El capitán Gonzalez tenía que viajar urgente a Huaraz, al ver durmiendo a uno de sus indios lo castigó cruelmente con su latigo, pues quería que ensillara su caballo para realizar un largo viaje. El indio obedeció inmediatamente el mandato de su patrón y luego desapareció. El capitán tuvo que marcharse solo al no poder encontrar al que sería su guía.
Dos horas después, el narrador-protagonista ensilló su mula andariega para continuar viajando; el indio aparició ofreciéndole sus servicios para cruzar los caminos de los andes. Habían recorrido un buen trecho cuando el indio le pidió que esperara un momento, yéndose en un abrir y cerrar de ojos. Al poco rato un poderoso ruido retumbó en las montañas; en la altura se veía una masa oscura parecida a un hombre o caballo que rodaba hasta caer abajo, en un río espumante.
A quince metros de distancia, el narrador vio un vuelo oblícuo de cóndores que atravezaban las montañas para llegar a devorar a la presa caída. Estremecido de horror esperó y al poco tiempo regresó el indio preguntándole si había visto rodar hacia abajo al capitán Gonzáles.
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