miércoles, 31 de octubre de 2012

EL ALFILER, cuento completo, y su ficha de lectura

EL  ALFILER
                                                                         
     La bestia cayó de bruces, agonizante, rezumando sudor y sangre, mientras el jinete, en un santiamén, saltaba a tierra al pie de la escalera monumental de la hacienda de Tilcabamba. Por el obeso balcón de cedro, asomó la cabeza fosca del hacendado, don Timoteo Mondaraz, interpelando al recién venido,  que temblaba.
     Era burlona la voz de sochantre del viejo tremendo:
     -¿Qué te pasa, Borradito? Te están repiqueteando las choquezuelas... ¡Si no nos comemos aquí a la gente! Habla no más.
     El borradito, llamado así en el valle por el rostro picado de viruelas, asía  con desesperada mano el sombrero de jipijapa y quiso explicar  tantas cosas a la vez -la desgracia súbita, su galope  nocturno de veinte leguas, la orden de llegar en pocasa horas aunque reventara la bestia en el camino- que enmudeció por un minuto. De repente, sin respirar, exhaló su ingenua retahíla.
     -Pues, le diré a mi amito que me dijo el niño Conrado que le dijera que anoche mismito agarró y se murió la niña Grimanesa.
     Si don Timoteo no sacó el revólver como siempre que se hallaba conmovido, fue sin duda, por mandato de la Providencia; pero estrujó el brazo del criado queriéndole extirpar mil detalle.
     -¿Anoche?...¿Está muerta?...¿Grimanesa?... Algo advirtió quizá en las obscuras explicaciones del Borradito, pues sin decir palabra, rogando que no despertaran a su hija, "la niña Ana María", bajó él mismo a ensillar su mejor caballo de paso.
     Momentos después galopaba a la hacienda de su yerno, Conrado Basadre, que el año último se casara con Grimanesa, la linda y amazona, el mejor partido de todo el valle. Fueron aquellos desposorios, una fiesta sin par, con fuegos de Bengala, sus indias danzantes de camisón morado, sus indias, que todavía lloran la muerte de los incas, ocurrida en siglos remotos, pero  revivisciente en la endecha  de la raza humilada, como los cantos de Sión en la terquedad sublime de la Biblia. Luego, por los mejores caminos de sementeras, había divagado la procesión de santos antiquísimos, que obstentaban en el ruedo de velludo carmesí cabezas disecadas de salvajes. Y el matrimonio tan feliz de una linda moza con el simpático y  arrogante Conrado Basadre terminaba así...¡Badajo!...
     Hincando las espuelas nazarenas, don Timoteo pensaba, aterrado, en aquel festejo trágico. Quería llegar en cuatro horas  a Sancavilca, el antiguo feudo de los  Basadre.
      En la tarde, ya vencida se escuchó otro  galope resonante y premioso, sobre los cantos rodados de la montaña. Por prudencia, el anciano disparó al aire, gritando:
      -¿Quién vive?
     Refrenó su carrera el jinete próximo, y, con voz que disimulaba mal su angustia, gritó a su vez:
     -¡Amigo! Soy yo, ¿no me conoce?, el administrador de Sincavilca. Voy a buscar al cura para el entierro.
     Estaba tan turbado el hacendado, que no preguntó por qué corría tan prisa en lamar al cura si Grimanesa estaba muerta, y por qué razón no se hallaba en la hacienda el capellán. Dijo adiós con la mano y estimuló a su cabalgadura, que arrancó a galope con el flanco lleno de sangre.   

