martes, 24 de julio de 2012

EL ÚLTIMO ADIOS A CÉSAR VALLEJO YNFANTES



   El día del entierro  del amigo César Vallejo Ynfantes, sobrino directo del  inmortal poeta peruano,  se llenó el cementerio de tristeza   y dolor.  Estuvieron  presente su familia en pleno, sumido en el  inmenso dolor por la pérdida irreparable del gran difusor de la obra poética de  Vallejo, y así como también  la gran intelectualidad  peruana para darle el último adiós. Tomaron la palabra para exaltar la personalidad del amigo de los poetas: Dante Castro Arrasco, notable narrador; el doctor Danilo Sánchez; el  doctor  Oswaldo Vásquez Vallejo, de la Universidad "Alas Peuanas"; y otros intelectuales de las Letras Peruanas. César Vallejo, hijo del fallecido, cerró la lista de los oradores, dejando un hermoso testimonio personal cargado de grandes valores sobre su adorado padre. Descansa en Paz, hermano y amigo.

Lima, junio  de 2012.                                         Rafael Alvarado Castillo



 Discurso emotivo de su hijo César Vallejo, ante el ataúd de su padre

lunes, 23 de julio de 2012

EL BANQUETE (Cuento completo) Y SU FICHA DE LECTURA



EL BANQUETE
     Con dos meses de anticipación, don Fernando Pasamano había preparado los pormenores de este magno suceso.  En primer  término,  su residencia hubo de sufrir  una transformación general. Como se trataba de un caserón antiguo, fue necesario echar abajo algunos muros, agrandar las ventanas, cambiar las maderas de los pisos y pintar de nuevos todas las paredes. Esta reforma trajo consigo otras y –como esas personas que cuando se compran un par de zapatos juzgan que es necesario estrenarlos con calcetines nuevos y luego con una camisa nueva y luego con un terno nuevo y así sucesivamente hasta llegar al calzoncillo nuevo-  don Fernando se vio obligado a reformar todo el mobiliario, desde las consolas del salón hasta el último banco de la repostería. Luego vinieron las alfombras, las lámparas, las cortinas y los cuadros para cubrir las paredes que desde que estaban limpias parecían más grandes. Finalmente, como dentro del programa estaba previsto un concierto en el jardín. Fue necesario construir un jardín. En quince días, una cuadrilla de jardineros japoneses edificaron, lo que antes era una especie salvaje, un maravilloso jardín rococó donde había cipreses tallados, caminitos sin salida, lagunas de peces rojos, una gruta para las divinidades y un puente rústico de madera, que cruzaba sobre un torrente imaginario.
     Lo más grave, sin embargo, fue la confección del menú. Don Fernando y su mujer,  como la mayoría de la gente proveniente del interior, solo habían asistido en su vida a comilonas provinciales, en las cuales se mezcla la chicha con el whisky y se terminan devorando los cuyes con la mano. Por esta razón sus ideas acerca de lo que debía servirse en algún banquete al presidente, eran confusas. La parentela, convocada a un consejo especial, no hizo sino aumentar el desconcierto. Al fin,  don Fernando decidió hacer una encuesta en los principales hoteles y restaurantes de la ciudad y así pudo enterarse que existían manjares presidenciales y vinos preciosos que fue necesario encargar por avión a las viñas del mediodía.
     Cuando estos  detalles quedaron ultimados, don Fernando constató con cierta angustia que en ese banquete, al cual asistirían ciento cincuenta personas, cuarenta mozos de servicios, dos orquestas, un cuerpo de ballet y un operador de cine, había  invertido toda su fortuna. Pero, al fin de cuentas, todo dispendio le parecía pequeño para los enormes beneficios que obtendría de esta recepción.
     -Con una embajada en  Europa y un ferrocarril  a mis tierras de la montaña rehacemos  nuestra fortuna en menos en lo que canta un gallo decía su mujer-. Yo no pido más. Soy un hombre modesto.
     -Falta saber si el presidente vendrá –replicaba su mujer.
     En efecto, don Fernando había omitido hasta el momento hacer efectiva su invitación. Le basta saber que era pariente del presidente –con uno de esos parentescos serranos tan vagos como indemostrables y que, por lo general, nunca se esclarecen por el temor de encontrarles un origen adulterino-  para estar   plenamente seguro que aceptaría. Sin embargo, para mayor seguridad, aprovechó su primera visita a palacio para conducir al presidente a un rincón y comunicarle humildemente su proyecto.
    -Encantado  -le contestó el presidente-. Me parece una magnifica idea. Pero por el momento me encuentro muy ocupado. La confirmaré por escrito mi aceptación.
    Don Fernando se puso a esperar la confirmación. Para combatir su impaciencia, ordenó algunas reformas complementarias que le dieron a su mansión el aspecto de un palacio afectado para alguna solemne mascarada. Su última idea fue ordenar la ejecución de un retrato del presidente –que un pintor copió de una  fotografía- y que él hizo colocar en la parte más visible de su salón.
    Al cabo de cuatro semanas, la confirmación llegó. Don Fernando, quien empezaba a inquietarse por la tardanza, tuvo la más grande alegría de su vida. Aquel fue un día de fiesta, una especie de anticipación  del festín que se aproximaba. Antes de dormir, salió con su mujer al balcón para contemplar su jardín iluminado y cerrar con un sueño  bucólico esa memorable jornada. El paisaje, sin embargo, parecía haber perdido sus propiedades sensibles, pues donde quiera que pusiera los ojos, don Fernando se veía a sí mismo, se veía en chaqué, en tarro, fumando puros, con una decoración de fondo  donde –como  en ciertos afiches turísticos- se confundían los monumentos  de las cuatro ciudades más importantes de Europa. Más lejos, en un ángulo de su  quimera, veía un ferrocarril regresando de la floresta con sus vagones cargados de oro. Y  por todo sitio, movediza y transparente como una alegoría  de la sensualidad, veía una figura femenina que tenía     las piernas de una cocotte, el sombrero de una marquesa, los ojos de una tahitiana y absolutamente nada de su mujer.
