lunes, 10 de septiembre de 2012

CÉSAR VALLEJO Y SUS POEMAS

LOS HERALDOS NEGROS

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
Golpes como el odio de Dios; como si ante ellos
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma ,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema. 
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... Pobre!  Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos  locos, y todo lo vivido
se empoza como charco de culpa en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!

LA CENA MISERABLE

Hasta cuando estaremos esperando lo que
no se nos debe... Y en qué recodo estiraremos
nuestra pobre rodilla para siempre! Hasta cuándo
la cruz que nos alienta no detendrá sus remos.

Hasta cuándo la Duda nos brindará blasones
por haber padecido...
Ya nos hemos sentado
mucho a la mesa, con la amargura de un niño
que a medianoche, llora de hambre, desvelado...

Y cuándo nos veremos con los demás, al borde
de una mañana eterna, desayunados todos.
Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde 
yo nunca dije que me trajeran.

De codos
todo bañado en llanto, repito cabizbajo
y vencido:  hasta cuándo la cena durará.

Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla
y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara
de amarga esencia humana, la tumba...
Y menos sabe
ese oscuro hasta cuándo la cena durara!

IDILIO MUERTO

Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cogñac, dentro de mí.

Dónde estarán sus manos que en actitud  contrita
planchaban en las tardes  blancuras por venir;
ahora en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.

Qué será de su falda de franela, de sus 
afanes, de su andar,
de su sabor a cañas de mayo del lugar.

Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando "¡Qué frío hay... Jesús!"
Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.

PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque  hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y,  jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga, son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...

MASA

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo "¡No mueras; te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando "¡Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!"

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate, hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...



             Lima, setiembre de 2012

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