     Al besar don Timoteo la santa imagen, quedó entreabierto el hábito de la muerta, y algo advirtió, aterrado, pues se le secaron las lágrimas de repente y se alejó del cadáver como enloquecido, con repulsión  extraña. Entonces, miró por todos los lados, escondió un objeto en el poncho y, sin despedirse de nadie, volvió a montar, regresando a Ticabamba,  en la noche cerrada.
     Durante siete meses nadie fue de una hacienda a otra ni pudo explicarse este silencio. ¡Ni siquiera había asistido al entierro! Don Timoteo  vivía enclaustrado en su alcoba, olorosa a estoraque, sin hablar días enteros, sordo a las súplicas de Ana María, tan hermosa como su hermana Grimanesa que vivía adorando y temiendo a su padre terco. Nunca pudo saber la causa del extraño desvío ni por qué no venía Conrado  Basadre.
     Pero un día domingo claro de junio se levantó don Timoteo de buen humor, y propuso a Ana María que fueran juntos a Siancavilca, después de misa. Era tan inesperada aquella resolución, que la chiquilla transitó por la casa durante la mañana entera como enajanada, probándose al espejo las largas faldas de amazona y el sombrero de jipijapa, que fue preciso fijas en las oleosas crenchas con un largo estilete de oro. Cuando el padre la miró así, dijo turbado, mirando el alfiler.  
     -Vas a quitarte ese adefesio...
     Ana María obedeció suspirando, resuelta, como siempre, a no adivinar el misterio de aquel padre violento.
     Cuando llegaron a Siancavilca, Conrado estaba domando a un potro nuevo, con la cabeza descubierta a todo sol, hermoso y arrogante en la silla negra con clavos y remaches de plata. Desmontó de un salto y al ver a Ana  María tan parecida a su hermana en gracia zalamera, la estuvo mirando largo rato, embebecido.
     Nadie habló de la desgracia ocurrida, ni mentó a Grimanesa, pero Conrado cortó sus espléndidos y carnales jazmines del Cabo para obserquiarlos a Ana  María. Ni siquiera fueron a visitar la tumba de la muerte, y hubo un silencio enojoso cuando la nodriza vieja vino a abrazar a "la niña" llorando.
     -¡José, María y José! ¡Tan linda como mi amita! ¡Un capulí!
      Desde entonces, cada domingo se repetía la visita a Siancavilca. Conrado y Ana María pasaban el  día mirándose a los ojos y oprimiéndose dulcemente las manos cuando el viejo volvía el rostro para contemplar un nuevo corte de caña madura. Y un lunes de fiesta, después del domingo encendido en que se besaron por primera vez, llego Conrado a Ticabamba, ostentando la elegancia vistosa de los días de feria, terciado el poncho violeta sobre el pellón de carnero, bien peinada y luciente la crin del caballo,  que "braceaba" con escorzo elegante y clavaba el espumante belfo en el pecho, como los palafrenes de los Libertadores.
     Con la solemnidad de las grandes horas, preguntó por el hacendado, y no le llamó con el  respeto de siempre "don Timoteo", sino que murmuró, como en el tiempo antiguo, cuando era novio de Grimanesa:
     -Quiero hablarle, mi padre.
     Se encerraron en el salón colonial, donde estaba todavía el retrato de la hija muerta. El viejo, silencioso , espero que Conrado, turbadísimo, le fuera explicando, con indecisa y vergonzante voz, su deseo de casasrsew con Ana María. Midió una pausa tan larga que don Timoteo, con los ojos entrecerrados, parecía dormir. De súbito, ágilmente, como si los años no  pesaran  en aquella férrea constitución de hacendado peruano, fue a abrir  una caja de hierro de antiguo estilo y complicada llavería, que era menester solicitar con mil ardides y un " santo y seña" escrito en un candado. Entonces, siempre silencioso, cogió allí un alfiler de oro. Era uno de esos topos que cierran el manto de las indias y terminan en hoja de coca, pero más largo, agudísimo y manchado de sangre negra.
     Al verlo,Conrado cayó de rodillas, gimoteando como un reo confuso. 
     -¡Grimanesa, mi pobre Grimanesa!
     Más el viejo advirtió, con un violento ademán, que no era el momento de llorar. Disimulando con un esfuerzo sobrehumano su turbación, murmuró en voz tan sorda que se le comprendía apenas:
     -Si se lo saqué yo  del pecho cuando estaba muerta... Tú le habías clavado este alfiler en el corazón...¿No es cierto? Ella te faltó, quizá...
      -Sí, mi  padre.
      -¿Se arrepintió al morir?
      -Sí, mi padre.
      -¿Nadie lo sabe?
      -No mi padre.
      -¿Por qué no lo mataste también?
      -¡Huyó como un cobarde!
      -¿Juras matarlo si regresa?
      -Sí, mi padre.
      El viejo carraspeó sonoramente, estrujó la mano de Conrado, y dijo, ya si aliento:
      -¡Si ésta también te engaña, haz lo mismo!...¡Toma!
      Entregó el alfiler de oro solemnemente, como ortogaba los abuelos la espada al nuevo caballero, y con brutal repulsa, apretándose el corazón desfalleciente, indicó al yerno que se marchara enseguida, porque no era bueno que alguien viera sollozando al tremendo y justiciero don Timoteo Mondaraz.
                                                                         (Ventura García Calderón)

MARIANO MELGAR Y SUS POEMAS

LOS POEMAS DE MARIANO MELGAR

     Mariano Melgar, el gran poeta arequipeño,  es un prerromático de la literatura peruana. Era un hombre muy culto y conoció profundamente el Arte Poético   través de muchas traducciones que hizo de las grandes obras maestras de europa. No dejó una obra poética sólida y orgánica. Entre sus obras poéticas están "El arte de olvidar". "Cartas a Silvia", en verso y su libro "Poesías".

Todo mi afecto puse en una ingrata

Todo mi afecto puse en una ingrata
y ella inconstante me llegó a olvidar.
Si  así, así se trata
un afecto sincero,
amor, amor, no quiero,
no quiero más amar.

Juramos ser yo suyo y ella mía:
yo cumplí, y ella no se acordó más.
Mayor, mayor falsía
jamás  hallar espero,
amor, amor, no quiero,
no quiero más amar.

Mi gloria fue otro tiempo su firmeza;
y hoy su inconstancia vil me hace penar.
Fuera, fuera bajeza
que durara mi esmero,
amor, amor no quiero,
no quiero más amar.

Yaravíes

VI

Si ver tus ojos
Mandas que viva
Mi pecho triste;
Pero al no verte
Y tener vida
Es imposible.

Las largas horas
Que sin ti paso
Son insufribles.
Vivo violento,
Nada me gusta,
Todo me aflige.

