dio por  andar con hombres de lo peor, que les enseñaron cosas malas.  Ellas aprendieron pronto y entendían los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la noche. Después salían hasta de día. Iban a cada rato por agua al río  y a veces, cuando uno menos se lo esperaba, allí estaban en el corral, revolcándose en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepando encima.
     Entoncess mi papá las corrió a las dos. Primero les aguantó todo lo que pudo; pero más tarde ya no pudo aguantarlas más y les dio carrera a la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé dónde; pero andan de pirujas.
     Por eso le entra la mortificación a mi papá, ahora por la Tacha, que no quiere que vaya  a resultar como sus otras dos hermanas, al sentir que se quedó  muy pobre  viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con que entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno que la pueda querer para siempre. Y eso va a estar difícil, Con la vaca  era distinto, pues no hubiera faltado quien se hiciera el ánimo de casasrse con ella, sólo por llevarse también aquella vaca bonita
     La única esperanza que nos queda es que el becerro esté todavía vivo. Ojalá  que no se haya ocurrido pasar el río detrás de su madre. Porque si así fue, mi hermana Tacha está tantito de retirado de hacerse piruja. Y mamá no quiere.
     Mi mamá no sabe por qué Dios  la ha castigado  tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para acá, nunca ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran muy obedientes y no le cometían irreverencias a nadie.
     Todos fueron por el estilo. Quién sabe  de dónde les vendría  a ese par de hijas  suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vueltas a todos sus recuerdos y no ve claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una tras otra con la misma mala  costumbre. No se acuerda. Y cada vez que piensa en ellas llora y dice: "Que Dios las ampare a las dos".
     Pero mi papá alega que  aquello ya no tiene remedio. La peligrosa es la que queda aquí, la Tacha. que va como palo de ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen  ser como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medios alborotados para llamar la atención.
     -Sí -dice- le llenará los ojos a cualquiera dondequiera que la vean. Y acabará mal; como que estoy viendo que acabará mal.
     Ésa es la mortificación de mi papá.
     Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado el río. Está aquí a mi lado, con su vestido de color rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella.
     Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con más gana. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. A sabor de podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición.

                                                                                          (Juan Rulfo)
    

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