     El día del banquete, los primeros en llegar fueron los soplones. Desde las cinco de la tarde estaban apostados en la esquina, esforzándose por guardar un incógnito que traicionaba    sus sombreros, sus modales exageradamente distraídos y sobre todo ese terrible aire de delincuencia  que adquieren a menudo los investigadores, los agentes secretos y en general todos los que desempeñan oficios clandestinos.
     Luego fueron llegando los automóviles.  De su interior descendían ministros, parlamentarios, diplomáticos, hombres de negocios, hombres inteligentes. Un portero les abría la verga, un ujier los anunciaba, un valet recibía sus prendas y don Fernando, en medio del  vestíbulo, les estrechaba la mano, murmurando frases corteses y conmovidas. 
    Cuando todos los burgueses del vecindario se habían arremolinado delante de la mansión y la gente de los conventillos se hacía a una fiesta de fasto tan inesperado, llegó el presidente. Escoltados por sus edecanes, penetró en la casa y don Fernando, olvidándose de las reglas de etiqueta, movido por un impulso de compadre, se le echó en los brazos con tanta simpatía que le daño una de sus charreteras.
     Repartidos  por los salones, los pasillos, la terraza y el jardín, los invitados se bebieron discretamente, entre chistes y epigramas, los cuarenta cajones de whisky. Luego se acomodaron en las mesas que les estaban reservadas –la más grande, decoradas con orquídeas, fue ocupada por el presidente y los hombres ejemplares- y se comenzó  a comer y a charlar ruidosamente mientras la orquesta, en un ángulo del salón, trataba inútilmente de imponer un aire vienés.
     A mitad del banquete, cuando  los vinos blancos del Rhin habían sido honrados y los tintos del Mediterráneo comenzaban a llenar las copas, se inició la ronda de discursos. La llegada del faisán los interrumpió y sólo al final, servido el champán, regresó la elocuencia y los panegíricos se prolongaron hasta el café, para ahogarse definitivamente en las copas de coñac.
     Don Fernando, mientras tanto, veía con inquietud que el banquete, pleno de salud ya, seguía sus propias leyes, sin que él hubiera tenido ocasión de hacerle al presidente  sus confidencias. A pesar de haberse sentado, contra las reglas de protocolo, a la izquierda del agasajado, no encontraba  el instante propicio para hacer un aparte. Para colmo, terminado el servicio, los comensales se levantaron para formar grupos amodorrados  y  digéstónicos  y él, en su papel de anfitrión, se vio obligado a correr de grupo en grupo para reanimarlos con copas de menta, palmaditas, puros y paradojas.
     Al fin, cerca de medianoche, cuando ya el  ministro de gobierno, ebrio, se había visto forzado a una aparatosa retirada, don Fernando logró conducir al presidente  a la salita de música y allí, sentados en uno de eso canapés que en la corte de Versalles servían para declararse a una princesa o para desbaratar una coalición, le deslizó al oído una modesta demanda.
     -Pero no faltaba más –replicó el presidente-. Justamente queda vacante en estos días la embajada de Roma. Mañana, en consejo de ministros, propondré su nombramiento, es decir, lo impondré. Y en lo que se refiere al ferrocarril, sé que hay en diputados una comisión que hace meses discute ese proyecto. Pasado mañana citaré a mi despacho a todos sus miembros y a usted también, para que resuelvan el asunto en la forma que más convenga.
     Una hora después el presidente se retiraba, luego de haber reiterado sus promesas. Lo siguieron sus ministros, el congreso, etc., en el orden preestablecido por los usos y costumbres. A las dos de la mañana quedaban todavía merodeando por el bar algunos  cortesanos que no ostentaban ningún título y que esperaban aún el descorchamiento de alguna botella o la ocasión de llevarse a hurtadillas un cenicero de plata. Solamente a las tres de la mañana quedaron solo don Fernando y su mujer. Cambiando impresiones, haciendo auspiciosos proyectos, permanecieron hasta el alba entre los despojos de su inmerso festín. Por último, se fueron a dormir con el convencimiento de que nunca caballero limeño había tirado con más gloria su casa por la ventana ni arriesgado su fortuna con tanta sagacidad.
     A las doce del día, don Fernando fue despertado por los gritos de su mujer. Al abrir los ojos, la vio penetrar en el dormitorio con un periódico abierto entre las manos. Arrebatándoselo, leyó los titulares y, sin proferir una exclamación, se desvaneció sobre la cama. En la madrugada, aprovechándose de la recepción, un ministro había dado un golpe de estado y el presidente había sido obligado a dimitir.
(Julio Ramón Ribeyro)
FICHA DE LECTURA
ANÁLISIS LITERARIO DE LA OBRA
1.-Obra………………………………………………………………………………….
2.-Autor…………………………………………………………………………………
3.-Género literario………………………………………………………………........
4.-Especie literaria …………………………………………………………………...
5.-Forma de composición…………………………………………………………..
6.-Escuela literaria……………………………………………………………………
7.- Época……………………………………………………………………………….
8.- Localización del texto literario…………………………………………………
9.- La estructura de la obra…………………………………………………………
10.- Los personajes principales……………………………………………………
11.- Los personajes secundarios…………………………………………………..
…………………………………………………………………………………………....
12.- Ambiente(s)……………………………………………………………………….
13.- Acciones  principales……………………………………………………………
……………………………………………………………………………………….......
……………………………………………………………………………………….......
14.-Tiempo……………………………………………………………………………..
15.- Tipos de narrador…………………………………………………………….....
16.-Tema central………………………………………………………………….......
17.- Argumento……………………………………………………………………….
……………………………………………………………………………………….......
……………………………………………………………………………………….......
……………………………………………………………………………………...........
……………………………………………………………………………………………
18.- Estilo del autor……………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………………
19.-Apreciación personal sobre la obra………………………………………….
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20.- Mensaje de la obra:……………………………………………………………..
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             Lima, 16 de julio de  2012              Rafael Alvarado Castillo