Luz apacible;
Mas si no trae
Tu imagen bella,
¿De qué me sirve?

En mi retiro
Aguardo solo
Hasta que vive
De negro luto
El orbe entero
La noche horrible.

Mientras los astros
Van silenciosos
Al mar a hundirse
Yo revolviendo
Estoy las penas
Que el pecho oprimen.

En mi desvelo
Mi amor y pena
Suelo  decirte:
Pero estás lejos,
No oyes mi llanto
Ni por mí gimes.

Por largas horas
Mi amarga queja
Mi alma repite,
Hasta que el cielo
Para mal mío
De luz se viste.

Entonces veo
Ser todavía
Más infelice,
Porque el desahogo
Que me da  el llanto
La luz me impide.

¡Ay! Así vivo
Dando a mi pena
Giros terribles:
Y así muriera
Si eterna fuese
La ausencia triste.

Hacer tú puedes
¡Ay, vida mía!
Que yo respire,
Amando fina
A quien tan solo
De tu amor vive.

sábado, 27 de octubre de 2012

ES QUE SOMOS MUY POBRES, Cuento de Juan Rulfo


    ES QUE SOMOS MUY POBRES 
(Cuento)

     Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca. A mi papá eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asoleándose en el solar. Y el aguacero llegó de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo único  que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejaván, viendo cómo el agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada.
     Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río. 
     El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrase me hizo despertar enseguida y pegar un brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez al sueño.   
  Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca. Se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta.
     A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus orillas. Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba  metiéndose a toda  prisa en la casa de esa mujer que le dicen  es la más grande la Tambora. El chapaleo del agua se oía al entrar  por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. La Tambora iba y venía por lo que era ya un pedazo de río, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algún lugar donde  no les llegara la corriente.
     Y por otro lado, por donde está el recodo, el río se debía haber llevado, quién sabe desde cuando, el tamarindo que estaba el solar de mi tía Jacinta, porque ahora no se ve ningún tamarindo. Era el único que había en el pueblo, y  por eso nomás la gente se da cuenta de que la creciente está que vemos es la más grande de todas las que ha bajado el río en muchos años. 
     Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se hace más espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente. Allí nos estuvimos horas y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. Después nos subimos por la barranca, porque queríamos oír bien lo que decía la gente, pues abajo,  junto al río,  hay una gran ruidazal y sólo se ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada. Por eso nos subimos por la barranca, donde también hay gente mirando el río y contando los perjuicios que ha hecho. Allí fue donde  supimos que el río se había llevado a la Serpentina la vaca esa que era de mi hermana Tacha porque mi papá se la regaló para el día de su cumpleaños y que tenía una oreja blanca y otra colorada y muy bonitos.
     No acabo de saber por qué se le ocurría a la Serpentina pasar el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más  seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar así nomás por nomás. A mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen.
     Y aquí ha de haber sucedido eso de  que se durmió. Tal vez se le ocurrió despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas.
     Tal vez entonces se asustó y trató de regresar; pero al volverse se encontró entreverada y acalambranda entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vez bramó pidiendo que le ayudaran.
     Bramó como sólo Dios sabe cómo.
     Yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el río si no había visto también al becerrito que andaba con ella. Pero el hombre dijo que no sabía si lo había visto. Sólo dijo que la vaca manchada pasó patas arriba muy cerquita de dónde él estaba y que allí dio una voltereta y luego no volvió a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. Por el río rondaban muchos troncos de árboles con todo y  raíces y él estaba muy ocupado en sacar leña, de modo que no podía fijarse si eran animales o troncos los que arrastraba.
     Nomás por eso, no sabemos si el becerrito está vivo, o si se fue detrás de su madre río abajo. Si así fue que Dios los ampare a los dos.
     La apuración que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el día de mañana, ahora que mi hermana Tacha se quedó sin nada. Porque mi papá con muchos trabajos había conseguido a la Serpentina, desde que era una vaquilla, para dársela a mi hermana, con el fin de que tuviera un capitalito y no se fuera ir de piruja como la hicieron mis  otras dos hermanas, las más grandes.
     Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa y ellas  eran muy retobadas- Desde chiquillas ya eran rezongonas. Y tan luego que crecieron les dio por  andar con hombres de lo peor, que les enseñaron cosas malas.  Ellas aprendieron pronto y entendían los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la noche. Después salían hasta de día. Iban a cada rato por agua al río  y a veces, cuando uno menos se lo esperaba, allí estaban en el corral, revolcándose en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepando encima.
     Entoncess mi papá las corrió a las dos. Primero les aguantó todo lo que pudo; pero más tarde ya no pudo aguantarlas más y les dio carrera a la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé dónde; pero andan de pirujas.
     Por eso le entra la mortificación a mi papá, ahora por la Tacha, que no quiere que vaya  a resultar como sus otras dos hermanas, al sentir que se quedó  muy pobre  viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con que entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno que la pueda querer para siempre. Y eso va a estar difícil, Con la vaca  era distinto, pues no hubiera faltado quien se hiciera el ánimo de casasrse con ella, sólo por llevarse también aquella vaca bonita
     La única esperanza que nos queda es que el becerro esté todavía vivo. Ojalá  que no se haya ocurrido pasar el río detrás de su madre. Porque si así fue, mi hermana Tacha está tantito de retirado de hacerse piruja. Y mamá no quiere.
     Mi mamá no sabe por qué Dios  la ha castigado  tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para acá, nunca ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran muy obedientes y no le cometían irreverencias a nadie.
     Todos fueron por el estilo. Quién sabe  de dónde les vendría  a ese par de hijas  suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vueltas a todos sus recuerdos y no ve claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una tras otra con la misma mala  costumbre. No se acuerda. Y cada vez que piensa en ellas llora y dice: "Que Dios las ampare a las dos".
     Pero mi papá alega que  aquello ya no tiene remedio. La peligrosa es la que queda aquí, la Tacha. que va como palo de ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen  ser como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medios alborotados para llamar la atención.
     -Sí -dice- le llenará los ojos a cualquiera dondequiera que la vean. Y acabará mal; como que estoy viendo que acabará mal.
     Ésa es la mortificación de mi papá.
     Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado el río. Está aquí a mi lado, con su vestido de color rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella.
     Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con más gana. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. A sabor de podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición.

