FABLA SALVAJE
ACTO
I
El
narrador
Balta Espinar se levanta
del lecho y se frota los ojos
adormilados y se dirige a pasos lentos hacia la puerta. Luego se acerca
al pilar y descuelga de un clavo
el pequeño espejo. Se mira en él y tiene un estremecimiento raro. El espejo se hizo trizas en el suelo y en la casa se oyó un sonido de
cristal y hojalata. Balta se puso
pálido y su cuerpo temblaba de susto. Sobresaltado vuelve rápidamente la cara atrás y a todos
lados.
Luego,
Balta mira el espejo roto a sus pies,
vacila un instante y lo recoge. Intenta nuevamente mirarse el rostro, pero de
la luna sólo quedan sujetos al marco uno
que otro breve fragmento. Recoge algunos
fragmentos más y en momento regresa a casa Adelaida, la mujer de Balta.
Balta
(Le cuenta lo que ha sucedido) Adelaida,
¿Sabes? He roto el espejo.
Adelaida
(Asustada) ¿Y cómo
lo has roto? ¡Alguna desgracia!
Balta
Y no sé cómo ha sido, de veras…
Adelaida
(Cuando Balta está sentado a
la mesa para la comida, Adelaida le dice sobresaltada desde la cocina) ¡Balta! ¿Has oído?
Balta
Sí…Sí
he oído. Que gallina más zonza. Parece
que ha sido la “palucha”.
Adelaida
¡Jesús! ¡Dios me
ampare! Que va a ser de nosotros… (El
potro “El Rayo” relinchó)
Balta
Es necesario comerla… (Se
puso de pie) Cuando canta una gallina,
mala suerte, mala suerte… Para que muera
mi madre, una mañana, muchos días antes de la desgracia, cantó una
gallina vieja, color de habas, que teníamos.
Adelaida
¿Y el espejo, Balta? ¡Ay
señor! Qué va a ser de nosotros… (Se sienta en el poyo y se lleva las dos
manos al rostro y se pone llorar en silencio. El marido se pone a
meditar)
ACTO
II
El
narrador
Ese día en que cantó la
gallina, Adelaida estaba llorando hasta el momento en que se acostó. Fue una
noche muy triste en el hogar. Balta no podía dormir por más que lo intentó. Su
mente tenía malos pensamientos. Desde
que se casaron era la primera zozobra que turbaba su felicidad. A Balta le
había ocurrido una cosa extraña al
mirarse en el espejo: había visto cruza por el cristal un rostro desconocida.
El estupor relampagueó en sus nervios, haciéndole derribar el espejo. Pasado
algunos segundos creyó que alguien se había asomado por la espalda al cristal,
y después de volver la mirada a todos lados en su busca, pensó que debía estar
aún trastornado por el sueño, pues acababa de levantarse, y se tranquilizó. Más
ahora, en medio de la noche, oyendo llorar a su mujer, la escena del espejo
aparecía en su cerebro y le atormentaba misteriosamente. Sin embargo, creyó de
su deber consolar a su mujer.
Balta
Adelaida, no juegues. ¡Llorando porque canta una
gallina!... Vaya… ¡No seas chiquilla! (Sufre y una duda le atormentaba el
corazón)
El
narrador
Al otro día Balta lo primero
que hizo al salir a la calle fue comprar un espejo Tenía una fantástica
obsesión del día anterior. No se cansaba de mirar en el espejo, pendiente en la
columna. La proyección de su rostro era
ahora normal y no la turbó ni la más sombra extraña. Sin decirle nada a su
mujer, fue a sentarse en uno de los enormes alcanfores, que habían en el patio,
contra uno de los muros, y allí estuvo
ante el espejo, horas y horas. La vieja Antuca, la madre de Adelaida, le
sorprendió en esa postura.
Antuca
¿No te has ido a la chacra, Balta? Don José dice que el triguillo de la pampa ya está para la
siega. Dice que el sábado lo vio, cuando volvía de las Salinas…
Balta
(Tiró una piedra) ¡cho!... ¡Chooo! ¡Adelaida! ¡Esa gallina!