CALIXTO GARMENDIA (Texto completo) Y SU FICHA DE LECTURA



CALIXTO GARMENDIA
     Déjame contarte –le pidió un hombre llamado  Remigio Garmendia a otro llamado Anselmo, levantando la cara-. Todos estos días, anoche, esta mañana, aun esta tarde, he recordado mucho… Hay momentos en que a uno se le agolpa la vida… Además, debes aprender. La vida, corta o larga, no es  de uno solamente.
     Sus ojos diáfanos  parecían fijos en el tiempo. La voz se le  fraguaba hondo y tenía un rudo timbre de emoción. Blandíase a ratos las manos encallecidas.
     Yo nací arriba, en un pueblito de los Andes. Mi padre era carpintero y me mandó a la escuela. Hasta el segundo de primaria era todo lo que había. Y eso que tuve suerte de nacer en el pueblo, porque los niños del campo se quedaban sin escuela. Fuera de su carpintería, mi padre tenía un terrenito al  lado del pueblo, pasando la quebrada, y lo cultivaba con la ayuda de algunos indios a los que pagaba en plata  o con obritas de carpintería: que al cabo de una lampa o de hacha, que una mesita, en fin. Desde un extremo del corredor de mi casa, veíamos a amarillear el trigo, verdear el maíz, azulear las habas en nuestra  pequeña tierra. Daba gusto. Con la comida y la carpintería, teníamos bastante, considerando nuestra pobreza. A causa de tener algo y también de su carácter, mi padre no agachaba la cabeza ante nadie. Su banco de carpintero estaba en el corredor de la casa, dando a la calle. Pasaba el alcalde. “Buenos días, señor”, decía mi padre, y se acabó. Pasaba el subprefecto. “Buenos días, señor”, y asunto concluido. Pasaba el alférez de gendarmes. “Buenos días, alférez, y nada más. Pasaba el  juez y lo mismo. Asé era mi padre con los mandones. Ellos hubieran querido que les tuviera miedo o les pidiese o les debiera algo. Se acostumbran a todo eso los que mandan. Mi padre les disgustaba. Y no acaba allí la cosa. De repente venía gente del pueblo, ya sea indios, cholos o blancos pobres. De a diez, de a veinte, o también en poblada llegaban. “Don Calixto, encabécenos para hacer este reclamo”.Mi padre se llamaba Calixto. Oía de lo que se trataba, si le parecía bien  aceptaba y salía a la cabeza de la gente que daba vivas y metía hasta harta bulla,  para hacer el reclamo. Hablaron buena palabra. A veces hacía ganara a los reclamadores y otras perdía, pero el pueblo siempre le tenía confianza. Abuso que se cometía, ahí estaba mi padre para reclamar al frente de los perjudicados. Las autoridades y los ricos del pueblo, dueños de haciendas y fundos,  le tenían echado el ojo  para partirlo en la primera ocasión. Él ni se daba cuenta y vivía como si nada le pudiera pasar. Había hecho un sillón grande, que ponía en el corredor. Ahí solía sentarse, por las tardes, a conversar con los amigos. “Los que necesitamos es justicia”, decía. “El día que  el Perú tenga justicia, será grande”. No dudaba de que la habría y se torcía los mostachos con satisfacción, predicando: “No debemos consentir abusos”.
     Sucedió que vino una epidemia de tifo, y el panteón del pueblo se llenó con los muertos del propio pueblo y los que traían del campo. Entonces, las autoridades echaron mano  de nuestro terrenito para panteón. Mi padre    protestó diciendo que tomaran tierra de los ricos, cuyas haciendas llegaban hasta la propia salida del pueblo. Dieron de pretexto que el terreno de mi padre estaba ya cercado. Pusieron gendarmes y comenzó el entierro de los muertos. Quedaron a  darle una indemnización de setecientos soles, que era algo en esos años, pero que autorización, que  requisitos, que papeleo, que no hay plata en este momento… Se la estaban cobrando a mi padre, para ejemplo de reclamadores. Un día, después de discutir con el alcalde, mi viejo se puso a afilar una cuchilla y, para ir  a lo seguro, también un formón. Mi madre algo le vería en la cara y se le prendió del cogote y le lloró diciéndole que nada sacaba con ir  a la cárcel y dejarnos a nosotros desamparados. Mi padre se contuvo como quebrándose.  Yo era niño entonces y me acuerdo de todo eso como si hubiera pasado esta tarde.
     Mi padre no era hombre que renunciara  a su derecho. Comenzó a escribir  cartas exponiendo la injusticia. Quería conseguir al menos le pagaran.  Un escribano le hacía las cartas y le cobraba dos soles por cada una. Mi pobre escritura no valía para eso. El escribano ponía al final: “A ruego de Calixto Garmendia , que no sabe firmar, Fulano”. El caso fue que mi padre despachó dos o tres cartas al diputado por la provincia. Silencio. Por último, mandó cartas a los periódicos de Trujillo y a los de Lima. Nada, señor. El postillón  llegaba al pueblo una vez por semana, jalando una mula cargada con la valija del correo. Pasaba por la puerta de la casa y mi padre se iba detrás  y esperaba en la oficina de  despacho hasta que clasifican la correspondencia. A veces, yo también iba. “¿Carta para Calixto Garmendia?”, preguntaba mi padre. EL interventor, que era un viejo flaco y bonachón, tomaba las cartas que estaban en la casilla de la G, las iba viendo y al final decía: “Nada, amigo”. Mi padre salía comentando que la próxima vez habría carta. Con los años, afirmaba que al menos los periódicos responderían. Un estudiante me había dicho que, por lo regular, los periódicos creen  que asuntos como esos carecen de interés general. Esto en el caso de que los mismos no estén a favor del gobierno y sus autoridades y callen cuanto pueda perjudicarles. Mi padre tardó en desengañarse de reclamar lejos y estar yéndose por las alturas, varios años.
     Un día, a la desesperada, fue a sembrar la parte del panteón que aún no tenía cadáveres, para afirmar su propiedad. Lo tomaron preso los gendarmes mandados  por el subprefecto en persona, y estuvo dos días en la cárcel. Los trámites estaban ultimados y el terreno era de propiedad municipal legalmente. Cuando mi padre iba a hablar con el  Síndico de Gastos del Municipio, el tipo abría el cajón del escritorio y decía como si ahí debiera estar la plata: “No hay dinero, no hay nada ahora. Cálmate Garmendia. Con el tiempo se te pagara”. Mi padre presentó dos recursos al juez. Le costaron diez soles cada uno. El juez los declaró  sin lugar. Mi padre ya no pensaba en afilar la cuchilla y el formón. Es triste tener que hablar así –dijo una vez-, pero no me darían tiempo de matar a todos lodos que debía”. El dinerito que mi madre había ahorrado y estaba en una ollita escondida en el terrado de la casa se fue en carta y en papeleo.
     A los  seis o siete años del despojo, mi madre se cansó hasta de cobrar. Envejeció mucho en aquellos tiempos. Lo que más le dolía era el atropello. Alguna vez pensó en irse a Trujillo o a Lima a reclamar, pero no tenía dinero para eso. Y cayó también en cuenta de que,  viéndolo pobre y solo, sin influencia ni nada, no le harían caso. ¿De quién y cómo podría valerse? El terrenito seguía de panteón, recibiendo muertos- Mi padre no quería ni verlo, pero cuando por casualidad llegaba a mirarlo,  decía: “Algo mío han enterrado también ahí. ¡Crea usted en la justicia”. Siempre se había ocupado de que les hicieran justicia a los demás y, al final, no labia podido obtener ni para él mismo. Otras veces se quejaba de carecer de instrucción y siempre despotricaba contra los tiranos, gamonales, tagarotes y mandones.