                                                                                          (Juan Rulfo)
    

viernes, 26 de octubre de 2012

MARIO FLORIÁN Y SUS POEMAS

LOS POEMAS DE MARIO FLORIÁN


PASTORALA

Pastorala.
Pastorala.
Más hermosa que la luz de la nieve,
más que la luz del agua enamorada,
más que la luz bailando en los arcos iris.
Pastorala.
Pastorala.

¿Qué labio de cuculí es más dulce,
qué lágrima de quena más mielada,
que tu canto que cae como lluvia
pequeña, pequeñita, entre las flores?
Pastorala.
Pastorala.

¿Qué acento de trilla-taqui tan sentido,
qué gozo de wifala tan directo,
que descienda -amancay- a fondo de alma,
como baja a la mía tu recuerdo?
Pastorala.
Pastorala.

Yo le dijen al gavilán ¡protégela!
Y zorro y puma ¡guarden su manada!
(Y puma y gavilán y zorro nunca
volvieron a insinuar sus amenazas)
Pastorala.
Pastorala.

Por mirar los jardines de tu manta,
por sostener el hilo de tu ovillo,
por oler las manzanas de tu cara,
por derretir tu olvido: ¡mis suspiros!
Pastorala.
Pastorala.

Por amansar tus ojos, tu sonrisa,
perdido, entre la luz de tu manada,
está mi corazón, en forma de allco.
ciudándote, lamiéndote, llorándote...
Pastorala.
Pastorala.

ARENGA AL PERUANO

No te sientas pequeño, hombre común peruano,
Pero de estos días, confirma tu grandeza
Delante de huésped, delante del foráneo
Que llegó desde muy lejos a comer de tu mesa.

Qué llegó de muy lejos a vivir en tu espacio,
Y a hablarte de su origen y a hablarte de su fuerza.
Tú desciendes del puma, tú desciendes del rayo.
En tus músculos duerme colosal fortaleza.

No te humilles. Despierta. Elévate peruano.
Erígete. Ya es hora. Revive tu ejercicio
De Amansador de Mundos, de contigentes bravos,
De forjador de imperios sobre precipicios.

Levántate peruano. Pisa otra vez tu tierra...
Que el horizonte vea tu figura broncínea
De semidios, de cóndor. Despliega tu mirada
Y el  poder de tus alas y tu aptitud antigua.

Vindícate en tu tierra... Porque estás en tu tierra
Desde hace eternidades... Y tu tierra te adora.
¡Exprésate peruano! ¡Exprésate de nuevo!
¡Sé heroicidad,  destino! ¡Levántate! ¡Ya es hora!

jueves, 25 de octubre de 2012

CASA DE LA LITERATURA PERUANA, !NO A SU DESALOJO!


     La Casa de la Literatura Peruana, es una institución cultural que está al servivio de la Cultura y el Arte de todos los peruanos. Todos los escritores nos sentimos agraviados al enterarnos de que la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) pretende desalojar a nuestra casa cultural que viene promocionando y difundiendo a los escritores nacionales.
     Los miembros de la PCM ingresan a la Casa de la Literatura, como buenos y faltando el respeto a la cultura peruana, para realizar medidas, inspecciones, extendiendo olimpícamente planos sobre las paredes y pisos, y calculando los lugares para la futura instalacion de sus mobiliarios. Y algo más grave todavía, para hacer sus trabajos de invasión tienen el gran atrevimiento de desalojar de las salas a los escolares que vienen de diferentes colegios de Lima Metropolitana  y de provincias para visitar las exposiciones en homenaje a los grandes maestros de la Literatura Peruana y así como también la biblioteca "Mario Vargas Llosa" con el objetivo de enriquecer sus conocimientos literarios. Señor Ministro de Cultura y Señora Ministra de Educación, ¿Van a permitir que se violente contra una Casa Cultural que representa a la Cultura Peruana? Yo como escritor estoy sumamente indignado y así como todos los escritores del Perú. Éste es el PEOR ATROPELLO QUE SE COMETE CONTRA LA CULTURA Y LA EDUCACION DE NUESTRA PATRIA.
     El Señor Presidente de la República, Ollanta Humala debe impedir que se cometa esta invasión de la PCM. Estoy plenamente seguro de  que el Señor Presidente de todos los peruanos impedira que se haga realidad este vil atropello porque  él es un defensor de la Cultura, el Arte y la Educación. Vivimos en democracia y por tal razón se debe respetar las instituciones.

