LA CORBATA
ROJA
Un
domingo, cuya fecha se pierde en la memoria, Gavino, salió apresurado de su
casa, estrenando por primera vez un flamante
terno azul marino con su camisa blanca, blanco como el nevado del
Salkantay, montaña que vigila eternamente la ciudad milenaria del Qosqo .El
apuro con que salió el chico de su casa
era por encontrar un bazar abierto, para comprar la corbata y así
completar su reluciente traje, adquirido con esfuerzo por su abuelita.
–Cómo nos hemos olvidado la corbata, - Dijo la
abuelita - ojalá que encuentres una tienda, donde puedas comprarlo, pero apúrate,
toma este billete de diez soles, no importa el costo lo que importa es que
compres la corbata, para completar tu lindo terno. - ¡Ay mi niño! Suspiró preocupada la señora, que tenía el pelo
blanco, y arrugas en la cara, producto de la vida agitada que llevaba. Gavino desde su tierna edad había estado al
cuidado de su abuelita. Ella se había
hecho cargo del muchacho, ante la
repentina muerte de sus padres en un lamentable accidente de tránsito, que
conmovió a todos los vecinos de la ciudad. La anciana era padre y madre del
muchacho, era su engreído, nada le hacía faltar. Incluso lo educaba en un colegio
particular Católico. Siempre decía con mucho orgullo: mi nieto será un gran
hombre, y si Dios lo permite será Papa.
Precisamente,
el terno había sido adquirido en cómodas cuotas
por la abuelita, para que su nieto fuera (bien al terno) a la misa de
los días domingo en la capilla del colegio parroquial. Era una ordenanza que
había dado el padre director del plantel educativo De San Francisco de
Asís.(Como si él hubiera vestido trajes lujosos). El padre director, siempre
recalcaba que todos los alumnos deben asistir impecablemente vestidos, con un
traje azul marino, a escuchar misa. Dizque para la alegría de nuestro Señor.
Angustiado por encontrar un bazar, Gavino
apresuraba sus pasos por las calles serpenteantes de la antigua ciudad, a ratos
su esperanza se ponía gris, como las paredes
de piedra de los antiguos palacios incas. El repique de las campanas
llamando a los feligreses a misa, aumentaba el pulso de su corazón. Más aún el
ambiente tranquilo y sosegado de un día domingo le hacía pensar que ningún
bazar abriría sus puertas, este panorama lo ponía más nervioso. Casi al borde
de las lágrimas por toda esta situación
que vivía, de manera brusca frenó sus pasos y se le iluminó la mente. Le vino a
la cabeza el consejo sabio de su abuelita.” En los momentos más difíciles de la
vida, cuando te encuentres desesperado frente a un problema y no sabes que
hacer…debes acudir al Señor, a Dios. Rézale en silencio y pídele que te ayude” …
Así lo hizo recordando la oración que le había enseñado su anciana protectora. Luego
pausadamente reanudó su marcha, al cabo de haber avanzado dos calles, ocurrió
el milagro. Vio con asombro que casi al finalizar la callecita de los comercios llamada “Calle del Marqués”, un señor estaba sentado en un banquito,
en la puerta de su bazar tomando el sol
de la mañana, y se aprestaba a leer su periódico. Gavino casi tartamudeando saludó
al señor y le preguntó si tenía una
corbata apropiado para el terno que llevaba puesto. El caballero muy bonachonamente,
levantó la vista, y con la alegría de lograr su primera venta, se puso de pie
con mucho esfuerzo, por lo gordo que era y observando la cara angustiada de Gavino.
Le dijo. -Claro que si muchacho, pero cálmate te veo muy nervioso. Todo tiene
solución en la vida, menos la muerte .Voy a mostrarte la corbata más linda del mundo…
ahora mismo lo verás .Buscó en un
armario y con mucha ternura le mostró una brillante corbata roja. -Ahora ve al espejo y hazte el
nudo cuidadosamente – le dijo- Verás que hermoso luce con el traje que llevas
puesto. – No se amarrar una corbata, es la primera vez que voy a tener - dijo Gavino - con palabras
entrecortadas. – No te preocupes, yo te
haré el nudo y espero que lo aprendas, es muy fácil, todo caballero debe
saber amarrarse una corbata. Contestó el
comerciante bonachón con sumo afecto y ternura. Anudando la corbata roja.
–Ahora si mírate en el espejo. – Dijo el
vendedor – Agregando - Por si no sabes los colores tienen muchos significados,
por ejemplo esta corbata roja te hará ver más inteligente y optimista. Todos
tus compañeros te respetarán. Y las chicas se enamorarán de ti, ja, ja, ja.
–Soltó una carcajada. La cara del pequeño se puso rojo como el tomate.
Agachando la cabeza de vergüenza, sin preguntar
el precio, alcanzándole los diez soles , casi a la carrera se apresuró a salir
de la tienda cuando el señor bonachón lo
agarró de la mano diciéndole – Espera tengo que darte el vuelto, son ocho soles
lo que cuesta la corbata. Ay jovencito. Y vuelve cuando quieras, como ves tengo la ropa más linda y cuídate mucho.
Gavino, ingresó apresurado a la iglesia, vio
que todos sus compañeros estaban ya ubicados en las respectivas bancas largas
de la capilla, adornada con cuadros de pintura de la famosa Escuela Cusqueña.
Rodeados por santos y vírgenes, con las miradas fijas y frías desde todos los altares. Los chicos apenas podían
respirar, por miedo a recibir una amonestación por parte de tan extraños seres, que transmitían más que respeto,
temor.