     Yo fui creciendo en medio de esa lucha. A mi padre no le quedó otra cosa que su modesta carpintería. Apenas tuve fuerzas, me puse ayudarlo en el trabajo. Era muy escaso. En ese pueblito sedentario, casas nuevas se levantarían una cada dos años. Las puertas de las otras duraban. Mesas y sillas casi nadie usaba. Los ricos del pueblo se enterraban en cajón, pero eran pocos y no morían con frecuencia. Los indios enterraban a sus muertos envueltos en  mantas sujetas con cordel. Igual que aquí en la costa entierran a cualquier peón de caña, sea indio o no. La verdad era que cuando nos llegaba la noticia de un rico difunto y el encargo de un cajón, mi padre se ponía contento. Se alegraba de tener trabajo y también de verse ir al hoyo a uno de a pandilla que lo despojó. ¿A qué hombre, tratado así, no se le daña el corazón?  Mi madre creía que no estaba bueno alegrarse debido a la muerte de un cristiano y encomendaba el alma del finado rezando unos cuantos padrenuestros y avemarías. Duro le dábamos al serrucho, al cepillo, a la lija y a la clavada mi padre y yo, que un cajón muerto debe hacerse luego. Lo hacíamos por lo común de aliso y quedaba blanco. Algunos lo querían así y otros que pintado de color caoba o negro y encima charolado. De todos modos, el muerto se iba a podrir lo mismo bajo tierra, pero aún para eso hay gustos.
     Una vez hubo un acontecimiento grande en mi casa y en el pueblo. Un forastero abrió una nueva tienda, que resultó mejor que las otras cuatro que había. Mi viejo y yo trabajamos dos mese haciendo el mostrador y los andamios para los géneros y abarrotes. Se inauguró con banda de música y la gente hablaba de progreso. En mi casa, hubo ropa nueva para todos. Mi padre me dio para que la gastara en lo que quisiera, así, Con el tiempo, la tienda no hizo otra cosa que mermar el negocio de las otras cuatro, nuestra ropa envejecido y todo fue olvidado. Lo único bueno fue que yo gasté los dos soles en una muchacha llamada Eutimia, así era el nombre, que una noche se dejó coger entre los alisos de la quebrada. Eso me duró. En adelante no me cobró ya nada y si antes me recibió los dos soles, fue de pobre que era.
     En la carpintería las cosas siguieron como siempre. A veces hacíamos un baúl o una mesita o dos o tres sillas en un mes. Como siempre, es decir. Mi padre trabajaba a disgusto. Antes ya había visto yo gozarse puliendo y charolando cualquier obrita y le quedaba muy vistosa. Después ya no le importó y como que salía del paso con un poco de lija. Hasta que al fin llegaba el encargo de otro cajón de muerto que era el palto fuerte. Cobrábamos generalmente diez soles. Déle otra vez a alegrarse mi padre, que solía decir: “¡Se fregó otro bandido, diez soles!” y a trabajar duro él y yo, y a rezar mi madre y a sentir alivio hasta por las virutas. Pero ahí acababa todo. ¿Esto es vida? Como muchacho que era, me disgustaba que en esa vida estuviera mezclada tanto la muerte.
     La cosa fue más triste cada vez. En las noches, a esos de las tres o cuatro de la madrugada, mi padre se echaba unas cuantas piedras bastantes grandes a los bolsillos, se sacaba los zapatos para no hacer bulla y caminaba medio agazapado hacia la casa del alcalde. Tiraba las piedras, rápidamente, a diferentes partes del techo, rompiendo las tejas. Luego volvía a la carrera y, ya dentro de la casa , a oscuras, pues no encendía luz para evitar sospechas, se reía, se reía. Su risa parecía a ratos  el graznido de un animal. A ratos era tan humana, tan desastrosamente humana, que me daba   más pena todavía. Se calmaba unos cuantos días con eso.  Por otra parte, en la casa del alcalde solían vigilar. Como había hecho incontables chanchadas, no sabían a quién echar la culpa de las piedras. Cuando mi padre deducía que se habían cansado de vigilar. Volvía a romper las tejas. Llegó a ser un experto en la materia. Luego rompió las tejas de la casa del juez, del subprefecto, del alférez de los gendarmes, del Síndico de Gastos. Calculadamente rompió las de las casas de otros notables, para que si querían deducir, se confundieran. Los ocho gendarme del pueblo salieron en ronda muchas noches, en grupos y solos, y nunca pudieron atrapar a mi padre. Se había vuelto un artista de la rotura de tejas. De mañana salía a pasear por el pueblo para darse el gusto de ver que los sirvientes de las casas que atacaba, subían con tejas nuevas a reemplazar a las rotas. Si llovía, era mejor para mi padre. Entonces, atacaba la casa de quien odiaba más, el alcalde, para que el agua dañara o,  al caerles, los molestara a él y su familia. Llegó a decir que les metía a los dormitorios, de lo bien que calculaba   las pedradas. Era poco probable que pudiese calcular tan  exactamente en la oscuridad, pero él pensaba que lo hacía por darse el gusto de pensarlo.
     El alcalde murió de un momento a otro.  Unos decían que de un atracón de carne de chancho y otros que de las cóleras que le daban sus enemigos.  Mi padre fue llamado para que le hiciera el cajón y me llevó a tomar medidas con un cordel. El cadáver era grande y gordo. Había que verle la cara a mi padre contemplando el muerto. Él parecía la muerte. Cobró cincuenta soles, adelantados, uno sobre otro. Como le reclamaron el precio, dijo que el cajón tenía que ser muy grande pues el cadáver también lo era y además gordo, lo cual demostraba que el alcalde comió bien. Hicimos el cajón a la diabla. A la hora del entierro, mi padre contemplaba desde el corredor cuando metían el cajón al hoyo, y decía: “Come la tierra queme quitaste, condenado, come, come”. Y reía con esa risa horrible. En adelante, dio preferencia en la rotura de tejas a la casa del juez y decía que esperaba verlo entrar al hoyo también, lo mismo que a los otros mandones. Su vida era odiar  y pensar en la muerte. Mi padre se consolaba rezando. Yo, tomando a Eutimia en el alisar de la quebrada. Pero me dolía muy hondo que hubieran derrumbado así a mi padre. Antes de que lo despojaran, su vida era amar a su mujer y a su hijo, servir a sus amigos y defender a quien lo necesitaba. Quería a su patria. A fuerza de injusticia y desamparo, lo habían derrumbado.
     Mi madre le dio la esperanza con el nuevo alcalde. Fue como si mi padre sanara de pronto. Eso duró dos días. El nuevo alcalde le dijo también que no había plata para pagarle. Además, que abusó cobrando cincuenta soles por un cajón de muerto y que era un agitador del pueblo. Esto ya no tenía ni apariencia de verdad. Hacía años que las gentes, sabiendo a mi padre en desgracia con las autoridades, no iban por la casa para que los defendiera. Con este motivo ni se asomaban. Mi padre le gritó al nuevo alcalde, se puso furioso y lo metieron quince días en la cárcel, por desacato. Cuando salió, le aconsejaron que fuera con mi madre satisfacciones al alcalde, que le lloraran ambos y le suplicaran el pago. Mi padre se puso a clamar: “¡Eso nunca! ¿Por qué quieren humillarme? ¡La justicia no es limosna! ¡Pido justicia! Al poco tiempo mi padre murió.
(Ciro alegría)
FICHA DE LECTURA
ANÁLISIS LITERARIO DE LA OBRA
1.-Obra………………………………………………………………………………….
2.-Autor…………………………………………………………………………………
3.-Género literario………………………………………………………………........
4.-Especie literaria …………………………………………………………………...
5.-Forma de composición…………………………………………………………..
6.-Escuela literaria……………………………………………………………………
7.- Época……………………………………………………………………………….
8.- Localización del texto literario…………………………………………………
9.- La estructura de la obra…………………………………………………………
10.- Los personajes principales……………………………………………………
11.- Los personajes secundarios…………………………………………………..
…………………………………………………………………………………………....
12.- Ambiente(s)……………………………………………………………………….
13.- Acciones  principales……………………………………………………………
……………………………………………………………………………………….......
……………………………………………………………………………………….......
14.-Tiempo……………………………………………………………………………..
15.- Tipos de narrador…………………………………………………………….....
16.-Tema central………………………………………………………………….......
17.- Argumento……………………………………………………………………….
……………………………………………………………………………………….......
……………………………………………………………………………………….......
……………………………………………………………………………………..........
…………………………………………………………………………………………...
18.- Estilo del autor…………………………………………………………………..
…………………………………………………………………………………………...
…………………………………………………………………………………………..
19.-Apreciación personal sobre la obra………………………………………….
………………………………………………………………………………………….
………………………………………………………………………………………….
20.- Mensaje de la obra:……………………………………………………………
………………………………………………………………………………………….
………………………………………………………………………………………….