Lima, 23 de octubre de 2012             Rafael Alvarado Castillo     

martes, 16 de octubre de 2012

JUAN GONZALO ROSE Y SUS POEMAS

JUAN GONZALO ROSE

     Juan Gonzalo Rose nació en Tacna en 1928. Estudió en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fue desterrado a México por razones políticas. En ese país ganó varios premios de poesía. Su  obra poética se caracteriza por su perfección estilística en el aspecto  formal y en su contenido toca con intensidad los problemas sociales. En 1958, ganó el Ptrmio Nacional de Poesía. Falleció en abril de 1983.

  Producción poética:
-"Luz Armada", 1954, México
-"Cantos desde lejos", 1957, México
-"Simple canción", 1960
-"Las comarcas", 1964
-"Hallazgos y extravíos", 1968
-"Informes al Rey y otros libros secretos", 1969
-"Peldaños sin escalera", 1969, México
-"Camino real", 1980

LOS POEMAS DE JUAN GONZALO ROSE

EXACTA DIMENSIÓN

Me gustas porque tienes
el color de los patios
de las casas tranquilas...

y más precisamente:
me gustas porque tienes
el color de los patios
de las casas tranquilas
cuando llega el verano...

y más precisamente:
me gustas porque tienes
el color de los patios
de las casas tranquilas
en las tardes de enero

cuando llega el  verano
y más precisamente
me gustas porque te amo.

MARISEL

Yo recuerdo que tú eras
como la primavera trizada de las rosas,
o como las palabras que los niños musitan
sonriendo en sus sueños.

Yo recuerdo que tú eras
como el agua que beben silenciosos los ciegos, 
o como la saliva de las aves
cuando el amor las tumba de gozo en los
aleros.

En la última arena de la tarde tendías
agobiado de gracia tu cuerpo de gacela
y la noche arribaba a tu pecho desnudo
como aborda la luna los navíos de vela.

Y ahora, Marisel, la vida pasa
sin que ningún instante  nos traiga la alegría...

Ha debido morirse con nosotros el tiempo,
o has debido quererme como yo te quería.

LA PREGUNTA

Mi madre me decía:
si matas a pedradas los pajaritos blancos,
Dios te va a castigar;
si pegas a tu amigo,
el de carita de asno.
Dios te va a castigar.
Era el signo de Dios
de dos palitos,
y sus diez teologales mandamientos
caían en mi mano
como diez dedos más.
Hoy me dicen:
si no amas la guerra,
si no matas diariamente una paloma,
Dios te  castigará;
si no pegas al negro,
si no odias al rojo,
Dios te castigará;
si al pobre das ideas
en vez de darle un beso,
si le hablas de justicia
en vez de caridad
Dios te castigará;
Dios te castigará.
No es este nuestro Dios
¿verdad, mamá?