Al terminar la misa solemne, ni bien pisaron
la puerta de salida del templo, los chicos empezaron a dar sus gritos de alegría
y a desatar sus emociones contenidas dentro del recinto. Gavino sin despedirse
de sus compañeros se fue apresurado a su
casa. Quería que su abuelita viera su hermosa corbata roja.
Hola, abuelita,
ya estoy de vuelta, mira mi hermosa
corbata roja, es la más bonita del mundo.
La anciana, que preparaba el almuerzo dominical
para su engreído, se volteó y se quedó asombrado.
-
¿Qué, muchacho más guapo veo!, ya eres todo un
caballero, que bien te sienta esa corbata, hace juego con tu terno azul marino
y tu camisa blanca. ¡Oh¡…mi niño ya eres todo un hombre. Apuntó la abuelita
.Besando la frente de su engreído nieto.( Unas gotas de lágrima , como perlas
blancas asomaron en los ojos de la
tierna anciana).
Así coqueteando con su abuelita Gavino, se quitó
el saco para disponerse a almorzar.
-Hijo
tienes que quitarte la camisa y la corbata, sino lo vas a manchar, le dijo la
señora - te he preparado tu lawa (crema de choclo) y tu churrasco con su
guarnición de moraya phasi (papa deshidratada preparado al vapor)
-Que
rico abuelita, tu sabes cuales son mis gustos, me pondré una servilleta para cubrir mi corbata. Así vi que comen los caballeros
en el hotel de turistas. Quiero comer como ellos, con tenedor y cuchillo.
-Ah,
que terco eres mi niño, estás tan obsesionado con tu terno, sobre todo con la corbata. Replicó
la señora.
Para Gavino, fue el domingo más
trascendental de su vida, había vivido las experiencias más resaltantes de sus
trece años. Rendido por el cansancio se quedó dormido, tal como estaba, pese a
las llamadas de atención de su anciana progenitora.
Habían transcurrido
casi un par de horas. De pronto se escucharon unos gritos en el
dormitorio..
-Auxilio,
auxilio, me han robado mi corbata.
Gritaba desesperado Gavino agarrándose el cuello. La abuelita corrió asustada.
-Cálmate,
cálmate muchacho, yo te saqué tu bendita corbata, te quedaste dormido… casi te
asfixias. –Qué muchacho para tan terco.
Refunfuñó la anciana.
-Es
que abuelita, - dijo Gavino - en mis sueños unos, malos hombres, me robaban mi
corbata, por eso me desperté gritando. – No ves ya tienes hasta pesadillas por
tu corbata. Replicó la abuelita.
Así Gavino, domingo a domingo lucía su
corbata roja .Generalmente en las misas dominicales.
Transcurrieron los años y como todo pasa en
la vida, atrás quedó la etapa de estudiante secundario de Gavino. Llegó la
noche de la fiesta de promoción y como era lógico había que lucir de lo mejor
para esta ceremonia trascendental. Incluso iba ser la primera oportunidad de
bailar con una chica. Todo esto y muchas otras cosas más daban vueltas en la cabeza del
adolescente. La abuelita por su parte, se sentía afligida, por los cambios que
sufría su nieto, a veces pensaba que su engreído nieto, se le iba de las manos.
Casi
a media mañana de ese trascendental día,
que vivía Gavino, ocurrió un hecho
imprevisto. El muchacho empezó a buscar
y rebuscar desesperadamente algo. Corría por aquí y por allá por los ambientes
de su casa. Abría y cerraba cajones , sacaba y metía los muebles, , se
arrastraba como un gusano por debajo de
las camas Algo importante se le había extraviado . Llamando a su abuelita, le
dijo – No encuentro la corbata, no encuentro la corbata – Calma, calma muchacho
–respondió la señora, seguro que lo has metido por ahí, como eres un
desordenado, no te acuerdas dónde lo has puesto. – No abuelita, ya busqué por
todo lado. Siguió buscando desesperado, hasta levantando la voz a su anciana protectora,
echándole la culpa de la pérdida de su corbata. No hallaba su corbata roja, su
amada prenda de vestir. Gavino preguntaba
incluso a los ratones, ofreciéndoles un
queso grande como recompensa. Ellos le contestaban que no se metían con esas cosas.
Fue el día más trágico del muchacho, porque ni
Dios ni los santos y vírgenes, escucharon sus oraciones suplicantes. Hasta le
prometió a San Francisco de Asis, ingresar a la orden que él fundó para servir
a los pobres.
Pasaron los años, la abuelita había muerto.
Gavino se caso, tuvo sus hijos y hasta nietos. En sus conversaciones nunca se olvidaba de su
corbata roja, era la anécdota que más
resaltaba de su vida, vivida junto a su anciana abuelita., incluso decía que si
algún día lo hallara desearía ser enterrado con la corbata roja, para irse
feliz al cielo. Muchos se reían ante tal ocurrencia.
Finalmente un día llego el frio manto de la
muerte y Gavino se despidió de este mundo, (como todos lo haremos,
pues solo estamos de viaje en esta vida). Tendido dentro de un cajón con un
reluciente terno azul marino, yacía Gavino, sólo le faltaba la corbata. El frio
cuerpo estaba como si estirara el cuello
para que le pongan dicha prenda. De pronto, todos los presentes en el velorio
se alborotaron ante un hecho por demás
inaudito. El más pequeño de los nietos
del que en vida fue Gavino, haciendo sus travesuras por los rincones de la
antigua casa, hurgando por los recovecos de la vieja vivienda, sacó una corbata
roja reluciente. Contenida dentro de un estuche gastado por el tiempo. Gavino
se fue al cielo con su corbata roja reluciente.
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