Poeta Mary Soto
¿Cuándo plegarás
tus alas
buitre de acero?
Sofocante
sigiloso
fuego elevándose
hurgando
el afilado pico
en lo más profundo del
abismo de mis días
Huyo por los pasillos
él acecha sin descanso
no hay tregua para el
viento
tardes de eucalipto
no hay pausa para
el río
sonora frescura de
sus aguas
Puntualmente todas las
noches llega/
desgarra mis ropas
hollín invadiendo mis
sábanas blancas/
afuera el aguacero cae
fuerte
en el corral de los
animales/
ensangrentándolo todo
en sus uñas lleva
los retazos de mi piel
madeja soy debajo de las
mantas
un pequeño ovillo
atascado desmenuzándose
disolviéndose asustado
me encuentra
esquivo la mirada
corto las venas
desdeño el sol
incandescente
de todas las mañanas
prohíbo el mar que no
conozco
Sin pausa hiere
mis pulmones
una sola espada
y caen las estalactitas
remotas de mi infancia
la casa de azúcar y
brisa
que de segundo a
minuto con tanto
afán construyo.
No hay piedad por sus
altas montañas
cristalinas/
fragantes antarupas
crecen en la entrada
madreselvas
grillos
pequeños grumos
de escarcha y
sentimientos
No hay piedad por el
polvo diminuto que
tiñe los peldaños
pomposas las
nubes en los
balcones
el dibujo de
mis zapatos en
el patio
Tanto que cuesta tejer
La trama del helado
juego de adoquines/
disciplinada la palabra/
precisos los gestos/
buenos actores
somos las víctimas
cada instante
cada fracción del espacio
construyendo el personaje
no ajado
no ajeno
al fino sendero ofrecido
a los pies
de quienes no los
habita el frío/
fuertes los huesos
valientes los poros
águilas volando la mirada
centellas bailan en la
frente
Y luego de tanta ficción
agotada del levantado
telón
inútil tanta epopeya/
vuelve a reptar sin
despertar sospechas/
en la oscuridad de los
calmados/
con luna o con garúa
con ruido de pianola
o en el sencillo rugido
de la calle
abre sus fauces
desalmado
ya no hay mariposas
amarillas
ni pétalos adheridos a
los libros
sólo el hilo de sangre
corriendo entre mis
piernas/
aquella mugrosa
tarde
Orificio mi corazón
todos los días
despellejado se desangra
Hemos cercado
la ciudad
la gente nos mira
extrañada
algunos se alejan
asqueados
y repelidos
por nuestras ropas
otros nos miran
espantados
desde lejos
una mujer me evade la
mirada
cuando llegué a sus ojos
presentí el mismo frío de
luna
que yo siento algunas
noches
debajo del puente
allá en el río
entre el chillido de las
ratas
pequeña prisa del agua
corriendo sucia
espesa sin detenerse
con su carga de basura
humana
y animales muertos
Mariposa citadina
frágil
acaricia la niebla
entre el monóxido de
carbono
los pasos sedientos
de los tristes
sin trabajo
periódico bajo el brazo
asustados
allí ella
suavecita
espléndida
y débil
con el pavor y la
impavidez
de la víctima
tercamente se acerca al
fuego
luego del asalto
feroz de la llamarada
desafía en vuelo
el antiguo dibujo
de sus alas
nunca más
salvajemente perfecto
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