CANCIÓN A MI MADRE
MUERTA
A mi
madre Estela Sabina Castillo Norabuena
Madre, quiero escuchar de
tus labios marchitos ahora más que nunca
el secreto de tus lágrimas que caían como pétalos de
azucena
en mi mano abierta amarrada
a mi vieja nostalgia, cuando la tarde
moría en el corazón del mundo
cubierta de gaviotas de alas
blancas.
Madre, quiero saber el porqué
de tu tristeza desmayada en la sombra
de un viejo árbol que tiene el perfume del mar y de la brisa del
otoño,
quiero sentir la piel de una
orquídea que tiene la frescura de tus palabras
que brotan de tus labios de
terciopelo como una canción de amor.
Madre, espanta el silencio
de tus labios y dime por qué tu dolor grande
que se enrosca furiosamente como una culebra en mi
pecho se parece
a los ojos de la noche donde se oculta la vieja tristeza de mi
infancia olvidada.
Madre, quiero decirte cómo
me hiere tu ausencia eterna colgada
de los cabellos de la luna como si fuese una estrella escarchada de
lágrimas.
Ahora
más que nunca, madre, quiero cantar con los gorriones del alba
la
canción que solías entonar todas las mañanas, cuando la angustia
te
acorralaba en el rincón de tu cuarto
pintado de color gris,
quiero
corretear cogido de tu mano el paisaje triste
de mi infancia,
quiero
verte sonreír como una princesa enamorada
que solloza de alegría,
quiero
oír el sonido de tu risa de niña traviesa que alegra mi pobre corazón,
quiero
tocar con mis dedos tu corazón lleno de amor suspendido del cielo.
Madre,
tu corazón de niña buena se durmió para siempre en una tarde de lluvia
cuando
una bella gaviota blanca volaba mar
adentro junto a la llorona luna
de
abril que caminaba sobre los antiguos cañaverales gritando tu nombre.
Madre, cuando me aleje de
este horrible mundo quiero volver a verte y dormirme en tu regazo
donde duermen el amor de
Dios y los párpados cerrados del mundo.
Rafael
Alvarado Castillo
Lima, 18 de mayo de 1985.
(Del poemario:
“Confesiones del lobo”)
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