María fénix, tahona feliz, maría capulí
Hildebrando Pérez
Déjame ser tu
lazarillo para despeñarnos
por las orillas nocturnas del Isére. Déjame
ser la envidia de los pájaros aturdidos
por el rayo de tu belleza sideral. Como un perro
andaluz lamo el arroz sagrado de mi melancolía.
Y pulso
mi grave guitarra
tan sólo para espantar las moscas
que revolotean sobre mis escamas incoloras.
Mi soledad reclama el valium de tu cabellera
azabache. Mi soledad pregunta
por el yodo sutil de tu vestido estrujado
y por aquellos anteojos oscuros por donde se filtraba
la retama encendida de mi huayno fugaz.
Ya no sé dónde poner el cuchillo de mis noches
degolladas. ¡Para quién guardar la dorada saliva
de mi infancia! Duquesa mía. Turquesa mía. Tirana,
tocaré mi viejo tambor para enterrarte
bajo la ardiente nieve de Grenoble. Y te encerraré
cantando en una botella persa eternamente.
Tu n’ as pas de Maries qui s’ en vont
me escribes, amigo Edmond, traduciendo
pálidamente tu hueso, tu gabán, tu luto perpendicular.
Ah, María Félix, tahona feliz, María Capulí.
por las orillas nocturnas del Isére. Déjame
ser la envidia de los pájaros aturdidos
por el rayo de tu belleza sideral. Como un perro
andaluz lamo el arroz sagrado de mi melancolía.
Y pulso
mi grave guitarra
tan sólo para espantar las moscas
que revolotean sobre mis escamas incoloras.
Mi soledad reclama el valium de tu cabellera
azabache. Mi soledad pregunta
por el yodo sutil de tu vestido estrujado
y por aquellos anteojos oscuros por donde se filtraba
la retama encendida de mi huayno fugaz.
Ya no sé dónde poner el cuchillo de mis noches
degolladas. ¡Para quién guardar la dorada saliva
de mi infancia! Duquesa mía. Turquesa mía. Tirana,
tocaré mi viejo tambor para enterrarte
bajo la ardiente nieve de Grenoble. Y te encerraré
cantando en una botella persa eternamente.
Tu n’ as pas de Maries qui s’ en vont
me escribes, amigo Edmond, traduciendo
pálidamente tu hueso, tu gabán, tu luto perpendicular.
Ah, María Félix, tahona feliz, María Capulí.
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