lunes, 7 de abril de 2014

LA CULEBRA Y LA ZORRA, de Arturo Jiménez Borjas

Un campesino encontró una tarde, de regreso a su casa, un grueso tronco de árbol aplastando a una serpiente. Era hermosa la culebra, con grandes manchas negras sobre la piel amarilla. Sus ojitos brillaban en la ancha cabeza abatida. Compadecido, el hombre levantó el tronco después de grandes esfuerzos, y quedó libre la sierpe. El reptil se recogió, se hizo un ovillo y le dijo:

—¡Qué hambre tengo! –te voy a comer.

—No puede ser, repuso el labriego, pagas un bien con un mal.

Busquemos un juez que decida esto.

Aceptó la culebra y caminando hallaron a un perro flaco, lo pusieron en autos y falló.
—Muy bien pensado, culebra, yo de joven cuidaba la hacienda y tenía buena comida; ahora que soy viejo me han echado de la casa y tengo que viajar por los campos. Es decir, me han pagado un bien con un mal.

—Busquemos otro juez –dijo el pobre hombre.

—Bien, –contestó la sierpe–, pero será el último.

Se encaminaron al monte y allí encontraron a la zorra. Fue informada de todo. Mientras le contaban, escuchó sentada sobre sus patas traseras; cuando terminaron de hablar dijo:

—Bien, mas yo necesito, para fallar en justicia, reconstruir los hechos, debemos ir al sitio donde sucedió todo.

Ya sobre el terreno, conforme lo estipulado, se colocó la serpiente en actitud, y el hombre puso sobre ella el pesado tronco.

—En efecto, así estaba –dijo la serpiente–, ¿qué fallas?

La zorra miró lentamente al campesino y le dijo:

—Y si la tienes de nuevo allí presa..., ¿en qué piensas?

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