lunes, 7 de diciembre de 2015

ISAAC SOTO GAMARRA y su cuento "LA CORBATA ROJA"

LA    CORBATA  ROJA

Un domingo, cuya fecha se pierde en la memoria, Gavino, salió apresurado de su casa, estrenando por primera vez un flamante  terno azul marino con su camisa blanca, blanco como el nevado del Salkantay, montaña que vigila eternamente la ciudad milenaria del Qosqo .El apuro con que salió el chico de su casa  era por encontrar un bazar abierto, para comprar la corbata y así completar su reluciente traje, adquirido con  esfuerzo por su abuelita.
 –Cómo nos hemos olvidado la corbata, - Dijo la abuelita - ojalá  que encuentres  una tienda, donde puedas comprarlo, pero apúrate, toma este billete de diez soles, no importa el costo lo que importa es que compres la corbata, para completar tu lindo terno. - ¡Ay mi niño! Suspiró  preocupada la señora, que tenía el pelo blanco, y arrugas en la cara, producto de la vida agitada que llevaba.  Gavino desde su tierna edad había estado al cuidado de su  abuelita. Ella se había hecho cargo del muchacho, ante  la repentina muerte de sus padres en un lamentable accidente de tránsito, que conmovió a todos los vecinos de la ciudad. La anciana era padre y madre del muchacho, era su engreído, nada le hacía faltar. Incluso lo educaba en un colegio particular Católico. Siempre decía con mucho orgullo: mi nieto será un gran hombre, y si Dios lo permite será Papa.
   Precisamente, el terno había sido adquirido en cómodas cuotas  por la abuelita, para que su nieto fuera (bien al terno) a la misa de los días domingo en la capilla del colegio parroquial. Era una ordenanza que había dado el padre director del plantel educativo De San Francisco de Asís.(Como si él hubiera vestido trajes lujosos). El padre director, siempre recalcaba que todos los alumnos deben asistir impecablemente vestidos, con un traje azul marino, a escuchar misa. Dizque para la alegría de nuestro Señor.
   Angustiado por encontrar un bazar, Gavino apresuraba sus pasos por las calles serpenteantes de la antigua ciudad, a ratos su esperanza se ponía gris, como las paredes  de piedra de los antiguos palacios incas. El repique de las campanas llamando a los feligreses a misa, aumentaba el pulso de su corazón. Más aún el ambiente tranquilo y sosegado de un día domingo le hacía pensar que ningún bazar abriría sus puertas, este panorama lo ponía más nervioso. Casi al borde de las lágrimas  por toda esta situación que vivía, de manera brusca frenó sus pasos y se le iluminó la mente. Le vino a la cabeza el consejo sabio de su abuelita.” En los momentos más difíciles de la vida, cuando te encuentres desesperado frente a un problema y no sabes que hacer…debes acudir al Señor, a Dios. Rézale en silencio y pídele que te ayude” … Así lo hizo recordando la oración que le había enseñado su anciana protectora. Luego pausadamente reanudó su marcha, al cabo de haber avanzado dos calles, ocurrió el milagro. Vio con asombro que casi al finalizar  la callecita de los comercios llamada  “Calle del  Marqués”, un señor estaba sentado en un banquito, en la puerta de su bazar  tomando el sol de la mañana, y se aprestaba a leer su periódico. Gavino casi tartamudeando saludó al señor  y le preguntó si tenía una corbata apropiado para el terno que llevaba puesto. El caballero muy bonachonamente, levantó la vista, y con la alegría de lograr su primera venta, se puso de pie con mucho esfuerzo, por lo gordo que era y observando la cara angustiada de Gavino. Le dijo. -Claro que si muchacho, pero cálmate te veo muy nervioso. Todo tiene solución en la vida, menos la muerte .Voy a mostrarte la corbata más linda del mundo… ahora mismo  lo verás .Buscó en un armario y con mucha ternura le mostró una brillante  corbata roja. -Ahora ve al espejo y hazte el nudo cuidadosamente – le dijo- Verás que hermoso luce con el traje que llevas puesto. – No se amarrar una corbata, es la primera vez que voy a tener  - dijo Gavino - con palabras entrecortadas.  – No te preocupes, yo te haré el nudo y espero que lo aprendas, es muy fácil, todo caballero debe saber  amarrarse una corbata. Contestó el comerciante bonachón con sumo afecto y ternura. Anudando la corbata roja.
 –Ahora si mírate en el espejo. – Dijo el vendedor – Agregando - Por si no sabes los colores tienen muchos significados, por ejemplo esta corbata roja te hará ver más inteligente y optimista. Todos tus compañeros te respetarán. Y las chicas se enamorarán de ti, ja, ja, ja. –Soltó una carcajada. La cara del pequeño se puso rojo como el tomate.
   Agachando la cabeza de vergüenza, sin preguntar el precio, alcanzándole los diez soles , casi a la carrera se apresuró a salir de la tienda cuando el señor  bonachón lo agarró de la mano diciéndole – Espera tengo que darte el vuelto, son ocho soles lo que cuesta la corbata. Ay jovencito. Y vuelve cuando quieras, como ves  tengo la ropa más linda y cuídate mucho.
   Gavino, ingresó apresurado a la iglesia, vio que todos sus compañeros estaban ya ubicados en las respectivas bancas largas de la capilla, adornada con cuadros de pintura de la famosa Escuela Cusqueña. Rodeados por santos y vírgenes, con las miradas fijas y frías desde todos  los altares. Los chicos apenas podían respirar, por miedo a recibir una amonestación por parte de  tan extraños seres, que transmitían más que respeto, temor.
