lunes, 19 de mayo de 2014

RYUNOSUKE AKUTAGAWA y su cuento "Sennin"

Un hombre que quería emplearse como  sirviente llegó una vez a la ciudad de Osaka. Lo conocían por el nombre de sirviente, Gonsuké, pues él era, después de todo, un sirviente para cualquier trabajo.
Este hombre fue a la agencia de Colocaciones  cualquier trabajo, y dijo al empleado:
-Por favor, señor empleado, yo desearía ser un sennnin. ¿Tendría usted la gentileza de buscar una familia que me enseñara el secreto de serlo, mientras trabajo como sirviente?
El empleado quedó sin habla durante un rato, por el ambicioso pedido de su cliente.
-¿No me oyó usted, señor empleado? –dijo Gonzuké-. Yo deseo ser un sennin.
-Lamentamos desilusionarlo –musitó el empleado-, pero ni una sola vez  en nuestra larga carrera comercial hemos tenido que  buscar un empleo para aspirantes de sennin.
-Ya, ya, señor, eso no es muy correcto –arguyó Gonzuké-. ¿Acaso no dice en el cartel de Colocaciones para cualquier trabajo? Puesto que promete cualquier trabajo, usted debe  conseguir trabajo que le pidan. Usted está mintiendo intencionalmente, si no lo cumple.
Frente a un argumento tan razonable, el empleado no censuró el explosivo enojo:
-Puedo asegurarle señor forastero, que no hay ningún engaño. Todo es correcto, pero si usted insiste en su extraño pedido, le rogaré que se dé otra vuelta por aquí mañana.
Al despedirse de él, el empleado acudió a la casa de un médico vecino. Le contó la historia del extraño cliente y le preguntó ansiosamente:
-Doctor, ¿qué familia cree usted que podría hacer de este muchacho un sennin?
Fue la mujer del doctor, una mujer  muy astuta conocida como la Vieja Zorra, quien contestó por el doctor al oír la historia.
-Nada más simple. Envíalo aquí. En un par de años lo haremos sennin.
-¿Lo haría usted señora? ¡Sería maravilloso! No sé como agradecerle su amable oferta.
Nuestro doctor, volviéndose hacia la mujer, le regañó malhumorado:
-Tonta, ¿te has dado cuenta de la tontería que has hecho y dicho? ¿Qué harías si el tipo  empezara a quejarse algún día de que no le hemos enseñado ni una pizca de tu bendita promesa después  de tanto tiempo?
La mujer se volvió hacia él y graznó:
-No te metas. Un atolondrado tan estúpidamente tonto como tú, apenas podría arañar lo suficiente  en este mundo de te comeré o me comerás, para mantener alma y cuerpo unidos.
Esta frase hizo callar a su marido.
A la mañana siguiente, según lo acordado, el empleado llevó a su rústico cliente a la casa del doctor. Este lo miró con curiosidad y le dijo:
-Me dijeron que usted quiere ser un sennin; y yo tengo mucha curiosidad  por saber quién le ha metido esa idea en la cabeza.
-Bien, señor,  no es mucho lo que puedo decirle –replicó Gonsuké-. Realmente fue muy simple: Cuando vine por primera vez  a esta ciudad y miré el gran castillo, pensé de esta manera: hasta nuestro gran gobernante Taiko, que vive suntuosamente, debe morir algún día y volver al polvo como el resto de nosotros. En  resumidas cuentas, toda nuestra vida es un sueño pasajero…
-Entonces, prontamente la Vieja Zorra se introdujo en la conversación-, ¿haría cualquier cosa con tal de ser un sennin?
-Sí, señora, con tal de serlo.
-Muy bien. Entonces usted vivirá aquí y trabajará con nosotros durante veinte años a partir de hoy y al término del plazo, será el feliz poseedor del secreto.
-Le quedaré muy agradecido.
-Pero añadió ella-, de aquí a veinte años usted  no recibirá ni un centavo de sueldo. ¿De acuerdo?
-Estoy de acuerdo en todo. Gracias, señora.
De esta manera empezaron a transcurrir los veinte años. Gonsuké acarreaba agua del pozo, cortaba leña, preparaba las comidas, lavaba y barría.
Pasaron por fin los veinte años. Gonsuké se presentó  ante los dueños de la casa y les expresó su agradecimiento por las bondades recibidas.
-Y  ahora, señor –prosiguió Gonsuké-, ¿quisieran ustedes enseñarme hoy, como lo prometieron hace veinte años, cómo se llega a ser sennin y alcanzar juventud eterna e inmortalidad?
El doctor se desentendió diciendo que no era él, sino su mujer quien sabía los secretos.
-Muy bien –dijo ella, imperturbable-, se los enseñaré yo, pero usted debe hacer lo que yo le diga, por difícil que parezca. De otra manera, nunca  podría ser un sennin; y además, tendría que trabajar  para nosotros otros veinte años sin paga; de lo contrario, créame, El Dios Todopoderoso lo destruirá en el acto.
-Muy bien, señora, haré cualquier cosa por difícil que sea –contestó Gonsekú.
-Entonces –dijo ella-, trepe ese pino.
Al oír la orden, Gonsekú empezó a trepar al árbol, sin vacilación.
-Más alto –le gritaba ella-, hasta la cima.
Cuando vio a su sirviente             entre las ramas más altas de ese pino, volvió a gritar:
-Suelte también la mano izquierda.
-Sabes que si el campesino suelta la rama, caerá y será hombre muerto –dijo su marido.
-No quiero ninguno de tus preciosos consejos. Déjame tranquila. ¡Eh! ¡Hombre! Suelte la mano izquierda. ¿Me oyes?
En cuanto ella habló, Gonsuké levantó la vacilante mano izquierda. Después, cuando el doctor y la mujer retomaron el aliento, divisaron a Gonsuké desprendido de la rama, y luego… Pero ¿qué es eso? ¡Gonsuké se detuvo! Se detuvo en medio del aire y allá arriba quedó suspendido como una marioneta.
-Ustedes me han hecho un sennin. Les estoy agradecido a los dos –dijo Gansuké.
Se le vio hacerles una respetuosa  reverencia y comenzó a subir cada vez más alto, dando suaves pasos en el cielo azul, hasta transformarse en un puntito y desaparecer entre las nubes.
***

sennin: ermitaño con poderes mágicos que vive en una montaña. Puede volar y goza de larga vida.

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