VOCABULARIO:
agazapado: agachado, acurrucado
agolpa: unirse, juntarse
altanero: soberbio, orgulloso, arrogante
blandir: mover, levantar
cabo: asa, mango
cogote: cuello
chanchada: bajeza, grave equivocación
desacato: desconsideración, desobediencia
despotricar: criticar, desatinar
diáfano: claro, cristalino,  trasparente
en poblada: en grupo
formón: instrumento filudo y ancho que se usa en carpintería
fraguar: maquinar un lío, embuste
gamonal: terrateniente, hacendado
gendarme: policía,  guardia
graznido: chillido
interventor: fiscalizador, administrador
mandón: persona poderosa
mermar: disminuir
mostachos: bigotes espesos
postillón: cartero
predicar: exhortar, disertar
quebrada: desfiladero
tagarote: burócrata
tifo: enfermedad infecciosa
ultimado: finalizado


                 Lima, 16 de julio de 2012           Rafael Alvarado Castillo

LADISLAO, EL FLAUTISTA, (Cuento completo) Y SU FICHA DE LECTURA



LADISLAO, EL FLAUTISTA

     -¿Oyes maestro?
     -¿Qué?
     -Flauta.
     Y toda la clase se sume en religioso silencio. A cual más, los muchachos tratan de oír, levantándose de las carpetas.
     -¡Ladislau!
     -¡Sí, el Ladislau!
     -Sólo el Ladislau, maestro, sabe tocar así la flauta.
     -No puede ser Ladislau, niños. Su padre, hace poco su padre me ha dicho que está ausente y que ya no regresará al pueblo. Ha ido a Chachapoyas, donde su madre.
     -El Ladislau es, señor. Ha llegado ayer, al anochecer, con la lluvia. Yo le he visto.
     La escuela es ya un revuelo.
     En todos los labios tiemblan el nombre de Ladislao.
      Y una profunda ola de simpatía cruza la escuela de banda en banda.
     -El Ladislau es, señor… Allí está su cabeza.
     -Si, maestro. Allí está, véalo, véalo usted. Está mirando por el cerco.
     Efectivamente, la cabecita hirsuta de Ladislao aparecía sobre el pequeño cerco de piedras de la escuela.
     -Zamarruelo… Vayan a traerlo.
     Y tres de los muchachos más grandes de la clase van como un rayo en su busca y después de un rato vuelven sin haber podido coger a Ladislao. Y solo dicen:
     -Señor, escapó a todo correr, como un venado, por el monte.
     -¡Qué raro, exclama el maestro, Ladislao se está volviendo vagabundo! ¡Qué lástima un buen muchacho!
     Y todos recuerdan con pena al compañero que tantos deliciosos momentos  dio a la escuela con su arte. Parecía que Ladislao hubiera nacido con el divino don de tocar la flauta y  de hacer flautas de carrizo como nadie.
     Todos recuerdan aún  que cuando el grupo de comuneros salió a explorar la verde e inmensa selva que empieza al otro lado del cerro, fue él quién iba adelante tocando la flauta, acompañando en el tambor por Macshi otro muchachito, hasta la loma de las afueras, donde se despidió a los valientes exploradores.
     Y, además, todos recuerdan nítidamente su inseparable poncho raído, y rebelde como los zarzamorales de las quebradas.
     -El Ladislau, se ha vuelto así diz, maestro, porque mucho le pega su madrastra.
     -Sí, algo he sabido. ¡Pobre muchacho!
     -A mí me ha contadu señor llorando.
     -Por eso diz que vive así, señor, andando por todos lados, por todos los pueblos que va.
     -Aura diz, señor, no ha llegado a la casa de su padre, ha llegado donde la mamá Grishi.
     -Su padre ya ni cuenta hace de él diz, señor. Lo ve como un extraño.
     -Y aura diz, maestro, se va a vivir ya en la Mina.
     -En las minas de sal?
     -Sí, diz señor?
     -¿Y su madre?
     -Diz, señor que está enferma en Chachapoyas y precisamente él quiere trabajar para ayudarla?
     -Y por eso diz, maestro, ya no viene ni vendrá a la escuela.
     En ese momento, volvió a oírse lejanas notas de flauta que como sollozo de un niño abandonado, hacían florecer en la escuela todo un rosal de emoción, perfumado de tristeza.
     ¡El corazón de los niños está en suspenso!
     En la huerta, bañada por la luz de oro de un jovial sol mañanero hasta los finos álamos parecían agobiados de pena.
     Ladislao, el flautista, se alejaba para siempre de la escuela.
(Francisco Izquierdo Ríos)
FICHA DE LECTURA
ANÁLISIS LITERARIO DE LA OBRA
1.-Obra………………………………………………………………………………….
2.-Autor…………………………………………………………………………………
3.-Género literario………………………………………………………………........
4.-Especie literaria …………………………………………………………………...
5.-Forma de composición…………………………………………………………..
6.-Escuela literaria……………………………………………………………………
7.- Época……………………………………………………………………………….
8.- Localización del texto literario…………………………………………………
9.- La estructura de la obra…………………………………………………………
10.- Los personajes principales……………………………………………………
11.- Los personajes secundarios…………………………………………………..
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12.- Ambiente(s)……………………………………………………………………….
13.- Acciones  principales……………………………………………………………
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14.-Tiempo……………………………………………………………………………..
15.- Tipos de narrador…………………………………………………………….....
16.-Tema central………………………………………………………………….......
17.- Argumento……………………………………………………………………….
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18.- Estilo del autor…………………………………………………………………..
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19.-Apreciación personal sobre la obra………………………………………….
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20.- Mensaje de la obra:…………………………………………………………….
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    Lima, 16 de julio de 2012             Rafael Alvarado Castillo