   Al terminar la misa solemne, ni bien pisaron la puerta de salida del templo, los chicos empezaron a dar sus gritos de alegría y a desatar sus emociones contenidas dentro del recinto. Gavino sin despedirse de sus compañeros  se fue apresurado a su casa. Quería que su abuelita viera su hermosa corbata roja.
   Hola, abuelita, ya estoy de vuelta, mira mi hermosa  corbata roja, es la más bonita del mundo.
La  anciana, que preparaba el almuerzo dominical para su engreído, se volteó y se quedó asombrado.
-         ¿Qué,  muchacho más guapo veo!, ya eres todo un caballero, que bien te sienta esa corbata, hace juego con tu terno azul marino y tu camisa blanca. ¡Oh¡…mi niño ya eres todo un hombre. Apuntó la abuelita .Besando la frente de su engreído nieto.( Unas gotas de lágrima , como perlas blancas  asomaron en los ojos de la tierna anciana).
   Así coqueteando con su abuelita Gavino, se quitó el saco para disponerse a almorzar.
-Hijo tienes que quitarte la camisa y la corbata, sino lo vas a manchar, le dijo la señora - te he preparado tu lawa (crema de choclo) y tu churrasco con su guarnición de moraya phasi (papa deshidratada preparado al vapor) 
-Que rico abuelita, tu sabes cuales son mis gustos, me pondré una servilleta  para cubrir mi corbata. Así vi que comen los caballeros en el hotel de turistas. Quiero comer como ellos, con tenedor y cuchillo.
-Ah, que terco eres mi niño, estás tan obsesionado con  tu terno, sobre todo con la corbata. Replicó la señora.
   Para Gavino, fue el domingo más trascendental de su vida, había vivido las experiencias  más resaltantes   de sus trece años. Rendido por el cansancio se quedó dormido, tal como estaba, pese a las llamadas de atención de su anciana progenitora.
   Habían  transcurrido  casi un par de horas. De pronto se escucharon unos gritos en el dormitorio..
-Auxilio, auxilio, me  han robado mi corbata. Gritaba desesperado Gavino agarrándose el cuello. La abuelita corrió asustada.
-Cálmate, cálmate muchacho, yo te saqué tu bendita corbata, te quedaste dormido… casi te asfixias. –Qué  muchacho para tan terco. Refunfuñó la anciana.
-Es que abuelita, - dijo Gavino - en mis sueños unos, malos hombres, me robaban mi corbata, por eso me desperté gritando. – No ves ya tienes hasta pesadillas por tu corbata. Replicó la abuelita.
   Así Gavino, domingo a domingo lucía su corbata roja .Generalmente en las misas dominicales.
   Transcurrieron los años y como todo pasa en la vida, atrás quedó la etapa de estudiante secundario de Gavino. Llegó la noche de la fiesta de promoción y como era lógico había que lucir de lo mejor para esta ceremonia trascendental. Incluso iba ser la primera oportunidad de bailar con una chica. Todo esto y muchas otras cosas  más daban vueltas en la cabeza del adolescente. La abuelita por su parte, se sentía afligida, por los cambios que sufría su nieto, a veces pensaba que su engreído nieto, se le iba de las manos.
    Casi a media mañana de ese  trascendental día, que vivía Gavino,  ocurrió un hecho imprevisto. El muchacho  empezó a buscar y rebuscar desesperadamente algo. Corría por aquí y por allá por los ambientes de su casa. Abría y cerraba cajones , sacaba y metía los muebles, , se arrastraba  como un gusano por debajo de las camas Algo importante se le había extraviado . Llamando a su abuelita, le dijo – No encuentro la corbata, no encuentro la corbata – Calma, calma muchacho –respondió la señora, seguro que lo has metido por ahí, como eres un desordenado, no te acuerdas dónde lo has puesto. – No abuelita, ya busqué por todo lado. Siguió buscando desesperado, hasta  levantando la voz a su anciana protectora, echándole la culpa de la pérdida de su corbata. No hallaba su corbata roja, su amada prenda de vestir. Gavino  preguntaba incluso  a los ratones, ofreciéndoles un queso grande como recompensa. Ellos le contestaban que  no se metían con esas cosas.
   Fue  el día más trágico del muchacho, porque ni Dios ni los santos y vírgenes, escucharon sus oraciones suplicantes. Hasta le prometió a San Francisco de Asis, ingresar a la orden que él fundó para servir a los pobres.
   Pasaron los años, la abuelita había muerto. Gavino se caso, tuvo sus hijos y hasta nietos. En  sus conversaciones nunca se olvidaba de su corbata roja,  era la anécdota que más resaltaba de su vida, vivida junto a su anciana abuelita., incluso decía que si algún día lo hallara desearía ser enterrado con la corbata roja, para irse feliz al cielo. Muchos se reían ante tal ocurrencia.

   Finalmente un día llego el frio manto de la muerte  y Gavino  se despidió de este mundo, (como todos lo haremos, pues solo estamos de viaje en esta vida). Tendido dentro de un cajón con un reluciente terno azul marino, yacía Gavino, sólo le faltaba la corbata. El frio cuerpo estaba como si  estirara el cuello para que le pongan dicha prenda. De pronto, todos los presentes en el velorio se alborotaron ante un hecho por  demás inaudito.    El más pequeño de los nietos del que en vida fue Gavino, haciendo sus travesuras por los rincones de la antigua casa, hurgando por los recovecos de la vieja vivienda, sacó una corbata roja reluciente. Contenida dentro de un estuche gastado por el tiempo. Gavino se fue al cielo con su corbata roja reluciente.