lunes, 15 de octubre de 2012

LA BOTELLA DE CHICHA, cuento completo


LA BOTELLA DE CHICHA

          En una ocasión tuve necesidad de una pequeña suma de dinero y como me era  imposible procurármela por las vías ordinarias, decidí hacer una pesquisa por la despensa de mi casa, con la esperanza  de encontrar algún objeto vendible o pignorable. Luego de remover una serie de trastos viejos, divisé, acostada en un almohadón, como una criatura en su cuna, una vieja botella de chicha. Se trataba de una chicha que hacía quince años recibiéramos de una  hacienda del norte y que mis padres guardaban celosamente para utilizarla en un importante suceso familiar. Mi padre me había dicho que la abriría cuando yo "Me recibiera de bachiller". Mi madre, por otra parte, había hecho la misma promesa a mi hermana, para el día "que se casara". Pero ni mi hermana, se había casado ni yo había elegido aún qué profesión iba a estudiar, por la cual  la chicha continuaba durmiendo en el sueño de los justos y cobrando  aquel inapreciable valor que dan a este género de bebidas los descansos prolongados.
     Sin vacilar, cogí la botella del pico y la conduje a mi habitación. Luego de un paciente trabajo logré cortar el alambre y extraer el corcho, que salió despedido como por el ánima de una escopeta. Bebí un dedito para probar su sabor y me hubiera acabado toda la botella si es que no la necesitara para un negocio mejor. Luego de verter su contenido en una pequeña pipa de barro, me dirigí a la calle con la pipa bajo el brazo. Pero a mitad del camino un escrúpulo me asaltó. Había dejado la botella vacía abandonada sobre la mesa y lo menos que podía hacer era restituirla a su  antiguo lugar para disipar en parte las trazas de mi delito. Regresé a casa y para tranquilizar aún más mi conciencia, llené la botella vacía con una buena medida de vinagre, la alambré y la acosté en su almohadón.
     Con la pipa de barro, me dirigí a la chichería de don Eduardo.
     -Fíjate lo que tengo  -dije mostrándole  el recipiente-. Un chicha de jora de veinte años. Sólo quiero por ella treinta soles. Está regalada.
     Don Fernando se echó a reír.
     -¡A mí!, ¡A mí! -exclamó señalándose el pecho- ¡A mí con ese cuento! Todos los días vienen a ofrecerme chicha y no sólo de veinte  años atrás. ¡No me fío  de esas historias! ¡Como si las fuera a creer!
     -Pero yo no te voy a engañar. Pruébala y verás.
     -¿Probarla? ¿Para qué? Si probara todo lo que traen a vender terminaría el día borracho, y lo que es peor, mal emborrachado. ¡Anda, vete  de aquí! Puede ser que en otro lado tengas más suerte.
     Durante media hora recorrí todas la chicherías y bares de  la cuadra. En muchos de ellos ni siquiera me dejaron  hablar. Mi última  decisión fue ofrecer mi producto en las casas particulares pero mis ofertas, por lo general, no pasaron de la servidumbre. El único señor que se avino a recibirme, me preguntó si yo era el mismo que el mes pasado le vendiera un viejo burdeos y como yo, cándidamente, le replicara que sí, fui cubierto de insultos y de amenazas e invitado a desaparecer en la forma menos cordial.
     Humillado por este incidente, resolví regresar a casa. En el camino pensé que la única recompensa, luego de empresa tan vana, sería beberme la botella de chicha. Pero luego consideré  que mi conducta sería egoísta, que podía privar a mi familia de su pequeño  tesoro solamente por satisfacer un capricho pasajero, y que lo más cuerdo sería verter la chicha en su botella y  esperar, para beberla, a que mi hermana  se casara o que a mí pudieran llamarme bachiller.
     Cuando llegué a casa había oscurecido y me  sorprendió ver algunos carros en la puerta y muchas luces en las ventanas. No bien había ingresado a la cocina cuando sentí una voz que me interpelaba en la penumbra. Apenas tuve tiempo de ocular la pipa de barro tras una pila de periódicos.
     -¿Eres tú el que anda por allí? -preguntó mi madre, encendiendo la luz- ¡Esperándote como locos! ¡Ha llegado Raúl! ¿Te das cuenta? ¡Anda a saludarlo! ¡Tantos años que no ves a tu hermano! ¡Corre! que ha preguntado por ti.
     Cuando ingresé  a la sala quedé horrorizado. Sobre la mesa central estaba la botella de chicha aún sin descorchar. Apenas pude  abrazar a mi hermano y observar que le había brotado un ridículo mostacho. "Cuando tu hermano regrese", era otra de las circunstancias esperadas. Y mi hermano estaba allí y estaban también otras personas y la botella y minúsculas copas pues una bebida tan valiosa necesitaba administrarse como una medicina.
     -Ahora que todos estamos reunidos -habló mi padre- vamos al fin a poder brindar con la vieja chicha -y agració a los invitados con una larga historia acerca de la botella, exagerando, como era de esperar, su antigüedad. A mitad de su discurso, los circunstantes se relamían los labios.
     La botella se descorchó, las copas se llenaron, se lanzó una que otra improvisación y llegado el momento del brindis observé  que las copias se dirigían a los labios rectamente, inocentemente, y regresaban vacías a la mesa, entre grandes exclamaciones de placer.
     -¡Excelente bebida!
     -¡Nunca he tomado algo semejante!
     -¿Cómo me dijo? ¿Treinta años guardada?
     -¡Es digna de un cardenal!
   -¡Yo soy un experto  en bebidas, le aseguro, don Bonifacio, que como ésta ninguna!
     Y mi hermano, conmovido por tan grande homenaje, añadió:
     -Yo les agradezco, mis queridos padres, por haberme reservado esta sorpresa con ocasión de mi llegada.
     El único que, naturalmente, no bebió  una gota, fui yo. Luego de acercármeña a las narices y aspirar su nauseabundo olor a vinagre, la arrojé con disimulo en un florero.
     Pero los concurrentes estaban excitados. Muchos de ellos dijeron que se habían quedado con la miel en los labios y no faltó uno más osado  que insinuara sino tenía por allí otra botellita escondida.
     -¡Oh, no! -replicó-. De estas cosas sólo una! Es mucho pedir.
     Noté, entonces, una consternación tan sincera en los invitados, que me creí en la obligación de interveni 
     -Yo tengo por allí una pipa con chicha.
     -¿Tú? -preguntó mi padre, sorprendido.
     -Sí, una pipa pequeña. Un hombre vino a venderla... Dijo que era antigua.
     -¡Bah! ¡Cuentos!
     -Y yo se lo compré por cinco soles.
     -¿Por cinco soles? ¡No has debido pagar ni una peseta!
   -A ver la probamos -dijo  mi hermano-. Así veremos la diferencia.
     -Sí, ¡que la traiga! -pidieron los invitados.
     Mi padre, al ver tal espectativa, no tuvo más remedio que aceptar y yo me precipité hacia la cocina.Luego de extraer la pipa bajo el montón de periódicos, regresé a la sala con mi trofe entre las manos.
     -¡Aquí está! -exclamé, entregándosela a mi padre.
     -¡Hum! -dijo él, observando la pipa con desconfianza-. Estas pipas son de última fabricación. Si no me equivoco, yo compré hace poco -y acercó la nariz al recipiente- ¡Qué olor! ¡No! ¡Esto es una broma! ¿Dónde has comprado esto, muchacho? ¡Te han engañado! ¡Qué tontería! Debías haber consultado -y para justificar su actitud hizo circular la botija entre los concurrentes, quienes ordenadamente la olían y después de hacer una mueca de repugnancia, la pasaba a su vecino.
     -¡Vinagre!
     -Me descompone el  estómago!
     -Pero ¿es que esto se puede tomar?
     -¡Es para morirse!
     Y como las expresiones aumentaban de tono, mi padre sintió renacer en sí su función moralizadora de jefe de familia y, tomando la pipa con una mano y a mí de una oreja con la otra, se dirigió a la puerta de la calle.
    -Ya te lo decía- ¡Te has dejado engañar como un bellaco! ¡Verás lo que se hace con esto!
     Abrió la puerta y, con gran impulso, arrojó  la pipa a la calle, por encima del muro. Un ruido de botija rota estalló en un segundo.  Recibiendo un coscorrón en la cabeza, fui enviado a dar una vuelta  por el jardín y mientras mi padre se frotaba las manos, satisfecho de su proceder, observé que en la cera pública, nuestra chicha, nuestra magnífica chicha norteña, guardada con tanto esmero durante quince años, respetada en tantos pequeños y tentadores compromiso, yacía extendida en una roja y dolorosa mancha. Un automóvil  la   pisó alargándola en dos huellas; una hoja de otoño naufragó en su superficie; un perro se acercó, lo olió y la meó.
                                            (Julio Ramón Ribeyro)