El
narrador
La relación de pareja entre
Balta y Adelaida se fue deteriorando poco a poco, por la mente sucia y supersticiosa
de Balta. El espejo roto, el relincho de su potro y el canto de la gallina,
Balta lo relacionó con la desgracia que
se venía en su hogar y en su matrimonio. Para él, su mujer le engañaba con otro
hombre y el hijo que esperaba no era de él. Los celos le estaban destruyendo su
vida y la de su mujer. Un día, cuando Balta volvió de un largo peregrinaje por los páramos,
agonizaba la tarde. Adelaida, que había vuelto ya del pueblo, esperaba a su
marido, ansiosa y presa de inconsolable zozobra.
Adelaida
(Al ver que llegaba su
marido se llena de alegría y le dice preocupada) ¿Dónde te has ido, por
Dios? (Él entra con el rostro molesto y
no le responde)
Balta
(De pronto explota de cólera) ¡Déjame, mujer! (Y entra
siniestramente al cuarto)
Adelaida
(Le sigue y le pregunta
preocupada) ¡Pero por Dios, Balta! ¿Qué te pasa? ¿Qué tienes? Qué te he hecho
yo para que así me trates y me botes? ¡Ay, Dios mío! (Se pone a llorar su desgracia)
Yo no te hecho nada malo para que me trates
de esa manera tan fea. Yo te amo mucho, esposo mío.
El
narrador
Santiago observaba
extrañado. Un niño de ocho años, él no se daba cuenta de aquel infortunio. Supo
si que adentro se lloraba y se callaba
más adentro aún. Su corazón empezó a encogerse y tuvo ganas de llorar. Viendo
padecer a su hermana, le dolió el alma. Ante tanto dolor de su hermana se puso
a llorar.
Santiago
(Se acerca más al quicio ruidosamente y le
dice a su hermana) ¿Qué haces, Adelaida? ¿Buscas tu rueca? Yo no la he visto
desde el otro día… ¿No ha llegado todavía, don Balta? ¡Pobrecito! Si lo habrá
agarrado el aguacero… (Como su hermana no le hizo caso, tose con fuerza. Después se sienta en el poyo y se queda
dormido. Al despertarse, se asusta. Llama y nada. Luego grita con fuerza) Me han dejado. ¡Adelaidaaa! (Después se sienta
en el poyo y cuando se tranquiliza. A poco rato duerme el niño un sueño
sobresaltado y doloroso)
ACTO III
Balta
(Está obsesionado por los
celos e injuria a su mujer) Está bien,
está bien, Adelaida. Pero, tú has muerto
ya para mí.
Adelaida
Tus celos son infundados,
esposo mío. Entiéndalo, por favor.
Balta
(Se pone a llorar y a gritar
en alta voz) Adelaida, ¿Por qué me pagas
así? Yo te amo mucho con todas las fuerzas de mi corazón. Yo no soy un mal
hombres, un vicioso, un holgazán. (Los celos no le dejan en paz) Adelaida, ¿Por qué mejor no quisiste a otro antes que a
mí? No debiste engañarme de esa manera tan cruel.
Adelaida
(Se le acerca a Balta) ¡Oye Balta, por Dios!
Balta
(Se pone furioso) ¡Mujer, déjame, déjame¡
Adelaida
(Se arrodilla, postrándose
ante su marido se pone a llorar) ¡Balta,
por favor! ¡Escécheme!
Balta
(Le dice con cólera) ¡Déjame, mala mujer! ¡Traidora! (se pone a
llorar) ¡Tú, has muerto para mí!
Narrador
Balta lleva a su mujer al pueblo. Cuando los dos se encuentran en su casa, Balta la viste de luto y él
también hace lo mismo. Adelaida lo único que hace es llorar y llorar como nunca. Tras una noche llena de implacables suplicios morales
para ambos, Balta regresa al amanecer al campo y abandona en la aldea a su
mujer que se encuentran dormida y enlutada sobre la cama. El marido celoso
llega a la cabaña y la vuelve a abandonar, para ir andar por los alrededores.
Después de vagar un buen tiempo, Balta sube a una cima y se sienta en el filo
de una roca, contemplando por un largo tiempo el campo. Balta, se sienta aún más en el borde de un
elevado risco. De pronto alguien roza la
espalda de Balta, éste hace un movimiento brusco y cae al abismo profundo. Por
la tarde de ese mismo día, Adelaida en su casa de la aldea, se pone a llorar
desconsoladamente, ignorando la muerte de su marido. Y en ese mismo día nace el
hijo de Adelaida.(Novela teatralizada, por Rafael Alvarado)
Lima, 13 de agosto de 2013
que narrador es testigo protagonista o omnisciente
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