La madre había comprado ciruelas y las
colocó en un plato para dárselas a sus hijos después del almuerzo.
     Antes de 
sentarse a la mesa,  Vania, la más
pequeña, anduvo curioseando por la habitación. Ella nunca había probado  las ciruelas, y como no pudo resistir la
tentación, sin que nadie la viera se comió una.
     Cuando, luego, la madre las contó, notó su
falta y le dijo al padre:
     -Alguno de los niños se ha comido una
ciruela.
     A la hora del almuerzo, estando todos en
la mesa, el padre preguntó:
     -Díganme la verdad. ¿Alguno de ustedes se
comió una ciruela?
     No, respondieron todos, menos Vania, que
se retrasó un poco en su respuesta; pero, al fin, poniéndose muy colorada,
dijo:
     -Yo tampoco.
     -Si
alguno la ha comido  –prosiguió el
padre-, es una lástima porque no está bien hecho; pero eso no es lo más grave. Lo
verdaderamente triste es que ha desaparecido también el carozo. Las ciruelas
tienen carozo, y el que lo haya tragado puede enfermarse… y hasta morir.
Es  lo que más temo.
     Y se quedó muy serio. Todos estaban muy
asustados, hasta que Vania, muy pálida, dijo muy apurada:
     -No tengas miedo, el carozo   lo tiré por la ventana.
     Todos rieron aliviados, y Vania rompió a
llorar.
***
carozo: hueso
del  durazno  y de otras fruta.
de que trata el cuento
ResponderEliminarMe la imagino una vi niña
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