CARLOS ALFONSO RODRÍGUEZ Y SUS POEMAS

 CARLOS ALFONSO RODRÍGUEZ  
     
     Carlos Alfonso Rodríguez  es una persona que asume con mucha seriedad y responsabilidad su oficio de poeta. Egresó de la Escuela de Periodismo de la Universidad San Martín de Porres. Actualmente radica en Medellín, Colombia. Hizo estudios de Programación de Radio,Televisión y Relaciones Humanas en el Instituto Superior La Palabra en Medellín, Colombia. También hizo estudios de Periodismo Avanzado y Científico en el Centro Internacional de Estudios Superiores de Periodismo para América Latina (CIESPAL), en Quito, Ecuador.  
     Es un gran Promotor Cultural y es uno de los fundadores de grupo poético "AEDOSMIL", que nació en el seno de la ASOCIACIÓN NACIONAL DE ESCRITORES Y ARTISTAS (ANEA), a fines de la década del 80. Recuerdo cuando trabajaba como asesor de Educación y Cultura en la Casa de la Cultura, de la Municipalidad de Lince, tuve la oportunidad de conocer al poeta Gustavo  Valcárcel que vivía a la espalda del Colegio Melitón  Carbajal de Lince. Un día, le pregunté a Carlos Alfonso si quería conocer al Poeta Nacional Gustavo Valcárcel y él se alegró mucho. Lo fuimos a visitar y nos hizo buenos amigos los tres. Justamente por el 50 aniversario del distrito de Lince, el municipio iba a editar una revista especial por sus Bodas de Oro. Entonces, aproveché para que me diera una hoja de la revista para dedicarle una entrevista al poeta Gustavo Valcárcel, Vecino Ilustre.  La entrevista lo hizo el joven estudiante de periodismo Carlos Alfonso Rodríguez.  Fue un excelente trabajo periodístico que realizó Carlos Alfonso, que siempre lo recuerdo con suma emoción. También solicité otra página para entrevista al doctor Washingtón Delgado, Vecino Ilustre, Poeta Nacional y profesor mío; pero mi pedido fue negado por falta de espacio.
     Carlos Alfonso Rodríguez, no solamente es un destacado periodista, sino también un buen poeta. Algo más, él es un vendedor de alto nivel. Recuerdo que en 1992, cuando  una gran editorial de Lima, con motivo del Centenario de Fallecimiento del Poeta de Santiago de Chuco, sacó una obra titulada "Vida y obra de César Vallejo" que se difundió en los colegios y universidades. Él batió el  record de venta de la obra, logrando superar a los vendedores estrellas de la empresa editora y yo por mi parte creo que  ocupé el último lugar en las ventas. Carlos Alfonso es uno de los pocos defensores  para reflotar la ASOCIACION NACIONAL DE ESCRITORES Y  ARTISTAS que están actualmente en manos de unos señores de terno y corbata que no son escritores, ni poetas ni artistas. Carlos Alfonso, dice que ellos los usan para figuetearse, para alcanzar una alcaldia o una curul en el Congreso de la República. Yo estoy plenamente de acuerdo con él. Por último a ellos, los auténticos poetas y escritores no los han elegido. Carlos Alfonso y yo nos referimos a las tres o cuatro ANEAS que existen en Lima. Bueno, hablar del poeta Carlos Alfonso es realmente emocionante. Él es un gran amigo de años, que habla con el corazón y que dice las cosas por su nombre. 
      Carlos Alfonso Rodríguez ha alcanzado una madurez  literaria debido a su intenso trabajo poético desde la década del 80. Él ama la poesía con intensidad y es la razón de su existencia. Ha publicado los siguientes poemarios: "El grito, poemas de mi generación", 1994, Medellín, Colombia; y "Versos de película", 2001, Lima, Perú. 

