Poeta Arturo Corcuera
LAS
SIRENAS Y LAS ESTACIONES
No eres el verano. No tienes barcos ni
cordajes
de pájaros sobre tu proa. Eres un muñeco porfiado
y cargoso deambulando por la ciudad.
¿Dónde yace tu imperio dorado, tus
relampagueantes mareas, la capa colorada
de tu crepúsculo? Tu infancia y la mía
rememoro sobre tumbos de arena
construyendo castillos en el aire. Verano:
verabas estrellas, serpentinas
en mi corazón, espinazos de lobos marinos.
Viéndote acezar
añoro mi pelota parecida al sol,
mi desierta sonrisa de los dientes:
edad de leche frágil mis siete años
mudando de sueños y de asombros.
Arco iris era un pez detenido
en pleno salto deslumbrándome. Agiles,
lanudas tardes las de mi perro Popi
corriendo detrás de su ladrido
hasta alcanzarlo. Oh infancia
—endeble y mía—
sin velas galopando en el viento
sobre un caballito de totora.
Mago mandinga ilusionista
sacaba el mar gaviotas, corales
y corolas de sus mangas.
Convertía veleros en alcatraces
invadiendo bobos
las playas en oleada: daba risa
verlos andarse remolones, papudos
como pájaros de circo.
El crepúsculo nacía de olas
que bañaban de rojo el gris de los médanos,
el vivísimo lomo de las lagartijas.
las ventanas a escape de los trenes
abiertas al descampado y a una soledad
baldía que aprendí
de paporreta. Por las afueras,
volaba un cielo pecoso
los gallinazos atisbando en remolino
con olfativos ojos
algún pollino muerto,
envolturas de perros mordiendo el polvo
bajo tachos de basura. Saltibanquis
meones recolectaban
cacharros antiguos, cometas
con las alas rotas, tenedores
desdentados y sobrevivientes ropas
de gentiles desconocidos.
Del ocaso emergían pescadores
con pechos velludos y botes
repletos. Otros no volvían.
A oscuras temblando de pavor
aguardaba en vigilias balbuceos
desesperados. Las caracolas
aún irradian atónitas voces
de naufragios, endechas quebradas
de estibadores muertos. Acercaba
mi oído a su concha musical: en sus cavernas
escuché lamento de sirenas, memorias
del aparecido,
los asaltos de palo:
cojos, tuertos, hoscos de afónicos piratas.
Oh verano de hoy,
verano asfaltado de amaneceres
adultos. Oh diurno sol de neón cercado
por paredes de cemento. Andas
en Metro, jadeante llegas a los edificios
y en el torreón rascacielo del viento,
desde el ojo del faro taciturnas
divisas sirenas de mar llamándote,
buscándote a lo lejos.
de pájaros sobre tu proa. Eres un muñeco porfiado
y cargoso deambulando por la ciudad.
¿Dónde yace tu imperio dorado, tus
relampagueantes mareas, la capa colorada
de tu crepúsculo? Tu infancia y la mía
rememoro sobre tumbos de arena
construyendo castillos en el aire. Verano:
verabas estrellas, serpentinas
en mi corazón, espinazos de lobos marinos.
Viéndote acezar
añoro mi pelota parecida al sol,
mi desierta sonrisa de los dientes:
edad de leche frágil mis siete años
mudando de sueños y de asombros.
Arco iris era un pez detenido
en pleno salto deslumbrándome. Agiles,
lanudas tardes las de mi perro Popi
corriendo detrás de su ladrido
hasta alcanzarlo. Oh infancia
—endeble y mía—
sin velas galopando en el viento
sobre un caballito de totora.
Mago mandinga ilusionista
sacaba el mar gaviotas, corales
y corolas de sus mangas.
Convertía veleros en alcatraces
invadiendo bobos
las playas en oleada: daba risa
verlos andarse remolones, papudos
como pájaros de circo.
El crepúsculo nacía de olas
que bañaban de rojo el gris de los médanos,
el vivísimo lomo de las lagartijas.
las ventanas a escape de los trenes
abiertas al descampado y a una soledad
baldía que aprendí
de paporreta. Por las afueras,
volaba un cielo pecoso
los gallinazos atisbando en remolino
con olfativos ojos
algún pollino muerto,
envolturas de perros mordiendo el polvo
bajo tachos de basura. Saltibanquis
meones recolectaban
cacharros antiguos, cometas
con las alas rotas, tenedores
desdentados y sobrevivientes ropas
de gentiles desconocidos.
Del ocaso emergían pescadores
con pechos velludos y botes
repletos. Otros no volvían.
A oscuras temblando de pavor
aguardaba en vigilias balbuceos
desesperados. Las caracolas
aún irradian atónitas voces
de naufragios, endechas quebradas
de estibadores muertos. Acercaba
mi oído a su concha musical: en sus cavernas
escuché lamento de sirenas, memorias
del aparecido,
los asaltos de palo:
cojos, tuertos, hoscos de afónicos piratas.
Oh verano de hoy,
verano asfaltado de amaneceres
adultos. Oh diurno sol de neón cercado
por paredes de cemento. Andas
en Metro, jadeante llegas a los edificios
y en el torreón rascacielo del viento,
desde el ojo del faro taciturnas
divisas sirenas de mar llamándote,
buscándote a lo lejos.
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