EL BAGRECICO (Cuento completo) Y SU FICHA DE LECTURA


    

Un viejo bagre, de barbas muy largas, decía con su boca ronca en el penumbroso remanso del riachuelo: “Yo conozco el mar. Cuando joven he viajado  a él, y he vuelto”
     Y en el fondo de las aguas se movía de un lado a otro contoneándose orgullosamente. Los peces niños y jóvenes le miraban y escuchaban con admiración. “¡Ese viejo conoce el mar!”.
     Tanto oírlo, un bagrecico se le acercó una noche de luna y le dijo: “Abuelo, yo también quiero conocer el mar”.
     -¿Tú?
     -Sí, abuelo.
     -Bien, muchacho. Yo tenía tu edad cuando realicé la gran proeza.
     Vivían en ese remanso de un riachuelito de la Selva Alta del Perú, un riíto con lecho de piedras menudas y delgado rumor.
     Palmeras y otros árboles, desde las márgenes del remanso, oscurecían las aguas. Esa noche, en un rincón de la pozuela iluminada tenuemente por la luna, el viejo bagre enseñó al bagrecito cómo debía llevar a cabo su viaje al lejano mar.

 Y cuando el riachuelito se estremecía con el amanecer, el bagrecito partió  aguas abajo. “Tienes que volver”, le dijo, despidiéndolo, el viejo bagre, quien era el único que sabía de aquella aventura.
    El bagrecico sentía pena por su madre. Ella, preocupada  porque no lo había visto todo el día, anduvo buscándolo. “Qué te sucede?, le preguntó el anciano bagre con la cabeza afuera de un hueco de la orilla, una de sus tantas casas.
    -¿Usted sabe  dónde está mi hijo?
    -No. Pero lo que te puedo decir es que no te aflijas. El muchacho ha de volver. Seguramente ha salido a conocer mundo.
    -¿Y si alguien lo pesca?
    -No creo. Es muy sagaz. Y tú comprendes que los hijos no deben vivir todo el tiempo en la falda de la madre. Torna a tu casa… El muchacho ha de volver.
     La madre del bagrecico, más o menos tranquilizada con las palabras del viejo filósofo, regresó a su casa.
     El bagrecico mientras tanto, continuaba su viaje. Después de dos días y medio entró por la desembocadura del riachuelo en un riachuelo más grande.
     El nuevo riachuelo corría por entre el bosque haciendo tantos zigzags, que el bagrecico se desconcertó. “Este es el río de las mil vueltas que me indicó el abuelo”, recordó. . . Su cauce de piedras y, partes, de arena, salpicado de   pedrones, sobresaliendo de las aguas con plantas florecidas en el légamo de sus superficies; hondas pozas se abrían en los codos con multitud de peces de toda clase y tamaño; sonoras corrientes. . . El bagrecico seguía, seguía ora nadando con vigor, ora dejándose llevar por las corrientes, con las aletas y barbitas extendidas, ora descansando o durmiendo bajo el amparo de las verdes cortinas de limo. . .
     Se alimentaba lamiendo las piedras, con los gusanillos que había debajo de ellas o embocando los que flotando en los remansos.
     -¡De lo que me escapé! – se dijo, temblando. En una poza casi muerde un anzuelo con carnada de lombriz, . . .iba a engullirlo, pero se acordó del consejo del abuelo: “antes de comer, fíjate bien en lo que vas a comer”; así descubrió el sedal que atravesando las aguas terminaba en la orilla, en las manos del pescador, un hombre con aludo sombrero de paja. . .
     Los riachuelos de la Selva Alta del Perú son transparentes; de ahí que los peces pueden ver el exterior.
     El incidente que acababa de sucederle, hizo reflexionar al viajero con mayor seriedad sobre los peligros que le amenazaban en su larga ruta; además de los pescadores con anzuelo, las pescas con el barbasco venenoso, con dinamita y con red; la voracidad de los martín pescadores y de las garzas. . . también de los peces grandes…Aunque él sabía que los bagres no eran presas apetecibles para dichas aves, por sus aletas enconosas; ellas prefieren los peces blancos, con escamas…
     Con más cautela y los ojos más abiertos prosiguió el bagrecico su viaje al mar.
     En una corriente, colmada de la luz de la mañana de la mañana límpida, una vieja magra, toda arrugas, metida en las aguas hasta las rodilla, pescaba con las manso, volteando las piedras. El bagrecico se libró de las garras de la pescadora, pasando a toda velocidad. . .
     “¡La misma muerte!”, se dijo, volviendo a mirar, en su carrera, a la huesuda anciana, y ésta le increpó con el puño en alto:¡”Bagrecico bandido!”