Lima, 16 de octubre de 2012.                Rafael Alvarado Castillo.



LOS POEMAS DE CARLOS ALFONSO RODRÍGUEZ

CONVERSACIONES DE BARRIO

Alguna vez fue una hermosa muchacha
Alta y  atractiva como una piscina recién construida
Que atravezó la puerta del Ministerio Público
Por primera vez, henchida e hinchada de entusiasmo
La misma  puerta  que ahora a diario maldice
Pero con tan poco e inmoderado disimulo
Era orgullosa y soberbia como un billete bien cotizado
De su formación académica y de sus ímpetus  intelectuales
Hoy ya está vieja, solterona y fea y sus pocos y raleados
Ahorros, a estas alturas, no cautivan  a nadie.


FIN DE UNA HISTORIA DE AMOR SIN PIES NI CABEZA

Para mi bien te marchaste y  desde esa fecha
Nadie cuestiona mi mal gusto de vestirme,
Mi costumbre de quedarme hasta altas horas
De la noche viendo la tele los viernes y los sábados,
La supuesta perdedera de tiempo leyendo
El periódico los domingos en la tarde,
O la lectura casi furtiva de una pequeña novela.
Ni sufro la frustación de ir de viaje a un pueblo,
porque era más importante ahorrar para el futuro
Que ya no veremos, al menos juntos...
Se acabaron también felizmente las trágicas
Dramatizaciones cómicamente teatralizadas
Todas las mañanas todas las noches en varios actos.
Hoy, lejos de tí, disfruto un bello atardecer a plenitud.
Sentado en una piedra en medio del río San Carlos,
Escuchando su canto y bañándome en sus aguas
Transparentes y benditas por la mano de la naturaleza;
Sin preocupaciones de ninguna clase pero contento
Porque cuando regrese no te encontraré en mi casa,
Y  más aún, porque amanecerá la nevera llena de leche,
Queso, huevos frescos y mi sabrosa mermelada.

LOS INTELECTUALES

Se dejan crecer la barba
Espesa y larga como un lagarto.
Usan lentes de aumento
Así no sean cortos de vista.
Fuman cigarillo tras cigarrillo
Especialmente cuando se exhiben
En extensas y aburridas conferencias.
Hacen mil esfuerzos por caer simpáticos;
Muestran públicamente un amplio
Manojo de gestos afeminados.
Hay muchos que no se bañan,
Personalmente he  sentido de cerca
En cada una de sus charlas, un olorcito...
Son como se dicen muy bien
por afuera flores y por dentro temblores.
Los hombres inteligentes, felizmente,
No hacemos nada de esas cosas.

domingo, 14 de octubre de 2012

ABRAHAM VALDELOMAR Y SUS POEMAS

LOS POEMAS DE ABRAHAM VALDELOMAR

     La producción poética de Abraham Valdelomar es escasa, ya que dejó solamente poemas sueltos y no poemarios. Sus poemas están cargados de un rico lirismo confidencial. Valdelomar escribió los siguientes poemas: "Tristitia", "EL hermano ausente en la cena pascual", "La desconsolada",  "El árbol del cementerio de Pisco", "Mi amor animará el mundo", "Confiteor", "Yo  pecador", "La danza de las horas", "Ofertorio" y  "Ha vivido mi alma"

Tristitia

Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola,
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere la ola,
yel tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía;
el cielo, la serena quietud de su belleza;
los besos de mi madre una dulce alegría,
y la muerte del sol una vaga tristeza.

En la mañana azul,  al despertar, sentía
el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado, del mar.

Y lo que él me dijera aún en mi alma persiste:
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me lo supo enseñar.

El hermano ausente en la cena pascual

La misma mesa antigua y holgada, de nogal,
y sobre ella la misma blancura del mantel,
y los cuadros de caza de anónimo pincel,
y la oscura alacena... todo,  todo está igual.

Pero hay un sitio vacío, en la mesa,  hacia el cual
tiende a veces mi madre su mirada de miel, 
y se musita el nombre del ausente, pero él
falta, este año, a sentarse en la mesa pascual.

La misma criada pone sin dejarse sentir,
las humeantes viandas y el  plácido manjar,
pero no hay la alegría ni el afán de reír

que animaron antaño la cena familiar...
Y mi madre que, acaso,  algo quiere decir,
ve el lugar del ausente y se pone a llorar...

              LIma, 16 de setiembre de 2012