Dentro del follaje de un árbol añoso, que cubría la mitad del riachuelo, cantaban un montón de pájaros. El bagrecito, con las antenas de sus barbas, percibió las melodías de esos músicos y poetas de los bosques, y se detuvo a escucharlos.
     Después de una tormenta, que perturbó la selva y el riachuelo, oscureciéndolos, el viajero ingresó en un inmenso claro lleno de sol; a través de las aguas ligeramente turbias distinguió un puente de madera, por donde pasaban hombres y mujeres con paraguas.
     Pensó: “Estoy en la ciudad que el riachuelo de las mil vueltas divide en dos partes, como me indicó el abuelo. . .” ¡Ah, mucho cuidado!, se dijo luego ante numerosos muchachos que, desde las orillas, se afanaban en coger con anzuelos y fisgas los peces que en apretadas manchas, se deslizaban por sobre la arena o lamían  las piedras, agitando las colas.
     El bagrecico salvó el peligroso sector de la ciudad con bastante sigilo. En la ancha desembocadura del riachuelo de las mil vueltas, tuvo miedo; las aguas del riachuelo desaparecían, encrespadas, en un río quizá cien, doscientas veces más grande que su humilde riachuelo natal. Permaneció indeciso un rato. . . luego se metió con coraje en las fauces del río.
     Las aguas eran turbias y corrían impetuosas. . . Peces gigantes, con los ojos encendidos, pasaban junto al bagrecito, asustándolo: “No tengo otro camino que seguir adelante”, se dijo resueltamente.
     El río turbio, después de un curso por centenares de kilómetros por tupidas selvas, entregaba bruscamente sus aguas a otro mucho más grande. El bagrecico penetró en él ya casi sin miedo.
     Se extrañó de escuchar un vasto y constante runrún musical.
     Débese a la fina arena y partículas de oro que arrastran las violentas aguas del río.
     En las externas curvas de este río caudaloso hierven terribles remolinos que son prisioneros no sólo para las balsas y canoas que, por descuido de los bogas, entran en ellos, sino también para los propios peces. Sin embargo, nuestro vivaz bagrecico  los sorteaba manteniéndose firme a lo largo de las corrientes que pasan bordeándolos.
     Cerros de sal, piedra, marginan también, en ciertos trechos, este río bravo. Blancas montañas resplandecientes. Al bagrecico se le ocurrió lamer una de esas minas durante una media hora, luego reanudó su viaje con mayor impulso.
     Un espantoso fragor que venía de aguas abajo, le aterrorizó sobremanera. Pero él juzgó que, seguramente, procedía de los “malos pasos”, debidos al impresionante salto del río por sobre una montaña grave riesgo del cual habló mucho el abuelo…
     A medida que avanzaba el estruendo era más pavoroso…¡Los malos pasos a la vista!. . .Nuestro viajero se preparó para vencer el peligro…se sacudió el cuerpo, estiró las aletas y las barbitas, cerró los ojos y se lanzó al torbellino rugiente…Quince kilómetros cascadas, peñas, aguas revueltas y espumantes, pedrones torrentes rocas…El bagrecico iba a merced de la furia de las aguas…aquí, chocó contra una roca, pero reaccionó en seguida; allá, un tremendo oleaje le varó sobre un pedrón, pero, con felicidad, otra ola le devolvió a las aguas…
     Al término del infierno de los “malos pasos”, el bagrecico, todo maltrecho, buscó refugio debajo de una piedra y se quedó dormido un día y una noche.
     Se consideraba ya baquiano. Además había crecido, su pecho era recto, sus barbas más largas, su color, blanco oscuro con reflejos metálicos…No podía ser de otro modo, ya que muchos soles y muchas lunas alumbraron desde que salió de su riachuelo natal, ya que había cruzado tantos ríos, sobre todo vencido los terroríficos “malos pasos”, los “malos pasos” en que mueren o encanecen muchos hombres. . .
     Así, convencido de su fuerza y sabiduría, siguió el viaje…Sin embargo, no muy lejos, por poco concluye sin pena ni gloria. A la altura de un pueblo cayó en la atarraya de un pescador, un alegre muchacho, lo cogió de las barbas y le arrojó desde la canoa a las aguas, estimándola sin importancia en comparación con los otros pescados.
     Cerrado rumor especial, que conmovía el río, llamó un caluroso anochecer la atención del viajero. Era una mijanada, avalancha de peces en migraciones hacia arriba, para el desove. Todo el río vibraba con los millones de peces en marcha. Algunos brincaban sobre las aguas, relampagueando como trozos de plata en la oscuridad de la noche. El bagrecico se arrimó a una orilla fuertemente, contra el lodo, hasta que pasó el último pez.
     En plena jungla, el voluminoso río desaparecía en otro más voluminoso. Así es el destino de los ríos: nacen, recorren kilómetros de kilómetros de la tierra, entregan sus aguas a otros ríos, y éstos a otros, hasta que todo acaba en el mar.
     El nuevo río, un coloso,, se unía con otro igual, formando el Amazonas, el río más grande de la Tierra. Nuestro bagrecico  entró en ese prodigio de la Naturaleza a las primeras luces de un día, cuando los bosques de las márgenes eran una sinfonía de cantos y gritos de animales salvajes...Allá, en el remoto riachuelito natal, el abuelo le había hablado también mucho del Rey de los Ríos.
     Por él tenía que llegar al mar, ya él no daba sus aguas a otro río… No se veía el fondo ni las orillas…Era pues, el río más grande del mundo.
     “Debes tener mucho cuidado con los buques”, le había advertido el abuelo. Y el bagrecico pasaba distante de esos monstruos que circulaban por las aguas, con estrépito.
     Una madrugada subió a la superficie para mirar el lucero del alba, digamos mejor para admirarlo, ya que nuestro bagrecico era sensible a la belleza; el lucero del alba, casi sobre el río, parecía una victoria regia de lágrimas. . . después de bañarse en su luz, el bagrecico se hundió en las aguas, produciendo un leve ruido y leve oleaje.
     Durante varias horas de una tarde lluviosa lo persiguió un pez de mayor tamaño que un hombre, para devorarlo. El pobre bagrecico corría a toda velocidad de sus fuerzas. . .corría…  .corría…de pronto columbró un hueco en la orilla, y se ocultó en él…de donde miraba a su terrible enemigo, que iba y venía y, finalmente desapareció.
     Mucho tiempo viajó por el río más grande del planeta, pasando frente a puertos, rublos, haciendas, ciudades, hasta que una noche, con luna enorme, redonda, llegó a la desembocadura...El río era allí extraordinariamente ancho y penetraba retumbando más de cien leguas en el mar. . .”¡El mar!”, se dijo el bagrecico profundamente emocionado. “¡El mar!”. Lo vio esa noche de luna llena como un transparente abismo verde…
     El retorno a su riachuelo natal fue difícil… Se encontraba tan lejos…Ahora tenía que surcar los ríos, lo cual exige mayor esfuerzo…


     Con su heroica voluntad dominaba el desaliento…Vencía todos los peligros…Cruzó los “malos pasos” del río aprovechando una creciente, y, a veces, a saltos por sobre las rocas y pedrones que no estaban tapados por las aguas…En el riachuelo de las mil vueltas salvó de morir, por suerte. Un hombre, en la orilla pedregosa, encendía con su cigarro la mecha de un cartucho de dinamita, para arrojarlo a una poza, donde muchísimos peces, entre ellos nuestro viajero, embocaban en la superficie, con ruidos característicos, los millares de comejenes que, anticipadamente, desparramó como cebo el pescador…¡No había escapatoria! Empero ocurrió algo inesperado…El pescador, creyendo que el cartucho de dinamita iba a estallar en su mano, lo soltó desesperadamente y a todo correr se internó en el bosque…Las piedras saltaron hasta muy arriba con la horrenda explosión…algunos pájaros también cayeron muerto de los ramajes.

     La alegría del viajero se dilató como el cielo cuando, al fin, entró en su riachuelo natal, cuando sintió sus caricias…Besó, con unción, las piedras de su cauce…Llovía menudamente…Los árboles de las riberas, sobre todo los almendros, estaban florecidos…Había luz solar por entre la lluvia suave y dentro del riachuelo…El bagre, loco de contento, nadaba en zig zags, de espaldas, de costado hasta el fondo, sacaba sus barbas de las aguas moviéndolas en el aire.
     Sin embargo en su pueblo ya no encontró a su madre ni a su abuelo. Nadie lo conocía. Todo era nuevo en el remanso del riachuelito, ensombrecido por las palmeras y otros árboles de las márgenes. Se dio cuenta, entonces, de que era anciano…En el fondo de la pozuela, con su voz ronca solía decir, contoneándose orgullosamente:
     “Yo conozco el mar. Cuando joven he viajado a él, y he vuelto”.
     Los peces niños y jóvenes le miraban y escuchaban con admiración.
     Un bagrecico, tanto oirlo, se le acercó una noche de luna y le dijo: “Abuelo yo también quiero conocer el mar”.
     -¿Tú?
     -Sí, abuelo.
     -Bien, muchacho. Yo tenía tu edad cuando realicé la gran proeza.
(Francisco Izquierdo Ríos)
FICHA DE LECTURA
ANÁLISIS LITERARIO DE LA OBRA
1.-Obra……………………………………………………………………………
2.-Autor……………………………………………………………………………
3.-Género literario……………………………………………………………….
4.-Especie literaria ………………………………………………………………
5.-Forma de composición……………………………………………………...
6.-Escuela literaria………………………………………………………………
7.- Época…………………………………………………………………………..
8.- Localización del texto literario……………………………………………..
9.- La estructura de la obra…………………………………………………….
     10.- Los personajes principales……………………………………………….
     11.- Los personajes secundarios……………………………………………..
     12.- Ambiente(s)………………………………………………………………….
     13.- Acciones  principales……………………………………………………..
……………………………………………………………………………………...
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     14.-Tiempo…………………………………………………………………………
     15.- Tipos de narrador……………………………………………………………
     16.-Tema central…………………………………………………………………..
     17.- Argumento……………………………………………………………………
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     18.- Estilo del autor………………………………………………………………
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    19.-Apreciación personal sobre la obra………………………………………
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    20.- Mensaje de la obra:…………………………………………………………
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COMPRENSIÓN  LECTORA
1.-¿Qué historia narra el viejo bagre?
2.- ¿Qué le dice el bagrecico al viejo bagre?
3.- ¿En qué lugar viven?
4.- ¿En qué momento parte el bagrecico aguas abajo?
5.- ¿Por quién siente mucha pena el bagrecico cuante parte aguas abajo?
6.- ¿Cuántos días pasó cuando el bagrecico llegó a un riachuelo  más grande?
7.- ¿Cómo era el nuevo riachelo?
8.- ¿Qué le sucedió al bagrecico en la poza y de qué manera se salvó?
9.-¿Qué le ocurrió  al bagrecico en una corriente , colmada de la luz de la mañana  límpida?
10.- ¿Qué peligros pasó el intrépido bagrecico en un río que era cien o doscientos veces más grande que su riachelo donde nació?
11.- ¿Cómo se preparó el bagrecico para vencer  el peligroso “malos Pasos”?
12.- ¿Cómo logró ponerse a salvo el bagrecico en el momento en que cayó en la atarraya de un pescador?
13.- ¿Cuándo se produjo la llegada del bagrecico  al río más grande de la   tierra?
14.- ¿Qué fue lo que sintió el pequeño pez en el instante en que llegó al mar?
15.- ¿Cómo halló el bagrecico al regresar a su riachuelo donde nació después de una larga ausencia?
16.-Cómo terminó el cuento?
VOCABULARIO:
alba: primera luz del día
aludo: de grandes alas
añoso: de muchos años
atarraya: red redonda para pescar
bagrecico: pez pequeño
baquiano: hábil, experto, conocedor de ríos y trochas
barbasco:  hierba narcótica
cautela: precaución, cuidado
columbrar: ver desde lejos una cosa
coraje: valor, arrojo, bravura
desove: período de puesta de huevos
enconoso:  inflamado, irritado,
engullir: tragar, devorar
estrépito: ruido considerable, estruendo
fauces: parte posterior  de la boca de los mamíferos
fisga: arpón de tres dientes para pescar
follaje: conjunto de hojas de árbol
fragor: estruendo, ruido, estrépido
horrenda: que tiene horrendo
increpar: reprender, llamar la atención
impetuoso: violento, arrebatado, fogoso
jungla: selva, terreno cubierta de vegetación espesa
légamo: lodo, fango
limo: barro, lodo, fango
límpido: limpio, puro
magro: flaco, enjuto, demasiado delgado
malos pasos: paso angosto y peligroso de un río
mijanada:  multitud de peces  que van juntos
pavoroso: espantoso, aterrador, temible
penumbroso: oscuro
proeza: hazaña
remanso:  lugar de aguas tranquilas
remoto: lejano
resueltamente: decididamente
riachuelo: río pequeño
sagaz: astuto
sedal: hilo para pescar
sigilo: cautela, prudencia, cuidado
tenue: débil, delicado
tornar:  regresar
turbio: sucio
unción: fe, devoción
varar: quedar fuera del agua
voracidad: hambre desmedido
zigzag: ondulante

     Lima, 16 de julio de 2012           Rafael Alvarado Castillo